“Ojalá sean buenos vecinos”,
decía mi mamá Amelia cuando una nueva familia llegaba a vivir al lado de
nuestra casa.
En realidad, mi vieja pedía poca cosa: que no fueran ruidosos, ni chismosos, ni entrometidos, ni pendencieros. Y, sobre todo, que aceptaran
sus espontáneas muestras de solidaridad: un chocolate caliente y una conversación al final de la
tarde. Una infusión de hierbas aromáticas para el niño o el abuelo enfermo.
Esos detalles sobre los que se edifica la convivencia.
Siempre mantenemos una relación
contradictoria con el vecino: abominamos
sus intromisiones, pero cuando
parten de viaje o se marchan para siempre, añoramos los pequeños signos de
sus rutinas diarias: los aromas de la
cocina, las músicas que aman, los ruidos sordos en la alta noche, las
discusiones tribales, los rumores en el
baño y los infrecuentes jadeos
del sexo domesticado.
El advenimiento de Internet
trajo, entre otras cosas, una revaluación del concepto de vecino, tan empobrecido por el egoísmo feroz propio del capitalismo tardío: no queremos
saber ni el nombre del que vive en la casa contigua. Por eso caminamos con la
mirada fija en el piso del pasillo o en
los adoquines de la calle: cuanto menos sepamos del prójimo- del próximo- mucho
mejor.
Pero en la red digital
la mirada del vecino ha vuelto a cobrar vigencia, por lo menos en un
sentido: todos somos mirones de todos y nos sentimos con patente de corso para
incursionar en las intimidades de los otros y para opinar sobre asuntos que
ignoramos en su totalidad.
Sin embargo, como sucede en el
barrio, al universo virtual
acuden vecinos de todas las categorías.
Está el vecino discreto y servicial, siempre atento a echar una mano
en el infortunio y cunde el vecino atrabiliario
capaz de irrumpir en el momento justo en que se necesita más silencio.
Existe el vecino interesado en el
bienestar de todos y el imperialista dispuesto a entrar a saco en el solar
ajeno con tal de satisfacer sus intereses.
Desde que
decidí poner en marcha este blog, hace ya seis años, he cultivado una centena de vecinos lo que, para un tipo ensimismado, resulta un buen
saldo. La mayoría de ellos han sido una compañía silenciosa pero interesada.
Algunos son tan discretos que prefieren
el comentario, la réplica o el cuestionamiento a través del correo
electrónico. Otros, simplemente siguen ahí, lo que habla muy bien de su paciencia.
Entre todos ellos tengo un
sexteto que se ha echado sobre los hombros la tarea de animar la reflexión.
Está don Lalo, un buenazo argentino – aunque, no sé por qué,
aliento la sospecha de que es uruguayo-
quien se encarga de recordarme en su blog de BBC Mundo que en estos tiempos de trivialidad y vértigo, el
deporte, con su carga de glorias y desastres , acaso sea la más certera
metáfora de la vida.
Desde Bolivia me llegan,
puntuales, los dardos que José Crespo lanza en su Perro Rojo contra el régimen de Evo Morales y
sus secuaces. De vez en cuando, ameniza la conversación con exquisiteces gastronómicas propias del altiplano.
En la Ciudad de México, El Eskimal recorre en una y
otra dirección las calles de esa urbe
abrumadora. Un mes sí y otro no, retorna
para celebrar el oficio de vivir –y de
caminar- con un par de frases que reafirman su condición de solitario sin
remedio.
Aquí en la aldea, Camilo de los Milagros riega con siempre revitalizadas dosis
de inteligencia e ironía las semillas
que trato de plantar cada semana, los
jueves, preferiblemente.
Y aquí nada más, a la vuelta de mi casa, mi hermano Matador no dice nada, pero se encarga de
echar a volar mi desazón a los cuatro
vientos, a través de su creciente audiencia de vecinos en el universo digital. A su vez,
Abelardo Gómez hace lo propio en Traslacoladelarata.
Con ellos, los nuevos vecinos.
Los elocuentes y los silenciosos, quiero celebrar hoy los seis años de
permanencia de este diálogo y renovar de paso la intención de seguir dando la
lata desde este rincón del mundo tan bello, tan terrible y tan impagable a la vez.
PDT : les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada:
https://www.youtube.com/watch?v=grQU6Yj1v_c
PDT : les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada:
https://www.youtube.com/watch?v=grQU6Yj1v_c
Yo también quiero ser tu vecina. ¿Me invitas a mudarme? Llevaré el trasteo en una cebra que habla 😃
ResponderBorrarJa, bienvenida a esta mesa de diálogos, mi querida Martha.
ResponderBorrarUn abrazo y hablamos,
Gustavo
Ah, qué regio suena eso de “seguir dando la lata”, como metáfora inmejorable de nuestro inconformismo. Menudo vecindario ha forjado, apreciado Gustavo, casi desde el rio Grande hasta la Patagonia por poco, ya puede tirar cohetes, jeje. Enhorabuena por esos seis años de andadura y reflexión, siempre necesarios en un mundo que parece aquietarse en la apatía moral y otros males contemporáneos. A no desfallecer, entonces. Un gran abrazo, y a su salud voy a apurar un vinito este fin de semana.
ResponderBorrar¡Salud! apreciado José. De veras : el placer de conversar no pierde su encanto cuando se tralada al universo virtual. Todo lo contrario : la noción de cercanía adquiere otro sentido. Mil gracias por el diálogo siempre renovado.
BorrarEn mi condición de argentino provinciano, de Mendoza, comparto la desconfianza de los uruguayos ante la voracidad de Gargantua. Solo el fútbol nos separa. Un saludo a ti y tus otros amigos.
ResponderBorrarY de qué manera los separa el fútbol, mi querido don Lalo: si parece una de esas rivalidades bíblicas imposibles de conjurar.
BorrarUn abrazo y mil gracias por sus valiosas reflexiones que enriquecen este sitio.
Lalo es uruguayo como Gardel, me consta. Saludos.
ResponderBorrarCami.
Ja, ja... me lo sospechaba , pero ahora tengo el testigo clave.
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