martes, 23 de marzo de 2021

Y Don Juan se hizo a la mar

                                                                 


                                                    

A  los  once años, mi único contacto con la poesía habían sido  esos versos almibarados y plagados de  moralinas dirigidos más a aconductar  y controlar el pensamiento que a propiciar su liberación.

Hasta que llegó Miriam, a quien Dios tenga en su gloria donde quiera que se encuentre. Era nuestra profesora de Música en el colegio Deogracias Cardona  de Pereira. Entre solfeos, negras, blancas, corcheas y semifusas, un día puso en mis  manos dos casetes. Por uno de esos misterios que a menudo definen el curso de nuestra existencia , me eligió como destinatario de un puñado de canciones interpretadas por un tipo de voz entrecortada, mas bien asmática, que se acompañaba de una guitarra.

Eran los versos de don Antonio Machado y de Miguel Hernández. Al comienzo no les presté mayor atención. Pero una tarde de domingo sin fútbol tropecé con esta imagen: “ Al fin una pulmonía/ mató a don Guido  y están/ las campanas todo el día/ doblando por él/ tin tan”. Ese fue el inicio de una historia de amor que no cesa de crecer.


De modo que  eso era la poesía: los eventos de la vida  cotidiana trasplantados a otra dimensión. Guiado por el instinto,  el lunes siguiente  me robé de la biblioteca “Ramón Correa Mejía”, entonces ubicada en  el edificio de la alcaldía y dirigida por el escritor  Silvio Girón Gaviria, una Antología Poética de  Machado, publicada en una colección de Editorial Salvat.

Todavía  conservo el ejemplar: es mi cuerpo del delito.

El milagro  apenas empezaba .  En una de sus páginas leí : “No sé si era un limón amarillo/ o el hilo de un claro día/ lo que tu mano tenía/ Guiomar en dorado ovillo/ tu boca me sonreía” y el mundo- mi mundo- siguió ensanchándose.

Cuando mi  madre me descubrió en esas    andanzas su desazón  no pudo ser mayor:  ella esperaba para mí un destino de médico, como el de sus queridos primos Marín Grisales. Pero eso de la poesía  se inclinaba peligrosamente hacía la locura, el robo callejero o cosas peores.



Pero la suerte estaba echada. Ese mismo año de  1972  , durante una visita a la casa de un compañero de estudio llamado Pedro Vicente Ramírez , se cruzó en mi camino un disco de larga duración de tapas amarillas, cuyo autor resultó ser el mismo fulano   que interpretaba con voz quebrada los poemas de Machado y Hernández.

Con una diferencia: en este caso, a excepción de Vencidos, un homenaje al poeta León Felipe,  toda las canciones eran de  su autoría.

Recuerdo la tapa del disco: con el pelo en hombros y mirada desafiante, Joan Manuel Serrat le presentaba al mundo- así lo pienso hoy- su declaración de principios, basada en  una fe absoluta en la belleza como camino para conocer el universo y para reconocerse en él. La belleza que igual puede cruzar una canción de amor, la descripción de un paisaje o una toma de conciencia política.

Ustedes ya lo han adivinado: el disco se llama Mediterráneo, y medio siglo después sigue más vigente que nunca, porque esa es una de las bondades de la poesía: su capacidad de trascender el tiempo y nombrar de manera distinta el mundo, adaptándose a los ires y venires de las generaciones.



En Mediterráneo uno encuentra un amplio espectro de inquietudes: desde crónicas como Pueblo Blanco, hasta declaraciones de amor de la índole de Lucía, o tributos a la hija que parte de casa en Qué va a ser de ti, pasando por la sencillez de las cosas irrecuperables en  Aquellas pequeñas cosas o la ironía  de Tío Alberto, hasta llegar  al poema que le da el título  al álbum, toda una afirmación de identidad construida  a partir de la recreación lírica  de los paisajes amados.

