El sobrevuelo de los buitres
entre las nubes que coronan la sierra.
Los aullidos de agonía de un mono, desmembrado
a machetazos por los humanos con los que se encontró en el camino.
El olor dulzón de la oscura nube de humo que se eleva desde la
hoguera donde se calcinan los cuerpos de hombres, mujeres y niños reducidos
a trozos diminutos por orden de los
traficantes de personas apostados en la zona.
La sangre que mana a borbotones
del cuello cercenado de una mujer embarazada y asesinada por un todavía niño y
ya casi hombre de tanto apurar hasta las heces el cáliz de la infamia que
lo rodea.
No por casualidad se hizo pollero, es decir, traficante de
inmigrantes, como quien aprende un juego más.
Todo nos dice que por aquí anduvo
la muerte, cuando uno se aventura a cruzar las
341 páginas del libro Las tierras arrasadas, del escritor
mexicano Emiliano Monge, publicada en julio de 2019 con el auspicio del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes.
Una tras otra,
familias enteras de emigrantes emprenden la travesía por valles y
montañas, animados no tanto por la esperanza como por la certeza de que atrás
apenas queda nada para rescatar, porque las vidas y las tierras han sido
arrasadas por la codicia y la impiedad que animan las acciones humanas.
El primer párrafo de la novela
nos anuncia la sucesión de pesadillas que se avecina:
“También sucede por el día, pero esta vez es por la noche. En mitad del
descampado que la gente de los pueblos más cercanos llama Ojo de Hierba, un
claro rodeado de árboles macizos, lianas primigenias y raíces que emergen de la
tierra como arterias, se oye un silbido inesperado, cruje el encenderse de un
motor de gasolina y desmenuzan la penumbra cuatro enormes reflectores”.
Es el anuncio de lo ominoso, que
hasta el final rodea la existencia de los protagonistas, impregnándola de una
sustancia viscosa que muy pronto se nos
revelará como la esencia de lo humano cuando es llevado al límite.
Los reflectores en cuestión
iluminan decenas de rostros donde sólo alienta el miedo: las facciones del
animal que ha sido conducido a una trampa en la que inicia todas las fases de
la degradación, de la que apenas puede
salvarlo una muerte que tarda en llegar.
Engañados, secuestrados y
vendidos en los mercados de seres humanos, los fantasmas que habitan la novela
bajan por todos los círculos del infierno en una suerte de viaje sin regreso
donde lo pierden todo, hasta quedarse sin
voz, sin oídos, sin nombre, sin memoria.
Son ellos los que recitan para sí
mismos una salmodia que le permite al lector asomarse a los abismos de una
desesperación para la que no hay ya consuelo:
“Le pedí a Dios que ayudara… que no dejara que eso nos hicieran… yo
rezaba y ellos se reían…luego me sacaron afuera y me tiraron en el lodo…me
dijeron síguele rezando a ver qué pasa… y me quedé ahí tirada… en medio de la
oscuridad y el olor a podrido…ahora sueño con el olor ese a podrido… y ya no rezo”
Recita para sus adentros la mujer
que acaba de ser violada una vez más.
Cada vez que asistimos a un nuevo
episodio de nuestras violencias creemos haber tocado fondo y nos decimos: ahora
sí es el momento de nuestra redención.
Pero no hay forma alguna de
redención: el agujero negro no tiene fondo.
Eso es lo que nos repite el
narrador de esta novela en los nombres
de los lugares donde se desenvuelve
la vida mutilada de sus
personajes.
Lugares que se llaman El
infierno, El Purgatorio, La caída.
Y personajes que ostentan nombres
como Epitafio, Sepelio, Mausoleo,
Cementerio.
Pero lejos está el narrador de
jugar con alegorías o metáforas
sugestivas: la vida de víctimas y victimarios es eso: una colección de
sepelios y mausoleos.
En la cabina de los camiones van
los verdugos: los tratantes de carne humana. En los contenedores viajan, colgados
de las manos, los que un día partieron tras el señuelo de una ilusión que
pronto se reveló estafa:
“Soy de allá pero allá sí que no hay nada…por eso voy…como se fueron ya
mis otros…voy a tener allí un trabajo… voy a tener ahí una vida… me encontraré
allí con mis amigos… ellos me tienen ahí contado.
