viernes, 24 de diciembre de 2021

De ver pasar: la ciudad y sus signos vitales








Blow- Up es una película de Michelangelo Antonioni fechada en 1966 y protagonizada por el actor David Hemmings. En su relato, Thomas es un célebre fotógrafo de modas que, hastiado de la frivolidad de ese mundo, decide echarse a  las calles de Londres en busca de imágenes que contengan algo de vida. Un día toma una fotografía en un parque de la ciudad. Cuando la revela en el cuarto  oscuro, tiene la sensación de que, detrás del primer plano, ha captado un asesinato. 

Para estructurar la historia, el guionista se basó de modo bastante tangencial en un cuento de Julio Cortázar titulado Las babas del diablo.

Una dimensión insospechada de la realidad irrumpe  y produce un quiebre, un corte en lo que se suele llamar el hilo de los acontecimientos. La fotografía cobra vida propia y empieza a contarnos una historia: la de la ciudad y sus signos vitales.

Ignoro si el escritor Rigoberto Gil vio la película, pero su libro titulado De ver pasar tiene mucho de eso: de las rupturas en el flujo de lo cotidiano, captadas casi siempre al azar por el lente de una cámara… o, bueno, de un teléfono celular.

El recurso es sencillo: dejarse seducir por una entre las muchas imágenes dejadas  por la vida a su paso y , a partir de ella, construir un relato que puede ser ficción o no.

El París de la segunda mitad del siglo XIX vio nacer la figura del Flaneur, esa suerte de  explorador urbano que vaga empujado por el azar de su instinto- en este caso centrado en la mirada- y va registrando los pliegues de  la ciudad como quien descorre una cortinilla y se asoma a lo siempre insospechado del mundo.


Fue el filósofo Walter Benjamin quien, basado en la poesía de Baudelaire, señaló al Flaneur como hijo del capitalismo industrial. Este singular caminante ya no es el peregrino que va de aldea en aldea, sino el  husmeador de pasajes y vitrinas, esas cajas mágicas donde las cosas se exhiben a la espera de un consumidor. De algún modo el Flaneur expresa sin saberlo ese estado de cosas que Karl Marx bautizó con el nombre de  Fetichismo de la mercancía, abordado a profundidad  en uno de los apartes de El Capital.

El autor de De ver pasar hace lo propio en el mundo fragmentado y globalizado del capitalismo tardío. De entrada, lo advierte en el primer párrafo del texto titulado El ojo que piensa: “ No es fácil caminar y pensar al mismo tiempo. El cuerpo se fatiga si lo obligamos a concentrarse en dos ejercicios complejos. Ambos exigen voluntad, concentración; ambos validan un ritmo arcano que se liga con la memoria: ese fardo de realidades que teje los años en imágenes delgadas. Solo que, al restaurarlas, les damos volumen y profundidad”.



La obsesión por ese “ fardo de realidades” no es nueva  en Rigoberto Gil. De hecho, es una constante en su obra ensayística y de ficción. En un libro titulado Guía del paseante,  que de muchas maneras  prefigura De ver pasar, lo resume en una frase certera : “el solitario es un caminador”.

Y ese  no es un detalle menor: quienes caminan en grupos están todo el tiempo distraídos por la cháchara de los otros. Su mirada  aparece mediada por las intenciones y gustos de  sus compañeros. Y se   precisa una profunda relación con la soledad para ser un caminante, un explorador tanto rural como urbano.

Así que el autor de esta selección de textos( a veces son viñetas, en otras se trata de crónicas o ensayos  breves, unas cuantas son ficciones y en la mayoría de los casos un cruce incestuoso de varios géneros) se nos revela ducho en soledades, es decir, en miradas íntimas sobre lo público  que casi nadie advierte.

Estamos entonces ante un mirón de las calles. O un voyeour, si prefieren esa palabra, con todo y las connotaciones sexuales que el concepto acarrea.

Porque la mirada es, ante todo, goce, insinuación de la desnudez velada por las prisas de la vida diaria en cualquier ciudad.


En total son treinta y siete textos, publicados inicialmente en el periódico Ciudad Cultural y en el portal web  La cebra  que habla. En ellos, como corresponde al talante de los tiempos, el escritor plantea un  viaje de ida y vuelta entre lo local y lo global. En ese recorrido encontramos  relatos como los del soldado mutilado en alguna de las guerras de Colombia, junto a  estampas de la zozobra a la que fue arrojada la especie humana tras la irrupción de la Covid- 19. A su lado, convive el vistazo a una Nueva York presentida en las páginas de sus grandes escritores o en la locura  visionaria de esos que nuestra indomable torpeza califica de excéntricos. En buena hora la Universidad Tecnológica de Pereira decidió publicar este libro (noviembre de 2020). Porque la internet, tan llena de ventajas a la hora de agilizar y multiplicar la circulación de las obras, alienta al mismo tiempo la más inapelable forma del olvido : la de cientos de  miles de millones de palabras, de imágenes , de  ideas, de relatos  que se  anulan unos a  otros en su infinita procesión



En suma, quien se asome a sus 232 páginas se hará  a su vez cómplice de  esta dichosa- y a menudo dolorosa- irrupción  de una realidad que siempre  participará de la condición del caleidoscopio en su fragmentación y multiplicidad.

