Parecía la versión animada de un
relato de los hermanos Grimm: el gran padre
Pato, ataviado con la parafernalia del entrenador de fútbol,
conducía la bandada de patitos, todos entre los siete y los diez años de edad, hacia el bus que los
aguardaba al otro lado de la calle.
Este hombre tendrá dificultades
para armar su equipo de niños : todos
quieren ser el número 10, pensé mientras
los miraba pasar, enfundados en
sus camisetas blancas con el número de James Rodriguez a la espalda. Por lo
visto este equipo no tendrá un sufrido arquero, un tenaz defensa centro, un
laborioso volante mixto o un solitario delantero en punta. Nada de eso, en Colombia el cielo tiene hoy número propio, al
punto de que un vendedor de lotería me contó que los billetes terminados
en ese dígito se agotaron una vez conocido el traspaso del goleador del mundial al Real Madrid.
Para algunos seres humanos los más caros sueños personales
tiene todavía un sentido trascendente. Son algo así como una espiral que
conduce a la plenitud del ser. Pero esos
especímenes son cada vez más escasos: con la consolidación del consumo como
fase extrema del capitalismo, esa plenitud adquirió forma material. El sentido
de la vida se redujo así a la posesión
de objetos que , al devaluarse y perecer, exigen una constante renovación para
no perder valor ante la mirada de los otros.
Ese bello juego que una vez fue
el fútbol no escapa a esta
condición. Monopolizado por un cartel
llamado Fifa y sus filiales nacionales,
fue cooptado a su vez por los poderosos fabricantes de artículos deportivos. El caso
más patético lo vivimos el día de la final del mundial de Brasil, cuando
le fue otorgado un inmerecido
trofeo como mejor jugador del campeonato
a Lionel Messi, por manifiesta imposición de la firma Adidas, patrocinadora del
evento y del jugador.
Hoy más que nunca, gracias a los
resultados de la selección de fútbol y el traspaso de la mayoría de sus
jugadores a clubes prestigiosos, los
sueños de una generación entera de niños son redondos como el balón que muchos de
ellos abrazan al dormir, en
reemplazo de los viejos muñecos de peluche.
Por eso mismo, se hace urgente
una reflexión que vaya más allá de las cuentas que los periodistas deportivos,
encandilados por el resplandor del poder, repiten una y otra vez sobre las alucinantes sumas
pagadas por los propietarios de los equipos por jugadores que, en contraprestación, garantizan una multiplicación de las ganancias en venta de camisetas,
derechos de televisión, contratos de
publicidad y boletería de ingreso a los estadios.
Tal como sucede con el
narcotráfico, aquí también es fácil caer
en la fascinación del dínero rápido y
ganado a montones. De allí a una distorsión
grave de los criterios de valoración media un solo paso. Padres de familia,
maestros, líderes de opinión y medios de comunicación deberían emprender una
reflexión sobre ello. Para empezar, tendríamos que enseñarles a los pequeños
que los logros de sus ídolos no se dieron por arte de magia. Son el resultado de un talento
natural, claro, pero también de días, meses y años de entrenamientos, disciplina, rigor y
privaciones. Pero además deberíamos recordarles que no todos pueden llegar a la
cima y eso no significa el fin del
mundo. Y lo último, pero no menos
importante, que el deporte, la música, la actuación y otras actividades sacralizadas por el
negocio del entretenimiento , pueden ser un fin en si mismas, es decir, un
camino para alcanzar cierta forma de
plenitud y no un simple medio para hacerse millonario en un abrir y cerrar de
ojos, como creen muchos padres y traficantes de jugadores. En un escenario
donde primen la mesura y la lucidez, los sueños redondos de esta generación tendrían menos probabilidades de convertirse
en pesadillas cuando se den de narices con la dura realidad.
Un trabajo reciente de una de las lumbreras de no sé qué especialidad relacionada con el deporte sostiene que los triunfadores, los campeones, comparten un gran secreto: todos se han ejercitado por no menos de 10.000 horas. Ni 9.000 ni 11.000. Diez mil, redondos. Esta teoría apenas menciona el factor del talento, de los genes o del ADN, que avanza por el carril paralelo. Tampoco se dice ni pío de la buena suerte, del trabajo de los técnicos que forman y (muchas veces) protegen a los jóvenes. Es de suponer que un futbolista como James se habrá beneficiado de este cóctel de factores, para no hablar de las intrigas de los desconocidos con dinero que decidieron su incomprensible desvío / exilio en Montecarlo. Ojalá que su estancia en Madrid sea un espejo limpio para los chicos que llevan su camiseta.
ResponderBorrarOjalá, mi querido don Lalo. Por el bien del fútbol, de la sociedad y, por supuesto, de los sueños de esos miles de niños y jóvenes que lucen el número 10 a la espalda como una suerte de ábrete sésamo hacia no se sabe donde.
ResponderBorrarDisculpas por la tardanza, estimado Gustavo. El aniversario patrio nos pilló a media semana y he vuelto a las redes con la sensación de que era un lunes y no me di cuenta de la publicación de su post. Hace unas horas leí un tweet oficial de la Fifa que decía algo como: “James Rodríguez recibe la Bota de Oro, haciendo realidad su sueño” (carajo, como si la más grande aspiración suya fuera solo marcar goles) y al instante pensé en otra replica que bien pudo haber sido así, en su momento: “Leo Messi recibe el Balón de Oro, haciendo realidad su pesadilla” ya sabe por lo inmerecido del premio que el mismo astro recibió con cara de fastidio.
ResponderBorrarYendo al asunto, en nuestro país el Real Madrid hace un par de años abrió sus escuelas de futbol, a través de una fundación, no tanto para obtener jugadores sino por una loable función social, que buscar alejar a niños pobres de los círculos de violencia, alcohol y drogadicción. Recientemente el Barza también ha anunciado que abrirá su propia escuela, pero más enfocado en la búsqueda de talento según dicen. Esperemos que algún joven nacional debute a futuro en cualquiera de los dos equipos. Eso sí sería un hito para nuestro país, cada vez más depauperado futbolísticamente hablando.
Ojalá sea cierta tanta belleza, apreciado José. Digo, lo de las alturístas intenciones del Real Madrid... claro que si se les cruza en el camino algún pequeño genio no creo que desaprovechen el negocio.
ResponderBorrarAntes, cuando era chico no se analizaba lo bueno o lo malo de un jugador por el dinero que se pagó entre un club y otro para comprarlo o venderlo. Pero ahora, además de alabar las figuras con el balón se exalta el costo de sus piernas. Ya con eso los jugadores se reconocen como productos de una industria. Ojalá que detrás de estos números haya, aunque sea, un atisbo de buena fe, un apoyo a nuevas generaciones de deportistas. Ah, y ojalá los directivos del Real Madrid no ponga a "banquiar" a James de "pura alegría".
ResponderBorrarAbrazos Gustavo.
" Tiene que ser muy bueno para costar tanta plata", le escuché decir a alguien en un café, apreciado Eskimal. Esa frase resume en sí misma la profunda distorsión en nuestros criterios de valoración. De paso, quienes la comparten olvidan que un producto se puede fabricar y sobredimensionar a través de una estrategia de publicidad y mercadeo. La industria del entretenimiento está llena de esos casos.
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