En la alegoría
de La Caverna, Platón nos ubica en
una cueva donde un grupo de prisioneros contempla el desplazamiento de unas
sombras proyectadas sobre la pared del fondo por la escasa luz proveniente del
exterior. Para esos hombres las sombras equivalen a toda la realidad, de modo
que el primero en salir de allí deberá aprender a moverse en un medio
incomprensible: el mundo real.
En la vida
contemporánea vivimos un trance parecido: millones de seres humanos contemplan
abismados las pantallas de sus aparatos digitales, convencidos de que esa es
toda la realidad. Peor aún, la única realidad. Ese vínculo ha terminado por
crear una dependencia que les hace cada vez más difícil moverse en el afuera.
Para no pocos de ellos, asuntos tan elementales para la convivencia como el
saludo y la despedida o un par de palabras para agradecer un favor o la
prestación de un servicio se convirtieron en una enorme dificultad. La Caverna de Platón devino, pues
sortilegio digital, encantamiento de
cuento de hadas.
Encantamiento es la
palabra precisa. Las pantallas ofrecen un mundo sin fisuras, donde hasta las
cosas más terribles están rodeadas de un aura mágica. De ahí que el consumidor
utilice los signos de Megusta y Reenviar sin detenerse a pensar en la
validez de la información y de sus posibles efectos en los nuevos
receptores. Su manera de aproximación a
los textos e imágenes está despojada de entrada de cualquier distancia crítica.
Y bien sabemos
que el espíritu crítico precede siempre al desencantamiento,
pues este último se insinúa cuando se empieza a dudar. ¿Será que sí? Es siempre el preludio de esa nueva actitud. Pero ahí
surge el primer escollo. Para el encantado
es fácil descalificar al escéptico tachándolo de Ludita, de enemigo de la tecnología. Cualquier debate provechoso
resulta así anulado de entrada.
Soy tan poco
enemigo de los avances digitales que sostengo este blog desde hace casi catorce
años; además fui editor del portal web La
cebra que habla; durante la pandemia participé a través de la virtualidad
como analista de Noticias Ecos 1360 Radio.
Además fui orientador de un noticiero y de un programa de opinión en el Canal 81 de la televisión local. En
realidad, la chapa de Ludita me la
gané por mi incurable fobia a los teléfonos, fueran estos fijos, de manivela o
digitales, da igual.
He visto
personas a punto de caer en huecos de alcantarillas o de ser atropelladas por
un auto por caminar con la vista fija en la pantalla del teléfono móvil. Me he
quedado sin respuesta a un saludo o a una pregunta porque al otro lado,
literalmente, no hay sujeto. Así que decidí pedir ayuda a una experta en una
nueva rama de la sicología clínica: las adicciones digitales. Se llama Eliana
Méndez y atiende su cada vez más nutrida lista de pacientes en un edificio
céntrico de Pereira.
El factor común de quienes solicitan mi acompañamiento
es- según expresan de entrada- su incapacidad para desconectarse de sus
aparatos digitales. Desde la madrugada hasta la hora de acostarse están ligados
a sus aparatos y no necesariamente por razones de trabajo o estudio. Cuando me
adentro más en cada caso, porque en sicología resulta fatal generalizar me
encuentro con todos los síntomas de la adicción: sensación de miedo y desamparo
ante la mera idea de ser despojado de la sustancia o el producto generador del
problema. De ahí se deriva un cuadro
bien complejo relacionado con la sospecha de que puede suceder algo terrible
relacionado con su propia vida y ellos no se van a enterar. ¿Cómo acercarse
entonces a esas personas? Como sucede con todos los adictos, lo peor que uno
puede hacer es juzgarlos o cuestionarlos. Esa actitud romperá de entrada
cualquier intento sanador. Guardadas diferencias, es un poco como cuando un
niño tiene una pataleta. En lugar de amenazarlo o castigarlo hay que buscar
nuevos focos de interés que convoquen su atención. Cualquier buen observador,
sabe que de ese modo, el niño se calma de a poco hasta perder el interés por lo
que desató su reacción inicial. Por supuesto, el tiempo necesario para que un
adicto a la tecnología empiece a experimentar un alivio es mucho mayor.
Menuda tarea la
de profesionales como Eliana. Con razón cobran tan buenos honorarios. Al
comienzo de esta entrada utilicé la palabra abismados
para referirme a los consumidores de pantallas. De modo que la tarea del
profesional consiste en sacarlos del abismo. Tendrá que volver a enamorarlos de otras cosas, de otros
seres, recordarles- pensemos en el hondo sentido de esta palabra - que el
mundo de fuera está lleno de colores, sabores, olores y sonidos que pueden
ayudarles a recuperar la parte perdida de sí mismos y que habrá de devolverles
el sentido crítico necesario para rehabitar esas parcelas de la realidad en las
que acontece la irrepetible historia de
nuestro paso por el mundo.
PDT. les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada
https://www.youtube.com/watch?v=NyK1TsGSJEo
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