¿Quiénes son esos tan distintos y tan parecidos a nosotros, que nos
atacan o se matan entre si? Es la primera pregunta que nos hacemos ante el
advenimiento de la fatalidad encarnada en una legión de guerreros dispuestos a
borrarnos de la faz de la tierra.
Aunque, a menudo, nos corresponde el papel de ser la fatalidad de
otros que se hacen la misma pregunta.
En el intento de responder a esa pregunta, nos acostumbramos a
hablar del “alma” europea, china, alemana, japonesa o norteamericana.
Rara vez hay acuerdos. Unos ubican el alma nacional en la
organización política. Otros en el modelo económico, unos cuantos en la música
y la religión y todos en la cultura.
El continente del que hacemos parte, nombrado así en honor a Américo
Vespucio, no es ajeno a esa condición. La pregunta surge una y otra vez desde
el Río Grande hasta la Tierra del Fuego. ¿Quiénes somos? ¿Qué nos une? ¿Qué nos
diferencia? En suma: ¿ Existe algo que, con fundamento, pueda llamarse América
Latina?.
Aventurarse a responder implica establecer líneas comunes entre un
guatemalteco y un argentino; un brasileño y un chileno; un nativo de Martinica
y un boliviano. Eso para no hablar de la pregunta por lo que significa ser
mexicano o colombiano.
A lo largo de nuestra historia hemos intentado hallar la respuesta.
Por supuesto, cuando creemos haber dado con ella, no puede más que conducirnos
a otras preguntas. En esa búsqueda, se han escrito y publicado cientos de
libros: excelentes, buenos, regulares, malos y absurdos. Por eso resulta tan
grato encontrarse con la obra Mariposas
amarillas y los señores dictadores, América Latina narra su historia, de la
investigadora alemana Michi Strausfeld (1945), publicada en 2021 por el sello Debate.
Filóloga de profesión, Michi Strausfeld sabe que los orígenes de todas
las literaturas son inciertos. Eso es lo que hace tan fascinante el oficio de
seguir su estela hasta encontrarse con una madeja de mitos y leyendas que
siempre remiten más atrás en el tiempo.
De entrada, la autora fija el umbral de su obra en los confines del
mito. La mariposas amarillas que anuncian la presencia de Mauricio Babilonia en
Cien Años de Soledad hace tiempo
trascendieron los límites del libro: pertenecen a esa dimensión de misterio que
identifica a la gran poesía, desde los aborígenes hasta nuestros días, cruzando
las literaturas de los cinco continentes.
Si el lector quiere, puede toparse con esas mariposas en Las Mil y una noches, en el Marte de Ray
Bradbury, en el Antiguo Testamento,
en El Quijote o en Alicia en el país de las maravillas.
Después de todo, su reino no es de este mundo y sus únicas leyes son las de la
imaginación.
Piedra del sol
Con esa certeza, la investigadora se plantea un gran desafío:
descifrar y ayudarnos a descifrar algunas claves de la existencia en este lado
de la tierra, tan exuberante y disparatado que, según la ensayista venezolana
Susana Rotker, obligó a los escribas de los primeros conquistadores a
inventar un género literario que al
menos se acercara a su desmesura: la
crónica. Por el momento, esas claves no
las buscará en los tratados de historia, tan útiles en otras circunstancias.
Michi Strausfeld se propone escuchar la voz de los escritores de estas tierras,
desde los tiempos precolombinos hasta los más recientes autores, abrumados por
violencias y corruptelas de toda laya que descomponen y desangran a sus países.
Así que se remonta a las cosmogonías consignadas en la Piedra del Sol, ese monolito que no cesa
de alentar nuevas interpretaciones. Poetas, narradores, sacerdotes y cantores
han creido encontrar allí el destino cifrado del continente, oscilando siempre
entre el anhelo de hacerse uno con el sol y el llamado de la parte más sólida
de la tierra: la piedra.
A partir de ese punto asistimos a un viaje que nos llevará por la Selva Lacandona- la de los mayas y la
del Subcomandante Marcos, la Centroamérica
de los hombres de maíz y de los pandilleros de la Mara Salvatrucha y Barrio 18,
hasta alcanzar la tierra de Simón Bolívar y José de San Martín, la del Gaucho
Martín Fierro, de Carlos Gardel y Diego Maradona, los últimos mitos que le dan
algún sentido a la eterna desazón de los argentinos y, en buena medida, la del
continente entero.
¿Y dónde dejamos al Caribe? Dirán los lectores, en sintonía con las
preocupaciones de Michi Strausfeld. ¿Qué tan latinoamericanos son esos pueblos,
resultado de la convergencia de indígenas como los taínos, negros esclavizados
en África, piratas ingleses, franceces y neeerlandeses, exiliados de oriente
medio, misioneros y aventureros españoles, aparte de otras tantas sangres
mezcladas y vueltas a mezclar?