En esa realidad a menudo alucinante acontece nuestra condición de viajeros  sin remedio… aunque estemos confinados en casa.


PDT. Les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada

https://www.youtube.com/watch?v=Y6thDNGf7Os





lunes, 20 de diciembre de 2021

Vanas gentes : la soledad es comarca limitada





Los buenos libros de poesía suelen ser breves. Cuando dan con el tono preciso, su brevedad se traduce en intensidad.  Son como esos licores que se deben degustar a sorbos cortos, de modo que el espíritu del poema recorra de a poco los sentidos del lector hasta depositarlo en la más pura claridad.

Eso pasa con el libro Vanas gentes, del escritor quindiano Juan Aurelio García. Son veintidós poemas que , sumados, no alcanzan el centenar de páginas publicadas bajo el sello de El Impresor , diseño de Stella Maris y prólogo de Nelson Romero.

El primer poema, titulado Al amable lector, es una advertencia: De parte del poeta/le quiero recordar y declarar/pero a las buenas/ que desocupe la soledad/ esos dominios/ donde suele pasearse como  un emperador. De ahí en adelante, el tono será ese : el de la interpelación al lector en particular y al poeta en general. Está claro que, para serlo de veras, el escritor necesita de un lector. Por más que parezca un lugar común, a menudo se olvida esa condición elemental. En su defecto, se postula la idea del poeta refugiado en su casa de cristal, consagrado a escuchar el eco de su propia voz.

Para refutarlo,  Vanas gentes nos recuerda que la poesía es, ante todo, comunión. Ya sea dicha en las plazas o recitada en “ la noche oscura del alma”, la palabra poética es un conjunto de signos que sólo adquieren pleno sentido en el oído del lector. Porque en sus comienzos la poesía fue eso: ritmo, música. No importa si, a partir de la creación de la escritura, la asociamos con el ojo y con la lectura silenciosa. Sin el ritmo, es decir, sin el latido del corazón , el poema es letra muerta.

Y Juan Aurelio Garcia lo sabe. En el poema titulado Recital el autor se pregunta: Yo no sé para qué viene el poeta/ si no baila ni llora/ni tampoco se despeina/o si al menos no adivina/ a santo de qué/ viene a remover tanta ceniza.  En Sueño de gloria, otro de los poemas del libro, nos dice con fina ironía: Ojalá pudieran los poetas/ser como los cantantes/ cultivar fama y echarse a dormir. Y continúa: Hacer giras que los lleven / en el ocaso/ a esos pueblecitos que faltaron en la agenda/ donde con mayor vigor se les imita/ y se les aplaude/ como a los viejos héroes.

F. Hölderlin 

Como a los viejos héroes. La  pregunta por el rol del poeta y por el sentido de sus palabras alienta en cada uno de los versos. Es la eterna sensación de extrañamiento del poeta en un mundo que siempre le será hostil, aunque de vez  en cuando lo aplauda. Ya se preguntaba el gran Hölderlin tres siglos atrás : ¿ Y para qué ser poeta en tiempos de penuria? Para disimular esa condición de extrañeza, el escritor puede ocultarse en el traje del burócrata- uno piensa en Pessoa- que se atrinchera  detrás  de un escritorio para pulir sus versos. O eso nos sugiere la voz de Juan Aurelio García cuando escribe: Nunca se podría afirmar que roba tiempo/que entre la redacción de una queja/propia de su oficio/ y la revisión con tachaduras/que le practica a un formulario/ se le cuele un haikú o un epigrama.

F. Pessoa


Vanas gentes los poetas, se nos recuerda a cada instante. De ahí la obstinación en títulos como La ascensión del poeta, A los poetas vergonzantes, Los poetas loteros, Letra muerta y el ya mencionado Sueño de gloria.

Vista así, adquiere pleno sentido la cita de don Francisco de Quevedo que encontramos al comienzo del libro: Se les perdona todo lo que han escrito/ se les agradece no haber escrito más.

Eso explica también el tono coloquial de quien interpela: la pregunta sería imposible si el autor  adopta un tono de superioridad que, de entrada, anule sus propósitos. Lo coloquial es aquí un recurso, una manera  de comunicar, no mera llaneza del lenguaje. Al contrario, la preocupación formal es una de las constantes del libro. Para muestra , estos versos del poema Alabado sea Dios: Parece ser que los poetas de talla menor/ viven del aplauso/ es decir/ del agua y del sol/ como las flores / O sea que nuestros poetas son como las flores/ como esas flores baratas/ besitos de novia las llaman/ que a montones nos regala un buen día de sol/ y que están a un tiro de piedra/ de nuestras calles sitiadas por el trópico.