“Qué le voy a hacer si yo/ nací en  Mediterráneo”, nos dice Serrat  al cierre de una canción que, como toda vida, transcurre entre el alba y el crepúsculo, en una travesía que nos hace a todos parientes del infatigable Odiseo en su búsqueda del camino de regreso a Ítaca.

Devoto lector de la poesía del Siglo de Oro Español, así como de las generaciones del 98-  la  de la Guerra de Cuba- y la del 27- la de La guerra civil española- Joan Manuel Serrat no tardó en convertirse en compañero de viaje de varias generaciones. Su posición política de izquierdas- que  le valió el veto de las dictaduras de Franco, Videla y Pinochet-, su amor por  los buenos vinos- en su madurez se convirtió en propietario de viñedos-  y su pasión por el Fútbol Club Barcelona dan cuenta de su decisión  de  transitar siempre por el  sendero  más amable de la  vida.

“ En realidad, lo que me empujó a tomar la guitarra y cantar fue la idea de que así podía  tocar con más facilidad el culo a las muchachas”, le respondió  Serrat a  mi hermano, el periodista Juan Carlos Pérez Salazar, en una entrevista para el periódico El Mundo de Medellín, durante una de sus muchas   visitas a Colombia.

No sé , pero  sospecho que  a buena  parte de mis amigos- empezando por el entrevistador de marras- y a mí por supuesto, las canciones de  Serrat  también nos han permitido  tocar con mayor facilidad el culo a algunas muchachas.


PDT . les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada

https://www.youtube.com/watch?v=_w2WOHs9wG4&list=PLXiBcUq7qvxNObSb-ogeqGpnJi8nMncxn

6 comentarios:

  1. Gustavo, deberias devolver el libro a la biblioteca. Si lo vuelves a necesitar hasta te lo prestan.

    ResponderBorrar
    Respuestas
    1. Lo he pensado varias veces, pero como el infierno está empedrado de buenas intenciones...

      Borrar
  2. Yo descubrí la belleza el día que leí esto:

    “Me moriré en París con aguacero,
    un día del cual tengo ya el recuerdo.
    Me moriré en París – y no me corro –
    tal vez un jueves, como es hoy de otoño.”

    Lloré como un pendejo, según creo (tal vez sea un falso recuerdo, que sigo asociando a la imagen de César Vallejo). Antonio Machado, cuyos versos conocí, como tú, gracias a Serrat, fue otro descubrimiento luminoso. Hace un par de semanas, un amigo con quien hablábamos de ciertas arbitrariedades de los escritores, me recordó un poema del otro Machado, Manuel,

    “Por la terrible estepa castellana,
    al destierro, con doce de los suyos
    —polvo, sudor y hierro—, el Cid cabalga.”

    Me dijo que Borges había recordado el poema, Castilla, cuando le preguntaron sobre Antonio Machado: “No sabía que Manuel Machado tenía un hermano”. Convinimos que era una boutade muy de Borges, ya que Antonio fue un icono de la izquierda, mientras que el franquismo reivindicó a Manuel. Gracias por tu evocación, Gustavo.

    ResponderBorrar
    Respuestas
    1. Los dos Machado son grandes poetas, mi querido don Lalo. Lo otro es la mala intención de valorar la poesía por las fobias o filias ideológicas de quienes la escriben.

      Borrar
  3. A propósito de Vallejo, hace unos años, fui a Paris a entrevistar a cierta cabrona, y paseando cerca del hotel encontré una placa diciendo que allí había vivido el peruano. Gran emoción gran.

    ResponderBorrar
    Respuestas
    1. Por lo menos para quienes amamos la poesía, esos sitios son lugares sagrados, mi querido don Lalo. Son los lugares donde acontece el acto creador que, en muchos sentidos, nos redime.
      De nuevo, mil gracias por el diálogo.

      Borrar

Ingrese aqui su comentario, de forma respetuosa y argumentada: