La muerte real o simbólica del
padre, como paso indispensable para construir la propia identidad, es un anhelo que atraviesa todas
las culturas.
Y, por lo tanto, todas las
literaturas.
En la tradición judeocristiana ese anhelo choca
de frente con el precepto bíblico de Honrarás
a tu padre y a tu madre. Por esa
razón, produce una desgarradura que deviene culpa cuando se instala en los
pliegues de la conciencia.
En ese sentido, La carta al padre, de Franz Kafka, es
uno de los textos más célebres, aunque
no el único.
El escritor noruego Karl Ove
Knausgard decidió transitar ese camino en la novela La muerte del padre, primera de una saga de seis, titulada Mi lucha.
Su padre es el típico pequeño burgués, sólo en apariencia
satisfecho con su lugar en el mundo. Profesor de instituto, casado, padre de
familia, instalado a comodidad en medio
de una sociedad próspera.
Hasta que las fisuras de su vida interior y exterior se
vuelven grietas y se hacen visibles.
En ese momento empezará a
deslizarse por los desbarrancaderos del alcohol.
El desplome total lo sorprende un
su tránsito por los círculos del infierno: en una vivienda de los suburbios, en
la que se dedica a beber en compañía de su anciana madre, que un día lo
encuentra muerto.
Ese es el escenario adonde llegan
sus hijos Yngve y Karl, que a su vez
llevan a cuestas una vida marcada- como todas- por las sombras de muchos desencuentros.
Luego de conocer la noticia de la
muerte del padre, los hermanos abren la puerta de su casa y se adentran en un
reino de mugre, basura y descomposición, en el que las botellas vacías se
acumulan por todas partes, hasta desbordar los límites de la vivienda: cerveza,
vodka, vino, Whisky, marcas de bebidas que en la mente del padre se
arremolinaban a modo de conjuros contra
una desesperación sin remedio.
Porque no hay consuelo para quien
ha apurado hasta las heces el cáliz de la derrota.
Todos estábamos advertidos: la
primera frase del libro se desliza en los pensamientos del lector como un puñal
de hielo: “La vida es sencilla para el
corazón: late mientras puede. Luego se para”.
Así de simple. Y de inapelable.
El lenguaje soso y bobalicón de
los libros de auto ayuda privilegia lo
que sus autores llaman “Adultos con
corazón de niños”. Algo así como una legión de idiotas grandes que llegan a
la vejez sin haber sido alcanzados por las corrientes devastadoras de la vida.
En la novela de Karl Ove Knausgard sucede a la inversa: hasta los más jóvenes se las
arreglan para tener el corazón abatido por la lucidez.
Empezando por el propio Karl Ove, que a lo largo de las
casi quinientas páginas de un libro
marcado por la ferocidad despliega en toda su dimensión lo que un heterónimo
de Fernando Pessoa resume en un verso: “Somos cuentos que cuentan cuentos. Es
decir: nada”.
La nada no sólo nos rodea sino
que nos habita. Nuestros más heroicos actos son intentos fallidos de refutar
esa certeza. Poco importan los mitos
forjados alrededor de esa nada. Para una muestra, en la página 272 encontramos
este monólogo:
“Tal vez sea verdad que el día del Juicio llegará. Que todos esos
esqueletos y calaveras enterrados en el transcurso de los miles de años que ha
estado viviendo gente en la tierra recogerán sus huesos, se levantarán
sonrientes hacia el sol, y Dios, omnipotente e inmenso, los juzgará arriba en
su cielo, con una pared de ángeles encima y otra debajo de él. Sobre la tierra,
tan verde y maravillosa, retumbarán las trompetas, y de todos los prados y
valles, playas y llanuras, mares y lagos, se levantarán los muertos caminando
hacia el Señor su Dios, siendo elevados hasta él, pesados y lanzados a las
llamas del infierno o pesados y elevados hasta la luz del cielo”.
Es posible pero poco probable, nos responde la errática parábola
vital de estos personajes abrumados bajo
el peso de sus propias decisiones.
Ni la vida familiar ni los logros
profesionales les brindan una estructura lo suficientemente sólida para
para concederse una ración de dicha terrenal. Es lo que siente Karl Ove cuando contempla por última vez el
cadáver de su padre:
“Esta vez estaba preparado para lo que me esperaba, y su cuerpo, cuya
piel había oscurecido aún más en el transcurso de las últimas veinticuatro
horas, no despertó ninguno de esos sentimientos que el día anterior me habían
desgarrado. Ahora lo que vi fue lo inánime. Vi que ya no había diferencia entre
lo que mi padre había sido y la mesa sobre la que yacía, el suelo sobre el que
ésta descansaba, el enchufe de la pared debajo de la ventana, o el cable que iba
al aplique de al lado.
“ Porque los seres humanos no son más que una forma entre otras formas,
expresadas una y otra vez por el mundo, no sólo en lo que vive, sino también en
lo que no vive, dibujado en arena, piedra y agua”.
Por eso no hay nada ni nadie en el mundo que nos
ayude a cruzar esa densa noche de tinieblas: sólo la misma muerte que
intentamos aplazar con los más inusitados juguetes puede prodigarnos algo
parecido al sosiego.
PDT. les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada
"Hasta los más jóvenes se las arreglan para tener el corazón abatido por la lucidez." Con esta frase me has "casi" persuadido de leer al noruego, a pesar de que desconfío de los textos muy largos. Y la saga de Knausgaard trae seis tomos... A propósito, leo en el Guardian que es un escritor super rápido: publicó todos los volúmenes de Mi Lucha entre 2009 y 2011.
ResponderBorrarJa. Bueno, " casi" es como asomar la nariz al abismo, mi querido don Lalo.
ResponderBorrarY en abismos parecen haberse especializado los escritores del norte de Europa.
Por mi parte, he leído que este autor pone a parir a toda su familia en sus novelas, lo que seguramente aumenta el morbo por leerlas. Supongo que es otro escritor que desmitifica el 'paraiso nórdico', la alusión al alcohol supone un indicio del talante "negro" de su relato. Lamentablemente,aqui no he visto ninguna de sus obras, habrá que buscar en formato ebook.
ResponderBorrarBueno, José. Al menos "La muerte del padre", es una feroz mirada autobiográfica a la sagrada familia. Tanto, que el autor, con nombre propio, es el protagonista de una historia que, a veces, me recuerda las películas de otro autor nórdico: el sueco Ingmar Bergman.
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