En la década del setenta del siglo pasado, durante la administración de Julio César Turbay Ayala, un político dueño de una de las más numerosas y perdurables clientelas electorales que se recuerden en Colombia, se puso en marcha una siniestra figura conocida con el nombre de Estatuto de Seguridad. El engendro , además de contemplar entre líneas el delito de opinión reeditó de hecho , aunque no estaba consignado en parte alguna, la temida y temible “ Ley de fuga”, que en la práctica autorizaba al ejército y a la policía para disparar contra cualquier ciudadano que emprendiera las de Villadiego ante el llamado de ¡ Alto! o que estando ya detenido intentara una salida a su situación distinta a la ofrecida por los poco fiables estrados judiciales. Y le disparaban aunque el fugitivo en cuestión estuviera desarmado y ni siquiera hubiese intentado atacar a sus captores.
En un recordado documento de la época, que lleva el título lapidario de “El libro negro de la represión” se registran en detalle los crímenes cometidos por agentes del Estado desde los tiempos de los “Chulavitas”, nombre con el que se bautizó a la policía altamente politizada en la época de la violencia liberal conservadora, amparados siempre en la mencionada “ Ley de Fuga”. Se sabe incluso de muchas personas que estando detenidas fueron sacadas como quien dice a dar un paseo y asesinadas después con el fácil recurso de afirmar que habían emprendido la fuga, sin que por lo visto a nadie se le ocurriera solicitar las pruebas del hecho.
Pues bien, durante el gobierno de Turbay fueron asesinadas decenas de personas valiéndose de ese pretexto. Uno de los casos más evocados es el de un estudiante de la Universidad Nacional de Colombia que se atrevió a pintar un graffiti alusivo al presidente de la república, en el que se reemplazaba la palabra excelentísimo por la más elocuente excrementísimo. Se dice que el pobre hombre, armado solo de una brocha y un tarro de pintura, porque los aerosoles eran todavía una novedad, fue fusilado sin fórmula de juicio y hasta la fecha se desconoce el paradero de sus huesos.
¿A cuento de qué viene todo esto? Se preguntarán ustedes. Pues, en primer lugar, a que nuestra principal enfermedad colectiva es la desmemoria y bien haríamos en emprender la búsqueda de algún antídoto. Y lo segundo, pero no menos importante, que todavía está fresca entre nosotros la imagen de Diego Felipe Becerra, un muchacho que apenas se ensayaba en el oficio de vivir, muerto a tiros por un agente de la policía mientras se dedicaba al dañinísimo acto de pintar graffitis en unas circunstancias que desde ese día no han dejado de generar versiones encontradas y que por eso mismo deben ser objeto de discusión si no queremos que esas prácticas se vuelvan moneda corriente.
El dato fundamental es que el joven no estaba armado, y en eso coinciden todas las partes, incluso aquellos que en su momento afirmaron que se trataba de un peligroso atracador. De manera que por veloz que hubiese sido su carrera, no había motivo alguno para dispararle…. a no ser que un tarro de aerosol esté clasificado dentro del catálogo de armas letales y utilizables con fines terroristas. Todo es posible en este mundo de paranoicos desde que el atentado a las Torres Gemelas convirtió a todos los disidentes en enemigos públicos. Aunque a decir verdad, dependiendo de la perspectiva, un graffitero puede ser muy peligroso, sobre todo si le da por escribir verdades en las paredes, superficies que, lo aprendimos en el manual de urbanidad de Carreño , son el papel del canalla… y de los subversivos desarmados.
La moraleja de este cuento es perturbadora : la peligrosidad real o potencial de una persona está sujeta no a datos extraídos de la realidad, sino a la subjetividad de alguien que está armado no solo con las herramientas de la ley, si no con pistolas tan contundentes y letales como la que acabó con la vida de este chico que , como corresponde a un Estado de derecho digno de serlo, seguirá siendo inocente mientras no se demuestre lo contrario.
