Caballería
andante
Hacer que el infinito universo
quepa en las páginas de un libro no es una pretensión nueva. Todas las
literaturas en algún momento del camino se han fijado ese propósito, destinado
al fracaso, desde luego: las coordenadas de espacio- tiempo jamás coincidirán
con el ritmo de escritura del autor. Por más vertiginoso que sea ese ritmo, la
última palabra siempre estará una millonésima de segundo más acá de los
acontecimientos, que sólo en apariencia se le antojan contemporáneos al
narrador.
“La vida y las opiniones del caballero Tristram Shandy”, la
novela del clérigo y escritor irlándés
Laurence Sterne (1713-1768), publicada en diez volúmenes a lo largo de ocho
años a partir de 1759, es una de las pruebas más plausibles de esa forma de
desmesura. Tanto, que la mitad de ella se ocupa del tiempo transcurrido desde
el momento de la concepción de Tristram hasta el instante de su alumbramiento. De modo que el protagonista aún no ha nacido
y ya vamos por la mitad del libro. No es difícil deducir que el narrador tendrá
que acelerar la marcha si pretende llegar con sus lectores a algún lado.
Claro que los más avezados de
éstos no tardan mucho en comprender que se enfrentan al desafío de una obra
genial sin pies ni cabeza. Así que poco importa el lugar adonde los lleve.
De principio a fin- suponiendo
que existan tales dimensiones en la novela- todo es errático aquí. La noche de
su concepción, cuando el padre está consagrado de lleno a su faena
reproductiva, a la futura madre no se le ocurre nada distinto a preguntarle a
su marido si no olvidó darle cuerda al reloj.
Esta hilarante bofetada a cualquier
posible romanticismo es poca cosa
comparada con lo que aguarda a personajes y lectores nueve meses
después. El pater familias es uno de
esos hombres que hacen de la superstición una forma de razonamiento. Entre sus
creencias hay dos que se revelan caras al devenir de esta historia. El señor
Shandy está convencido de que la forma y el tamaño de la nariz constituyen una suerte de
heráldica. Además, piensa que en el nombre de pila elegido para un recién
nacido alienta un designio que habrá de guiar sus pasos hasta la hora de la
muerte.
De niño, Tristram estaba orinando por la ventana de su habitación cuando
le cayó de golpe la guillotina de esa ventana, circuncidándolo sin fórmula de
juicio. Razón de sobra para que el padre empezara confirmar sus premoniciones.
Pero vamos despacio, que el pequeño
todavía no ha nacido.
Cartografía de la superstición
Para esa visión de las cosas una
buena nariz y un nombre atinado serían en sí mismos garantía de una vida
afortunada.
Y en este punto empiezan los
desastres, porque justo en el momento del parto, el médico encargado de atender
a la madre hace un uso desmedido del fórceps y estropea la nariz de la apenas
naciente criatura de una vez y para siempre. Como si no bastara con esto, por
un error de pronunciación o de comprensión el nombre inicial elegido,
Trismegisto, es reemplazado por el de Tristram. Mientras el tío Toby, figura
clave en la novela si las hay, lo ve como una seguidilla de pintorescas
coincidencias, para el padre es el anuncio de días tormentosos por venir.
El contrapunto entre la
cosmovisión de los dos hombres, padre y tío, será fundamental en la formación
del carácter de Tristram. En medio de todos ellos circula una procesión de
sirvientes y colaboradores, cuyos nombres le servirán de santo y seña al niño
en su recorrido: Susannah, Yorick,Obadiah.
El tío Toby fue herido en la
ingle en el campo de batalla. Desde entonces, lo único digno de su interés es
todo lo relacionado con torres, muros, fortificaciones, fosos, cañones, sitios,
asedios, arietes y ballestas. Todo lo demás es apenas el decorado de fondo, la
anécdota interminable de lo humano. Su sobrino Tristram fue herido en su
orgullo al momento de nacer. Esas cosas
los hacen cómplices irremediables.
