Es como entrar a uno de esos hipermercados en los que
el consumidor encuentra un producto para
conjurar cada temor y para satisfacer cada capricho, o “necesidad”, como
les gusta decir a los expertos en publicidad y mercadeo.
¿Un deseo? Se le tiene.
¿Un miedo? Se le tiene.
¿Una obsesión? Se le tiene
Así son los libros de “Frases
célebres”, ese remedo de sabiduría comprimida en píldoras de todos los
colores, escogidas para responder a las necesidades del cliente, según el
momento y las circunstancias.
De Jesucristo a Gandhi, de Marx
a Benjamin Franklin y de Nietzche a
Fukuyama, siempre habrá una sentencia a
la mano para que los perezosos y los desesperados se aferren a ella con el
ahínco de quien encuentra un madero en
medio de un naufragio.
Es simple: frente a la
incertidumbre y la complejidad del mundo, el talante lapidario de las frases
célebres funciona al modo de un imán.
Son como luces de bengala en
medio de la oscuridad.
Una duda, una congoja, un manojo
de preguntas sin respuesta siempre encontrarán la frase de un pensador célebre o de un personaje famoso
que les sirva de muleta. “Platón
dijo”, "Mark Twain afirmó”, “Alejandro Magno sentenció”, exclama el dubitativo y las cosas parecen
quedar zanjadas.
¿Quién se atrevería a poner en
duda el celebérrimo “Solo sé que nada sé”,
atribuido a Sócrates?
Sin embargo, basta uno solo
de los razonamientos de la Crítica de la razón pura, para que se
resquebrajen los cimientos de ese edificio.
Pero, para tranquilidad de los editores de frases célebres y de sus
millones de lectores, es mejor dejar las cosas así.
Ya sea que se trate de una humilde y lúcida aceptación de ignorancia o de un ingenioso
juego de palabras enfocado a desorientar al interlocutor, la frase en cuestión
parece disolver las tinieblas del pensamiento: si eso le pasó a Sócrates ¿Qué
pueden esperar de mí?
Encuentro en un “Agáchese” un ejemplar de El gran
libro de las citas de frases célebres. Como sucede casi siempre, el libro no tiene autor ¿Quién
podría responsabilizarse de semejante
montaña de pensamientos?
Abro la página setenta y tres y
me doy de narices con uno de los más célebres textos de auto superación: El principito, un breviario de lugares
comunes sobre el mundo infantil, firmado por un aviador desaparecido. “Las personas mayores nunca pueden
comprender algo por si solas y es muy aburrido para los niños tener que darles
una y otra vez explicaciones”. Ignoro cuántas veces se ha recitado ni a cuántas lenguas se ha traducido la frase de marras. Pero sí he visto demudarse los rostros de muchos
adultos cual si estuvieran ante una
revelación.
Los comprendo: cada vez que se
pronuncia una frase célebre se acrecienta su prestigio: en este caso, la
sabiduría parece ser un asunto de acumulación.
De tanto repetirlo, nadie se atreve a poner en duda la validez del
aserto.
Unas páginas más adelante me
encuentro- cómo no- con el nombradísimo
“Dios ha muerto” de Nietzche, sentado
junto al no menos famoso “La religión es
el opio del pueblo”, de Karl Marx.
Al compilador parece tenerle sin cuidado
que, a pesar de las apariencias y
salvada la coincidencia de nacionalidad, los dos autores nada tienen en común. Mientras Marx pensaba a
Dios desde su condición judeo cristiana y desde
las raíces de la economía política,
Nietzche especulaba acerca de una divinidad cuya trascendencia se
había disuelto en los meandros de la conciencia moderna: era el paso necesario
para la aparición del Súper hombre.
Pero no importa, si de paso las píldoras nos evitan
la arriesgada aventura de leer al autor de El
Capital y al forjador de Así habló
Zaratustra: frente a una antología de frases célebres nadie corre peligro.
Ahora soy yo quien enfrenta una
encrucijada.
Ya pagué el ejemplar pero no me lo quiero llevar. Sería
como trajinar por las calles con un trasto inútil a la espalda. O como atiborrarse
con un montón de comida de imposible digestión.
Así que lo dejo junto a la pila
de libros cuyos editores tienen idéntico
propósito: encandilar al prójimo con la ilusión de que la sabiduría se puede
ingerir en comprimidos.
¡Olvidó su libro, señor, olvidó su libro! oigo gritar al vendedor
cuando estoy a punto de doblar la esquina.
PDT : les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada
Ja, lo de los libritos no es nada, al menos uno tiene la posibilidad de no comprarlos o soslayarlos directamente. Menos mal que usted no carga a cuestas un SmartPhone, la cantidad de frases obvias y otras tonteras de autosuperación son replicadas por amigos y parientes como si fuera deporte nacional. No hay antídoto contra eso, tremenda plaga que se propaga como un virus, toca borrarlos pacientemente a riesgo de perder datos valiosos por error. Estamos jodios a diestra y siniestra.
ResponderBorrar¡ Santo Cielo! Y yo que escribí este texto pensando en la posibilidad de encontrar un antídoto para ese mal en los meandros de internet, que todo lo puede, apreciado José.
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