La imagen es de sobra conocida:
Simón Bolívar, libertador de cinco naciones,
escurriéndose desnudo desde el balcón de su amante Manuelita Sáenz, en
un episodio conocido en la Historia
oficial de Colombia con el nombre de “Conspiración
Septembrina”.
Nada más tragicómico que una pareja sorprendida en las urgencias del sexo.
Lo que en principio es privado se
convierte en asunto público y, por lo tanto, susceptible de escarnio.
A desnudar las facetas trágicas y cómicas de nuestra
Historia nacional se consagra el escritor
Antonio Caballero en las
cuatrocientas veinticuatro páginas de su libro Historia de Colombia y sus oligarquías (1498- 2017), publicado en
edición de lujo por el Ministerio de
Cultura y la Biblioteca Nacional de
Colombia.
Son quinientos años y dos décadas
de malentendidos, a través de los cuales constatamos una y otra vez que nuestra historia nacional da vueltas y se repite con otros ropajes en un perpetuo
carrusel del absurdo.
Fue Karl Marx quien anotó que la Historia se vive primero como tragedia y
luego se repite en tono de farsa.
Es decir, que incluso los asuntos
más serios devienen caricatura a poco que uno descorra el telón.
Aparte de un gran escritor,
Antonio Caballero es un excelente dibujante y caricaturista.
Por eso los trece capítulos de su
Historia de Colombia están ilustrados
con imágenes que nos brindan algunas claves del devenir nacional desde el
momento mismo de la llegada de los europeos, hasta estos tiempos en los que la
corrupción, la coima, el consumo y el derroche alcanzaron el estatus de
religión.
Lo de la religión no es solo una metáfora. De hecho, el libro de Caballero está narrado sobre esas claves.
No por casualidad, el primer
capítulo se llama Los dioses y los hombres, al tiempo que el último lleva el título
de Los jinetes del Apocalipsis,
principio y fin de un relato marcado por la estela de sangre que dejan en la tierra la ambición y el despropósito de
los hombres.
Uno a uno, en una suerte de
viacrucis redivivo, el autor desgrana los episodios que nos han marcado como habitantes de un territorio que nunca acaba
de definirse.
Para empezar, los europeos no
descubrieron un continente: tropezaron
con él en su búsqueda de una ruta para llegar al país de las especias. Por eso lo llamaron Las indias,
plantando el primer eslabón de una interminable cadena de equívocos.
A partir de ese momento, ni
América ni Colombia han podido
encontrarse.
Se han mirado en el espejo de
España, de Francia, de Inglaterra primero y de los Estados Unidos
después sin descubrirse jamás.
Paso a paso la ácida pluma de
Caballero desvela las claves de esa suma
de desaciertos. De la búsqueda de El
Dorado a los horrores del narcotráfico y el paramilitarismo. De los esclavos
secuestrados en África a esa nueva forma
de servidumbre llamada globalización. Del sitio de Cartagena a las aberraciones
de los políticos contemporáneos.
Y siempre, en medio, una ilusión
fallida. Un rosario de engaños urdidos
por el poder político y económico: conquistadores, curas, encomenderos,
traficantes de esclavos, caudillos, libertadores, políticos, dueños de
periódicos.
Y siempre la Patria Boba reeditada una y
otra vez en esa obsesión por exterminarnos
unos a otros.
La razón puede ser cualquier
cosa: una idea, un prejuicio, una bandera, un pedazo de tierra, un color de
piel, una mina de oro, un contrato, una ruta para el narcotráfico.
Por ese camino hicimos del crimen
una institución.
Las guerras de independencia
engendraron otras: las de los estados federales, la de los mil días, la de
liberales y conservadores, las de las
guerrillas, las de los narcotraficantes,
las de los paramilitares, las del ejército y la policía.
La Patria boba siempre encuentra la máscara adecuada para cada época.
Y Antonio Caballero siempre
encuentra las palabras precisas para mostrarnos la
dimensión de nuestra insensatez.