“Yo voy allá para olvidarme…para olvidar lo que tenía…para olvidar pues
lo que no tengo…que ya no tengo…voy allá para no tener más miedo…porque allá no
voy a tener más miedo”.
A esta altura del relato el lector ya tiene claro que allá es apenas otro de los
nombres de la muerte.
Mientras las víctimas van dejando las mejores partes de sí mismas
en un calvario que no acaba, los verdugos asisten a su propia degradación: codicia, traiciones, mentiras que se alzan
como muros infranqueables entre lo que
fueron, lo que son y lo que no llegarán a ser.
Y
al fondo, el ojo eterno de la
naturaleza contempla, una vez más, el espectáculo de los hombres destruyéndose:
“Cada vez que los relámpagos se apagan, sobrevienen los rugidos de los
truenos y al callar sus ecos enrabiados, los chicos de la selva, cuyos párpados
suplican descansar aunque sea un rato, se extravían en los sonidos de la selva:
croan las ranas en el río que vomitan
los enormes socavones, chillan cientos
de murciélagos adentro de las cuevas, ruge en la distancia la pantera de
estas latitudes y picotea un ave terca el blando tronco de un altísimo
aguacate”.
Y, sin embargo, en este paisaje
de tierras arrasadas brotan a veces los
frutos del amor, aunque sea a través de las vidas truncas de
Epitafio y Estela. Un amor adivinado por Mausoleo, el hombre que encandilado por una minúscula parcela de
poder, acaba convertido en verdugo de sus propios compañeros de infortunio:
“¿Quién diría que eras tan frágil… que serías así de raro? medita
Mausoleo observando nuevamente a
Epitafio, cuya barbilla, cuello y pecho son alumbrados por el sol que en la
distancia está emergiendo poderoso.
¿Quién diría que una vieja iba a
ponerse así de inquieto?”
Y sí: por los siglos de los
siglos el amor nos ha hecho frágiles y, por lo tanto, bellos.
A lo mejor eso es lo que quiso
decirnos Emiliano Monge en el breve amanecer de esta pesadilla titulada Las
tierras arrasadas.
PDT. les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada
Saludos, amigo Gustavo, mil perdones por haberme perdido todo este tiempo, distintos acontecimientos familiares y avatares de este atribulado paisito que habito me impidieron estar en linea. Como usted sabrá, ya vamos mas de diez días de paro generalizado en toda Bolivia por las elecciones groseramente fraudulentas del pasado 20 de octubre. Hablando de tierras arrasadas, justamente hace un mes toda la región de la Chiquitania (superficie del tamaño de Suiza) al oriente del pais sufrió una oleada de incendios devastadores, a consecuencia de la política ecocida del cacique Evo Morales que, mediante un decreto, autorizo la "quema controlada" de miles de hectáreas a sus huestes colonizadoras para ampliar las tierras agrícolas. la ignoracina y codicia hicieron el resto. cinco millones de hectareas de pastizales y bosques, incluyendo reservas forestales, fueron consumidas por el fuego, amén de la pérdida de miles de especies animales. Con esos antecedentes, todavía el inefable individuo tuvo el cinismo de acudir a la Onu a acusar a otros países del calentamiento global y otros males. Y pensar que todavía hay imbéciles alrededor del mundo que lo ven como un adalid ecologista.
ResponderBorrarNo contento con ello, el autocrata intenta arrasar con la voluntad de millones de ciudadanos que votaron en contra de su candidatura y que, gracias al nefasto Tribunal Electoral, con toda soberbia se proclama ganador, a pesar de las pruebas contundentes de fraude sistemático. Hoy estamos inmersos en una suerte de pulseta (con enfrentamientos incluidos) de la sociedad civil con los seguidores del gobierno. No hay clases, ni transporte público, y las actividades comerciales están al mínimo. En verdad, no se sabe en qué derivará todo esto, y no estamos lejos de una confrontación interna, con consecuencias imprevisibles.
Y sí, aquí ya anduvo la muerte, con el saldo de dos muertos por los enfrentamientos en Santa Cruz, y puede que la cifra aumente.
ResponderBorrarEntiendo sus tribulaciones, apreciado José. He seguido en detalle los insucesos de su país, resultado previsible de los caudillismos, las artimañas y la corrupción, allá y en todos los lugares de la tierra donde se entronice el culto a la personalidad.
ResponderBorrarAh... me complace mucho tenerlo de nuevo por aquí.