Para defenderse del mundo,
Tristram se ejercitará en una afilada ironía que arroja sobre la humanidad con
la misma vehemencia utilizada por su tío contra las fortalezas de los
castillos. Es por eso que, en un momento temprano de la novela, le rinde el
siguiente tributo:
“Aquí –(aunque por qué aquí- más que en ninguna otra parte de mi historia-
es algo que no soy capaz de explicar; -pero es aquí)- el corazón me ordena
detenerme para rendirte de una vez por todas a ti, querido tío Toby, el tributo
que te debo por tu infinita bondad.- Permíteme que aquí aparte la silla de un
empellón y me ponga de rodillas en el suelo para verter los más cálidos
sentimientos de amor por ti y de veneración por las excelencias de tu carácter
que jamás hayan encendido la virtud y la
naturaleza en el pecho de un sobrino.- ¡La paz y el solaz descansen eternamente
sobre tu cabeza!- Nunca envidiaste el bienestar de nadie,-de nadie atacaste las
opiniones.- Nunca oscureciste la reputación de nadie,- a nadie quitaste el pan.
Nuevamente, al paso, con el fiel Trim detrás de ti, cabalgaste alrededor del
pequeño círculo de tus placeres, sin a nadie atropellar en tu marcha;- siempre
tuviste una lágrima para las desgracias de los demás,- siempre tuviste un
chelín para las necesidades de los demás.”
En contravía del sencillo talante
de su hermano, el padre de Tristram siempre anda a la caza de alguna teoría
para explicarse el mundo y explicárselo a los demás. Así, en el caso de las citadas alusiones a la
nariz- expresión por lo demás plagada de connotaciones sexuales- apela al cuasi
cómico tratado de un tal Slawkenbergius, que en uno de sus apartes (en realidad
es un cuento) dice así:
“-¡Válgame Dios!- ¡Qué nariz! Es tan larga, dijo la mujer del trompetista,
como una trompeta. La abadesa, la priora y la deana, con la imaginación y el
cuerpo excitados por las detalladas descripciones sobre la nariz del extranjero
que pasó por Estrasburgo rumbo a Franckfurt tejerían su propia urdimbre de pensamientos.”
La estirpe de las parcas
Es la misma urdimbre de
sensaciones y pensamientos que asaltan al narrador a cada paso. La imagen
mítica de las mujeres que tejen y destejen el destino de los humanos puede ser
la que más se aproxima a la esencia del libro de Sterne. Si tuviéramos que
condensarlo en una frase podríamos decir que el Tristram Shandy es un intento
afortunado de aprehender el caos, entendido como la sustancia proteica con la
que se amasa todo lo humano. De ahí sus permanentes saltos en el espacio y en
el tiempo. Para ilustración, en la página
633 nos encontramos con esta
advertencia:
“ Una vaca penetró ( mañana por la mañana) en las fortificaciones de mi tío
Toby y se comió dos raciones y media de hierba seca, y, al hacerlo, arrancó el
césped que cubría su hornabeque y su camino cubierto”.
¿Penetró mañana por la mañana? ¿Habrase
visto tamaño irrespeto por la sintaxis y el ordenamiento lógico de la
temporalidad?.Cuentan algunos biógrafos de Sterne que los críticos “
serios” tronaron de indignación cuando
leyeron la frase y unos cuantos centenares de índole parecida, que se les
antojaban un atropello a las buenas maneras literarias. Eso para no hablar de
su guiños irónicos a Descartes, a Lutero, a Locke y a su admirado Erasmus. Si
eso hacía con grandes espíritus, ya podrán imaginar ustedes la suerte que
corría en su pluma toda una legión de juristas, doctos, letrados, obispos y
críticos.
Estos últimos le merecen una
descarga especial de acidez. Va una muestra:
“Todos ellos van tan peripuestos, tan emperifollados y tan enfetichados con los abalorios y chucherías de la
crítica.- o ( para dejarnos de metáforas, lo cual, por cierto, es una lástima-
habida cuenta de que esta mía la conseguí nada menos que en las costas de
Guinea- digamos que tienen la cabeza tan infestada de reglas y compases, y que
está tan obstinada y perpetuamente dispuestos a aplicarlos en todas las
ocasiones, que a una obra genial más le valdría irse al diablo de una vez por
todas que tratar de mantener valerosamente el tipo hasta que ellos, a fuerza de
pinchazos y demás tormentos, le dieran muerte”.
