“Hace veinte años llegué a las
llanuras con los ojos bien abiertos, atento a cualquier elemento del paisaje
que pareciera insinuar algún significado complejo más allá de las apariencias”, declara de entrada el narrador de Las llanuras, un clásico de la
literatura australiana escrito por Gerald Murnane, autor, entre otros, de los
libros A Lifetime on Clouds y Barley Patch.
Gerald Murnane es un gran aficionado a las carreras de caballos
y nunca ha viajado en avión.
El dato puede parecer meramente
anecdótico, pero, puestos a pensar, da algunas claves para aproximarnos a la
esencia de este inquietante y breve relato que en sólo ciento cuarenta y siete páginas
nos devuelve al corazón de las grandes metáforas de ese devenir en el
tiempo y el espacio que llamamos nuestra
vida.
Los jinetes, los caballos y los
aviones suponen un intento de conjurar y
equilibrar la siempre inconstante relación entre el tiempo y el espacio.
Eso suponiendo que el tiempo y el
espacio existan como entes reales y no como
simples convenciones de la mente.
No por casualidad el autor de Las llanuras nos advierte sobre la
necesidad de un significado complejo más allá de las apariencias.
Si somos apariencia, si
aparecemos ante los otros y ante nosotros
mismos, eso debería tener algún significado.
A esa búsqueda han consagrado su vida los
poetas y pensadores de todos los tiempos.
Gerald Murnane vuelve a intentarlo en este
perturbador relato que regresa a la vieja idea de las montañas, los ríos , los
mares y las llanuras como metáforas que intentan desvelar
el más inefable de todos los misterios: el de la existencia que fluye, y
por eso mismo no se deja aprehender.
¿Cómo hablar de una historia y una identidad
individual y colectiva si somos apenas chispas minúsculas que brillan y se
desvanecen en la noche infinita del
tiempo?
El narrador de Las
llanuras es un joven realizador de
cine que se propone, cámara en mano, llegar a lo más hondo del misterio de los
hombres y mujeres habitantes de esas tierras, acostumbrados a enfrentarse cada
mañana y cada noche a lo inabarcable.
A lo mejor por eso estos terratenientes beben tanto y veneran el trabajo de los artistas: esos individuos
empeñados en la tarea desesperada de encontrar
significados en las apariencias.
He ahí el profundo sentido de la
heráldica como soporte de una improbable identidad. En este caso la identidad
de los habitantes de las llanuras, enfrentados siempre a los hombres de las
costas y del interior.
Eso es lo que intuye el narrador,
sentado en la sala de espera de un
hotel, donde aguarda el momento de su cita con los terratenientes:
“Algunos de aquellos que esperaban a los grandes terratenientes en el
bar del hotel me contaron que sus esperanzas se concentraban en intentar
convencer a un hacendado en concreto de que el arte heráldico de su familia
derivaba de una serie demasiado limitada de disciplinas. Uno de los aspirantes
pretendía mostrar los resultados de sus investigaciones entomológicas y
argumentar que los destellos metálicos y los prolongados rituales de una avispa
que vivía en un hábitat restringido podrían corresponderse con algo que todavía
no había encontrado expresión en el arte de una familia a cuyo mecenazgo aspiraba".
La cópula de una pareja de
insectos como expresión del anhelo de libertad de estas familias encerradas en mansiones llenas
de libros en los que intentaban descifrar los arcanos de un mundo siempre haciéndose y deshaciéndose
ante sus ojos.
¿Qué sentido tenían el amor convencional y los
complicados mecanismos de la institución
matrimonial frente al frenesí sexual de los conejos apareándose una y otra vez en la llanura?
Por lo visto, los humanos habían
equivocado una vez más el camino.
Y en el caso de los habitantes de
las llanuras buscaban reencontrar el
rumbo en las páginas de los manuscritos,
en las figuras de animales, en los personajes de la mitología que
florecían en sus escudos o en los
destellos de ámbar del whisky que escanciaban en sus formidables vasos.
Por eso se admiran ante la presencia de ese realizador
de cine que pretende revelar con sus cámaras aquello que son pero que no está
en el paisaje, porque en realidad alienta del fondo de cada uno: lo
que llaman el alma.
Una tarea imposible, desde luego.
Porque los ríos, las montañas,
los mares y las llanuras están antes y después de los hombres, pero nunca en
los hombres.
Esa imposibilidad es la que
empuja a los terratenientes a patrocinar el trabajo de los artistas: todos
aspiran que acontezca el milagro. Algo que explique el sentido del amor, del
deseo, de los recuerdos, esas múltiples formas del espejismo que es toda vida.
En su recorrido, el autor nos da algunas pistas
sobre su búsqueda inútil:
“Dormí desde la primera hora de la noche hasta justo antes de que
saliera el sol. Me levanté, salí al balcón y contemplé el amanecer sobre las
llanuras. Me sorprendió descubrir que apenas unos minutos antes del alba,
incluso en medio de aquel paisaje, todavía me embargaba la esperanza de que
ocurriera algo distinto a la habitual salida del sol. Y aquella mañana más que
nunca se me hizo raro verme a mí mismo
como el personaje de una película, y las calles y los jardines que se extendían
a mis pies, portentosos ya de por sí, como un
decorado cargado de
redoblada importancia”.
La existencia como un decorado
cuyos códigos estamos obligados a
descifrar. O al menos debemos intentarlo.
Y para eso tenemos que comprender lo más difícil: que
los verdaderos viajes son mentales y por
eso debemos buscar el paisaje dentro de nosotros mismos, no afuera.
PDT . les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderBorrarLos australianos están fascinados con las reflexiones inspiradas por el paisaje, por la desmesurada magnitud de la tierra. Pero claro, como bien dices, en el fondo se trata de un viaje interior. Los grandes espacios, las llanuras especialmente, estimulan esa introspección purificadora. El autor, como buen australiano, vive de cerca esa conexión catalizadora entre paisaje y alma. Los aborígenes se identifican a sí mismos como parte del paisaje, se sienten la misma cosa con la tierra, la misma entidad concreta y espiritual. El escritor, como es su naturaleza, se rebela, rechaza y al mismo tiempo comparte este enfoque. Su pugna es enriquecedora, claro.
ResponderBorrarEn últimas, ese es el sentido profundo del antiguo viaje iniciático, mi querido don Lalo: llanura adentro de uno mismo.
BorrarUsted, que frecuenta esos parajes, entiende mejor que nadie el sentido de este aforismo: " Caminó, caminó y caminó... hasta que se salió de sí mismo"
Complicado eso de buscar la llanura interior en la tierra que en sí misma es pura metáfora, donde seguramente se hace muy patente la insignificancia del hombre frente a las interminables llanuras y la inabarcable soledad del paisaje. Territorios donde no es raro encontrar fincas del tamaño de Suiza y vaqueros que arrean el ganado desde avionetas, segun pude ver en un documental. Fascinante y abrumador a la vez.
ResponderBorrar"La tierra éramos nosotros", anotó un escritor colombiano en el título de uno de sus libros, apreciado José. Sospecho que en esa dirección apunta el viaje del narrador de esta historia.
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