Las flores, el más socorrido de los lugares comunes, devienen aquí recurso tanto estilístico como argumentativo: en el primer caso señalan  el ripio como elemento distintivo de la mala poesía. En el segundo parece enhebrarse una plegaria, cara a la tradición cristiana: Señor, señor, perdónalos porque no saben lo que hacen.

A mi modo de ver- y de leer-, ese es el corolario del libro : que, para bien o para mal, las vanas gentes están allí como elemento indispensable para diferenciar el trigo de la cizaña, cuestión que nos devuelve a la sentencia de los viejos sabios: nada es gratuito en este mundo. Por eso, aun los peores son necesarios para mantener el equilibrio en el  universo. 


PDT. les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada
https://www.youtube.com/watch?v=4nLp2WKgocU

martes, 14 de diciembre de 2021

Hay vida en las tablas

                                Fotografía:  Juan Felipe Díaz


Hasta el día en que, uno a uno, los gobiernos del mundo empezaron a decretar confinamientos por la pandemia de Covid- 19, la palabra cuarentena, igual que el vocablo peste,  hacía evocar siglos remotos, relacionados en nuestra imaginación  con tiempos de oscurantismo  y dominio de la superstición.

En cualquier caso, nos resultaba imposible ubicarlas en el presente, y mucho menos en el futuro.

De modo que todo fue como un mazazo repentino. De un momento a otro estábamos encerrados en casa- incluso los que no la tienen fueron llevados a la fuerza a “ hogares de paso”- sin saber muy bien lo que nos aguardaba en lo inmediato.

Como una reacción refleja, nos aferramos al recurso de Internet, una suerte de divinidad  profana que nos salvaría del aislamiento y la parálisis.

Fue así como empezamos a hablar de clases virtuales,  de teletrabajo, de la “nueva familia”, de nuevos usos de las redes sociales y hasta de liturgias y funerales transmitidos a través de la internet.

Según los que investigan esas cosas y hacen encuestas para todo, el intercambio sexual a través de las  pantallas se incrementó hasta el delirio.

Al comienzo el asunto funcionó como solución desesperada. Sobre todo para los artistas de la música y el teatro supuso la posibilidad de mantenerse en contacto con los públicos.  Incluso, a pesar de que  en un principio se ofrecieron funciones gratuitas, al poco tiempo se encontró la manera de cobrar para mitigar en algo las necesidades   de supervivencia.



Empecé a sospechar que la cosa andaba mal cuando me sentí a ver un juego del alicaído Barcelona. Desde luego, las tribunas estaban vacías, como correspondía a las  medidas tomadas. Al promediar el partido, el inefable Messi marcó uno de esos goles suyos que lo hicieron favorito de los dioses. Siguiendo un viejo instinto,  El diez  corrió  hacia las tribunas dispuesto a celebrar y se encontró con una viva estampa de la desolación : nadie   respondió a su alegría con gritos, cantos, tambores y agitar de banderas azulgrana. Desconcertado, miró a sus compañeros y estos no sabían si abrazarlo o no. Después de todo, corrían el riesgo de ser sancionados, ya no por el juez central, si no por  las autoridades sanitarias.

Desde ese día decidí no  ver más partidos de fútbol hasta que  el  público- es decir, la fiesta, -volviera a las  graderías.


Al fin y al cabo, el deporte es puesta en escena , ritual revestido de profundos simbolismos. Tanto, que escritores, poetas, filósofos, sociólogos y antropólogos se han encargado de mostrarlos y cantarlos  en detalle. Fue  Elías Canetti quien señaló que  durante el partido el público- los feligreses- le dan la espalda a la ciudad y  centran toda su atención en el ritual que los deportistas- sacerdotes-ofician en la cancha. Es así como se produce la transmutación del caudal de energía positiva y negativa acumulada  durante  la semana.

En el espectáculo como ceremonial, el gol deviene acto de comunión, igual que los gestos y palabras del oficiante en la misa o del actor en el teatro.

Así que, durante la primera fase del confinamiento,   deportistas y aficionados se extrañaron por igual. Poco importó que las empresas de  radio y televisión, ansiosas por recuperar el ritmo de sus ganancias, apelaran a la farsa del sonido ambiente pregrabado, con el fin de crear la ilusión de la ceremonia en vivo. Pero sucedió como en  las malas comedias norteamericanas enlatadas para televisión, que utilizan risas pregrabadas con el fin de estimular la hilaridad del público, pero siempre les sale al revés : el truco  provoca  desconcierto y acentúa la sensación de ridículo.


Fue en ese momento cuando mi hija, que estudia artes  escénicas y desde su niñez profesa una genuina devoción por el teatro, me recordó la similitud.