En efecto, eso hizo un sector de
la crítica con la novela de Laurence Sterne: someterla a tormentos y pinchazos antes
de darle muerte… sin leerla. Esa es una de sus prácticas más socorridas. A modo
de antídoto, como todos los genios del humor, Tristram Shandy- y Sterne con él- se burla de sí
mismo: de su nariz aplastada, de su nombre y de la suma de calamidades que su
padre creía encontrar a cada paso.
Mientras sus detractores señalaban
las para ellos abrumadoras digresiones, las citas de eruditos reales y apócrifos, salpicadas de caprichosos
guiones intercalados aquí y allá, la
novela se internaba en una especie de saludable olvido que se convirtió en
garante de su perdurabilidad. Cuando algunos lo daban por muerto y pasaron a
ocuparse de asuntos que consideraban más sustanciosos, Tristram Shandy volvió
al camino con la tenacidad de un caballero andante- no por casualidad la novela
abunda en citas al Quijote cervantino- con su armadura de humor negro que lo
acerca a Rabelais, a Swift y al mejor Moliere.
Las formas del juego
Al igual que el Quijote, Tristram
Shandy es una novela de encrucijadas que
a menudo rondan el disparate, pero un disparate
pleno de sentidos, como esos caminos que se bifurcan en otros caminos que a su vez se
bifurcan y así hasta lo infinito, en uno de esos juegos que tanto le gustaban a
Borges.
A menudo, la expresión “juego de palabras” se utiliza con un
tono descalificador. Como si fuera fácil jugar con las palabras, desvelar su
multiplicidad de sentidos que se abren al mundo, al tiempo que vuelven sobre si
mismos en forma de revelación, de conocimiento, de comprensión del universo.
En ese juego reside la
fascinación que producen en los lectores las grandes obras una y otra vez.
Porque si toda palabra es metáfora, una obra literaria lo es en grado sumo.
Cada vez que volvemos a ella descubrimos otras cosas. El tiempo y el espacio se
despliegan ante nosotros con todos sus misterios. En poesía, ni el tiempo es
lineal ni el espacio tiene sólo tres dimensiones. Eso explica que, ante el
señalamiento de que es objeto un muchacho por parte de su padre, quien lo acusa
de tener sexo con su abuela, éste pueda responder sin titubeos:
“- Vos, señor- le dijo el muchacho, os acostasteis con mi madre- ¿Por qué
no habría yo de hacer lo propio con la vuestra?”
Como ven, igual que el espacio y
el tiempo, la literatura tiene muchas aristas, a veces ocultas y en otras visibles.
Esas múltiples dimensiones le permiten al narrador hablar de “un enano que consigo llevaba una regla para
medirse a sí mismo” o aventurar un tratado sobre los ojales y las doncellas,
para finalmente gritarnos en la cara:
“¡Qué bien argumentamos sobre los hechos erróneos!”
Tratado de los tratados
En su sentido más amplio, un
tratado tiene la intención, manifiesta o velada, de abarcarlo todo. O al menos
todo lo concerniente a una determinada disciplina. A su modo, el narrador de Tristram Shandy se
plantea el propósito de ofrecernos un tratado, una summa sobre lo divino y lo
humano. Para conseguirlo a veces se aproxima a Montaigne, otras a Cervantes y,
la mayor de las veces al habla de la gente de la calle, que ha sido siempre la
gran fuente de sabiduría, como lo supieron desde el principio los grandes
poetas de Homero a Shakespeare. Por eso a través de sus páginas podemos pasar
de hilarantes situaciones que desnudan el talante absurdo de toda vida a hondas
reflexiones como las que invaden al señor Shandy tras la muerte de su hijo Bobby:
“¿Qué es la vida humana? ¿No es acaso un continuo vaivén de un lado a otro?
¿De un pesar a otro? - ¿No consiste acaso en ir clausurando dolores- Para
inaugurar otros al siguiente instante?”