Me acuerdo de alguien muy cercano que me dijo que, cuando vivía en Inglaterra, atrapó a un ladronzuelo que se le entró al apartamento. Lo controló, vino la policía y lo regañó porque el ladronzuelo le dijo a la policía que mi amigo lo había amenazado con pegarle un puño. Nada mas allá, ni amenaza de muerte, ni siquiera teniendolo al frente le dió "en la cara, marica", como hubiera hecho un mal expresidente si lo hubiera tenido al lado. Amenaza de un puño para que no volviera a meterse en su apartamento a tomar lo que no le pertenecía. La policía le dijo que si lo tocaba, se lo llevaban también... ¡Que diferencia! Y aún así hoy nos rasgamos las vestiduras si meten a la cárcel a estos policías (algunos) que se vuelven asesinos al verse con un arma en la mano.
ResponderBorrar¡Bienvenido,Felipillo! Esta es la primera gran noticia : que aprendiste a entrar aquí. No por casualidad, los ingleses nos llevan varios siglos de ventaja en la construcción de una ética civil. Claro que también les tocó padecer sus propias versiones de la gran carnicería universal, antes de conquistar los espacios de convivencia de los que disfrutan hoy. Parafraseando la canción de Lennon y Mc Cartney , diríamos " The long an winding road, that leads to your world...".
ResponderBorrarUn abrazo y muchas gracias por los aportes.
A propósito de lo que apunta dfps, en Inglaterra la legítima defensa funciona en forma muy diferente que en otros países, particularmente Estados Unidos. A poco de mi llegada a Londres, hace ya mucho tiempo, coincidieron dos casos famosos. El primero, en Estados Unidos, un estudiante (o turista) japonés, se acercó a la puerta de una casa, con el propósito de pedir direcciones, y el dueño de casa lo mató a balazos, porque se sintió amenazado; fue absuelto. El segundo, en Inglaterra, un granjero que había sido asaltado varias veces esperó a sus abusadores con una escopeta y cuando entraron nuevamente a la casa, durante la madrugada, hubo un forcejeo, la escopeta se disparó y un intruso murió como consecuencia; el granjero fue condenado a prisión por homicidio. La justicia inglesa es muy estricta en cuanto a idoneidad en la defensa legitima. Creo recordar que el granjero tuvo problemas para demostrar que no había actuado con premeditación, dados los antecedentes de asaltos previos. Ahora, tras numerosos casos similares, la jurisprudencia está en proceso de cambio, para proteger a las verdaderas víctimas, pero no conozco bien los alcances de esto.
ResponderBorrarcon mi mas sincero respeto creo firmemente que ustedes defienden al muchacho que dañaba las fachadas de las casas, es casi seguro que el policio extralimito al dispararle, pero con semejante indices de violencia y sociedad decadente no se puede confiar en un individuo que a altas horas de la noche se dedica a destruir la propiedad ajena
ResponderBorrar¡¡¡Don Gustavo!!! ¡¡¡Por fin puedo insertar un comentario, que soy malísimo para manejar estas vainas!!!
ResponderBorrarObviando el debate sobre la ley de fuga -un mecanismo legal para tolerar y estimular la impunidad de las fuerzas del orden- comentarios como el anterior me hacen pensar que merecemos y casi siempre somos culpables de la barbarie de país en que vivimos. La lógica del anónimo anterior con un muy sincero respeto cree que "si lo mataron, por algo sería", tendiendo a justificar o explicar lo injustificable: un asesinato.
Enhorabuena, don Gustavo. Camilo de los M.
Lo que pasa, deo Lalo, es que la lìnea que separa la legítima defensa de la decisiòn de aplicar justicia por la propia mano es tan sutil, que la jurisprudencia no solo se ve en aprietos cada vez que se enfrenta a un caso real, sino que a menudo acaba avalando arbitrariedades
ResponderBorrarHombre Camilo ¡ Cuanto me alegra que haya encontrado al fin el camino! Asi empezamos, como el corresponsal anónimo:justificando el asesinato de un graffitero y acabamos apoyando toda suerte de atrocidades como las masacres, las desapariciones y los crímenes de Estado. Basta con invocar alguna abstración con apariencia de causa noble y todo quedará justificado.
