Dos seres humanos deciden unir
los fragmentos de sus destinos rotos y llaman a eso “Una vida en común”… Hasta que las grietas no tardan en aparecer y el edificio entero se desploma
dejando solo un montón de escombros a modo de testimonio.
La aventura humana está hecha de
esos intentos bellos y patéticos de restablecer el equilibrio.
Y no es que a las personas no las muevan buenas intenciones. Es solo que
todos coleccionamos heridas en la infancia. Una vez hemos recorrido una buena
parte del camino, caemos en la tentación de creer que las heridas han sanado.
Pero es solo una ilusión: a la menor
fricción con el mundo las cicatrices ceden, dejando ver el oscuro abismo
donde habitamos.
En ese instante nos abandonamos
los unos a los otros.
Sobre esos abismos gravita la
breve novela La noche de los niños,
de la escritora norteamericana Toni Morrison.
Son menos de doscientas páginas
en las que Morrison despliega la
aterradora belleza de lo humano a través de la historia de Bride, una belleza
excepcional cuyo pecado consiste en haber nacido con un pigmento de piel más intenso de lo
habitual. Un negro del color de la
medianoche, según nos advierte la
narradora.
La madre de Bride tiene un
nombre que encierra en sí mismo una aguda
dosis de ironía: Sweetness.
De entrada, en el primer párrafo de la novela, la mujer
nos lanza una advertencia:
“No es culpa mía. A mí no pueden acusarme. Yo no hice nada y no tengo
idea de cómo pasó. Una hora después de que me la sacaran de entre las piernas
ya me había dado cuenta de que había un problema. Un problema grave. Era tan
negra que me asustó. Un negro medianoche, un negro sudanés. Yo soy de piel
clara, con pelo del bueno, lo que se llama
“amarillo subido”, igual que el padre de Lula Ann”.
El más fácil de los tópicos diría
que estamos ante un vigoroso alegato antirracista, escrito por una de las más
importantes voces de la narrativa norteamericana en los últimos cincuenta años.
Pero son apenas
apariencias. Todos sabemos que, más allá del color de la piel, alienta
esa suma de dichas y desvelos, de
grandezas y miserias que llamamos condición humana.
Y eso, en últimas, es lo que
cuenta.
Desde muy temprano, Lula Ann,
siente el mordisco del rechazo y sabe que tendrá que reinventarse de pies a
cabeza si quiere sobrevivir en un mundo
donde la ternura es el eco de algo lejano, de cosas que solo suceden en la vida
de los otros.
Por eso decide llamarse Bride.
Con ese nombre a modo de coraza alcanza eso que todos buscamos desde el nacimiento
hasta la muerte: reconocimiento, constancia de que alguna vez existimos.
En ese vagabundeo se encuentra
con Booker, un trompetista aficionado
que carga sobre sus hombros con el
fantasma de su hermano violado y asesinado en la infancia. Esa es su herida. Con ella se flagela a sí
mismo y castiga al mundo.
Bride y Booker se enamoran y juntan sus pedazos
rotos, hasta que un día su amante decide marcharse sin dar explicación alguna.
De ahí en adelante la mujer concentrará todas sus fuerzas en encontrar
una respuesta a esa forma del despojo.
En esa búsqueda, la memoria de
todos se despliega sobre sí misma, dejando ver un paisaje de violaciones,
torturas y vejaciones que van tejiendo en silencio lo que llamamos una
personalidad.
Pero La
noche de los niños no es una novela de costumbres sobre la sordidez de los
extramuros.
En realidad es un viaje a las profundidades abisales
donde palpita la insondable materia de lo humano.
Las profundidades donde habitan
seres rotos como “El hombre más simpático
del mundo”, un violador de niños que se hace tatuar en los hombros los
nombres de sus víctimas: Boise, Lenny,
Matthew, Kevin, Roland y Adam, el hermano de Booker.
Cuando detienen al violador,
Booker desdeña las manifestaciones públicas de repudio. “Lo que él quería no era la muerte de aquél hombre sino su vida, y se
dedicaba a imaginar situaciones que comportaban dolor y desesperación sin fin.
¿No había una tribu en África que ataba el cadáver a la espalda del asesino?
Eso sí que sería justicia: arrastrar el cuerpo putrefacto como carga física,
además de vergüenza pública”.
Es ahí donde reside el sentido último de esta tierna y violenta parábola tejida por Toni
Morrison: En el fondo, todos llevamos un
cadáver a la espalda, empezando por el de las propias ilusiones hechas trizas.
Pero incluso en el infierno hay
esperanzas. Por eso la novela termina con el anuncio de que Bride y Booker
esperan un hijo.
Antes de bajar el telón se
escucha otra vez la voz de Sweetness, ya no admonitoria sino conciliadora:
“Escúchame bien. Estás a punto de descubrir cómo son las cosas, cómo es
el mundo, cómo funciona y cómo cambia cuando eres madre”.
PDT : Les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada
La imagen del cadáver de la víctima atado a la espalda del asesino, que debe cargar con él hasta... siempre, es de las más poderosas que haya escuchado o leído en mucho tiempo.
ResponderBorrarMi querido don Lalo: Iván Rodrigo García, de Lector Ludi ( lo puede encontrar en la lista a la derecha) me hace caer en la cuenta de que en su relato " Se oyen ladrar los perros", Juan Rulfo pone a un padre a cargar con el cadáver de su hijo.
BorrarEn muchas versiones, esa imagen cruza la literatura y la historia universal desde el comienzo de los tiempos.
Pues de ese tamaño es la gran metáfora de esa novela, mi querido don Lalo.
ResponderBorrarHay bastante de la figura de Atlas o de Sísifo en ella, pero con mucho mayor poder dramático.
Eso de que todos coleccionamos heridas en la infancia, lo he visto de forma patética en Leolo (hermosa película, por cierto), donde el hermano del protagonista sufria bullying por parte de un chico abusivo. Más tarde de adultos, al encontrarse de nuevo, el abusado sufre otra paliza y ni siquiera se defiende, paralizado por el trauma de la niñez, y eso que se había convertido en corpulento por dedicarse al fisicoculturismo. A
ResponderBorrarComo quien dice, se quedó paralizado de por vida. Digo, el personaje de la película que acaba de citar, apreciado José.
ResponderBorrarEn esa dirección apunta el título de la novela de Toni Morrison.O al menos ese es uno de sus sentidos : que la noche de los niños puede ser eterna.