La lógica de la guerra es simple y eterna: los políticos encienden
la chispa, los militares y los medios de comunicación atizan el fuego, los
empresarios hacen negocios y, en el
medio, combatientes y civiles mueren
destrozados por las bombas o enloquecen como única manera de soportar el
horror.
Es un callejón sin salida que sólo puede conducir a otro callejón sin salida. Un juego de espejos enfrentados: el laberinto perfecto
presentido por los poetas y soñado por una divinidad perversa. Dicho de manera
más prosaica, por la máquina de matar que es , en últimas, toda forma de poder.
El escritor norteamericano Joseph Hellers se propuso desmontar las
piezas de esa máquina para desnudarla en toda su brutalidad. Para ello, hizo de
su experiencia en el frente material literario. El resultado es Trampa 22, una novela que desde su
publicación no ha cesado de cobrar dimensiones legendarias. Estamos en la Segunda
Guerra Mundial. Desembarcados en Europa, los Estados Unidos de América
reafirman su dominio planetario con el
noble pretexto de preservar la paz, la libertad y la democracia… aunque en
realidad, como sucede con todos los imperialismos,
sus intereses apunten en otra dirección.
Los protagonistas de la historia tienen como base a Pianosa, una
pequeña isla italiana en el Mar
Adriático, desde donde parten a cumplir las misiones rutinarias de toda guerra:
destruir puentes y pistas de aterrizaje del otro bando, bombardear aldeas, plantar banderas y capturar o matar enemigos
para reforzar las estadísticas de los
altos mandos . En suma, la contabilidad de la muerte.
Todos los personajes son militares
y están desquiciados. Se llaman Cathcart, Aarfy, Korn, Dreedle, Joe el Hambriento Kraft, Jefe Avena Loca, Milo o Yossarian. Este
último viene a ser la conciencia de todos los demás, atareados como están en una pugna sin tregua con
las propias ambiciones que los conducen
a luchas internas en las que el odio y la envidia suelen ser tan letales como
el enemigo que responde con baterías
antiaéreas.
Luego de descubrir el absurdo de la guerra y su entramado de falsos
ideales, empezando por la dañina noción de patria, Yossarian decide que el único pretexto noble
en las trincheras se reduce a la lucha
por la propia supervivencia. A partir de
ese momento tendrá que concentrar todas sus fuerzas en
mantenerse lejos del alcance del
enemigo, de los superiores y de los compañeros de filas. Eso para no hablar del combate con los
demonios interiores: el sexo, el miedo, el resentimiento. De ese modo comprende que el enemigo más
letal no está en el otro bando sino en las entrañas de su propio contingente,
en las altas jerarquías del ejército, en
el poder abstracto que gobierna su país.
A su manera, todos han mirado de frente los ojos de la bestia y
después de eso nadie vuelve a ser el mismo. Todos han sido tocados sin saberlo
por la certeza del absurdo. Esa lucidez es lo más parecido a lo que Yosssarian
siempre sospechó que era la locura.
¿ Qué hacer entonces cuando
uno está loco y todos los que le rodean también lo están? Simple: fingir que se está cuerdo. Generales,
tenientes, cabos, coroneles y soldados rasos van como almas en pena tratando de
prolongar la vida un minuto, una hora, un día, acaso una semana y nada más.
Después de tanto matar y ver morir, al fin han comprendido lo que ya
sospechaban los viejos sabios: que la eternidad puede caber en un segundo.
