En los mitos
griegos más antiguos el héroe Cadmo mata al dragón y siembra sus dientes en la
tierra. De éstos nacerán los guerreros que más tarde fundan la ciudad de Tebas
en la que Cadmo será rey. Es la misma Tebas donde la esfinge cifra el destino
de Edipo y de su trágica saga.
Al contrario de
China, donde el dragón es un mito solar, la imaginería cristiana asocia el
dragón con lo nocturno y por ese camino deviene, al lado de la serpiente y del
fabuloso basilisco- nacido de un huevo de gallina empollado por un sapo-
símbolo del demonio, del pecado, es decir, de los poderes terrenales contrarios
al topos uranos, a la civitas dei de que hablará más tarde Agustín
de Hipona. Cabalgando en esa dirección los bestiarios cristianos alimentan un
catálogo en el que abundan las alegorías y las imágenes que hacen de los animales
representaciones que oscilan entre el mal puro y lo numinoso. De hecho en el Nuevo Testamento tres de los
evangelistas están acompañados de igual número de animales: león, águila y
buey. A su vez, en el libro del Apocalipsis, el dragón que escupe fuego
es la bestia misma, el sumo sacerdote de las huestes infernales.
Esta breve
introducción nos ayuda a adentrarnos en las 334 páginas de la novela Sortilegio, del escritor Julián Andrés
Gómez Pineda (Manizales, 1977), obra ganadora del premio de novela Ciudad
Pereira en el año 2021. Especialista en el medioevo europeo, profesor de
literatura clásica en la Universidad Tecnológica de Pereira, es además autor de
la novela El ocaso de la locura,
ganadora del mismo premio en 2014.
Esa sólida
formación hace de Sortilegio una
novela muy bien escrita. Con un brillante manejo de la lengua española propia
del siglo XVI, época en la que se desarrolla la historia de los protagonistas,
el autor nos conduce de a poco hacia el
centro cada vez más intrincado de un
bosque que es a la vez metáfora de la vida interior de los personajes y trasunto histórico de la
expansión imperial de España en lo que
algunos historiadores llaman La Conquista
de América. Al modo del mito de Ariadna, la tarea del lector consiste en
llegar al punto exacto donde las brujas ofician sus encuentros con el Gran
Cabrón, el Príncipe
de las tinieblas, el fornicador de verga helada, el engendrador de íncubos y súcubos, el forjador de una estela
de horror que, transmitida de generación en generación, aún alienta en lo más
oscuro de nuestros insondables temores.
Lo que veas, escríbelo en un libro
Ese es el
mandato al que obedecen los escritores de
todos los tiempos. Porque en medio de las turbulencias propias de una época,
sólo las historias sobreviven. De modo que Casiano, el narrador de la novela
atiende el mandato y se da a la tarea. Debe completar la obra iniciada por Angelus de quien, antes que continuador, se
siente un doble.
Todo empieza en
Santiago de Compostela, en una Galicia donde la humillación agobia a su familia
empobrecida y en otro tiempo próspera. Es el tiempo de las grandes empresas
marítimas y Casiano se embarca en una nave maltrecha y plagada de ratas en la
que no tardan en cundir el hambre, la desconfianza y las enfermedades. El capitán es Pedro de Heredia, quien ha
reclutado a una panda de perdularios sin nada que perder, entre los que se cuenta Arcesio, tío de Casiano. En un mundo
que se desploma, donde la fructífera convivencia entre árabes, judíos,
cristianos y descendientes de visigodos es cosa del pasado es mejor hacerse a
la mar. Además, las noticias sobre fabulosos reinos donde los caminos están empedrados con oro avivan la imaginación de unas mentes
de por sí enfebrecidas.
Pero volvamos
atrás, al temprano relato de los
recuerdos de Casiano en la casa materna; en la página 35 de la novela – o de su
manuscrito, si lo queremos ver así- nos cuenta que:
Despierto con sobresalto y me incorporo como llevado
por un impulso involuntario. Esa horrenda imagen de una anciana bruja me acecha
en mis pesadillas. Seco el sudor de mi frente, y recuerdo muy bien a mi madre
recitando las doce verdades, atrapando a la bruja que había escapado de la
estancia donde dormía mi tío; yo era aún un niño, y no creía en tales historias
(aún hoy me cuesta dar crédito a estas cosas, creo que son sugestiones de la
mente), pero lo recuerdo muy bien, tanto que esas doce verdades se quedaron
grabadas en mi mente.
