Por definición, los seres humanos somos volubles, “variables y ondeantes”, para utilizar la clásica expresión de don Miguel de Montaigne. Y esos adjetivos valen por igual en nuestras actitudes y decisiones tanto en lo público como en lo privado. En el amor o en la política. Eso explica que ésta última sea pendular y vaya siempre de un extremo a otro.
De ahí que no deba sorprendernos tanto la actitud de alarma manifestada por
un gran porcentaje de la población colombiana frente a los contenidos y
potenciales alcances del Proyecto de Reforma a la Salud, radicado ante el
congreso por el actual gobierno nacional el día lunes 13 de febrero de 2023.
Poco tiempo después de que se pusiera en marcha el modelo vigente a partir
de la Ley 100 de 1993 empezaron a aflorar las inconformidades frente a la
calidad y oportunidad de los servicios, al punto de que pronto se convirtieron en contenido de campañas
políticas del orden local, regional y nacional, que contemplaban “la necesidad de una reforma profunda”,
así en abstracto, sin precisar detalles sobre sus contenidos e implicaciones.
En ese ir y venir, no han faltado los alardes retóricos y eufemismos
propios de nuestra condición nacional, al punto de que se llamó “Acuerdo de punto final” a un conjunto
de medidas plasmado en el artículo 237 del Plan
Nacional de Desarrollo, con fecha del 25 de mayo de 2019. En el papel, la
medida suponía la solución definitiva al eterno problema de no pago por parte
de las EPS a clínicas y hospitales, con el consiguiente déficit que eso
representa para la prestación de los servicios a los pacientes.
Como bien sabemos, no hubo punto final. Todo lo contrario: algunas EPS lo
utilizaron como mecanismo de dilación y siguieron acumulando deudas. Otras
apelaron al conocido truco de cambiar de razón social, complicando aún más el
entramado jurídico y financiero.
El malestar no paró de crecer. En la calle, en los medios y en los
escenarios políticos, la gente siguió pidiendo una reforma definitiva al
modelo.
Durante su campaña a la presidencia, el hoy presidente Gustavo Petro
recogió ese malestar y lo convirtió en promesa ante los colombianos. Bien
sabemos que, una vez alcanzado el poder, todo político debe convertir sus
promesas en leyes. En caso contrario, los ciudadanos le pasarán cuenta de
cobro.
Y en esas andamos. La ministra Carolina Corcho radicó el proyecto de
reforma y, de inmediato, la oposición anunció que liderará algo así una
contrarreforma enfocada a conservar lo bueno del sistema vigente, lo que, en
principio, resulta saludable en toda sociedad con pretensiones democráticas.
Llegados a este punto, se pasó del malestar a la incertidumbre. Y ésta última se alimenta de preguntas y rumores. La
primera de ellas obliga a pensar en las bondades y fallas del actual modelo,
para fortalecer lo bueno y corregir lo malo.
Para empezar, es difícil negar que se han alcanzado unos niveles de
cobertura que, más allá de las discusiones porcentuales, a través del régimen
contributivo y el subsidiado ha conseguido brindar aceptables niveles de atención, sobre todo
en las áreas urbanas. Ahora bien, algo muy distinto son los indicadores de
calidad y oportunidad en la atención. Y eso pasa por garantizar los recursos
financieros, la infraestructura, la justa remuneración de los profesionales de
la salud- incluidos los especialistas-, los exámenes diagnósticos y el acceso a
los medicamentos, todo ello sumado a una estructura administrativa capaz de
garantizar el buen funcionamiento. La relación entre esos factores se traduce
en una oportuna y efectiva respuesta a las necesidades de los pacientes y sus
familias.
De entrada, el primer escollo a sortear es el de las pugnas políticas.
Estamos en un año electoral, en el que se escogerán alcaldes, gobernadores,
concejales, diputados y ediles. Además, se empiezan a medir fuerzas con miras a
la conformación del congreso, e incluso para la próxima campaña
presidencial. Y bien sabemos que en esas
coyunturas priman los intereses personales y de grupo.
¿Qué tan buena disposición tendrán nuestros políticos frente a la
reforma? Esa no es una cuestión menor,
porque la aprobación o no depende del congreso. A lo anterior se suma el
imperativo de sustraer los debates a las tentaciones ideológicas: la salud, la
vida y la muerte no son de izquierdas ni de derechas. El debate no puede
centrarse en si es malo o bueno el recurso del presidente de pronunciar sus
discursos desde un balcón para divulgar las reformas: lo mismo han hecho sus
antecesores, sólo que utilizando otras tribunas: Caracol, RCN, W Radio, Blue Radio, El Tiempo, El Colombiano y todos
los demás medios a su servicio.
El llamado entonces es a ser prácticos y realistas. Una buena ayuda puede
ser echarle un vistazo al estudio publicado por la Asociación Colombiana de Clínicas
y Hospitales en 2022. Ni el presente es tan malo ni el futuro permite pensar
en la perfección.