Todos los protagonistas de esas
guerras han inventado la manera de justificarse. Por eso el bando al que uno
pertenece siembre es el bueno, mientras
los demás quedan confinados en el batallón de los malos.
Buenos y malos: otra figura
religiosa para simplificar la honda complejidad de nuestros desencuentros.
Los de militaristas y legalistas,
representados en la historia oficial por las figuras de Bolívar y Santander.
Los de creyentes religiosos y
librepensadores. Los de librecambistas y
proteccionistas. Los de campesinos y citadinos.
Siempre hemos tenido una razón a
la mano para marcar al vecino con el sello del estigma.
Escéptico como es, Antonio Caballero
nos regala en este libro una buena dosis de documentación histórica y de humor bien administrado para
ayudarnos a no sucumbir del todo en medio de nuestra interminable saga
de penas y olvidos.
PDT. les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada
Un libro codiciable desde el título, y más aun por como usted lo pinta. Ay, eso de que la Historia deviene caricatura lo vivimos en agosto pasado, en ocasión de las fiestas patrias de Bolivia, cuando insólitamente la medalla presidencial (que lucieron tanto Bolivar como Sucre)fue robada en una calle de la ciudad de El Alto, encomendada para trasladar a otra ciudad, a un edecán militar que, por la demora en el aeropuerto respectivo, resolvió dejar la joya en su mochila y estacionar su auto a unos metros de un prostibulo mientras iba a pasar el rato, urgido de sexo seguramente. En el interín, unos ladrones de poca monta se hicieron con el botín, pero luego por el escándalo suscitado devolvieron intacta la medalla a los dos dias. Para mayor hilaridad, la policia desplegó inmensos operativos, hasta dar con los ladrones y presentarlos cual si fueran terroristas o criminales muy temibles. Todo muy solemne y grotesco a la vez, como una pelicula de un director torpe y pésimos actores. Sin embargo, era la cruda y vergonzosa realidad.
ResponderBorrarUfff... Por un momento pensé que el fulano había pagado la sesión de sexo con la medalla, apreciado José.
ResponderBorrarPor lo demás eso sería un cuadro típico de nuestro ser latinoamericano: muchas de las decisiones que han marcado nuestro errático rumbo se han tomado en prostíbulos... cuando no las toman las putas en persona.
Ja, eso hubiera sido el non plus ultra de la tragicomedia. Llegué a pensar casi lo mismo: que el susodicho oficial estaba sin un peso y tuvo que empeñar la joya como garantía de pago.No faltó algun columnista que tildó el episodio como la "medalla prostituida".
BorrarHistoriador, escritor y dibujante... Caballero está bien dotado para retratar a esos personajes. Seguramente su historia se lee como algo actual, contemporáneo. Es como debe ser. Aquí en Londres todo el mundo anda alborotado ante revelaciones de las presuntas andanzas abusivas de un famoso hombre de negocios, Sir Philip Green. El historiador Tom Holland puso en marcha un desopilante intercambio con sus seguidores en twitter, al apuntar que Green había festejado su quincuagésimo cumpleaños vestido de Nerón, con todos sus invitados llenando roles de la antigua Roma. Otro historiador preguntó quién había interpretado a Sporus, el puer delicatus a quien Nerón hizo castrar antes de casarse con él, supuestamente porque tenía una semejanza física con Poppaea, su segunda esposa, a quien mató a puntapiés porque la insolente le reprochaba que perdiera el tiempo en las carreras. Al parecer, el papel de Sporus en la fiesta habría sido interpretado por la modelo Kate Moss. En fin, imagino que Antonio Caballero disfrutaría mucho contando historias como esta...
ResponderBorrarNi mandada a hacer para la pluma de Caballero la historia esa del señor Green, mi querido don Lalo. Por lo demás, no deja de resultar curioso que se hable de " La Roma de la decadencia", " La Grecia de la decadencia", cuando en realidad las sociedades viven todo el tiempo en decadencia: de eso viven los humoristas.
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