Del “apagón” a “Centros
poblados”
En un intento de refrescarnos la memoria, entre las páginas 27 y 58 del
libro “Pistas para investigar las rutas
de la Corrupción”, publicado en 2022 por la organización Consejo de Redacción, leemos un recuento
escrito por Juan David Laverde sobre los más sonados escándalos de corrupción
que han sacudido a la sociedad colombiana en las últimas tres décadas, desde el
comienzo del gobierno de César Gaviria en 1990 hasta los días finales de la
administración de Iván Duque en 2022.
Guiados por esa bitácora de la infamia, recordamos que el célebre “apagón” de 1992 que dejó al país en las
tinieblas, no obedeció tanto al rigor de la temporada de sequía como al robo de
los recursos para la construcción de la hidroeléctrica de El Guavio. Con cifras
en la mano, los técnicos demostraron que sin el saqueo de los recursos no
hubiese sido necesario el racionamiento.
Siguiendo ese camino, volvemos al sainete del llamado “Proceso 8000” en el que unos pillos acusaron a otros de haber
recibido dineros del narcotráfico para financiar su campaña política, en este
caso la que condujo a Ernesto Samper Pizano a la presidencia de Colombia para
el período 1994-1998.
El recuento puede no tener fin: tenemos-cómo no- el control de los
narcotraficantes sobre un amplio sector de la sociedad colombiana, que incluyó
a empresarios, políticos, periodistas, obispos, medios de comunicación,
reinados de belleza, clubes de fútbol y cuanta organización pudiera ser
corrompida.
En la lista aparecen también la burla de las Farc al gobierno de Pastrana y
de paso a la sociedad toda, las turbias negociaciones del gobierno Uribe con
los paramilitares, los asesinatos bautizados con el eufemismo de “Falsos positivos”, las corruptelas
armadas por la corporación Odebrecht durante la administración de Juan Manuel
Santos y el robo de recursos públicos para la educación y la conectividad en el
gobierno de Iván Duque, que incluso condujo a la acuñación de un nuevo verbo: “ abudinear”.
Los casos se cuentan por miles, pero el propósito del libro no es redactar
un memorial de agravios, sino de ofrecerle a la sociedad en su conjunto un
posible método y un catálogo de herramientas que doten al investigador- ya se trate de un periodista, de una
veeduría o de una organización social- de elementos de apoyo para seguirle el
rastro a la cola de la rata, según la afortunada expresión del periodista
argentino Daniel Santoro.
Escándalos y justicia
En este punto vale la pena detenerse en un fenómeno bastante significativo.
La asimilación por parte de la sociedad, empezando por los medios de
comunicación, del escándalo como algo equivalente a la justicia. Es más: el escándalo
se convirtió en un fin en sí mismo, al punto de engendrar su propia lógica
perversa. La cadena es simple: un
periodista o investigador consagran buena parte de su tiempo, su talento, sus
recursos personales y muchas veces ponen en riesgo la propia vida y la de su
familia para destapar una olla podrida. Los consumidores de información despachan el plato y exigen el siguiente capítulo,
es decir, un nuevo escándalo. Sin tiempo ni voluntad para detenerse y
formularse preguntas críticas, renuncian así a su papel de ciudadanos, de
personas que participan con todos sus sentidos en la construcción de lo
público.
Esa construcción pasa por el control y defensa del patrimonio colectivo. Es
en ese punto donde la información debe recuperar su condición de derecho
conducente a fortalecer el contrato social, edificado sobre la idea de la
libertad, la participación y la igualdad de oportunidades que se traducen en justicia
social y económica.
Si no somos conscientes de que con el saqueo a los recursos destinados a
mejorar las condiciones de vida de todos se atenta contra la esencia de ese
contrato social, acabaremos conformándonos con el escándalo y perderemos la
oportunidad de ser sujetos de derechos y deberes.
De esa confusión se deriva algo tanto o más grave: la conversión del
periodista en una figura de la farándula, en una estrella del espectáculo que
negocia su condición de mediador entre los protagonistas de los acontecimientos
y los receptores de información. Pero ese ya es otro asunto.