Para alcanzar algo de sosiego apelan a los recursos ya conocidos: la
oración, el sexo, el whisky barato, los escasos momentos de camaradería. Pero
esos consuelos duran poco. Mientras su país perfecciona la máquina de matar,
ellos se vuelven más cínicos, más escépticos, más crueles, con la crueldad
amoral propia de la gente enfrentada a
situaciones extremas. Para ilustrarnos sobre los límites a los que conduce ese
estado del alma, el narrador no ahorra descripciones como esta:
(…) Un chico con una fina
camisa y unos finos pantalones
andrajosos salió de la oscuridad, descalzo. Tenía el pelo negro y necesitaba un
buen corte, zapatos y calcetines. Su rostro era enfermizo, pálido y triste. Sus
pies hacían ruidos suaves, horripilantes, chapoteantes en los charcos de la
acera y su pobreza inspiró a Yossarian una piedad tan profunda que sintió
deseos de machacar con el puño aquella cara pálida, triste y enfermiza porque
le traía a la memoria a todos los niños pálidos, tristes y enfermizos de Italia
que aquella misma noche necesitaban un corte de pelo, zapatos y calcetines. Le
hizo pensar en todos los tullidos, en los hombres y las mujeres con hambre y
con frío, y en todas las madres pasivas, atontadas y entregadas que aquella
misma noche amamantaban a sus hijos con ojos catatónicos y las heladas ubres
animales al aire, insensibles a aquella lluvia glacial. Vacas(…)
Todos esos seres también están sometidos por la Trampa 22, ese colosal aparato burocrático en el que cada uno de
los eslabones de la sociedad es parte de una cadena que acaba por alienar a la
gente de si misma. ¿Pero qué es la Trampa 22? . Sorteemos la tentación
fácil de decir que es un artefacto de
estirpe kafkiana. Digamos más bien que la Trampa
22 es la esencia del sistema. Es una
forma de sometimiento que se basta a si misma, como un animal enloquecido que se muerde la cola.
Veamos el ejemplo que nos propone el
narrador: uno de los artículos del
reglamento militar establece que los
combatientes tienen derecho a regresar a casa después de cumplir un número
determinado de misiones… salvo que el superior inmediato o una instancia más
alta decidan lo contrario, lo que quiere decir que el regreso no se producirá
nunca, porque siempre habrá alguien con
potestad para incrementar hasta lo infinito el número de misiones. La novela
abunda en trampas como esa.
Pero es apenas un ejemplo. En
la práctica, todas las acciones están determinadas por ese tipo de lógica. Por
eso todos enloquecen : los militares, los civiles, los gobernantes que ni
siquiera tienen control sobre sus decisiones, porque el poder es un mecanismo
ciego que tritura cuerpos y almas en una secuencia infernal que sólo el
desquiciamiento total puede conjurar. Eso explica que, de principio a fin, la
novela sea un torrente de situaciones disparatadas y un desfile de
personajes alucinados. Esa es la otra trampa,
en la que parecen haber caído tantos críticos y lectores: creer que el objetivo
del relato es provocar hilaridad a
partir del encadenamiento de situaciones desopilantes. En realidad , lo
que pretende es arrojarnos de pies y manos en el abismo de la guerra, en la
dimensión precisa de sus pesadillas.
Para que no olvidemos el talante de esas pesadillas, el narrador nos empuja a situaciones como esta, que nos
describe la agonía de uno de los personajes:
(…) Pero Snowden siguió
meneando la cabeza y señaló la axila con un movimiento de barbilla apenas
perceptible. Yossarian se inclinó para mirar y descubrió una mancha de color
extraño que atravesaba el mono justo por encima de la sisa del traje protector.
El corazón le dejó de latir y a continuación le golpeó con tal violencia en el
pecho que a duras penas podía respirar. Snowden estaba herido por dentro del
traje protector. Yossarian le arrancó los automáticos y se oyó gritar
desgarradoramente cuando las entrañas de Snowden rodaron hasta el suelo en un
montón apelmazado y chorreante(…)
Eso es lo que deja la guerra. Toda guerra : despojos. Muertos
definitivos y muertos vivientes. Yossarian lo entiende de esa manera :
(…) También él tenía frío,
y temblaba sin poder controlarse. Notó que se le ponía carne de gallina al
contemplar, desalentado, el macabro secreto que Snowden había desparramado por
el sucio suelo. Resultaba fácil interpretar el mensaje de sus entresijos. El
hombre es materia: en eso consistía el secreto de Snowden. Arrojadlo por una
ventana y caerá. Prendedle fuego y se quemará.
Enterradlo y se pudrirá, como
cualquier otro desperdicio. Una vez desaparecido el espíritu el hombre es
basura. En eso consistía el secreto de Snowden. La madurez lo es todo(…)
Y en eso consiste el secreto de esta novela: la risotada que surca
sus quinientas noventa páginas nada tiene que ver con la risa dichosa de
otras historias. Lo suyo es el furor demoníaco de quien está obligado a mirar lo
innombrable con los ojos bien abiertos
porque ha caído en una trampa mortal.
PDT. les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada:
https://www.youtube.com/watch?v=7heXZPl2hik
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