“Todo lo que sé de la vida
Lo aprendí del fútbol”
Albert Camus
En lo tocante al fútbol, debo ser el apóstata que más veces ha renegado de
sus propias blasfemias.
He despotricado en todas partes contra el cartel mafioso de la Fifa y sus
cada vez más frecuentes bellaquerías, como esa de cambiar los meses
tradicionales del mundial, para satisfacer las exigencias de sus más recientes
socios, los jeques cataríes. He fustigado
las componendas de empresarios, dirigentes, directivos, entrenadores,
periodistas deportivos venales y canales de televisión que se inventan torneos
a cada rato para vender publicidad y derechos de transmisión sin importar que
los futbolistas terminen desechos por la cantidad de partidos jugados. He
discutido con padres de familia parásitos que convierten a sus hijos en
mercancías y los obligan a ingresar a escuelas de fútbol que surgen por todas
partes, con la esperanza de transferirlos a una liga poderosa de Europa o a un
club local que los proyecte hacia el exterior.
Pero todo eso se viene abajo cuando veo un grupo de niños- a menudo más de
once por equipo- correr detrás de una pelota en medio de una polvareda o
chapoteando entre el fango en medio de la lluvia.
Casi siempre las porterías están armadas con piedras o con la ropa de los
jugadores. La pelota puede estar medio desinflada, pero cuando alguno logra
escabullirse entre el coro de rivales que gritan “¡Cójalo, cójalo!”, como si se tratara de un ladrón callejero,
siento que esos chicos se acercan sin saberlo a una forma de redención.
Aparte de eso, soy un devoto de los torneos de barrio y de vereda: los
últimos reductos de quienes juegan por el simple placer de hacerlo. En ellos
participan desde adolescentes flacos y talentosos como Cruyff hasta
cincuentones de barrigas prominentes como el Maradona de su etapa final. En el
entretiempo recuperan calorías atiborrándose de golosinas de sal. Si hace calor
se hidratan con cerveza y si el frío arrecia lo hacen con aguardiente, ron o
Whisky, depende del bolsillo de los oficiantes.
Porque lo único claro es que estos tipos son dichosos cuando se reúnen a
oficiar el viejo rito de la pelota que, según cuentan los viejos cronistas, se
remonta a los aztecas antes de la llegada de los europeos.
Me conmueve ver rodar un balón calle abajo y, una fracción de segundo
después, la carrera de un niño que lo persigue como a un pájaro fugitivo,
tratando de impedir el predecible y ruidoso final del muy esquivo bajo las
ruedas de un camión conducido por un
miope o por un fulano que odia el fútbol.
Hace unos años me hice invitar a uno de esos torneos de veteranos gozosos.
Se jugaba en una de esas canchas en las que el césped escasea en el área grande
y se convierte en rastrojo en los lugares menos transitados por la tropa. Después de tres partidos, mi saldo personal
fue escuálido: ni un gol y un severo esguince de tobillo que me obligó a andar con
muletas durante dos semanas.
El dictamen médico fue lapidario: “Mi
amigo, usted ya no está para estos trotes; mejor dedíquese al futbolín o
cómprese una consola de video juegos”, sentenció el matasanos. Soy de la era predigital y el
futbolín siempre me pareció patético. Así que, en busca de consuelo, me dirigí como un peregrino a mi biblioteca y emprendí una selección de revistas y de
libros que hablan de fútbol. Guardo como un tesoro un puñado de ejemplares de
la revista argentina El Gráfico en
sus días de gloria. En sus portadas me topé con viejos conocidos: esos locos
geniales que fueron el arquero Hugo Gatti y el puntero derecho René Orlando
Houseman o los hermanos Néstor y Héctor Scotta- de nombres homéricos-,
goleadores en equipos distintos. También estaban el River de “El Beto “Alonso y “El Pinino” Mas o el Huracán de Menotti, ese cruce de futbolista,
filósofo, poeta, militante comunista y fumador suicida.
A menudo, me encuentro con grandes jugadores que llegaron después al fútbol
colombiano. Los arqueros Raúl Navarro, Alberto Pedro Vivalda o Juan Carlos
Delménico; defensores como Óscar Cálics, mundialista en 1966; volantes talentosos
de la estirpe de Jorge Hugo Fernández o goleadores de la talla de Corbatta,
Prospitti, Devani, Lallana, Irigoyen o Palavecino.
Y a su lado los libros, claro, empezando por "Siento ruido de pelota", del uruguayo Diego Lucero; los salmos de Vinicius de Moraes a su amado
Botafogo y al gran Garrincha; Eduardo Galeano y su amorosa ironía política ;
Osvaldo Soriano y sus impagables “Memorias
del míster Peregrino Fernández y otros relatos de fútbol”; Juan Villoro y
su particular teofanía donde “Dios es
redondo”; Martín Caparrós y su entrañable Historia de Boca Juniors
titulada, así sin más, “ Boquita”.