"Pasa igual cuando   transmiten una  obra de teatro por internet", me dijo. "Uno prepara la obra, ensaya, se   equivoca, acierta, repite el ensayo, hasta que se aproxima un poco a lo deseable. El director , los técnicos y los tramoyistas cumplen con lo suyo y los actores saltamos a las tablas convencidos de que lo estamos haciendo bien… hasta que alguien  prende la cámara y la magia se desvanece.  La  diferencia  es elemental: la obra se prepara para ser puesta en escena frente a un público presencial, que al final aprueba o reprueba. Al contrario,  la cámara crea una distancia, que de inmediato enfría la atmósfera y paraliza las emociones, algo vital para que la obra salga bien. Lo resumo: una obra de teatro  al frente de una cámara no es teatro sino televisión. Por eso el público se desconectaba tan rápido durante las funciones virtuales".

En este punto de su reflexión, pensé en la expresión entre perpleja  y abrumada del pobre Messi y de sus compañeros:  su rito era oficiado en el centro mismo de la nada. O lo que es lo mismo: para nadie. Por eso entendí  tan bien cuando, al anunciarse el retorno a las clases presenciales, mi hija empacó sus maletas y salió a toda prisa para su universidad. 

Después de  una espera que se le antojó interminable, al fin  hay vida en las tablas.


PDT. Les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada.

https://www.youtube.com/watch?v=4TN9x3M23GY


martes, 7 de diciembre de 2021

Me siguen, luego existo

                                   La fama


En tiempos de la antigüedad clásica el concepto de fama estaba relacionado con el de prestigio. De hecho , en el Libro IV  de La Eneida  de Virgilio se la concibe como La voz pública, engendrada por la Tierra  después de Ceo y Encédalo. En las imágenes más conocidas, aparece dotada de numerosos ojos y bocas. Tiene, además, la capacidad de volar con  gran rapidez.   A menudo se la asociaba con actos heroicos  en beneficio de los humanos.

Sin embargo, como tantas divinidades, tiene su lado oscuro y  en ocasiones aparece como un monstruo, un mal cuya capacidad de propagación lo hace más letal que cualquier otro.

Famosos por sus gestas fueron Moisés, Cristo, Alejandro de Macedonia, Cleopatra, Marco Polo o Cristóbal Colón, para mencionar sólo seis entre las grandes celebridades de la Historia.

                                   Cleopatra

Todos ellos contaban con numerosos seguidores que se encargaban de acrecentar su  aura de leyenda. Ese concepto, el de seguidor, ligado a caudillos y líderes religiosos se remonta entonces  a los comienzos de la Historia. En muchos sentidos, surgían por la combustión espontánea de grupos sociales empujados por su fuerza expansiva  o por una necesidad de trascendencia.

El famoso les daba así sentido a sus búsquedas.  En contraprestación, La voz del pueblo lo  elevaba a  tronos terrenales o celestiales.

Con el paso de los años, y tras el advenimiento de los medios masivos de comunicación,  la noción de fama y de famoso se desdibuja y degrada hasta  convertirse en sinónimo de algo o de alguien que aparece de manera repetida en las portadas de las revistas o en los programas de televisión.

Internet lleva esa transformación hasta límites no sospechados. En este caso, famoso es aquel que trabaja para multiplicar su imagen en las redes sociales. Ya no se necesita de una voz colectiva que reconozca y valore sus méritos:  con algo de tiempo y habilidad, el  famoso o aspirante  a serlo puede encargarse de esa tarea.


El fulano puede ser a la  vez su propio asesor de imagen, su jefe de prensa, su publicista y su jefe de mercadeo

Da igual si lo que  dice  o hace es bueno o malo en el sentido ético o moral de la expresión. Es decir,  que su valor intrínseco resulta insignificante. La idea de prestigio, que en un comienzo tuvo una connotación positiva , se disuelve. El público ya no necesita de criterios- algunos dicen que nunca los tuvo- para calificar si una acción política, un libro, una canción, un espectáculo  o un deportista están revestidos de belleza, de calidad, profundidad, armonía o contenido. Viejos principios que , durante siglos, ayudaron a ubicar los actos humanos en dimensiones que  contribuían  a comprender y evaluar los aportes de individuos  y grupos sociales al devenir de la humanidad.



Fue así como los factores cualitativos fueron remplazados por los cuantitativos. Ya no importa por qué siguen al héroe. Sólo interesa  saber cuántos lo siguen.

Son esas cifras las que le dan peso y densidad existencial en el cuerpo de la sociedad: Me siguen, luego existo, es la curiosa ley que rige esos dominios.

¿ El resultado? Al consumidor de información le resulta cada vez más difícil diferenciar entre buenos y famosos.

