Serían dignos de un premio al mejor malabarista, sino fuera porque con su manera de actuar ponen en riesgo la propia vida y la de todos los que se cruzan en su camino. Son casi siempre adultos, al parecer en pleno uso de sus facultades, al volante de un automóvil que conducen con una sola mano, la misma que les sirve para accionar la palanca de cambios, mientras con la otra sostienen el teléfono celular a través del cual mantienen una conversación que puede durar minutos. Por momentos, abandonan por completo el control del vehículo y con la mano libre se dedican a gesticular animada o airadamente frente a un interlocutor por lo pronto invisible. Lo único capaz de devolverlos a su realidad de conductores es la bocina de un camión, el chirriar de frenos de un campero conducido a medias por un congénere que iba en las mismas o el grito de un caminante que apenas tuvo tiempo de dar un salto hacia el andén y se salvó por un pelo de ser atropellado.
La escena ya forma parte del paisaje urbano. A pesar de la prohibición explícita de hablar por celular mientras se conduce, como sucede con tantas otras cosas en estos trópicos, lo que muchos consideran su comodidad personal acaba primando sobre el bien común, que en este caso se relaciona con la integridad física de la gente. Son cientos los accidentes registrados cuyas causas están relacionadas con esa irresponsable actitud. Y no se trata solo del hecho físico de conducir con una sola mano , sino de algo todavía más riesgoso : la mente del conductor está, literalmente, en otro lado, ocupada en la discusión amorosa o de negocios, o en el simple recuento de las banales anécdotas de la vida cotidiana . Por eso, cuando acaece el acontecimiento imprevisto, el cruce de un animal o de un peatón, o la intempestiva aparición de otro vehículo, las posibilidades de reacción se reducen al mínimo.
El asunto, que de por si es grave cuando se trata de carros particulares, adquiere dimensiones de seguridad pública si se habla del transporte colectivo. Hay que ver a los conductores de buses y busetas maniobrando el timón y la caja de cambios , recibiendo billetes , entregando devueltas, discutiendo con los pasajeros y con los vendedores de baratijas, mientras regatean por teléfono el precio de un televisor de nueva tecnología o le reclaman a una mujer remota y al parecer liviana de cascos su tendencia irreprimible a ausentarse de casa durante los fines de semana, todo dicho a un volumen que convierte los asuntos de la vida íntima en noticia de última hora.
Entre tanto, como sucede con muchas otras cosas, las autoridades de tránsito parecen no tener nada que decir al respecto. Apenas si se atreven a hacer tímidos llamados a la responsabilidad personal, mientras hacen el trámite oficial del último accidente donde un joven ejecutivo murió después de encontrarse de frente con un camión de fabricación china y cuyas últimas palabras, si nos atenemos a la grabación registrada en su celular de tecnología finlandesa, fueron: “ ¿Aló… mamá?”
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