Ustedes ya conocen los rasgos más
distintivos del poeta Aranguren.
Su jovialidad sin límites. Su
fino humor costeño. Su amor por el Unión
Magdalena. Su gusto por el aroma cerrero del ron Tres Esquinas. Su enrevesada dicción caribeña mezclada con
regionalismos paisas.
Desde que nuestros caminos se cruzaron, hace cosa de
veinte años, hemos compartido pasiones
comunes: la gran poesía de aquí y de
todas partes. Los narradores norteamericanos de todos los tiempos. Los viajes
en barco alrededor del mundo, siempre anhelados
y jamás realizados.
O a lo mejor sí: dado el talante
ilusorio del mundo, quizá hemos
repetido en sueños esos viajes una y otra vez y apenas los recordamos como un
manojo de nubes grises y blancas que se deshilachan ante el embate de la más
leve brisa.
Por eso nos gusta pararnos frente
al mar a decirles adiós con la mano a unos seres desconocidos que podemos ser
nosotros mismos: nuestra infinitud de vidas posibles.
Pues bien, al caer la tarde del pasado lunes 14 de enero,
Aranguren tocó a mi puerta blandiendo un ejemplar recién comprado de Pessoa Múltiple, Antología Bilingüe,
publicado al alimón entre el Fondo de
Cultura Económica y Camoes, Instituto
da Coperacao E Da Lengua, Portugal.
Olvidé decirles que la obra de
Fernando Pessoa y sus heterónimos es otra de nuestras devociones.
Pienso que el título del libro es redundante:
lo que define al poeta portugués es su multiplicidad.
Tocado desde su infancia por la
lucidez, Fernando Pessoa asumió bien temprano que, para no sucumbir ante la
futilidad del ser, uno debe forjarse muchas identidades. Todas las que pueda,
porque al final éstas últimas también se desvanecerán.
Y nos dejarán desnudos a la vera
del camino.
De modo que nos sentamos en esa luminosa tarde de enero y
abrimos las páginas del libro en
cualquier parte. En este caso, la numerada con el treinta y siete: un poema titulado Soy un
evadido, firmado por Pessoa, digamos, en persona:
“Soy un evadido.
Apenas nací en mí me encerraron,
Pero yo me fui.
La gente se cansa
Del mismo lugar,
¿de estar en mí mismo
no me he de cansar?
Mi alma me busca,
Yo me escabullí,
Ojalá que nunca señale: “está allí”
Ser uno es prisión,
Ser yo ya no es ser.
Viviré escapando
Y así me hago valer”
Esos versos breves son una
declaración de principios. La piedra
sobre la que Pessoa y sus otras personalidades- que alcanzan, según
algunos estudiosos, las trescientas dieciséis - edificarán lo que, a falta de
un nombre mejor, podríamos llamar una serie de biografías.
Aunque más bien podríamos hablar
de una sucesión de máscaras que se superponen al modo de un palimpsesto y
ocultan cada vez más la verdadera condición- que frase más equívoca- del hombre nacido para el registro civil en Lisboa el 13 de junio de 1888 y muerto el 30 de
noviembre de 1936.
Pero esos son sólo
datos.
Lo esencial sólo podemos
sospecharlo en la suave cadencia de
estos versos creados por Ricardo Reis, otra de sus máscaras:
Amo las rosas del jardín de Adonis
“Amo las rosas del jardín de Adonis.
Amo, Lidia, esas efímeras rosas,
Que el mismo día en que
nacen,
Ese mismo día mueren.
La luz en ellas es eterna, porque
Nacen tras nacer el sol, y se acaban
Antes de que Apolo
deje
Su recorrido
visible.
Hagamos nuestra vida así un día,
Incientes, Lidia, voluntariamente.
Noche hay antes y después
De lo poco que duramos.”
La fugacidad de la vida es un
tópico de las literaturas de todos los tiempos.
Pero Pessoa y sus heterónimos tienen una forma de decirlo que nos devuelve,
intacta, la esencia del misterio de nuestro tránsito por el mundo.
Aquí estamos frente a otro lugar común: todos sabemos de esa transitoriedad,
pero para no sucumbir a la certeza de que, rumiada cada día, podría conducirnos
a la locura, optamos por ignorarla.
Igual que Sísifo con su piedra
nos empecinamos cada mañana en dotar de sentido a lo inabarcable.
Al menos es lo que se nos sugiere
en este poema titulado Mar portugués:
“¡Oh,mar salado, cuánta de tu sal
son lágrimas de Portugal!
para cruzarte, ¡cuántas madres
lloraron,
cuántos hijos en vano rezaron!
cuántas novias quedaron por casar
para que fueses nuestro, oh mar!
¿Valió la pena? Todo vale la pena si el alma no es pequeña.
ir más allá del cabo Bojador
es ir más allá del dolor.
Dios al mar y el peligro dio,
pero en él fue que el cielo reflejó”.
La vida y la muerte trenzadas en
esa imagen resumen buena parte de las metáforas marinas que conocemos.
El mar como una conjugación de adioses y recibimientos.
“Ir más allá del dolor” parece ser la esencia del Fado, esa música
portuguesa donde se condensan todas las tristezas de un pueblo hecho de
conquistas y derrotas en mares lejanos.
Una suerte de blues de
navegantes.
El mar de lágrimas que complementa el valle de la plegaria católica.
El mar de Pessoa que el poeta Aranguren vino a
evocar en mi casa esta luminosa tarde de Enero.
PDT : les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada
I
Llorar frente el mar, es acaso la metáfora perfecta de la insignificancia de nuestro paso por la vida: la vida es ese mar desconocido lleno de tempestades que nos aguarda más allá del horizonte (como a futuros Ulises sin puertos a los que llegar); las lágrimas somos nosotros mismos, una nimiedad en el océano infinito.
ResponderBorrarQué bueno eso de ver al poeta 'blandiendo' un Pessoa en la mano, y quizá un Tres Esquinas en la otra. No sé cuál entraña mayor peligro para usted, digo, je je.
Ninguno de los dos entraña peligros, apreciado José. Al contrario: son fuente perenne de regocijo, aunque a menudo vengan con lágrimas.
ResponderBorrarEstos poemas están emparentados con el mejor Alberti y con el Machado aquel de " Las vidas son ríos que van a dar a la mar"
Para ti, mi querido Tavito, como retribución al bello texto que has escrito... https://www.youtube.com/watch?v=D9zMtXPC_hQ
ResponderBorrarMil gracias por la retribución, inmerecida por supuesto: la poesía y todo lo que nos revela es la más impagable de las recompensas.
ResponderBorrar¡Salud!
Fernando Pessoa se te pega en Lisboa, te aborda sin que lo adviertas y allí se queda. Visité su tumba, en el monasterio de los Jerónimos. Son sus vecinos Vasco da Gama y Luís de Camoes. La esencia de Portugal es allí densa y persistente, como la poesía y la aventura.
ResponderBorrarMenudos vecinos se trae el tal Pessoa, mi querido don Lalo. Creo que si en Perú existe un club de fútbol llamado César Vallejo y en Brasil existe otro con el nombre de Vasco da Gama, Portugal bien se merece su Fernando Pessoa: un equipo persistente y luminoso como el Atlántico.
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