A menudo a pesar de esos escándalos- o a lo mejor gracias a ellos- los responsables
de grandes delitos contra el erario pueden seguir campeando a sus anchas. Pensemos en sujetos como Iván Puyo, el de la
hidroeléctrica de El Guavio; en Carlos Palacino, de Saludcoop; en los Nule o en
Alessandro Corredori, el de Interbolsa , que reapareció como si tal cosa en un
intento fallido de apoderarse del club de fútbol Deportivo Pereira, con la
complicidad de empresarios locales y un
sector de la prensa deportiva.
Por esas y muchas otras razones el libro se plantea como una selección de
pistas sugeridas por auténticos maestros de la investigación. Una vez adelantado
el recuento de grandes episodios de pillaje, en sucesivos capítulos encontramos
al experimentado periodista Ignacio Gómez formulando una suerte de guía para
que los ciudadanos puedan hacer uso de los recursos brindados por la
tecnología, con el ilustrativo título de El
ciudadano digital. ¿Con qué criterios moverse a través de la Internet con
su a menudo abrumadora circulación de datos, muchos de ellos falsos? es una de
las preguntas que deja la lectura del capítulo.
Más adelante, Dora Montero Carvajal nos ofrece la imagen de las banderas rojas a modo de claves que le
permiten al investigador riguroso hacerse las preguntas necesarias frente a
posibles casos de corrupción. Su exposición constituye en sí misma un método o,
si se quiere, una brújula para orientarse en un mundo surcado por toda suerte
de intereses en los que el entramado de política y negocios suele estar
sembrado de pistas falsas.
Recorrer un camino, sobre todo si está lleno de riesgos, precisa de un
equipaje. Y de eso se ocupa Tatiana Cristina Velásquez en una detallada
relación de las herramientas necesarias para que los propósitos del
investigador, siempre movidos por la defensa de lo público, lleguen a buen
término. Un énfasis particular le merecen las fuentes de información digital
derivadas de la ley 1712 de 2014, conocida como Ley de Transparencia y del Derecho de Acceso a la Información Pública.
" Falsos positivos", crímenes verdaderos.
I took Panamá
Lejos están los tiempos en que un reportero tenía que emprender largas travesías
en barco para tratar de desenmarañar los hilos de una red de delincuencia
internacional. Entrados a la tercera década del siglo XXI periodistas y
ciudadanos están, como quien dice, a un solo clic de acceder a información
decisiva relacionada con casos de corrupción, muchos de ellos ubicados en la
llamada red profunda. Sin embargo, la tarea exige tener la visión y el olfato
aguzados para separar el oro de la escoria. Más allá de las ventajas de la
tecnología, su tarea demanda los mismos esfuerzos que los colaboradores de
Joseph Pulitzer tuvieron que hacer para descubrir que detrás de las maniobras
del gobierno de Theodore Roosevelt para apoderarse del istmo de Panamá, que
incluyeron sobornos a gobernantes y congresistas, alentaba la ambición de un cuñado
suyo inversionista de la empresa constructora del canal.
De esos esfuerzos nos habla este necesario libro editado por Consejo de Redacción, con el respaldo de
la Fundación Konrad Adenauer, así
como de la Facultad de Comunicación y
Lenguaje de la Universidad Javeriana.
PDT. les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada
https://www.youtube.com/watch?v=Khnk8x47KLk
Suena que la lectura es una guía, tocayo, además de una manera de mantener las mentadas en la boca al leer los casos de estudio. La preocupación también estaría en cómo conceptualizar la corrupción, qué significa y cuáles son sus implicaciones en el trabajo periodístico, no solo en la parte metodológica, de herramientas y claro, en la defensa de la vida de quien investiga casos de corrupción, sino también en la asimilación del periodista como una persona capaz de trabajar con información que puede ser utilizada para construir noticias a favor del acto de corrupción, y ahí me refiero en la creación de esos líderes de opinión o personajes mediáticos del periodismo que tienen tanta cercanía con los poderes.
ResponderBorrarEso da para una investigación aparte, mi querido tocayo: cómo se construye un líder de opinión y se vende en el mercado.¿se ha fijado en la proliferación de las llamadas " Agencias de Comunicación política" donde se fabrican candidatos a la medida de las expectativas y miedos del público? Ahí tenemos una nueva forma de corrupción, más sutil y acaso por eso mismo más letal.
ResponderBorrarMil gracias por el diálogo.
Gustavo