Pero Internet ha servido también para denunciar infamias, corruptelas y abusos  que en otras épocas eran  silenciados con facilidad, dirán muchos de ustedes. Y les asiste toda razón.

Pero el asunto hoy es otro.

Si las acciones del héroe o el famoso contemporáneo  son beneficiosas o dañinas resulta irrelevante, con tal de que le permitan incrementar el número de  sus seguidores. Por eso  puede tratarse de un asesino como Popeye el Sicario, el futbolista de una liga de élite, un cantante mediocre  salido de un Reality Show, el demagogo consagrado a alimentar el pánico entre sus seguidores para ofrecerse como redentor o  una actriz dedicada a propagar sus chismes de cama entre las audiencias.

El truco es simple: usted sólo debe encontrar la manera  más rápida de que la gente digite Me gusta o Reenviar. De ahí en adelante el fenómeno  se alimenta de sí mismo, soportado en el principio de rebaño, tan conocido en el reino animal al que pertenecemos los humanos.

Cuantas más  personas pulsen los iconos acordados, más individuos se sumarán al cardumen. Así de fácil se construyen partidos políticos, glorias del deporte, fetiches del mundo del espectáculo, pastores de sectas religiosas… o grupos de exterminio. Porque en este singular universo hay para todos los gustos. Al fin  y al cabo, el secreto consiste en que algo o alguien se convierta en tendencia hasta hacerse viral, dos palabras caras  al mundo de las redes sociales.

No es difícil adivinar el paso siguiente. Cuando el número de seguidores supera ciertos límites, el famoso se convierte en una vitrina. Muchas empresas lo buscarán para promocionar  productos  y servicios en sus redes. Entonces su codicia aumentará y buscará nuevas maneras de generar tráfico en Internet: la ecuación puede elevarse hacia cotas demenciales.



Andrés Botero, periodista amigo, se preguntaba- y me preguntaba- qué diablos podía explicar  el fenómeno de influenciadores- así les dicen- como La Liendra o Epa Colombia, cuyo  número de seguidores no para de multiplicarse. “¿ Cómo se entiende semejante estupidez?”.  Me dijo un día, al borde de la  desesperación.

“No hay misterio”, le respondí. “Es la vieja y conocida estupidez humana. Sólo que elevada hasta la exasperación. Y, como el universo, es infinita”-  le salí al paso. “Así que no desespere: ya vendrán tiempos peores”.


PDT . les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada.
https://www.youtube.com/watch?v=eRQ3irjdpDw

martes, 30 de noviembre de 2021

Dosquebradas 49 años: días de industria



Camino al trabajo

Al  finalizar los años ochenta del siglo XX era posible ver una romería de mujeres  subiendo a pie la cuesta de  La Popa  a  eso de las cinco y treinta de la mañana.  

Buena parte de ellas eran bonitas y jóvenes. En sus bolsos de mano llevaban portacomidas con el desayuno y el almuerzo: debían cumplir una jornada de trabajo que se extendía de seis de la mañana a dos de  la tarde.

Su labor la desempeñaban en las decenas de fábricas de confecciones que a lo largo del tiempo se asentaron en lo que se llamó Zona Industrial de La Popa, dándole de paso a Dosquebradas el  calificativo de “Municipio Industrial”.

Hasta que la apertura económica    inundó el mercado de productos baratos y  un porcentaje elevado de esas fábricas se vieron obligadas a cerrar, dejando en el desempleo a cientos de mujeres,  muchas de ellas  cabeza de familia.

Lucía Marín se  contaba entre las nuevas desempleadas.

Sus padres habían sido expulsados por la violencia al finalizar la década de los cincuenta. Tenían una pequeña finca en Belén de Umbría y una noche de lluvia escaparon con lo que tenían puesto.

Como pudieron, construyeron un rancho de esterilla en lo que hoy es la urbanización Guaduales. Tocaron puertas hasta que se despellejaron los nudillos. Un día alguien les dijo que en Paños Omnes, una empresa recién  fundada por franceses, necesitaban gente para trabajar en oficios varios.

Aleida, su madre, se enroló como aprendiz en  Paños Omnes en 1953, justo cuando el general Gustavo Rojas Pinilla se tomó el poder en Colombia, encabezando un alzamiento militar  que en principio despertó esperanzas entre la gente, para convertirse después en detonante de nuevos horrores.

Alejandrino, su padre, sólo sabía manejar el machete  y el hacha y se dedicó a podar jardines en las casas  de las familias pudientes de Pereira.

“En Dosquebradas lo que se dice  familias pudientes no había. La ciudad se fue poblando en desorden, a medida que llegaban familias de distintas regiones en busca de trabajo. Yo nací aquí en el año  cincuenta y cinco. No había calles. Uno salía hacia la escuela y  tenía que caminar en medio de un pantanero durante la temporada de lluvias. Si era verano la polvareda no dejaba respirar. Vivíamos rucios de polvo y enfermos de tos casi todo el tiempo”.

