Bueno. Igual que
Harold Pinter en 2005 y Doris Lessing en
2007, Bob Dylan tampoco acudirá
el 10 de diciembre a recoger su premio Nobel de Literatura.
Hasta donde ha declarado, compromisos adquiridos con anterioridad
le impiden hacer presencia allí.
Por su lado, los voceros de la academia sueca han publicado
un comentario diplomático: “Esperamos con
ilusión la Conferencia Nobel de Dylan, que debe ofrecer- es el único requisito- en las seis semanas a
partir del 10 de diciembre de 2016”.
Así que seguimos a la espera.
Desde hace muchos años vengo fastidiando a mis amigos con la misma cantilena: el buen rock es en realidad
un género literario. Cuando cumplí once
años y apenas cursaba primero de bachillerato
(así se llamaba entonces) lo elegí como la banda sonora de mi vida. Los
responsables fueron tres divinidades: Iron Butterfly, Led Zeppelin y, desde
luego, The Beatles.
El profeta de su llegada fue mi
primo Pacho, a quien le agradezco todos los días el haberme puesto en contacto con esa forma de la poesía
animada con bajos, baterías, guitarras eléctricas y, a veces, sintetizadores.
Al viejo y querido Bob Dylan lo encontré tiempo después tocando a las
puertas del cielo. Knocking on heaven´s doors, es el título de la
canción. Y resulta que de tanto llamar a esas puertas a golpe de
canciones, al fin se las abrieron. Por
encima de los puritanismos y ortodoxias literarias, los integrantes del comité
decidieron que Bob Dylan, bautizado
Robert Zimmerman, se merecía el Premio Nobel.
Y lo
expresaron con toda claridad: Se le otorga el premio "por aportar nuevas
expresiones poéticas dentro de la gran tradición de la canción estadounidense”.
De modo que resultan fuera de
lugar las protestas de quienes, como el peruano Vargas Llosa, aseguran que el
Nobel es un premio para escritores, no
para cantantes.
El reconocimiento – que a esta
altura del juego Bob ya no necesitaba- es pues, por buen poeta, no por ser un
regular cantante, con esa voz nasal que, sin embargo, sabe cantar y contar cosas hermosas.
Con esa explicación me sobra y
basta. Y eso que soy lector de la gran tradición literaria norteamericana, de
Poe, Melville y Hawthorne a Thomas
Pynchon y John Barth, pasando por Saul
Bellow y John Updike, para mencionar
solo a siete, número mágico según algunos.
Desde el trece de octubre he leído toda clase de artículos celebrando o deplorando la decisión
del jurado. En algunos, fieles devotos de Dylan como yo festejan hasta el
delirio. En otros sus autores destilan una amargura infinita, al punto de
afirmar que, a ese paso, el próximo Premio
Nobel se lo darán al cantante Justin Bieber.
A cada quien le asistirán sus
razones. Por ahora, no paro de escuchar The times they are a changin´ con el
mismo fervor de la primera vez.
Más allá del reconocimiento, que considero muy merecido para el bardo estadounidense (y eso que no soy muy fan de su música) me parece descortés que no acuda a recibir la premiación, como si incurriese en veleidades de estrella de rock, la excusa de otros compromisos suena poco creíble. Ya tuvimos más que suficiente con su extraña ausencia o desaparición cuando anunciaron que había obtenido el premio. No es muy elegante ocultarse justo cuando todo el mundo te anda buscando. Pensé que Dylan estaba hecho de otra madera y hasta lo consideraba como uno de los ejemplos de humildad artística. Al final, son impresiones mías, no conozco sus razones ni motivaciones que lo impulsan a comportarse de tal manera.Quedémonos con sus versos,en todo caso.
ResponderBorrarSuscribo su última idea, apreciado José. Mejor quedémonos con sus versos... y con su mala voz.
BorrarQué diría Vargas Llosa si le dan un Grammy?
ResponderBorrarJa. Como dirían sus paisanos de Les Luthiers : " No me austa el acertijo", mi querido don Lalo.
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