A menudo, la enfermedad suele ser la expresión física de una perturbación moral : lo que los expertos llaman somatización.
Dicho de otra manera, lo que se desajusta en nuestras mentes se expresa en una gastritis, en una alteración cardíaca- iba a decir coronaria pero la palabreja tiene resonancias sospechosas por estos días- en una inflamación del colon, en una erupción de la piel, en una cefalgia, en una afección respiratoria.
Si eso pasa con los individuos algo similar acontece con el organismo de la sociedad y el del minúsculo fragmento de universo que habitamos.
La paciente Gaia de los antiguos.
En la era de internet acuñamos la expresión viral para referirnos a la vertiginosa manera como se multiplican los fenómenos a través de la red.
Ni en el más paranoico de nuestros delirios imaginamos que la naturaleza, la biología, la química se expresarían de la misma manera.
Un enemigo invisible y, por lo tanto, letal, surgió- nos dicen- en la ya no remota China y se expandió por el Mapamundi a un ritmo que nos dejó inermes.
O a lo mejor se trate de un enemigo sólo en apariencia. Quizás la vida pretende decirnos algo que por ahora no entendemos . Estamos demasiado atareados tratando de sobrevivir.
Tal vez se trate de una advertencia acerca del errático camino que hemos recorrido hasta ahora en todos los términos: políticos, sociales, económicos, culturales.
Si lo entendemos así resultaría que estamos ante una oportunidad- acaso la última- para revisar el modelo de la sociedad en su conjunto, empezando por los cimientos que soportan su existencia: la codicia, el egoísmo, el saqueo, la corrupción, el consumo y el derroche insensatos legitimados como razones de vida.
Veámoslo de esta manera: por primera vez en nuestra historia reciente la masa incontable de turistas no pudo lanzarse a invadir playas, páramos, balnearios, hoteles y museos durante los días de Semana Santa.
Y eso es malo, muy malo para la economía.
Pero puede ser bueno, muy bueno para emprender el viaje de regreso a ese completo desconocido que somos nosotros mismos. Esa criatura indescifrable que nos inspira tanto miedo como el Coronavirus.
Por eso huimos de ella a través de los viajes, del entretenimiento, de los pasatiempos.
Tomada de BBC Mundo
¿Notan cómo han cobrado de importancia los pasatiempos, los juegos de mesa a resultas de la cuarentena?
Tenemos una cantidad infinita de tiempo entre las manos y no sabemos qué hacer con él.
Una curiosidad : durante la última semana he recibido decenas de enlaces a artículos de toda laya. También me envían archivos con tratados enteros acerca de los más disímiles asuntos.
Pero nadie me pregunta cómo estoy. He aquí otra oportunidad para ocuparnos del prójimo, del próximo, esa figura despojada de todo valor, a no ser como agente de producción y consumo.
El escritor colombiano Eduardo Zalamea Borda publicó en 1934 una vigorosa novela titulada Cuatro años a bordo de mí mismo, hoy olvidada como tantas otras cosas.
A esta altura del camino, cuando lo más empinado de la cuesta apenas comienza, un viaje al fondo de nosotros mismos- lo que los viejos teólogos llamaban examen de conciencia y contrición de corazón- nos devolvería al mundo más lúcidos y fuertes, más ligeros de equipaje y por lo tanto mejor dotados para reconocer en su pleno valor a los que caminan a nuestro lado.
PDT. les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada
Palabra maldita es'corona' en estos tiempos turbulentos, bien que lo saben los productores de cierta cerveza mexicana que por la coyuntura ha mermado sus ventas significativamente. Ya ve, no solo los trabajadores sanitarios de primera linea son vistos como apestados, en algunos países, sino que también cualquier producto por motivos absurdos o simple coincidencia. A propósito de comportamientos humanos, motivados por la pandemia o vaya uno a saber, hace unos días en mi turno semanal para salir a la calle, cuando hacía las compras en un supermercado (con los altavoces recordándonos que hay que tener cierta prisa porque hay otra gente esperando para ingresar por turnos), vi a un hombre de mediana edad, con toda parsimonia, aplicar un chorro de desinfectante a cada articulo empaquetado que seleccionaba de las estanterías para colocar en su carrito. No sabía si reír o llevarme las manos a la cabeza, preguntándome en qué momento el mundo se había vuelto tan paranoico. Casi estoy seguro que uno de los efectos colaterales del Covid-19 se verá expresado en todo tipo de desórdenes mentales que ingresarán el campo de la psiquiatría, un fenómeno mas o menos a la inversa de la somatización. Y bien resalta usted, estamos ante un fenómeno nuevo, el tiempo nos dirá, valga la redundancia, si había sido mas pernicioso la falta o el exceso de tiempo libre.
ResponderBorrarBueno, apreciado José. El grado de locura es tal, que mucha gente, sin haber salido de casa, se lava las manos varias veces al día o se pone tapabocas para asomarse al balcón, desperdiciando de paso un material que va a necesitar cuando salga a la calle.
ResponderBorrarY en eso tiene mucho que ver la dependencia absoluta de la televisión: sé de personas que no se desconectan del aparato ni cuando están dormidas. Temen que si lo hacen pueden perderse una noticia esencial para la humanidad.
De esa sobreexposición se desprende una carga de confusión y contradicciones más peligrosa que el mismo virus.
Gustavo, parece que es el momento de aturdir con la sobrexposición de la información. Una de las preocupaciones con la red es el control de los algoritmos de distribución de mucha de la información que creemos tomar o seleccionar del big data. Patentar algoritmos, redirigir el mensaje a partir de un análisis de nuestro consumo en lo digital. La idea de la red abierta y libre, pasar de ser un neto consumidor a un prosumidor a veces queda en duda.
ResponderBorrarEl Covid-19 ha puesto en negritas el uso del espacio, las desigualdades, muchas desigualdades cuya existencia están ahí. La falla en las ínfulas del desarrollo. No todos podemos quedarnos en casa, y no todos podemos poner un hashtag para hablar de quedarnos en casa. Hasta dónde nos llega la comunicación. Hasta qué punto nos aleja del otro. En las redes sociales, puras tecnologías del yo, surgen los expertos en pandemias en cualquier momento. Pero no es algo del COvid-19. Es una avidez por el presentismo y la necedad de cargar de atributos a la saturación y la veocidad de la fibra óptica.
Pero también están las relaciones. Internet es otra manera de pensarnos como especie humana, es otra forma de relacionar los procesos cognitivos, de aprender. Y por ese lado, aunque la franja pueda ser muy estrecha, algo se mueve.
Saludos maestro. Espero que se encuentre bien.
Como siempre, bienvenido a este vecindario, apreciado Eskimal. Esto se parece cada vez más a un capítulo inédito de Dimensión desconocida: silencio, oscuridad, miedo, murmullos... y millones de televisores parpadeando sin cesar, como si se comunicaran entre si en un lenguaje cifrado que nuestras mentes no alcanzan a captar.
ResponderBorrarY por una autopista paralela circula enloquecida la avalancha de información que usted menciona, utilizada por el poder para manipular aún más las mentes.
Eso mismo hace necesaria la búsqueda constante de lucidez que nos permita mantenernos despiertos en medio del caos. Hay mucho malandrín ahora pescando en el río revuelto de la virtualidad y de la materialidad.