Lucía acaba de regresar de España, país al que viajó en 1997, luego de dos años de buscar trabajo en Pereira, Dosquebradas y Santa Rosa.


“Eso fue una situación muy dura, porque las fábricas cerraban y era mucha la gente que  andaba en las mismas, tocando puertas en busca de una oportunidad, pero nada. Con dos hijos pequeños y sin marido tomé la decisión, animada por dos  ex compañeras que ya se habían instalado en Gran Canaria, arreglando pisos  y trabajando como cocineras en restaurantes. Los niños quedaron bajo el cuidado de mi hermana Edelmira y solo después de cinco años pude llevármelos. Todo anduvo bien hasta que hace diez años  las cosas empezaron a volverse malucas en España. El trabajo se volvió escaso, los salarios bajaron y los nativos comenzaron a mirar feo a los extranjeros. Con mis hijos ya mayores de edad y con su nacionalidad española no tenía que preocuparme: los dos, Julieth y Alberto, tomaron la decisión de quedarse, pues ya tenían sus trabajos y estaban estudiando. Así que aquí estoy, con mi casa propia y mi pequeña empresa de confecciones en la que  fabrico camisetas para varios empresarios de Pereira y Cartago”

Muevan las industrias

En los comienzos fueron Comestibles La Rosa y Paños Omnes entre los extranjeros. Dosquebradas era corregimiento de Santa Rosa de Cabal y el municipio creó condiciones tributarias especiales para estimular la llegada de inversionistas.

Así fue como muchos emprendedores hicieron   préstamos, compraron tierras y levantaron  instalaciones que después  dotarían con las máquinas necesarias para  producir prendas de vestir. 

Las primeras empresas llevaban la estela del apellido familiar a modo de marca: Naranjo,  Velásquez, Botero, Cano.

Después, siguiendo la ruta del consumo, adoptaron marcas más a tono con los tiempos: Nicole, Florance y, años más tarde, Kosta Azul,  que  ya traía en su lema un tufillo de globalización: "Elegance de París".

A medida  que se multiplicaban las fábricas, el flujo de inmigrantes aumentaba. Con ellos  empezaron a aparecer barrios  bautizados con nombres como Otún, La Capilla, Puerto Nuevo, La Romelia, El Japón y San Fernando.

Eran barriadas obreras en las que el mestizaje se hacía sentir con su variedad de acentos, comidas, músicas y giros del lenguaje.

“Véndame una chuspa de parva y cinco de confites”, decían las señoras cuando hacían sus pedidos en las tiendas fundadas por los inmigrantes que no se enrolaron en las fábricas.

“Póngame otra vez ese disco El provinciano, de Olimpo Cárdenas”, clamaban los borrachos, arrasados por las nostalgias de sus pueblos de origen, cada vez que se acercaban a los expendios de cerveza y aguardiente donde, además, vendían petróleo y carbón.

De  lunes a sábado sus brazos movían las industrias que le dieron prestigio a Dosquebradas.

Los domingos en la tarde peregrinaban hacia el  estadio  Mora Mora, donde el Deportivo Pereira libró grandes batallas contra   equipos de leyenda como Millonarios  o Deportivo Cali.

Uno de esos fieles devotos del fútbol es Arcesio Quiceno.  Ya anda por los ochenta y cinco años y padeció lo suyo durante el partido en el que Inglaterra eliminó a Colombia en los octavos de final del Mundial de Rusia.

Cambio de tercio

“Nosotros fuimos corregimiento de Santa  Rosa  de Cabal hasta el año de 1972, cuando nos convertimos en municipio. En realidad ese fue más un asunto de los políticos que de los habitantes del pueblo. Nosotros andábamos más preocupados por resolver los problemas  urgentes: los servicios públicos, la salud, la educación de los hijos, las vías. Aparte de eso, las oportunidades para la recreación eran casi nulas: ni estadio, ni parques, nada. Durante años nos salvaron los paseos al lago de La Pradera, la visita de los circos y las corridas de toros en la  Plaza de la Castellana.  Muchos todavía recordamos   las faenas de Paco Córdova, nuestro gran torero  regional, o las presentaciones  de los enanitos  toreros que hacían el deleite de toda la familia. O al menos de los que teníamos con qué comprar la boleta.



“El problema es que Dosquebradas siguió creciendo sin organización a la vista. Convertirse en municipio no representó cambios importantes. Todavía hoy seguimos teniendo muchos problemas.  Para comprobarlo, basta con recorrer la ruta que parte de Los Pinos, cruza la antigua estación del ferrocarril y pasa al otro lado de la vía a Manizales, donde encontrará barrios como La Mariana, Camilo Torres y Los Alpes. Si continúa su recorrido acabará topándose con Frailes, El Japón y Santiago Londoño. Al igual que  hace medio siglo son lugares  habitados por personas que llegaron desplazadas por la violencia o en busca de un trabajo que no han encontrado. Por eso la mayoría vive en la informalidad, trabajando en la construcción o vendiendo aguacates en las calles”.

