Devoto de los superhéroes como
es, mi vecino, el poeta Aranguren, anda
empeñado en una nueva misión: refutar el mito del amante latino, forjado por la
mitología popular con el refuerzo de cierta vertiente del cine y la
literatura. “No hay tal fogosidad
desbocada. Todo lo contrario: en realidad somos amantes estreñidos”, me dijo
una de esas tardes de domingo sin fútbol en las que los aficionados a ese deporte somos tan proclives
a la desazón.
Como todo aristócrata que se
respete, Aranguren abomina el trabajo.
Es más, al contrario de Federico Engels, considera que el trabajo nos convierte
en monos. Por eso dispone de todo el
tiempo del mundo para dedicarlo a lo que
atrae su curiosidad. En este caso, el tan celebrado fuego erótico de
los hombres y mujeres de estas
latitudes.
“Una cosa es tirar mucho y otra
muy distinta es hacerlo bien”, sentenció desplegando uno de esos artículos de motivación sexual que
parecen escritos por mujeres
frígidas. “A juzgar por la
cantidad de moteles ubicados en la
periferia de nuestras ciudades y por el número de hoteles que se multiplican en
las zonas céntricas cualquiera diría que los colombianos vivimos en una permanente fiesta
del cuerpo. Pero no es así: cantidad nunca es sinónimo de calidad”, añadió, mirando con lástima la foto de la
columnista, una dama bastante
desangelada, para ser sinceros.
En ese punto empezamos a ponernos
de acuerdo. Tanto cacareo alrededor del placer es síntoma de alguna carencia.
Basta con revisar nuestras antologías de chistes de doble
sentido, casi siempre desbordantes de vulgaridad, para comprobar que algo anda muy mal entre nosotros. Como si a punta de humor procaz quisiéramos compensar nuestras más
íntimas carencias. Primer punto en contra.
Pero todavía hay más. Cuanto más tiempo dedicamos a la producción, consumo y
derroche de bienes materiales, más delgada y frágil se
hace la franja dedicada al disfrute
de los sentidos. Por eso mismo,
antes que territorio de comunión, la sexualidad deviene punto de escape. Legiones enteras de obreros y ejecutivos vomitados por fábricas y oficinas se
arrojan los fines de semana en
busca de una droga que les ayude a olvidar sus casi siempre absurdas
y frustrantes rutinas. Antes que gozosas, se trata aquí de criaturas ansiosas, angustiadas por el peso de la
presión social. El propio cuerpo y el
del otro dejan de ser fuente de placer
para convertirse en asidero, tabla de salvación antes de arrojarse a chapotear
de nuevo en las aguas inciertas se la semana siguiente.
Como si no bastara con eso,
tenemos que cargar con el peso de una tradición judeo cristiana que no concibe
el placer sin su dosis de culpa y castigo. Por eso vamos tan asustados por el mundo. Para
probarlo basta con escuchar cómo muchas mujeres que se consideran de mentalidad
abierta no dudan en calificar de putas
a las congéneres que se atreven a tener varios amantes y a
disfrutar de su cuerpo en libertad. Y eso, después de las tan celebradas
revoluciones del siglo XX. Como quien dice, siguiendo la lógica de Aranguren,
tras de estreñidos, arrepentidos.
Animado por mi respaldo, el poeta quiso conducirme a ese reino de
aguas movedizas que es la estadística. En ese punto decliné la invitación: me
basta con escuchar las conversaciones casuales de la gente acerca de su vida en pareja para convencerme de que, a
despecho del mito latino, en realidad somos malos, pésimos polvos.
Quién como el cochabambino, que aparte de comer mal (plato rebosante es sinónimo de calidad) folla igual de mal, en forma abundante y barata en cualquier motel de mala muerte (si viera la sordidez de las habitaciones cuando la intendencia efectúa operativos de control incluyendo en moteles de tarifa alta, reflejo cabal de nuestros antihigienicos modos de vida). Pero la jodienda se desata especialmente en las masivas fiestas folclóricas de las que tanto he contado. Ja, las fraternidades de bailarines son verdaderas Gomorras, especialmente en los viajes y giras por varias ciudades, según me confesó un amigo socio de una agrupación. Caramba, la fe y devoción por algún santo es pura excusa para desatar el carnaval de la carne, con el alcohol como detonante para dar rienda suelta a la sexualidad de la mojigata e hipócrita sociedad boliviana, que no creo que esté muy lejos de otros países latinoamericanos. Certero el apunte de su amigo Aranguren: somos un continente de estreñidos.
ResponderBorrarEl estreñido acaba por estallar, apreciado José. Quizás exista una relación directamente proporcional entre nuestro talante reprimido y culpable y el inquietante incremento de los ataques sexuales. A propósito de eso, leí en un artículo que los habitantes de las regiones costeras, al fin y al cabo más abiertos al mundo, son menos propensos a la locura de origen sexual, mientras que a los cordilleranos, entre los que nos contamos usted y yo, les sucede todo lo contrario. ¡ Cuidado!
ResponderBorrarUna columnista del Times se quejaba el otro día sobre la deformación de la idea de follar que ha traído consigo el ilimitado acceso a la pornografía en internet. Le molesta, y creo que con mucha razón, que los adolescentes y hasta pre-pubescentes hayan tomado como modelo obligado la etiqueta de los campeones y heroínas de las peliculas porno. Cómo persuadir a una chica jovencita de que no hace falta practicar felación como prólogo ineludible de un encuentro amoroso? Cómo convencer a un chico inseguro (casi todos si recuerdo bien) que su pene no es inadecuado, que las vergas fenomenales de esos machotes del celuloide no son el modelo universal? La periodista mencionaba, también, la costumbre de escupirse mutuamente durante el sexo... Y así un buen rato. Lo que ocurre, creo yo, es que el sexo moderno, por lo menos el que sigue la fórmula de internet, está desligándose de la imaginación: los jóvenes que preocupan a la periodista del Times ya no piensan en lo que hacen.
ResponderBorrarNi piensan en lo que hacen, ni hacen lo que piensan, mi querido don Lalo. En realidad, como todos los subproductos de los medios masivos, se limitan a replicar un libreto en el que uno acaba por no saber si- evocando a Oscar Wilde- es la pornografìa la qjue imita a la vida o esta última se limita a ser un remedo de la primera.
ResponderBorrarAdemás, Gustavo, nos creemos actores porno, por lo que lo de "mal polvos" viene desde antes, desde el cortejo, la elocuencia. Creemos que todo llega fácil.
ResponderBorrar¿El porno imita a la vida o esta última imita al porno? Ese sería un interesante terreno a explorar, apreciado Eskimal. Piense nada más en esa moda de depilarse los genitales, dizque por asepsia. En realidad eso nació en los estudios de películas XXX, obedeciendo a la pulsión por hacer más explícitas las imágenes. Como todas las modas, luego se volvió obligación y ahora los fornicantes se exigen unos a otros esa práctica.
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