Es un ejemplar de Robinson Crusoe, publicado en 1963 en una de esas bellas ediciones de editorial Losada que hoy son una reliquia en medio del reinado de las impresiones desechables. En la primera página, un ex libris que exhibe una flor de Lis coronada por los símbolos de la masonería nos dice que su poseedor fue un Gabriel Roldán, Medical Doctor, residenciado para entonces en la calurosa Barranquilla, según una amarillenta tarjeta de presentación que hace las veces de separador.
Lo compré por dos mil pesos en un “Agáchese” de la calle diecinueve con carrera diez, en el centro de Pereira, y regresé a casa hojeando el recién adquirido tesoro y pensando en el curioso destino de los libros viejos, que van por el mundo siguiendo un derrotero acaso más incierto que el de quienes los escribieron. Unos- los libros de elite,digamos- vivieron una existencia de lujo en los estantes de la biblioteca de uno de esos hombres de profesiones liberales que entendieron y asumieron la cultura no como una sumatoria de datos para presumir ante las visitas, sino como una manera de estar en el mundo. Cuando los patriarcas que los atesoraron se fueron arrugando como un pergamino hasta desaparecer de la faz de la tierra, sus descendientes- ágrafos casi todos aunque ostenten títulos profesionales- se deshicieron de ellos vendiéndolos pesados por kilos a una de esas librerías de viejo que más parecen una fosa común que un santuario de la palabra escrita. Estas, a su vez, cuando la rotación del inventario no satisface las expectativas del dueño, los venden descuartizados a alguno de los intermediarios que integran la cadena del reciclaje. De modo que, en mi caso, me siento una especie de héroe anónimo por haber salvado al pobre Viernes ¿ lo recuerdan? de una mutilación inexorable perpetrada por un mercader del papel.
Otros pertenecen a una estirpe maldita: la de los textos de obligatoria lectura en el bachillerato, que los padres de familia compran en ediciones piratas para que sus hijos mal cumplan con sus responsabilidades escolares. En esa lista están, cómo no, el Elogio de la Locura o Así hablaba Zaratustra viviendo en público concubinato con esas historias truculentas escritas por Cuauhtémoc Sánchez para llevar mensajes intimidatorios y edificantes a las aulas donde los adolescentes luchan contra los demonios de los estrógenos y la testosterona. Una vez despachados y entregado el trabajo al profesor, los libros vuelan en masa como un ejército expatriado hacia los mostradores improvisados por quienes se ganan la vida revendiéndolos a una nueva promoción de escolares, hasta que empiezan a perder las hojas al tiempo que las palabras se desvanecen y lo que una vez fue la historia de una amargo coronel de las guerras civiles se convierte en un rompecabezas imposible de descifrar.
Y los últimos, pero no menos importantes, son esos libros autografiados por los autores, que en algunos casos incluyen dedicatorias amorosas a inolvidables mujeres ya olvidadas. Cuando uno se detiene a contemplarlos formados en fila sobre un papel desenrollado a la vera de una calle, no puede evitar la comparación con esos calvarios que las madres devotas alimentan a la orilla de nuestros caminos como una desesperada manera de honrar la memoria de sus muertos.
Los tres tipos de libros, tan disímiles en apariencia, comparten un sino común : el de haber sido desdeñados por quienes una vez se cruzaron en su camino cuando, con una pizca de imaginación, pudieron haberlos rescatado del limbo para devolverles su condición de impagable puente entre los universos presentidos por los autores y los anhelos y temores de esos lectores devotos que van por el mundo convencidos de que la clave de su destino se encuentra en las páginas de un libro que ya no alcanzarán a leer.
Hola, por favor podrias poner el nombre del autor de la pintura sobre París, ERNEST DESCALS - PINTOR.Muchas gracias.
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