De la raza calé

Todavía en los años noventa  del siglo  XX era posible encontrar familias gitanas en el sector de La Pradera, en Dosquebradas. Siguiendo una herencia milenaria, las mujeres se dedicaban a adivinar la suerte y los hombres a  la forja de metales y a la crianza de caballos. A veces, cuando se reunían a  festejar días claves en la memoria del clan, era posible mecerse al ritmo de una lengua en la que fluían palabras como  Alcandi, Alune, Ambró, Altacoya y Alqueru. Las mujeres se llamban Jovanka- una variante romaní de Juana, que quiere decir  Yavé es misericordioso- Jofranka, Kavi, Dika y Luminitsa. Por su lado, los hombres  se llamaban Gyula, Melalo o Cappi.

Dicen  que los primeros gitanos fueron traídos a Cartago por Jorge Robledo en 1545. A Dosquebradas  arribaron en los años cincuenta del siglo XX.  Allí encontraron lotes baldíos  para instalar sus tiendas. Unos cuantos sucumbieron a las tentaciones del sedentarismo  y construyeron casas, pero al final no resistieron el tedio y volvieron a sus caminos de siglos. A la hora de partir dejaron  un rastro de leyendas que incluyen desde seducciones a damitas de sociedad hasta rapto de niños.


Arcesio  Quiceno prefiere conservar en la memoria la imagen de los matrimonios celebrados en el lago de La Pradera, cargados de un ritual donde la música de los violines convocando a la danza creaba  un aura  que todavía lo conmueve cuando los evoca en medio de algún insomnio. Eso y la devoción por el agua: como todos los pueblos nómadas, los gitanos buscan la orilla de un gran río  o de  un lago  para asentarse. Lo demás llegará a su debido tiempo.

A Santa Rosa o al charco

A través de los años, todos hemos escuchado esa frase que acabó por  resumir el espíritu  de la osadía a la hora de las grandes determinaciones.

Pero, como sucede con buena  parte de esas sentencias, su origen se pierde en  los meandros de la memoria colectiva.

Por ejemplo, en la cultura popular española se les atribuye a los aragoneses una tozudez que los ha llevado a desafiar al mismísimo  Dios.  De uno de esos retos deriva la expresión  “A Zaragoza o al charco”… aunque no existiera charco alguno en el camino a Zaragoza.

En el caso de Dosquebradas    sí abundan los charcos. De hecho, la población está asentada sobre un entramado de quebradas y riachuelos que en los inviernos prolongados convierten las tierras en una laguna.


Cuentan los relatos de viajes que durante muchos años los viajeros y mercaderes que pretendían llegar desde Cartago a  Santa Rosa de  Cabal para tomar la ruta hacia Manizales y Antioquia debían  elegir entre dos opciones: aventurarse en la Serranía del  Nudo, con riesgo de afrontar deslizamientos de tierra o adentrarse  con sus bestias por  pantanos donde corrían el peligro de atascarse.

Dicen que los aventureros se santiguaban, se encomendaban a todas las legiones celestiales y pronunciaban  el conjuro que acabó por volverse célebre: “¡A Santa rosa o al charco”!

Entre los primeros colonizadores  de este territorio se menciona a Fermín López, quien habría arribado en 1804, seducido por la promesa de tierras baldías y fértiles ubicadas al final de la cuesta que conducía hacia Cartago. Al menos se sabe de su muerte, acaecida en 1840 en un pequeño caserío ubicado en lo hoy es el sector de La Capilla, en Dosquebradas.

Más tarde se registra la llegada de Isaías Colorado Londoño, Bernardo López Pérez, Lilian Palacio de Alzate, Félix Montoya, Antonio Holguín, Eloy Zapata, Colombia López de Holguín, Lino Pastor López, Narcés Ortiz, Jorge Sanín Salazar y Nardo José Castaño.

En ellos se juntaron los caminos de quienes un día partieron de Antioquia y el Estado Soberano del Cauca en busca de fortuna o escapando de las guerras civiles que precedieron  o sucedieron las pugnas por la independencia



Hoy, las tierras que rodean a Dosquebradas son transitadas por jóvenes ambientalistas y por mochileros llegados de tierras remotas  a conocer de primera mano los mensajes marcados en las piedras cercanas al río Otún por los indígenas quimbayas que habitaron la zona.

 Esos pueblos habrían enterrado a la legendaria princesa Yanuba  en  el sector  bautizado  con el nombre de La Badea, que durante muchos años fue centro de oración para los feligreses católicos durante la temporada de  Semana Santa.