ResponderBorrarmi querido martiniano, mi idea no es justificar a nadie pero no puedo simplemente satanizar al policia aunque es e conocimiento publico la mala imagen de esa institucion sino que entramos en el juego de los medios de comunicacion de creerles al pie de la letra lo que divulgan que usted debe saber estan llenos de desinformacion y mentira, en este casome choca que ya le imputan la profesion de grafitero a un tipo que durante muhco tiempo se dedico a destruir y sin ser adivino ni estar parcializado no creo que hubiese sido un muchacho de bien, por otra parte me parece genial el blog y creo tengo el derecho a expresar mi opinion
ResponderBorrarHay un caso bastante fresco que ilustra la paranoia de nuestros tiempos. Recordarán que tras los atentados de Londres de 2005, las fuerzas de seguridad inglesas mataron a un electricista brasileño que corrió por ser un indocumentado. Que yo sepa, los responsables no fueron castigados.
ResponderBorrarEn mi pais pasa algo parecido con esto de la subjetividad al considerar la defensa legítima. Hubo casos de propietarios que hirieron o mataron en enfrentamientos ante la invasion de grupos organizados que en forma "pacifica" toman tierras y granjas, destruyendo incluso instalaciones. El gobierno lejos de hacer cumplir la ley, es decir el respeto a la propiedad privada, toma partido por los avasalladores, expropiando en muchos casos esas tierras y llevando a juicio sumario a los dueños afectados. Lo mismo sucede en casos de robos y asaltos a domicilios: el propietario siempre tiene las de perder, peor si tiene un arma no registrada.Lo que primero se cuestiona es por qué el dueño estaba armado y no asi la intencion del malhechor. Asi es la originalidad de nuestras leyes penales.
Una aclaración sobre el caso del electricista brasileño Jean Charles de Meneses, mencionado por José, que murió acribillado por fuerzas de seguridad en un vagón de subterráneo en Londres. El hombre ni siquiera se enteró de que fuera seguido. Al parecer, vivía en un edificio de apartamentos donde también también vivían sospechosos, pocos días después de los atentados con explosivos contra trenes subterráneos y un ómnibus en Londres. Por supuesto que era inocente, pero su aspecto físico era “mediterráneo”, o sea sospechoso esos días, y además llevaba una mochila (como los terroristas pero también centenares de inocentes). Fue acribillado a balazos, en una mezcla difícil de precisar entre elementos premeditados (el “tirar a matar” antes de que el sospechoso hiciese explotar su carga) y lo que en Inglaterra suelen llamar “an English cock up”, que se puede traducir libremente como “una cagada a la inglesa”. Los que seguían a de Meneses estaban “convencidos” de que era un terrorista, y la jefe que autorizó la intervención por teléfono posiblemente fue presionada por la creencia de que el “sospechoso” iba a hacer volar el tren. Fue una fantasía de control y de represión con final trágico. Y para colmo con sanción oficial (la autorización de la jefe).
ResponderBorrarEstimados don Lalo, José y anónimo. Aquí se abre otra inquietante discusión : cuándo, a qué horas y en qué circunstancias uno se convierte en sospechoso. Pero ante todo sospechoso de qué y ante quién.
ResponderBorrarLa separación de poderes es uno de los pilares de nuestra "democracia". El ejecutivo ejecuta, no juzga. Si el grafitero (lo era, y no son mediocres como artistas, hay que decirlo) cometió una infracción lo civilizado es que responda por ello ante la justicia. Cuando un hombre armado -poli o no- se toma la justicia por su mano juzgando y ejecutando incurre en el peligroso juego de las dictaduras. Ni siquiera con un juicio, por drástico que hubiera sido, el joven hubiera muerto porque la pena de muerte no existe en Colombia. Después nos preguntamos por qué no hay paz en Colombia, pero es que la violencia parece ser nuestra única seña de identidad.
ResponderBorrarCamilo de los M.