Bueno, esa es la cuestión: hallar la conexión entre un nativo de las
Bahamas y un vaquero de los llanos
orientales de Colombia. Eso es lo que nos plantea la autora alemana en su
libro. Por lo pronto, ya lo advirtió de entrada en la presentación, no por
casualidad subtitulada Novelas que
escriben la historia. Así que no se trata sólo de autores que escriben una
historia. Lo suyo es la reescritura de la historia en clave de ficción. Ese
recurso, ya lo sabemos, les permite a los escritores volver de revés los
archivos de los expertos para adentrarse en un mundo lleno de riesgos , sin más
instrumentos que una sarta de metáforas.
Las mariposas amarillas
entre ellas, claro. La otra es la figura del poder y su manifestación terrenal
más mortífera y deleznable a la vez: el dictador. A caballo entre el profeta,
el místico y el criminal a secas, los dictadores han dejado su impronta de
miedo y dolor en todos los caminos de este continente. Basta fijarse en la
cantidad de monumentos levantados en las plazas a la memoria de hombres cuya
marca distintiva es la sinrazón. Desde la aldea más pequeña hasta metrópolis
como Ciudad de México, Buenos Aires o Sao Paulo, la figura en bronce de
patriarcas armados con sables y pistolones es omnipresente. El mexicano Santa
Anna y el nicaragüense Somoza; el dominicano Trujillo o el argentino Perón; el
paraguayo Stroessner o el venezolano Pérez Jiménez.
Es como si un continente a la deriva clamara por la presencia de un
guía que lo ayude a superar sus turbulencias: las de la política y las de su
propia alma. Para García Márquez, autor de novelas de dictadores y amigo de
dictadores él mismo, este es nuestro único gran mito latinoamericano. Y le
asiste toda la razón, a juzgar por el número de grandes escritores que se han
ocupado de recrearlo en toda la dimensión de sus miserias. El guatemalteco
Miguel Ángel Asturias en El señor
Presidente; el peruano Vargas Llosa en La
fiesta del Chivo; el argentino Tomás Eloy Martínez en La novela de Perón; el paraguayo
Augusto Roa Bastos en Yo el
supremo y el propio García Márquez en El
otoño del Patriarca para mencionar sólo a cinco.
Claro que entre nosotros el dictador es mucho más que una metáfora:
ha sido y es la punta de lanza de los imperialismos que se han propuesto hacer
de las riquezas del continente su más preciado botín. Los escritores chilenos
que se han encargado de convertir la pesadilla de Pinochet en ficciones tienen
bastante que decirnos al respecto.
Entre la fábula y el horror
Al igual que el Caribe, la historia de Brasil y sus literaturas
merecen un capítulo aparte en el libro. Si la pregunta por una improbable identidad latinoamericana
ya resulta problemática, la de Brasil lo
es por partida doble. El dominio portugués, la oleada de sucesivas inmigraciones
motivadas por el tráfico de esclavos, la minería y la inagotable fuente de
recursos que supone la selva amazónica, desembocaron en una mixtura de etnias,
lenguas y creencias religiosas que a veces hacen de Brasil un país más próximo
a Nigeria o a una isla de las Antillas que a su vecina Perú, por ejemplo.
Una vez más, y según la mirada de Michi Strausfeld, sólo la los
escritores pueden aproximarnos a ese turbulento
caleidoscopio. Machado de Assis, Jorge Amado, Guimaraes Rosa o el músico y novelista
Chico Buarque consiguen en sus relatos dar cuenta de esa síntesis de fábula y
horror en la que los dictadores impartían clases de tortura a sus iguales latinoamericanos
mientras O rey Pelé obraba auténticos
prodigios con la pelota en una cancha de fútbol.
Porque la gran literatura, al tiempo que alcanza las cotas más altas
de poesía, se nos revela también en toda su dimensión política.
Para Strausfeld la literatura no es un asunto de solistas. Las
novelas, cuentos, aforismos, canciones y poemas, conforman un gran coro
universal en el que el todo no es la suma de las partes: es el resultado de la
relación y el diálogo entre las partes. Por eso se dedicó, con la paciencia de
esas tejedoras que urdían en el trenzado de las mantas la historia de sus pueblos,
a recoger y estudiar en cada viaje los libros que amigos y estudiosos ponían en
sus manos, desde las publicaciones más humildes hasta los grandes éxitos
editoriales. El resultado es este viaje apasionante por nuestras literaturas,
en un recorrido que va de la poesía precolombina y los Cronistas de Indias, pasando por el célebre boom de los años
sesenta, hasta nuestra realidad de hoy, en la que el resurgir de la llamada Novela negra se explica por el
trasfondo de unas sociedades en las que la corrupción de los políticos, el
narcotráfico y los asesinatos sistemáticos de mujeres constituyen un nuevo capítulo de nuestras
pesadillas.
Poco importa si, al final, nos quedamos sin saber en qué consiste
ser latinoamericano. Razón de sobra para
continuar la búsqueda.
Saludos Gustavo.
ResponderBorrarComo siempre, es un placer leerle.
El tema da para mucho corte de tela. La política traspasa la literatura, pero esta nos entrega una identidad de ciudadanos nefelibatos, sin desconectarnos de los problemas de la tierra, por supuesto.
Diego F.
... y la literatura cruza la política, apreciado Diego.¿O qué son, si no, La Ilíada y La Odisea con su entramado de intrigas y ambiciones?.
BorrarMil gracias por el diálogo.
Gustavo