Mi amigo Jorge Alberto Marín,
quien no por nada es un experto en
mercadeo y publicidad, me formuló la pregunta
a quemarropa a la hora del desayuno: ¿Qué pasaría con las políticas de
mercadeo de las fábricas de chicles si
un día prohíben las ventas de sus
productos en los semáforos? Aunque la posibilidad es remota, dada nuestra
vocación secular de productores de
pobres, pensé que la primera consecuencia será el incremento de las cifras de desempleo
en las estadísticas oficiales: bien sabemos que a los rebuscadores no los
cuentan como desempleados, entre otras
razones por el impacto político que el
aumento o la disminución de esos indicadores suele tener.
Quizá inspirada en algunos
personajes de La guerra de las
galaxias, la jerga administrativa
versión siglo XXI llama “Fuerza de
ventas” a los viejos vendedores de
siempre. Con ello se sugiere que se va a un combate con los competidores,
el mercado y con la resistencia de los clientes. “Que la fuerza te acompañe”,
supongo que les dicen los capitanes de empresa a sus escuadrones cuando salen a tomarse el mundo.
Picado por la curiosidad , me
paré entre las doce del mediodía y la
una y treinta de la tarde e en uno de los cruces viales más congestionados de Pereira: el
semáforo de la carrera octava con
calle catorce. Me acompañaba un grupo de estudiantes universitarios.
Aparte de un enjambre de motociclistas enloquecidos y de
conductores ansiosos, contamos ocho personas entre los cinco y los setenta años
ocupadas en las siguientes tareas: una anciana mendigaba monedas, un tipo adulto limpiaba parabrisas, un
travesti entrado en la treintena ofrecía sus servicios, un hombre ciego
entonaba en una armónica melodías
destempladas. Van cuatro. La otra mitad de la fuerza de ventas, compuesta en su
totalidad por chicos menores de
edad ofrecía cajas pequeñas de dos
chicles a cien pesos cada una. Como
teníamos un objetivo preciso nos concentramos en este último nicho de negocio
y escribimos en nuestras libretas cuatro
nombres imaginados. Perezoso como soy,
apelé a los nombres bíblicos y
sugerí trazar a la derecha de
cada uno una raya corta por cada caja
de chicles vendida.
Al llegar a casa me dediqué a la
tarea de sumarlas y me encontré con unas cifras que, en principio le dan la
razón a Jorge Alberto. No sobra aclarar que anotábamos solo las que
alcanzábamos a cubrir con un golpe de vista.
Juan sumaba treinta rayas a la
una y media de la tarde.
Pedro acumulaba cuarenta y siete.
Pablo lo superaba por una raya.
Y
Marcos le ganó al anterior por
una cabeza: cincuenta rayas.
Ciento setenta y cinco rayas en
hora y media en un solo semáforo. Nada
despreciable para un negocio informal.
De repente sentí vértigo: pensé
en miles de semáforos instalados en decenas de ciudades del tercer mundo.
Imaginé cientos de miles de conductores
adictos a la goma de mascar. Supuse legiones enteras de muchachos empecinados en sacarle unas monedas a esa adicción.
Como sucede con casi todo en este
mundo, la respuesta solo podía ser
política: no solo a los aspirantes a
gobernar republiquetas tropicales les conviene mantener a millones en la
pobreza. Abrumado por las cifras evoqué la figura de Thomas Adams y su hijo. El viejo es reconocido
por ser el creador del chewing gum. En
su momento fue secretario personal del dictador mexicano Antonio López de Santa
Anna. Quizás mirando cómo su jefe amortiguaba los remordimientos
de conciencia masticando cualquier cosa blanda
que tuviera a la mano, imaginó el paraíso como una miríada de cuadritos
de goma saborizados y cientos de
semáforos diseminados por el planeta para ponerlos en venta. Quién sabe.
Si mal no recuerdo, en países como Singapur está prohibida la venta de chicles, por aquello de que son muy estrictos con la basurilla especialmente de los envoltorios de las golosinas, persona que sea vista tirando su goma mascada o pegando debajo de un mueble es multada ahí mismo. Sobre aquello de la fuerza de ventas, de hecho es un término muy usado en el mundo del marketing (que no es lo mismo que ‘mercadotecnia’ o ‘mercadeo’, decía un docente, pues ambos son ramas del primero), que va más allá de los vendedores al público, pues engloba personal de todo tipo desde azafatas impulsadoras de producto, promotores, gente de relaciones públicas, supervisores, distribuidores, etc, y la comparación con un ejército o “fuerzas” viene al uso porque normalmente se tiene que enfrentar a los competidores que también están ávidos de colocar o imponer sus productos. El mercado (el mundo consumidor) es siempre un campo de batalla sin tregua. El que se duerme termina fuera del negocio. (mil perdones, estaba repasando mis conocimientos algo guardados o resecos).
ResponderBorrarAh, bueno, apreciado José. En Colombia pasa al revés : desde el elegante ejecutivo hasta el desocupado que galopa las calles, somos expertos en pegar chicles por todas partes, con los desagradables resultados de esa horrible práctica.
ResponderBorrarY sí: aquí hablamos de la fuerza de ventas ( informal, claro) de la venta de chicles.
No conocía la historia del chicle, Gustavo, aparte de su relación con Mr. Adams. Creo que su venta en los semáforos no es tan común en otros países, pero no pretendo ser una autoridad en marketing. También he visto lápices, flores, destornilladores, linternas, mini-ventiladores, baterías... Leyendo el comentario de José me di cuenta también de por qué el fútbol no ha prendido en Singapur. Antes creí que era un problema de falta de espacios, pero ahora veo que es porque los entrenadores no pueden mascar chicles ni escupirlos en la gramilla al terminar el partido. Si Alex Ferguson hubiera nacido en Singapur en vez de Glasgow... el Manchester United seguiría en la segunda división. Hablando en serio, me hubiera gustado tener un profesor que, como tú con tus alumnos, insistiera en la necesidad de interrogar el mundo a nuestro alrededor, y no sólo el currículo.
ResponderBorrarJa, ja. Buenísmo eso de la incompatibilidad entre el fútbol y Singapur, mi querido don Lalo. En Colombia llamamos "rebusque" a la milagrosa tarea de inventarse la vida en las esquinas, vendiendo los objetos y golosinas más insospechados. El chicle es solo uno entre ellos. A propósito, no conozco mejor sitio en este mundo para aprender periodismo que una esquina.
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