Leí en la sección Hacienda del diario económico La
República el siguiente titular: Economía
Naranja mueve hasta $ 18 billones anuales.
Esa es una cifra considerable.
Solo que debe ser desglosada, con el fin de comprender su impacto en un
sector específico: el del arte y la cultura.
Porque nos han vendido la idea de
que el concepto de economía naranja
se refiere solo a estos últimos.
Y eso crea de entrada una
confusión estadística y de conceptos.
Para empezar, todavía no tenemos
claro el significado de esa etiqueta,
promovida a nivel global desde hace más de diez años.
En el Tercer Mundo somos
proclives a imitar conductas y programas diseñados desde los grandes centros de
poder político, social, económico cultural o académico.
Por eso, a menudo nos comportamos
al modo de los cardúmenes que siguen – en masa y a ciegas- a un líder o gurú, sin tener idea de su lugar de
destino.
Esa misma fe ciega nos impide
someter los discursos y teorías a cuestionamientos que permitan identificar su
validez en un contexto y en un tiempo determinado.
Igual que si se tratara de una
nueva moda de vestidos, consumimos y desechamos ideas sin que nos dejen
provecho alguno. En el campo de la administración pública y privada se despilfarran millones en
la contratación de expertos y en el pago de propiedad intelectual por fórmulas que en muchos casos
no funcionaron ni siquiera en sus sitios de origen.
Sucedió con la Revolución Francesa, que en nuestro
continente adquirió muchas veces tintes de esperpento.
Pasó con el intento de
trasplantar el modelo norteamericano de democracia, concebido como escenario de
participación política a partir de igualdad de oportunidades económicas.
Solo que nosotros omitimos este
último detalle y ya vemos como nos va.
Podríamos seguir enumerando y
siempre llegaremos a la misma conclusión: nos volvimos expertos en
injertar tejidos ajenos en nuestro
cuerpo, sin fijarnos en su capacidad de asimilación.
Y todo con la excusa de que la
globalización es ineludible.
Esto es cierto, pero su buena aplicación debe estar precedida por
la pregunta acerca de su pertinencia y sus beneficios.
De lo contrario, los efectos no
solo son impredecibles: pueden llegar a ser devastadores.
Eso es lo que sucede hoy en
Colombia con la Economía Naranja, que ya tiene visos de fiebre.
La expresión visible de esta última son las Industrias Culturales.
“¡El Muro de Berlín cayó en
1989! El socialismo es cosa de mamertos! ¡Es la hora del mercado y de las
Industrias Culturales! Le escuché decir a un exaltado director de teatro.
Por lo visto, al hombre no le
interesaba fijarse en su propia contradicción: Dedica buena parte de su tiempo a gestionar recursos
del Estado, según lo establecido en la Constitución de 1991, que define a la cultura como la base de
la nacionalidad.
Como llevo oyendo distintas
versiones de esa idea desde que el profesor Fukuyama proclamó su célebre
evangelio de El Fin de la Historia,
me concentré en seguir
algunas pistas, escudriñando por igual en fuentes documentales y
testimoniales.
Los resultados no fueron muy
alentadores.
Por ejemplo, la noción de Economía Naranja no solo alude a la
cultura y el arte, sino a la infinita
gama del entretenimiento en general.
Así, en una misma bolsa mezclan
un festival de teatro, el menú de un restaurante, un canal de televisión y un
poderoso equipo de fútbol como el Atlético Nacional.
Un detalle: Este club factura más
que todas las actividades artísticas y culturales juntas.
Por eso es mejor andarse con ojo de águila.
Y esto implica no desconectar lo cultural del ámbito
político.
En Europa, donde muchas políticas culturales siguen forjándose
al amparo de la socialdemocracia, estados como el francés subsidian a los
artistas o agrupaciones locales y extranjeras que acrediten un mínimo de
treinta y dos presentaciones públicas al año.
Los Estados Unidos en cambio, fieles a su
política del dejar hacer, lo ponen todo en manos del mercado y sus inciertas
leyes.
Siguiendo lo trazado en la
constitución, en Colombia se le asignan responsabilidades al Estado y a los
gobiernos en el orden local, regional y nacional.
Y en este punto afloran grandes
contradicciones y riesgos.
El supuesto florecimiento de las Industrias Culturales en Colombia puede darles argumentos a los
técnicos para recortar recursos, amparándose en pretextos como la crisis y la
austeridad.
Eso dejaría sin aire a un amplio
sector de la cultura.
Para ilustrarlo va un dato: En
Pereira producir una obra teatral de calidad demanda- como mínimo- unos cien
millones de pesos- (USD$ 33.300) de
inversión inicial.
A escala internacional esa cifra
puede parecer exigua. Pero para muchas agrupaciones recuperar esa suma puede
representar un calvario, cuando no un imposible.
Es en ese momento cuando cobran
importancia las políticas y los recursos del Estado.
Es decir, la otra cara de la Economía Naranja.
El lenguaje nunca es inocente ni
gratuito.
Por eso, resulta necesario
revisar- y repensar- esos modelos antes de injertarlos en nuestra vida
cotidiana.
No vaya a ser que el organismo produzca sus propios
anticuerpos y – revalidando el viejo refrán-
corramos el riesgo de hacer del
remedio algo peor que la enfermedad.
PDT . les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada
Como vivo un poco apartado, no sabía que a la economía creativa le habían puesto color. Supongo que es un buen recurso para ampliar la vigencia de la idea, uno de esos artificios dialécticos que se alimentan a sí mismos y echan cuerpo como las bolas de nieve cuesta abajo. Muy oportuna tu advertencia de tomar con pinzas las afirmaciones que llueven con creciente frecuencia en relación con esto. El "sector" (supongo que esta palabra ya le queda chica) crece y crece, en parte, porque es una bolsa en la que cabe todo.
ResponderBorrarEn eso reside la clave, mi querido don Lalo: es una bolsa bastante inflada. Esa condición encandila a mucha gente y la priva de la distancia crítica necesaria para identificar todos los matices de la naranja... empezando por los más tóxicos.
ResponderBorrarAh... no se preocupe. Yo no acabo de entender por completo el concepto. Por lo pronto, parece que el nombre tiene las mismas raíces que el Lucy in the sky of diamonds de Los Beatles.
¿Asi que le llaman ‘industria naranja’ a eso de organizar conciertos multitudinarios, verbenas y otros circos distraccionistas? Lo de industria, me lo creo porque resulta que habia sido un pingüe negocio para los burócratas. Justamente hace dos dia veia un documental de una periodista local donde denunciaba los cuantiosos recursos que se despilfarraban en aniversarios civicos a título de “cultura”. Con documentos en mano,mostraba cómo estaban inflados los presupuestos, donde los que menos salian beneficiados eran los artistas convocados, quienes cobraban apenas un tercio o menos de los montos que figuraban en planillas. Y asi sucesivamente, el modo de proceder se extendia a los servicios relacionados: sonido, iluminacion, catering, publicidad, etc,. En suma, en cada festejo se gastan miles de dolares donde una gran parte del dinero se esfuma en items fantasmas o gastos figurados. Y no pasa nada con los responsables, porque segurmaente el dinero desviado llega a varios bolsillos de la alcaldia.
ResponderBorrarSi señor, lo llaman economía naranja, apreciado José. Eso del arte y la cultura como expresiones de " Lo mejor de una comunidad", según rezaba la vieja frase, pasó a mejor vida.
ResponderBorrarAhora hablamos de mercado puro y duro.
Y el que no lo asuma así, bien puede apearse del bus. O al menos eso dicen los evangelistas de esa corriente.