Hasta el día en que, uno a uno, los gobiernos del mundo empezaron a decretar confinamientos por la pandemia de Covid- 19, la palabra cuarentena, igual que el vocablo peste, hacía evocar siglos remotos, relacionados en nuestra imaginación con tiempos de oscurantismo y dominio de la superstición.
En cualquier caso, nos resultaba imposible ubicarlas en el presente, y mucho menos en el futuro.
De modo que todo fue como un mazazo repentino. De un momento a otro estábamos encerrados en casa- incluso los que no la tienen fueron llevados a la fuerza a “ hogares de paso”- sin saber muy bien lo que nos aguardaba en lo inmediato.
Como una reacción refleja, nos aferramos al recurso de Internet, una suerte de divinidad profana que nos salvaría del aislamiento y la parálisis.
Fue así como empezamos a hablar de clases virtuales, de teletrabajo, de la “nueva familia”, de nuevos usos de las redes sociales y hasta de liturgias y funerales transmitidos a través de la internet.
Según los que investigan esas cosas y hacen encuestas para todo, el intercambio sexual a través de las pantallas se incrementó hasta el delirio.
Al comienzo el asunto funcionó como solución desesperada. Sobre todo para los artistas de la música y el teatro supuso la posibilidad de mantenerse en contacto con los públicos. Incluso, a pesar de que en un principio se ofrecieron funciones gratuitas, al poco tiempo se encontró la manera de cobrar para mitigar en algo las necesidades de supervivencia.
Empecé a sospechar que la cosa andaba mal cuando me sentí a ver un juego del alicaído Barcelona. Desde luego, las tribunas estaban vacías, como correspondía a las medidas tomadas. Al promediar el partido, el inefable Messi marcó uno de esos goles suyos que lo hicieron favorito de los dioses. Siguiendo un viejo instinto, El diez corrió hacia las tribunas dispuesto a celebrar y se encontró con una viva estampa de la desolación : nadie respondió a su alegría con gritos, cantos, tambores y agitar de banderas azulgrana. Desconcertado, miró a sus compañeros y estos no sabían si abrazarlo o no. Después de todo, corrían el riesgo de ser sancionados, ya no por el juez central, si no por las autoridades sanitarias.
Desde ese día decidí no ver más partidos de fútbol hasta que el público- es decir, la fiesta, -volviera a las graderías.
Al fin y al cabo, el deporte es puesta en escena , ritual revestido de profundos simbolismos. Tanto, que escritores, poetas, filósofos, sociólogos y antropólogos se han encargado de mostrarlos y cantarlos en detalle. Fue Elías Canetti quien señaló que durante el partido el público- los feligreses- le dan la espalda a la ciudad y centran toda su atención en el ritual que los deportistas- sacerdotes-ofician en la cancha. Es así como se produce la transmutación del caudal de energía positiva y negativa acumulada durante la semana.
En el espectáculo como ceremonial, el gol deviene acto de comunión, igual que los gestos y palabras del oficiante en la misa o del actor en el teatro.
Así que, durante la primera fase del confinamiento, deportistas y aficionados se extrañaron por igual. Poco importó que las empresas de radio y televisión, ansiosas por recuperar el ritmo de sus ganancias, apelaran a la farsa del sonido ambiente pregrabado, con el fin de crear la ilusión de la ceremonia en vivo. Pero sucedió como en las malas comedias norteamericanas enlatadas para televisión, que utilizan risas pregrabadas con el fin de estimular la hilaridad del público, pero siempre les sale al revés : el truco provoca desconcierto y acentúa la sensación de ridículo.
Fue en ese momento cuando mi hija, que estudia artes escénicas y desde su niñez profesa una genuina devoción por el teatro, me recordó la similitud.
"Pasa igual cuando transmiten una obra de teatro por internet", me dijo. "Uno prepara la obra, ensaya, se equivoca, acierta, repite el ensayo, hasta que se aproxima un poco a lo deseable. El director , los técnicos y los tramoyistas cumplen con lo suyo y los actores saltamos a las tablas convencidos de que lo estamos haciendo bien… hasta que alguien prende la cámara y la magia se desvanece. La diferencia es elemental: la obra se prepara para ser puesta en escena frente a un público presencial, que al final aprueba o reprueba. Al contrario, la cámara crea una distancia, que de inmediato enfría la atmósfera y paraliza las emociones, algo vital para que la obra salga bien. Lo resumo: una obra de teatro al frente de una cámara no es teatro sino televisión. Por eso el público se desconectaba tan rápido durante las funciones virtuales".
En este punto de su reflexión, pensé en la expresión entre perpleja y abrumada del pobre Messi y de sus compañeros: su rito era oficiado en el centro mismo de la nada. O lo que es lo mismo: para nadie. Por eso entendí tan bien cuando, al anunciarse el retorno a las clases presenciales, mi hija empacó sus maletas y salió a toda prisa para su universidad.
Después de una espera que se le antojó interminable, al fin hay vida en las tablas.
PDT. Les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada.
https://www.youtube.com/watch?v=4TN9x3M23GY
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