Pero hay más: la novela "El miedo del portero ante el penalti”, de Peter
Handke; las lecciones de táctica y estrategia de Johan Cruyff; las reflexiones
de Albert Camus sobre su época de arquero; el reportaje de Ernesto Sábato
acerca de su paso por las divisiones inferiores de Estudiantes de La Plata; los
cuentos y ensayos de Jorge Valdano , puntero derecho de gran suceso en River,
el Real Madrid y la selección campeona en México 86 , aparte de algunas
crónicas del colombiano Alberto Salcedo Ramos.
Cuando se acerca la Semana Santa, las abuelas sacan del armario sus mejores
vestidos negros o de medio luto; desempolvan su colección de camándulas y
rosarios, preparan los cirios para la bendición del obispo y se aprestan para
recibir la manifestación de la divinidad.
Siguiendo esa ruta yo, que también soy devoto, cuando se aproxima el
mundial de fútbol desempaco mi pequeña colección de libros y revistas
litúrgicos y me preparo para recibir en comunión a la querida pelota; no
importa que los rufianes de la Fifa desempeñen tan bien su rol de mercaderes
del templo.
Este año, por ejemplo, espero que el gran Lio Messi gane al fin su mundial
y descanse en santa en paz en las playas de Barcelona.
PDT:
Les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada:
https://www.youtube.com/watch?v=-9f24o5V60k
Disfruta, disfruta, campeón de la palabra y el ejemplo. Abrazo. L
ResponderBorrarSabía que el fútbol- esa pasión común- lo traería de nuevo por estos pagos, mi querido don Lalo. Un abrazo y mil gracias por los buenos deseos.
ResponderBorrarGustavo
Pasión fervorosa y esencial en la cuerda de un destino marcado con las trayectorias de los balones y la emociones descritas en tantos comentarios, reflexiones de escritores, narrativas acerca una lucha a las patadas sobre un territorio, unas veces sagrado y en otras solo imagen mental, con huecos y la yerba que florece con la esperanza de un gol y marchita con la derrota, aunque se riegue luego con la esperanza del goce y la historia que nos queda. Todo eso rueda en tu memoria y se enreda entre la mía con dolores del pie roto.
ResponderBorrarQué belleza de comentario. Mejor dicho: de epístola a los emisarios de la buena nueva de la pelota que encanta, al tiempo que hace gozar y sufrir a la vez, como todas las pasiones de este mundo.
BorrarMil gracias por la conversa.
Gustavo
Hola profe, qué bello leerlo y tomar nota de esos textos. Compartiré esta belleza con los Troncos Mall-Star, un equipo de amigos cerveceros que entre botellas juegan al fútbol, en la cancha se ríen y lloran de lo que ya no pueden hacer y al día siguiente la cojeadera se los recuerda. Pero ellos ahí siguen, dándole a la vida a través de la pelota.
ResponderBorrarQué maravilla de nombre ese de los " Troncos Mall- Star", mi querida Diana. Parece sacado de un cuento de Osvaldo Soriano. Malestar es lo que siente uno cuando yerra una de esas oportunidades en las que " es más difícil botar el gol que hacerlo", según reza un antiguo dicho futbolero.
ResponderBorrarPor favor, salude de mi parte a esos tercos malestarosos: profesamos la misma religión.
Como siempre, me alegra mucho tener noticias suyas.
Un abrazo y hablamos,
Gustavo
Necesitaba este texto para volver del todo tocayo. Andaba muy "agüitado", como dicen acá en México, porque la decepción de no escuchar un apoyo fuerte por parte de jugadores de la Selección ante el paro nacional del año pasado, y luego quedan fuera del mundial por el hecho de hacer más publicidad que otra cosa. Pero este texto me recuerda que el fútbol es más que esos 22 jugadores. Es mucho de las jugadores de micro, campeonas mundiales, y las del Sub17, subcampeones mundiales, y es la felicidad, sin explicación alguna, de patear un balón, tenga o no tenga destreza al pisar la cancha y sentirse sobrecogido, ya sea una cancha de barro o improvisada en el estacionamiento del barrio. Me alimentaré de muchos juegos y lecturas. Ah, tocayo, le faltó citar Fontanarrosa y bueno, permítase unos partidos en videojuegos. A veces son buenos para soñar que uno es capaz de hacer una bicicleta, rematar de chilena y meterle tres goles al portero del Real Madrid.
ResponderBorrarAh, bueno. Parece que las propiedades milagrosas del fútbol hacen volver personas del más allá, mi querido tocayo. Faltaron Fontanarrosa y muchos más: son legión, como los demonios del Antiguo Testamento. Y tranquilo, consuélese con los videojuegos si eso lo pone por un momento a salvo de tantas decepciones juntas.
BorrarMil gracias por el diálogo.
Gustavo