“¡Coooññooo, compadde! Ejoj chicoj ya no quieden jer hinchaj del Unión
Maddalena, ni del yuniod, ni del Cadtagena ¡Si te digo que tienen laj paredej
de suj cuadtoj empapeladaj con cartelej del Badcelona, el Mónaco, el Bayer, el
Real Maddid y hasta del ejpadtak de Mojcú!
“Mejod dicho: ya noj pejdimos en el mapa.”
Ya se me volvió costumbre. Cada
vez que regresa de uno de sus viajes a su Santa Marta natal mi vecino, el poeta
Aranguren, trae a cuestas un alijo de preocupaciones nuevas a resolver.
Y lo peor: piensa que tengo las
respuestas y me niego a revelarlas.
Como bien lo advirtieron ustedes,
en esta ocasión las preocupaciones tenían tono futbolero. A sus nietos Miguel y
Manuel les importa un carajo el Unión Magdalena de los ancestros.
El de los brasileños en los
sesentas.
El de los hermanos Arango en los
setentas.
El de la familia Valderrama en los ochentas.
Nada.
En asuntos de fútbol estos
muchachos viven con un pie en Madrid y otro en
Turín.
Es la globalización, compadre, le digo por salir del apuro.
“¡Qué globalijajión ni qúe
coñoj! ¡ Ejtos zánganoj no tienen patria chica!”
Le digo que tranquilo, que se
beba su buen trago de ron Tres Esquinas
para calmar los nervios.
Está comprobado: el ron tiene
efectos prodigiosos sobre la adrenalina.
Ya verás como todo se aclara.
Y en efecto, las cosas se
aclaran. El viejo y querido Albert Camus acude en mi ayuda: “La patria es la selección de fútbol”,
dicen que dijo el gran escritor francés nacido en Argelia.
Con el mundo convertido en un
gran mapa donde se hablan los lenguajes del mercadeo y la publicidad y donde
los prejuicios son lo único que sobrevive de la vieja idea de nación, la
selección de fútbol es lo último capaz de devolvernos la antigua noción de pertenencia a un territorio.
Había que ver a la presidenta de Croacia
paseando su xenofobia a cuadros rojos y
blancos durante el Mundial de Rusia.
Las selecciones de fútbol como lo
único capaz de reunir los fragmentos de
sociedades partidas, esquizoides, prefabricadas
bajo un solo molde: el del
consumo exacerbado por las grandes corporaciones.
Los mismos centros comerciales,
idéntica vestimenta, el mismo estribillo de las canciones que suenan de
Valparaíso a Delhi, de Edimburgo a
Sidney.
Aranguren me escucha como quien
trata de descifrar la jerga de un marciano.
¿Qué relación tiene mi perorata con la sublevación
de sus nietos?
Acorralado, insisto en la defensa de los chicos.
¿Cómo podrían amar a un equipo de
fútbol que, para completar, decidió quedarse a vivir en la Segunda División,
como un rebaño de viejas vacas cansadas?
Y el pobre abuelo les habla de
raíces, en un mundo cuya única impronta es el desarraigo.
Intento explicárselo en términos
geopolíticos.
Si te fijas bien- le digo- la
estructura de poder en el fútbol mundial se corresponde paso a paso con las
herencias coloniales.
Inglaterra, España, Francia,
Alemania, Italia son las sedes de los
clubes más poderosos del planeta.
Por su lado, América Latina y África suministran la
materia prima. Es decir, los futbolistas.
Seguimos siendo proveedores de
productos básicos.
Es más: al promediar el siglo XX los Estados Unidos advirtieron la magnitud
del negocio.
Fue así como fundaron un equipo
cuyo nombre era en sí mismo una fantasía hiperbólica: El Cosmos de Nueva York.
Para ponerlo en marcha
contrataron a Pelé, Beckenbauer y Chinaglia, grandes figuras en México 70.
Solo tuvieron que pasar veinte años para que los Estados Unidos
realizaran su propio mundial en 1994.
Ya estaban metidos de lleno en el
negocio.
Pero, siguiendo su destino manifiesto, querían todo el
negocio.
Invocando grandes principios
morales, la pandilla de Infantino le dio el golpe de gracia a los forajidos de
Joseph Blatter y se hizo con el control de la Fifa, un cartel más poderoso que
las Naciones Unidas.
¿El primer resultado? Un mundial
de fútbol en 2026, organizado por Estados Unidos, México y Canadá.
Supongo que, para ser
políticamente correctos, podrán
participar las reservas indígenas de este último país.
Brasil contra los algonquinos,
podría ser un buen plato.
Justo en este punto, Aranguren apura el último
trago de su botella.
Su mirada homicida me dice que será mejor callar o cambiar de tema.
No sé si hablarle del nuevo
gobierno de Colombia pueda ser un buen salvavidas.
PDT . les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada
El que andaba perdido en el mapa, era su vecino Aranguren, pues no habíamos tenido noticias de él hasta que usted lo trajo de vuelta, lo cual se agradece mucho, ya que sus reflexiones cargadas de ironía no tienen desperdicio. Parece uno de esos personajes literarios, una suerte de cronopio que lleva a cuestas su filosofía como único morral de viaje. Debe de ser una ocasión inmejorable charlar con él, y de paso compartir un buen vaso de ron (Tres Esquinas, qué sugestivo nombre). Me corroe la envidia, ja.
ResponderBorrarBueno, no se muera: vívase de la envidia apreciado José, así como yo disfruto con sus crónicas en las que se me agua la boca descubriendo la historia de Bolivía a través de lo más telúrico que tenemos: la gastronomía.
ResponderBorrar"Ya verás como todo se aclara." En esa frase está la esperanza para su amigo, Gustavo, el gran poeta del Tres Esquinas y del Unión Magdalena. Pero esa esperanza convertida en hecho llega, sí, por medio de la selecciones y en los últimos años juveniles de los veintes, creo. Allí es cuando reconocemos a las patrias chicas. Hasta ahora, mis investigaciones sobre el tema, que bien hace en traer el poeta Aranguren de cuando en cuando, por lo menos han reflejado que el hincha de estas tierras le va a un europeo y a un nacional. Tengo un amigo que apoya al Real Madrid, pero también al Cruz Azul, aquel equipo de la Ciudad de México que hace buen rato no gana un campeonato y el cual ya utilizan, los pamboleros de otros equipos, como estrategia para salar a un contrincante. Cruz Azul es sinónimo de salar. Por eso en el juego contra Alemania, en Rusia 2018, los mexicanos regalaron camisetas del Cruz Azul a cuanto aficionado alemán vieron,los "cruzazulearon". Ya sabe la historia, maestro. Alemania perdió 1-0 ante México.
ResponderBorrar" Cruzazulear". Qué maravilla de palabra esa, apreciado Eskimal. Parece hecha a la medida de una maldición gitana. Como aquella de " Te deseo un trasteo".
ResponderBorrarPor lo demás, en la era del mercado y las corporaciones, esa expresión " Patria chica" es todo un anacronismo. Tanto como pedir la mano de una muchacha casadera.