Habituado a desvanecerse durante largas temporadas, mi vecino, el poeta Aranguren, reapareció
justo el día del puente de Reyes Magos.
Andaba exiliado en algún pueblo
de la costa adonde no llegan los
turistas y volvió estrenando mochila
arhuaca. Traía además una provisión de ron Tres
esquinas como para aliviar a un
regimiento entero sitiado por la sed.
Y, sobre todo, regresaba con
muchas preocupaciones a cuestas.
No me extraña: es su costumbre.
El tipo se pierde durante meses y de repente toca a mi puerta depositando al
entrar una valija siempre llena de preguntas sin respuesta.
Como si no tuviera con las mías.
“¿Te haj fijao, compadre, en la cantidad de barbudoj tatuaoj y llenoj
de aretej que van por las callej como una invasión de viejoj guerreroj maoríej?”
Si hasta se hace cada vez más difícil distinguirloj.
Me espetó a modo de
saludo.
No es para tanto, viejo, le repliqué, echando la cabeza a un lado para eludir su
aliento de muchas borracheras decembrinas. Desde que la publicidad y el
mercadeo controlan el mundo es cada vez más fácil uniformar a la gente, no solo
en su aspecto físico, sino en sus ideas y comportamiento. Piense nada más en
todos esos grupos políticos diseñados con las mimas técnicas utilizadas para
lanzar una nueva marca de jabón o de papas fritas.
El hombre pensaba en toda esa legión de
mujeres tatuadas, llenas de aretes, forradas en chalinas y calzando botines
igualitos.
O zapatillas Converse
blancas.
No es cuestión de géneros, insistí. Los hombres y mujeres de estos tiempos, independiente de su edad,
parecen atender a uno de esos llamados
de El Partido, que en la China de Mao
o en la Unión Soviética del estalinismo obligaban a la gente a vestirse de la
misma manera.
Solo que ahora ya no se necesitan
órdenes: basta con un buen
aprovechamiento de la publicidad.
Con la ayuda de internet, que
todo lo vuelve simultáneo, inmediato y ubicuo, el trabajo se facilita.
A esa altura del diálogo, sin
entender muy bien las preocupaciones de Aranguren, pensé en la parte
interesante de todo esto.
¿No se supone que todas estas
personas lucen así porque se sienten originales?
Entonces recordé que el discurso de la publicidad y el
mercadeo está basado en estudios de
sociólogos, sicólogos y antropólogos que analizan al detalle la conducta humana para aislar sus
motivaciones, sus expectativas, sus miedos y sus ilusiones.
Por eso todos hablan de
originalidad e identidad, esos viejos
anhelos solo contradictorios en apariencia.
Originalidad: el soberbio y
siempre frustrado deseo de ser únicos.
Identidad: la necesidad profunda
de saberse partícipe de algo. Un grupo, una comunidad.
En este caso, la búsqueda de
originalidad desemboca en un grupo, en
un colectivo o en una tribu, como les gusta decir a los expertos en ciencias
sociales.
Por eso vemos legiones por todas partes: animalistas,
ecologistas, antitaurinos, graffiteros, patinadores y unas cuantas subespecies
más.
Todos hermanados por tatuajes,
barbas, aretes, chalinas y botines.
En su afán de ser únicos
terminaron uniformados, como si acabaran
de fabricarlos en una gigantesca planta
de producción.
Y es aquí donde brota el
oxímoron: con ese estado de cosas los únicos rebeldes de veras son los
conservadores. Los que se afeitan cada
mañana con la obstinación de un presidiario. Los que lucen un cuerpo
inmaculado como prueba de resistencia a
los embates de los tatuadores. Los que a
duras penas lucen anillos en su dedo anular. Y
los que no han sucumbido a los asedios de alguna secta.
Los conservadores anarquistas.
¡Lo tengo! Grité, entusiasmado por lo que al final resultaba tan
obvio.
Pero a esas alturas Aranguren ya
había sacado otra preocupación de su valija inagotable.
Algún día les cuento.
PDT : les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada.
Borges solía enfatizar la estrecha relación entre el conservadurismo y el escepticismo; creo que en este sentido Aranguren es un conservador, escéptico pero no reaccionario, de modo que comparto tu conclusión sobre los conservadores anarquistas. Saludos a ambos vecinos. Una duda: Es Aranguren el alter ego de Gustavo Colorado o tú lo eres del poeta?
ResponderBorrar¡Ay¡ Esa pregunta debe ser lo que llaman una aporía, mi querido don Lalo.
ResponderBorrarEs más fácil cuando me preguntan quién escribe : si Gustavo o Martiniano
Feliz Año Nuevo y es un placer reiniciar este diálogo.
¿Gustavo? ¿Martiniano? ¿Aranguren?
Juraría que ayer dejé mi comentario, pero veo que hoy no figura, ¿se habrá perdido en los meandros de la Red? Si mal no recuerdo, decía que el fenómeno de las tribus urbanas es una actualización de las costumbres ancestrales, ya que instintivamente los humanos buscan formar parte de un grupo. De ahí que a los profesionales del marketing (mediante su herramienta de la publicidad) no les resulta muy difícil agrupar a los consumidores según afinidades, y llegado el caso hasta se inventan o crean categorías (“tribus” de lo que sea). Eso sí, siempre quedaran díscolos que se resisten a seguir los dictados de las modas, aunque paradójicamente su rebeldía los lleve a ser considerados como retrógrados, anticuados y otras vainas.
ResponderBorrarBueno, usted es un experto en esas lides y posee sobrados elementos para interpretar fenómenos de esta índole, apreciado José.
ResponderBorrarLo que impacta es la paradoja: por vía de la masificación de lo supuestamente transgresor, los más conservadores acabaron convertidos en rebeldes.