Estamos aquí ante el Sterne poeta
que vierte lágrimas ante el infortunio de uno de sus personajes. En esa
reflexión, que es un tópico de la poesía y la filosofía de todos los tiempos,
alienta el tono de los grandes trágicos griegos y latinos, al lado de las meditaciones
de san Agustín, y sus especiales formas de piadosa ironía: “Señor, concédeme castidad, continencia, pero no lo hagas todavía”,
implora el de Hipona, pidiendo en realidad licencia para seguir pecando. Algo
de esa peculiar forma de la piedad atraviesa de principio a fin las páginas de
Tristram Shandy, en una particular
manera de ver el mundo que el narrador califica como “ estar tristramizado”. Están tristramizados, por ejemplo, los
protagonistas de la contienda entre naricistas y antinaricistas desatada en el
mencionado capítulo sobre el tamaño de la nariz y que lleva a un testigo a exclamar: “¡- No es esta la primera- me temo y tampoco será la última fortaleza
que se gana o se pierde por una cuestión de NARICES!”. Y está
tristramizado, desde luego, su propio padre, cuando emprende la escritura de una obra magna titulada Tristra-paedia, destinada a orientar
cada uno de los pasos en la vida de su hijo, trastocada de entrada por el
designio de las estrellas.
A esta altura del camino está
claro para todos que la palabra nariz alude en realidad al órgano sexual
masculino y la fortaleza que cae es la castidad femenina, tan promocionada por
los varones. Estar tristramizados equivale entonces a habitar la paradoja, la
contradicción y, sobre todo, la lucidez que nos arroja desnudos ante un cúmulo
de certezas sin apelación, como ésta relacionada con el sueño:
“El sueño es el refugio de los desventurados, - la liberación del preso,-
el mullido regazo del desesperado, del
que está cansado de vivir y del que tiene el corazón destrozado”.
Por eso, piensa el lector, para
el que no puede dormir se abren de par en par las puertas del infierno ¿O acaso no es lo mismo que
afirman los teólogos sobre el infierno como la incapacidad de amar o de ver a
Dios?
Como estamos ante un libro cuyo
objetivo es abarcar el mundo y más allá, no todo aquí es cuestión de ojales y
narices. Con motivo de la disputa oratoria suscitada por la muerte de Bobby, el
hermano de Tristram , surge esta parábola construida a partir de la caída del
sombrero de Trim, ayudante del tío Toby:
“ Bien.-Diez mil, y también diez mil veces diez mil maneras ( pues la
materia y el movimiento son infinitos) hay de dejar caer un sombrero al suelo
sin que el hecho produzca el menor efecto.-Si Trim lo hubiera tirado, o
arrojado, o lanzado, o hecho volar, o jeringado o dejado resbalar o deslizarse
en cualquier posible dirección de las que existen bajo la faz del cielo,-o con
la mejor dirección que pudiera haber dado,- si lo hubiera dejado caer como un
ganso,-o como un pavo real,- o como un burro,- o si mientras lo hacía ( o
incluso después de haberlo hecho) hubiera parecido un idiota,-o un zote,-o un
pedante,- o un mentecato,-el gesto habría fracasado y el efecto producido en
los corazones de los presentes se habría perdido”.
Bueno, no sobra advertir que,
según el narrador, el ayudante del tío Toby acostumbraba pensar más con el
sombrero que con la cabeza.
A propósito de esto último, uno
de los críticos fustigados por Tristram Shandy, sentenció alguna vez que la
novela era un enorme disparate, un malentendido dirigido a despilfarrar papel.
Otro, escribió que se trataba de una historia absurda que a la primera página
se perdía en el caos.
Creían ser peyorativos, aunque de
otra manera habían dado en el blanco: igual que la vida, Tristram Shandy es un
disparate genial, un colosal malentendido y una forma de narrar el caos de la
existencia que sólo pueden lograr los grandes espìritus. De otra manera, y sin proponérselo, los
detractores de la novela favorita del escritor español Javier Marías( traductor
de la edición que citamos), esta vez
tenían la razón.
Pero hablamos de un caos
ordenado, eso sí. Tan ordenado, que ante la belleza perfecta de una muchacha
perfilada con el pasaje de fondo, Tristram no puede menos que exclamar, en un
tono que le sirve de colofón a su historia:
“-¡Justo dueño de nuestras penas y alegrías!, grité, ¿por qué razón no
puede uno tomar asiento aquí, en el regazo de la dicha,- y bailar, y cantar, y
rezar sus oraciones, e ir al cielo en compañía de esta doncella avellanada?”
PDT. les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada.
https://www.youtube.com/watch?v=YkQzq5fOEK4
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