The long and winding road
That leads to your door
Will never disappear
Lennon & McCartney
Como bien lo enseña la experiencia cotidiana, todo en la vida se aprende: desde lo más complejo a lo más elemental. El secreto reside en la paciencia y la disciplina que cada quien le dedica a la búsqueda del conocimiento. Al ser una invención humana, el mundo de los sentimientos y sus derivaciones está sujeto por lo tanto al entorno cultural en el que se producen los encuentros entre las personas. Es por eso que los pensadores nos hablan de una “educación sentimental”, de la misma manera como se alude a un pensamiento político, una cultura económica o una instrucción religiosa. Se trata de un largo y tortuoso camino que no siempre conduce a buen puerto. Aprendemos a amar y a disfrutar el encantamiento sexual, dependiendo no tanto de los instintos como de la orientación que hayamos recibido al respecto. Vista así, uno comprende la conclusión de aquél sociólogo cuando sentenció que “El único territorio donde las niñas ricas se enamoran de los muchachos pobres es el de las telenovelas mexicanas” dando a entender que si bien la mitología amorosa da para todo, la realidad económica y social no alcanza para casi nada.
En la sociedad de masas esa educación sentimental, al igual que las otras, está cada vez más en manos de los medios de comunicación, que diseñan y ponen en práctica unos modelos de vida que la gente suele atender sin reflexionar mucho sobre lo que significa para su propia existencia . En ese panorama los dramatizados televisivos y el cancionero popular juegan un papel determinante, al punto de que son legión las personas que viven tal cual lo escuchan en las canciones o lo ven en las telenovelas. El problema empieza cuando se constata que los modelos no son los mejores para alcanzar esa fugaz y precaria cuota de dicha que nos ha sido asignada a los mortales. Para comprobarlo basta con echar a rodar una antología de esas canciones donde los seres de carne y hueso no existen. Las mujeres, por ejemplo o son esas vírgenes inalcanzables y colmadas de virtud que aparecen en las natividades de los pintores flamencos o las criaturas predestinadas para el mal que tantos réditos literarios le dieron a escribanos como José María Vargas Vila. Entre “Mujeres oh mujeres tan divinas” y “Tu eres la chancla que yo dejé tirada” se debate entonces la incertidumbre amorosa de los hombres de estas tierras. Miradas desde la perspectiva femenina, las cosas no mejoran, pues las pobres tienen que escoger entre el padre y marido ejemplar que no malgasta un céntimo en una cana al aire, o el impenitente y brutal borrachín que una canción define como “animal rastrero y culebra ponzoñosa”. Mejor dicho: ningún territorio humano donde ensayar algún remedo de comunión, porque la adoración y el desprecio son las únicas opciones posibles.
Cuando se trata del reino de los dramatizados los tonos pasan del gris al oscuro profundo, pues las historias están pobladas de gente rematadamente mala o insoportablemente buena, sin lugar para los claroscuros que son la seña común de la condición humana. Por eso mismo los protagonistas están siempre llorando, gritando, insultando, maldiciendo, suplicando o las cinco cosas a la vez, lo cual no es precisamente el mejor ejemplo para quienes se empecinan en ensayar el milagro diario de la convivencia.
“Lo que nos pidan podemos/si no podemos no existe/ y si no existe lo inventamos por ustedes/mujeres”, escribió el cantante Ricardo Arjona en uno de esos raptos de demagogia que lo convirtieron en un fetiche generacional. Acto seguido, procedió a propinarle una paliza a su mujer de entonces, en un episodio que los medios explotaron hasta la exasperación. Pero más allá de ese hecho que pasó de ser una nota de farándula a convertirse en una causa judicial, lo que se concluye de todo eso es cuan lejos está nuestra educación sentimental de permitirnos una vía de acceso a ese universo dichoso, tortuoso y contradictorio pero siempre enriquecedor que nos deparan los encuentros afectivos con las personas que se cruzan en nuestro camino.
Eso que cuenta es un mal bastante extendido entre los latinoamericanos. Ya no me acuerdo quién dijo que todos los tangos podían resumirse -hablando de mujeres- en la siguiente sentencia: "todas son unas putas menos mi pobre madrecita que esta en el cielo".
ResponderBorrarCamilo.
Sin duda , Camilo, en todo esto juega un papel importante el culto a la virgen María, con su insalvable dualidad.Con algunos cambios, las aspiraciones masculinas siguen dándose en términos de una santa para los ojos del mundo y una puta para la cama.
ResponderBorrarSu artículo, amigo Gustavo me hizo recuerdo a una pelicula del maestro Buñuel que lleva el fascinante y sugerente titulo de "ese oscuro objeto del deseo". Brillante exposicion de esa dualidad que tanto nos caracteriza a los humanos cuando nos vemos atrapados por el gobierno de las pasiones.
ResponderBorrarHe aprendido mucho y al mismo tiempo me he divertido leyendo tu blog. Sí, es cierto, tal vez la mejor educación que podríamos recibir, bien tempranito, antes de aprender sobre ese señor Bolívar, es cómo sentir, cómo expresar nuestros sentimientos y también cómo interpretar los sentimientos de los demás. Pero el sistema piensa que somos muy jóvenes para eso, y cuando crecemos ya es tarde para aprender algo tan sutil y básico. Tal como están las cosas, somos casi autistas, perdidos en una multitud cuyas señales no entendemos y que no nos entiende. En la situación que describes hay ecos de Cervantes: a fin de cuentas, habrá que escarbar para encontrar la diferencia entre Betty la Fea y Amadís de Gaula. Y el claroscuro, uno de las técnicas más difíciles, ya no cuenta, como bien dices, porque todo el mundo debe someterse a las luces de los interrogadores y los alcahuetes.
ResponderBorrarHola, José. Ahora que usted habla de cine, recuerdo una película de Francoise Truffaut que lleva el título-o al menos así fue traducida al español- de La mujer de al lado. La protagonista es una de las actrices- y mujeres- favoritas de Truffaut. Bien vale la pena volverla a ver si uno quiere adentrarse en los medandros de su educación sentimental.
ResponderBorrarTiene toda la razón, amigo Lalo. La línea que separa los territorios de Cervantes y, digamos, un culebrón hispanoamericano, es en esencia estética. En el fondo estamos hablando de idénticas cimas, que al menor descuido se convierten en simas.Al fin y al cabo, como bien lo anotó una vez don Ernesto Sabato con esa amarga lucidez suya, la diferencia entre la anécdota de Crimen y Castigo y una noticia de página judicial está en el lenguaje y en la portentosa capacidad del escritor ruso para ahondar en las profundidades de la condición humana.
ResponderBorrarAh... no sabe cuanto me alegra que disfrute estos textos.Como bien lo sabemos, no hay escritor sin lector.