El título del
presente texto no es más que una copia
del grito de batalla de niños y jóvenes cuando en sus juegos se enfrentan a un descubrimiento sobre el
que pretenden ejercer un derecho de propiedad. También
puede ser, con otras palabras, la transcripción de los gritos proferidos por
los navegantes que acompañaban a Cristobal Colón cuando avistaron tierra en su primer viaje a
América.
Pero en este caso se trata de algo mucho más prosaico: es la frase utilizada a modo de
mantra por legiones de compradores capaces de pasar una o varias noches en vela,
con tal de tener primero el objeto de sus anhelos: un teléfono, una
computadora, una camisa o un auto.
Da lo mismo, si ese sacrificio les
depara la dicha impagable de mirar por encima del hombro al vecino, es decir,
al competidor, aunque sea por un par de segundos. Lo mismo hacen los fanáticos del cine, según se desprende de una
nota de prensa. “Yo compré la película
en la calle, porque quería verla y aún no ha llegado a las salas”, declaró una compradora ocasional
de este tipo de productos. Por lo demás, dice el artículo que para mucha gente resulta
imposible esperar a que las salas locales estrenen una película que lleva ocho
días siendo proyectada en otras
ciudades del país.
De modo que no se trata
de disfrutar las cosas sino
de tenerlas primero que los otros, como si se participara en una carrera contra el reloj.
Esa es la premisa que mueve a millones
de personas en el mundo.
Sobre esa
clave avanza hoy la religión del
consumo, esa curiosa forma del vértigo que acabó por sustituir la búsqueda de
la trascendencia como uno de los
soportes de la vida. De ahí que todo se haya convertido en una “rats race” o
una carrera de ratas, como bien lo
definió el pensador Herbert Marcuse en uno de sus libros. Por esas razones, hace mucho tiempo dejamos de concebir el conocimiento y el disfrute del mundo como
parte de una experiencia vital que en principio
nos ayuda a comprendernos a nosotros mismos. El asunto es muy distinto : ahora se trata de llegar primero a la meta para, una vez consumido el
objeto codiciado, desecharlo y emprender una
demencial carrera que nos conduce
al siguiente y al que le sucede, hasta que otro depredador termina consumiéndonos a nosotros. No importa si se trata de ropa, música, autos, bicicletas, libros , películas, cuerpos , ideas , paisajes o religiones : lo que vale realmente es apropiárselos primero que el
vecino para exhibirlos con las mismas ínfulas del guerrero que les muestra a
sus congéneres el cuero cabelludo del enemigo vencido. Por eso el mercado natural de algunos de esos productos son los semáforos y
las esquinas para los pobres y los centros comerciales para los más pudientes
o que aparentan serlo. Todos constituyen una tierra de nadie donde la gente
dispone de dos minutos para comprarlos y
la mitad de ese tiempo para ostentarlos,
antes de que vayan a parar al cesto de la basura.
Pero ante ese
panorama no todo está perdido. Todavía hay personas que emprenden un viaje,
contemplan un paisaje, leen la poesía del Siglo de Oro español o asisten a la
proyección de una obra maestra , sin
parar mientes en que quienes las apreciaron por primera vez están
muertos desde hace años, o incluso
siglos: lo suyo es un asunto que pasa por el goce y el conocimiento del mundo y por eso mismo situado a años luz de la histeria de aquellos
cuyo fin último es salir gritando “¡Yo llegué primero…yo llegué primero!”.
PDT : les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada
Recuerdo bien que ya desde que somos unos cagaleches nos enseñan a disputar los turnos en cualquier juego infantil cuando gritamos casi a velocidad del rayo: "pri, se, ter..." Lo que usted describe es ya una aberración de ese comportamiento implantado en la infancia. Suena hasta paradójico que personas adultas se comporten como niños caprichosos ante determinadas ofertas de productos. ¿Sabía que en China hay jóvenes dispuestos a vender un riñón con tal de comprarse el último Iphone?, que como usted bien puntualiza, en un pestañeo deja de tener valor porque al poco tiempo ya es superado por otro modelo y así sucesivamente con cualquier otro artículo.
ResponderBorrarNo solo están dispuestos : lo venden de veras, si nos atenemos a noticias llegadas de esos lares, apreciado José.
BorrarIván Rodrigo García, el autor de Lector- Ludi, blog recomendado aquí arriba, me hacía caer en la cuenta de que eso de llegar primero obedece a viejos mandatos biológicos de supervivencia, explotados hasta la exasperación por la publicidad y el mercadeo.
Maestro, le faltó un ejemplo: aquellos periodistas que corren como locos detrás de un político o un cantante con el fin de tener la primicia.
ResponderBorrarA veces debemos recordar que el tema del consumismo no es algo anticuado. He visto a muchas personas hacer una fila de dos cuadras para entrar a un restaurante. La noticia del Starbucks en Bogotá. A las cinco de la mañana ya había gente esperando. Así pasó con el Carrefour en Pereira cuando lo inauguraron. No digo que no conozcamos. Si alguien quiere hacerlo, está en su derecho, pero conocer implica calma.
Estoy haciendo una lista musical, una playlist, dirían muchos, con sus bandas sonoras tocayo.
Magnífico ejemplo, apreciado Eskimal: son legión, como los demonios del Antiguo Testamento.
ResponderBorrarHay algo casi metafísico en eso del consumo compulsivo. Es como si las personas derivaran de ese acto una prueba de su propia existencia. Los publicistas lo saben y exacerban eso hasta la saciedad.