La tarjeta, enviada por una empresa que dice estar especializada en “Desarrollo Humano” reza así: “Pensando en su desarrollo personal, hemos bloqueado las fechas mencionadas a continuación, para invitarlo a interactuar con un grupo de colegas suyos, de modo que podamos socializar las coordenadas a partir de las cuales trabajaremos el próximo semestre, sensibilizándonos frente a los retos que nos esperan”.
Hay que añadir que la frase en cuestión no está precedida o seguida de una nota aclaratoria que permita hacerse a una idea al menos aproximada de lo que pretenden los anfitriones de esa reunión que, dada la ambigüedad del mensaje , bien puede estar dirigida a un grupo de yupies adictos a la lectura de la revista Dinero o a una congregación de putas caras, pues estas últimas también bloquean fechas en sus agendas, interactúan con sus colegas, socializan sus experiencias, sensibilizan al cliente y, para acabar de completar, tienen sus coordenadas bastante claras.
Y pensar que hace apenas unos meses estábamos burlándonos de las declaraciones de una candidata al reinado de belleza de Cartagena que estuvo a punto de naufragar, no en las aguas del Mar Caribe, si no en los meandros todavía más tortuosos de su torpeza verbal. En realidad, la frase de la reina y la de los artífices de la tarjeta en cuestión tienen algo esencial en común: No dicen nada. Solo que la nadería de la muchacha es espontánea, mientras la de los expertos se oculta tras la grandilocuencia de los tecnicismos.
Si usted hila despacio, se encuentra con que eso de desarrollo humano es lo mismo que decían los mayores hace medio siglo: prepárese mijo para que sea buena persona y buen trabajador. Sólo que los viejos no conocían el Power Point, ni practicaban dinámicas de integración y mucho menos ostentaban especialización alguna: por eso no podían cobrar millones por el taller. Sumo y sigo: ¿eso de interactuar no será lo mismo que sentarse a conversar, a platicar o a botar corriente, ese saludable ejercicio de comunicación del que en no pocas ocasiones han surgido valiosas transformaciones para el curso de la sociedad? No sé por qué, pero tengo la corazonada de que así es.
Y ni hablemos de “Socializar”, la palabra que reina desde hace un lustro en los diccionarios de administración pública y privada. Por supuesto nada tiene que ver con la acepción más precisa del término, que alude al disfrute común de los bienes. Por alguna razón verbos tan expresivos como compartir, contar o narrar fueron suplantados con esa expresión despojada por completo de su sentido original ¿o acaso no está más cargada de matices la frase vamos a compartir los resultados que aquella de socialicemos la investigación?
Pero lo más singular de todo es la manía de utilizar el lenguaje militar para referirse a algo que, de hecho, tiene el propósito contrario: plantear un acercamiento amistoso. Déme sus coordenadas González, no parece una invitación a realizar algo beneficioso. Y ni qué decir del manoseado verbo sensibilizar. Uno podrá despertar expectativas en sus interlocutores ; incluso puede inducirlos a adoptar determinados comportamientos mediante la seducción o la admonición, pero se supone que la sensibilidad es algo intangible y profundo que difiere de un individuo a otro; de modo que entre tanta pirotecnia verbal, nos quedamos sin conocer los objetivos de la empresa remitente de la invitación, que se escuda en una razón social todavía más extraña : Relaciones Humanas Limitada.
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