A partir de ese
momento, Casiano y los otros protagonistas de la historia tendrán que volverse
duchos en conjuros, porque el mal se agita en el aire a todas horas (ese es el
verdaderos sentido de la imagen de la bruja volando en su escoba) y Dios se empeña en mirar hacia otro lado: las prácticas
de la Inquisición parecen más propias de una mente infernal que de un
tribunal inspirado en la justicia divina. Pero eso es propio de la época:
quienes están más lejos de la gracia a menudo son los propios monjes encargados
de invocarla, como lo aprenderá Casiano apenas desembarcado en el Nuevo Mundo, que poco tiene
de nuevo, a juzgar por la manera como los aborígenes adoran a su propia legión
de dioses y
demonios, que a menudo se confunden con el panteón de los recién
llegados.
Al enterarse de
que su tío Arcesio va a ser embarcado como prisionero, el joven Casiano decide cometer un delito y
hacerse capturar como garantía de que así será enviado también a las tierras de
ultramar. Como todos, Arcesio está atrapado en la urdimbre del espíritu de la
época, es decir, de la creencia en las prácticas brujeriles. De hecho, en la
nave viaja también la bruja Candelaria,
una presencia que cruza de principio a fin las páginas del manuscrito.
Mi tío Arcesio piensa que soy tonto. Cree que no sé lo
que le ocurre, pero lo sé mejor que nadie. Una noche llegó ebrio como de
costumbre, venía de la fonda. Entró en el granero mirando como si alguien lo
persiguiera, yo pude verlo desde la ventana del cobertizo. Bajé apresurado y
por el güeco de la puerta roída lo vi
todo: se palpaba las partes masculinas y decía : “
Dios mío santo y poderoso, la folla ¿ adónde se ha ido?” y se tocaba desesperado porque no vía su miembro… y luego salió dando
tumbos, con su mano agarrando un viril inexistente, porque según parecía, lo
había perdido en la cama pública de doña Tigresa; y ansí como vino se fue, a rogarle que le devolviera lo que era suyo,
lo supe porque el mesmo me lo dijo luego.
Capaz de despojar a los hombres de su miembro viril mediante
sortilegios heredados a lo largo de las
generaciones, la bruja se nos revela así como lo que en el fondo es: la gran
metáfora de la rebelión contra el dominio masculino pues, ¿ Qué es un hombre
sin su viril, sin su verga, sin su
consentido instrumento de goce y reproducción? Si durante el día el macho la sojuzga y condena al silencio, la noche , la sombra
lunar , es el reino donde la hechicera
restablece el equilibrio del mundo.
Leído así, no es
casual que el manuscrito- o la novela- esté precedido de una cita del Malleus Maleficarum o Martillo de las Brujas, el manual
redactado por el Tribunal de la Inquisición- o por el mismísimo demonio, dirán
algunos- para identificar, perseguir, condenar y ejecutar a herejes y
apóstatas, perros, hechiceros y fornicarios:
“Y qué debe pensarse entonces de las brujas que desta
manera reúnen, a veces, órganos masculinos en grandes cantidades, en ocasiones
veinte o treinta miembros, y los ponen en un nido de aves, o los encierran en
una caja, donde se mueven como miembros vivos, y comen avena y trigo, como lo
vieron muchos y es cosa de información común?”
Malleus Maleficarum, II, 30
Por lo pronto, la
bruja Candelaria hace méritos para atraer sobre su persona el martillo del
tribunal cuando recomienda:
Para mandar el alma de un difunto sobre alguien, para
atormentarle o hacerle enloquecer, o matarle, hay que hacer varias cosas.