Según el estudio, a nivel mundial Colombia ocupa el puesto 39 en un listado
de 94 países, con un índice de 81.5 sobre 100; 9.8 puntos por encima del
promedio general, que fue del 71.7.
Para definir el escalafón entre 94 países, se tuvieron en cuenta los
resultados de doce variables en aspectos como esperanza de vida, tasa de
mortalidad materna, tasa de enfermedades no transmisibles, incidencia de
tuberculosis y años de vida por discapacidad, entre otros.
También se tuvieron en cuenta las variables de insumos como
infraestructura, recursos humanos, percepción de corrupción e indicadores de
violencia de género en los países
evaluados.
De modo que frente a esos logros en materia de salud no podemos hacer tabla
rasa y reiniciar de cero: sería un despilfarro en todos los sentidos. Por
fortuna, los funcionarios del gobierno encargados de liderar la tarea ya
admitieron lo esencial: hay que edificar sobre lo construido.
Eso exige responder a desafíos como la gestión y vigilancia de los enormes
recursos necesarios para materializar la reforma, porque el concepto de gestión
territorial implica el riesgo de poner al alcance de los políticos un botín burocrático
y financiero que podría echar por tierra todos los planes. Además, debe
definirse muy bien la línea que separa las EPS que han hecho bien la tarea de
aquellas que constituyen focos de inoperancia y corrupción. No se puede poner a
todas en el mismo saco.
Asimismo, la figura de los centros de atención primaria suena tan vaga que
un vecino me preguntó alarmado si pensaban revivir los viejos e inoperantes
centros de salud ubicados en barrios y veredas. ¿Cómo operarán y en manos de
quién estará la responsabilidad directa?
Y lo último, pero no menos importante: los profesionales de la salud. No se
trata sólo de que estén bien remunerados
sino de tener los suficientes especialistas. Desde hace décadas vivimos un
inquietante éxodo de médicos y enfermeras hacia el exterior en busca de mejores
oportunidades.
Los anteriores, son apenas algunos de los retos para la salud en Colombia,
no sólo para el gobierno, sus funcionarios, los políticos o los medios de
comunicación alineados en distintos bandos. El proyecto de reforma ya está radicado.
Es tarea de todos los ciudadanos estar al tanto de sus contenidos y hacer
veedurías a sus avances, sin descalificaciones a priori ni fanatismos. Después
de todo, hablamos de un derecho fundamental consagrado en la Constitución de
1991 y protegido por la figura de la tutela.
PDT. les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada:
https://www.youtube.com/watch?v=0D2j4r7322I
Recibe mi saludo, apreciado Gustavillo. Has hecho una acertada decripción de lo que muchos llaman "el estado del arte" con resepcto a la reforma a la salud que propone el Gobierno del actual Presidente de los colombianos. Nada podrá ser más acertado, considero yo, que "construir sobre lo construido".
ResponderBorrarAmanecerá y vermos Gustavillo.
Y como siempre, es un placer leerte.
Qué bueno tenerte por estos pagos, viejo... aunque sea para abordar estos asuntos tan espinosos. De cualquier manera, será el Estado - es decir, la sociedad, nosotros- quien asuma los costos finales, pues así lo define la Constitución Política de 1991 al consagrar la salud como un derecho fundamental, como debe ser.
ResponderBorrarUn abrazo y hablamos,
Gustavo
Saludos Gustavo
ResponderBorrarConsidero que la farmacia es el gobierno, y nosotros, los ciudadanos, los consumidores. El asunto de la salud en el país es tan delicado como el económico, pero también tan rentable para las EPS como el petróleo para los norteamericanos. Uno se sorprende que la derecha sea ahora la nueva izquierda, y con ello me refiero a que las EPS ahora andan preocupadas por el manejo y la garantía del uso del rubro en el nuevo modelo. ¿Ya no robaron lo suficiente y dejaron morir tanta gente al garete, gracias a los enredos burocráticos y los cambios de razón social? Coincido con su texto de que no se trata de destruir y construir de nuevo, sino de montar la propuesta sobre una base ya hecha. Por ahí es el camino. Ya lo dijo Carlyle: "El que tiene salud, tiene esperanza; el que tiene esperanza, lo tiene todo".
Nos vemos.
Apreciado Diego: mil gracias por sus aportes a esta saludable reflexión. Para tener una idea sobre la magnitud del negocio de la salud, basta con salir a la calle y ver como han crecido los distintos eslabones de la cadena: laboratorios, imágenes diagnósticas, terapias y, por supuesto, clínicas de toda índole. Uno supondría que el indicador de la buena salud de una sociedad debe ser al revés: que no se necesiten tantos de esos sitios. Pero el negocio consiste en tener muchos enfermos.
ResponderBorrarMuchas gracias por el diálogo.
Gustavo