Horatio Caine
¿Cuál es el secreto para evitar tanto desastre? Le pregunta a Horatio
Caine un magnate neoyorquino de vacaciones en Miami, atribulado
por el rumbo errático de sus hijos,
dedicados a las drogas, la ruleta, las orgías y otros juegos extremos.
Dejar de procrear, le responde sin dudar el lúcido detective de la serie policial CSI Miami.
De inmediato uno piensa en
Borges: “Los espejos y la cópula son
abominables, porque multiplican el número de los hombres”.
Y de Borges se salta a Shakespeare, a san Agustín, a Chesterton,
a Montaigne, a Homero, al Antiguo Testamento.
Porque las dichas y tribulaciones
de los humanos son eternas.
Ya lo sabemos: solo cambian la
ropa, los objetos, la tecnología. Es decir: la utilería.
El corazón permanece anclado en
su reino de luces y tinieblas.
Por eso un escritor puede ubicar su historia en planetas remotos, pero no habrá salido de
los límites humanos, como bien lo
muestra Ray Bradbury en su entrañable Crónicas
Marcianas.
Al igual que Mac Taylor, su colega de Nueva York, la
figura del detective Horatio echa raíces en
sus homólogos nacidos de la pluma de maestros como Raymond Chandler,
Dashiell Hammett y Carroll John Daly.
El más recordado de todos esos
detectives es Philip Marlowe, encarnado en el cine por Humphrey Bogart.
Pero también están Race Williams, Sam Spade y Nick Charles,
todos movidos por una obsesión: no se proponen tanto descifrar el acertijo del crimen como desvelar sus
raíces más profundas.
Cínicos, perspicaces, derrotados, solitarios,
Marlowe y sus iguales son menos policías
que filósofos, entendida esta expresión como alguien que explora los meandros
de la condición humana.
Por eso Raymond Chandler tituló El simple arte de matar a uno de sus
ensayos.
Antes de él, Shakespeare lo había
ilustrado con profusión: la gente mata por tres motivos fundamentales:
Dinero, o cualquiera de las otras
formas del poder que finalmente se traducen en dinero. Poder religioso,
militar, cultural, político, familiar.
Celos. Es decir, sexo.
Y miedo. Sobre todo miedo a
perder lo conseguido, generalmente a través de otros crímenes.
Es la vieja historia de la humanidad a través de
los siglos.
Por eso cuando uno lee una novela policiaca o se sienta a ver una de
estas buenas series de detectives siente
que asiste a algo muy antiguo y, al parecer, inmodificable.
De ahí la imposibilidad de lo nuevo en literatura y, por ese camino,
en la vida toda.
En uno de los capítulos de la
serie Horatio Caine tuvo que habérselas
con un viejo y conocido contubernio: dinero y sexo. Una contribuyente en apuros decide pagarle
con sus encantos a un funcionario de hacienda para que modifique su historial
tributario.
Cuando las autoridades de hacienda y el marido de la dama lo descubren
todo la cosa termina en crimen.
¿Les suena conocido?
A Horatio y su eficiente equipo
de colaborares también y por eso resuelven el caso con relativa rapidez.
Sexo e impuestos, era el título del episodio.
Poder, sexo, miedo y muerte. Nada
más.
Solo que cada ser humano tiene
su propia manera de adentrarse en esos territorios.
Cambian los nombres, cambian los
rostros, cambian los métodos. Lo humano permanece.
Por eso la literatura y la vida son siempre como la
primera vez, pero distinto.
Así se explica que todo parezca nuevo y viejo a la vez.
De un siglo hacia acá todo
se ha vuelto más sofisticado. Las formas de la seducción, las trampas de
la especulación financiera, los delitos cibernéticos. Y sobre todo destacan la
rapidez y la simultaneidad. Las cosas
parecen suceder al mismo tiempo y los criminales se desvanecen a una
velocidad que espanta.
Eso obliga a los detectives a
echar mano de todos los recursos de la ciencia. Sus despachos parecen el
laboratorio de una poderosa corporación.
Pero si ustedes
prestan atención, esos hombres y mujeres no se fijan tanto en el rastro de
sangre como en la historia que éste deja detrás: un ejecutivo que codicia los
bienes de sus colegas, un industrial que quiere acabar con su competidor, un
ciudadano que se llevó a la cama a la abandonada esposa del vecino, un
adolescente hastiado de sus padres.
Dicho de otra manera: la vida de
todos los días.
Y esta se copia a sí misma con una fidelidad tal que solo así se entiende la imposibilidad de lo nuevo.
PDT: les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada
Cuando ahora alguien dice "yo leo novelas policiales", es casi seguro que no se refiere a relatos de crímenes que son esclarecidos por un detective, como en las tradicionales novelas policiales: ahora, el lector y el policía ficticio conocen la identidad del perpetrador. En el fondo, los relatos modernos son de persecución del culpable, de las peripecias sangrientas que llevan al desenlace. Desaparecido el misterio, el placer intelectual que nos daba su elucidación es reemplazado por el placer sensual de una cacería... algo que también conocemos muy bien. En fin, que es fácil caer en la tentación de decir que la Ilíada, por ejemplo, se cuenta como una novela policial moderna: en vez de "detectar" quién secuestró a Helena, como haría Ellery Queen, los investigadores exterminan a un pueblo entero, es decir, optan por un desenlace más cinematográfico que literario. "Por eso la literatura y la vida son siempre como la primera vez, pero distinto."
ResponderBorrarEs lo que un amigo llama " La receta TNT", mi querido don Lalo. En la primera escena un hombre escapa a toda velocidad a bordo de un potentísimo auto. Justo en ese punto queda abolido el misterio. Ya se sabe que la partida la ganarán los perseguidores.El resto es rutina: rellenar el camino entre el principio y el fin, hasta que el lector o el espectador puedan conocer el rostro del responsable de todos los horrores.
ResponderBorrarDéjenme decirles que no ha desaparecido el misterio, justamente hay que husmear mas arriba, un poco mas hacia el norte, incursionando en las series policiales nórdicas. Precisamente, estoy revisionando otra vez Forbrydelsen, un magnifico thriller que juega con el falso culpable, entre otros notables recursos narrativos. Muy recomendable tambien la sueco-danesa Bron/Broen, en la misma linea. ¿quién dijo que los nordicos eran grises y aburridos?
ResponderBorrarNada de grises y aburridos, apreciado José. Para muestra está " La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina".
ResponderBorrarMil gracias por las recomendaciones.