Primero hay que salir a media noche, y en un recodo donde se junten tres
caminos, esperar una perra en celo; cuando llegue la perra hay que arrancarle
algunos pelos. Se pone la caldera al fuego y en dos partes de sangre de cerdo
nonato se agrega nuez moscada, castaña, oliva negra y jengibre. Mientras el
conjunto suelta el aroma debemos agregar tres ratas negras nacidas en luna
creciente, estas ratas representan las personas innombrables, Quando se agregan
las ratas hay que abrir la ventana para que entre el éter noturno hasta la
caldera y entonces se agrega grasa de difunto, que se tiene siempre en un
frasco disponible.
Una vuelta por Babel
A estas alturas,
sobra decir que Sortilegio es una
novela erudita, entendida esta palabra no como el despliegue pretencioso de datos, sino en el sentido de amplitud y profundidad, condición necesaria para abordar los fenómenos. Gracias a
esa erudición podemos aproximarnos a la esencia de un mundo donde los
descubrimientos científicos y la expansión por tierra y mar conviven con las
más tenebrosas prácticas en las que la bruja Candelaria o el monje Rubicundo,
ambos prosélitos del demonio Abduxuel son
discípulos aventajados. De ahí que,
aparte de la voz del narrador, de los narradores, la obra sea toda una estela de voces: la del tío Arcesio, la de Pedro de Heredia, la de los
aborígenes, la del árabe suicida Abderramán, descendiente de Boadbil, el último
rey moro de Granada, la de la bruja Candelaria. Pero, además, están los
murmullos del pasado, las maldiciones y
conjuros que se escuchan en el bosque o
resuenan entre las paredes del monasterio. Para muestra, en la página 243
leemos estos versos finales del Auto de
fe contra los fornicadores Bonifacio y Sofía:
¡Cumplid buenos verdugos la sentencia!,
El santo inquisidor se ha pronunciado,
Esquilo agora mesmo estas ovejas,
Y dellas el pecado
hemos purgado.
Oíd aquestas místicas sentencias,
Dictadas de los gran iluminados:
A aquestos que son duros de testuz,
La Iglesia les ha hundido el arcabuz.
Los duros de
testuz, los réprobos, herejes y apóstatas mencionados en el Martillo de las Brujas. Los alzados
contra todas las formas de poder secular, empezando por el eclesiástico. Entre
los bosques de Zugarramurdi y los del
altiplano donde los jefes chibchas se disputan a muerte el control del reino se
escuchan los gritos de guerra y los lamentos de los torturados, de los sorprendidos en conjura o de los moros,
cristianos y judíos entregados a los goces del cuerpo, a la celebración de la
vida. En este último punto, el virtuosismo del narrador se nos presenta en la
voz de Angelus:
Yo, Angelus, Recaudador de
las Memorias de la Orden, el más pecador
y sucio de todos, quando puse por vez primera mi masculino atributo en las carnes rosadas y lúbricas de
mi amada, caí en éxtasis o visión extática, porque un demonio llamado Abduxuel,
vino a mí mientras en las entrañas de mi amada hundía mi miembro a holgura, y
mientras jadeaba, este demonio me sacó de mi cuerpo, por arriba de mi cabeza,
llevándome a un sitio muy quieto donde tuve muchos y variados deleites jamás
pensados, y luego puso su boca de cinocéfalo en mi oído, mientras con una de
sus garras me sostenía la cabeza y habló de modo muy claro en hebreo antiguo, y
lo que él me dijo se copió en mi memoria de manera prodigiosa en las letras
hebreas(…)
El párrafo anterior está
fechado en el año de 1457 ,a poco menos de cuatro décadas de la llegada de los
españoles (andaluces, gallegos, catalanes, aragoneses, murcianos, y otros tantos)
a las tierras regadas por el Río Grande
de la Magdalena. A completarlo dedicará su vida el joven Casiano, por mandato
de Dios o del Diablo, da igual. Porque, como se desprende de la última frase
del libro, los íncubos y los engendros
son solo un sortilegio.
PDT les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada:
https://www.youtube.com/watch?v=70pPE9cQ74w&list=PLgUDJQUxv4hx7JDVHuzJdlbwNem3VtahR
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