Siguiendo el camino de  La Badea, al cruzar el puente sobre el río Otún se alcanza la calle diecinueve de Pereira o Calle de la Fundación, que conectaba a los   viajeros con el rio Consota, en cuyas  cercanías se encontraba el Salado de Consotá, centro de grandes operaciones comerciales durante los tiempos de la conquista y la colonia.

De allí conectaba con el Camino del Quindío, lo que hizo de Dosquebradas  un importante eslabón en las rutas de poblamiento de estos territorios.

En su condición de eslabón, el municipio fue desde sus comienzos un cruce de caminos en el que los rieles del ferrocarril y el puente Mosquera, ubicado a la altura de los barrios Otún ( San  Judas) y El Balso constituyeron el punto de intercambio de bienes y personas entre las zonas más dinámicas del centro del país.


Por esas rutas llegaron las industrias que durante medio siglo fueron la impronta de la localidad.

Y  de esos lugares partieron los emigrantes que se jugaron la carta de la vieja Europa cuando las cosas se pusieron difíciles.

“¡A España o al charco!” dicen que exclamaron algunos cuando se disponían  a abordar el avión.


PDT. les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada

https://www.youtube.com/watch?v=aCyujVKzqHY

viernes, 19 de noviembre de 2021

Abel El Terrible




Cuentan que, allá por los años cuarenta del siglo XX, en la sala de redacción del diario El Universal de Cartagena cundía el pánico cuando su editor irrumpía en los pasillos con su aire de caballero andante, desfacedor de entuertos. Entre  los que trabajaban allí al finalizar la década se encontraba un muchacho de Aracataca, de apellido García.

Sólo que, en lugar de adarga, lanza y espada, el hombre iba por el mundo armado de un lápiz rojo con el que empezaba a tachar por aquí, a poner  una coma y una tilde por allá o a suprimir de tajo una frase absurda, ampulosa o carente de  sentido.

El hombre se llamaba Clemente Manuel Zabala. En su libro Un ramo de Nomeolvides, García Márquez en el Universal, el escritor colombiano Gustavo Arango le rinde de paso un tributo a Zabala en particular y  al editor en general, esa figura a veces anónima y siempre vital, responsable de identificar contenidos, orientar tareas de investigación y, sobre todo, encontrar el necesario equilibrio entre forma y fondo. Es decir, del cuidado del estilo. Porque, bien lo sabemos, es tan importante lo que se cuenta como la manera de hacerlo.


García Márquez, para entonces un jovencito atrevido y prometedor, no escapó al célebre lápiz rojo de Zabalita, como le decían sus colaboradores con respetuoso cariño. En distintos momentos de su vida el autor de Cien Años de Soledad reconoció en público el enorme papel de ese editor riguroso, a veces terrible y siempre paternal, que le ayudó a  sortear las arenas movedizas de los adjetivos, los verbos, los adverbios… y toda una procesión de puntos suspensivos.

“Siempre tuve una pésima ortografía. De modo que no sé lo que hubiera sido de mi vida de escritor, sin la presencia severa y tierna a la vez de Zabalita en mis tempranos días de El Universal”, le contó una vez García Márquez al poeta y periodista costeño Jorge García Usta.

Doy todo este rodeo para ambientar la importancia de un premio que lleva el nombre de Clemente Manuel Zabala. Ganarlo implica a la vez un gran honor y una enorme responsabilidad. Es como si a un futbolista le dieran el Premio Pelé o el Premio Maradona  por sus proezas en la cancha.


De ese tamaño es el reconocimiento que acaba de recibir Abelardo Gómez Molina, o Abel a secas en la edición 2021 del Premio Gabo de periodismo. De entrada, en el acta del jurado destacan su entrega  a la formación de las nuevas generaciones de periodistas a través de la cátedra y del ejemplo. Una formación soportada tanto en el desarrollo de las habilidades técnicas como en los irrenunciables componentes éticos de la profesión, tan envilecida en estos tiempos de  fraudes y corruptelas.

A lo mejor Abel nunca se dio por enterado. Pero cuando sus jóvenes estudiantes  de la universidad lo veían subir las escaleras rumbo al salón de clases,  exclamaban en coro: “¡Ya viene Abel El Terrible!”. Y les sobraban razones para decirlo: su sentido de la perfección no se negociaba. Pero, ante todo, primaba su insistencia en la responsabilidad del periodista con la sociedad, en unos medios cooptados  por los intereses económicos, la politiquería y  los poderes de todo tipo.

Esas convicciones lo llevaron a fundar el blog Traslacoladelarata, concebido en principio como herramienta de trabajo en el aula, siguiendo el consejo del periodista argentino Daniel Santoro.

Empujado por su propia dinámica, el blog pronto trascendió el campus universitario, hasta convertirse con el paso de unos pocos años en el portal web La cola de  rata, uno de los medios nativos digitales de mayor proyección en el país, justo en el momento en que más se necesita  de la independencia, el distanciamiento crítico y la valentía para señalar las lacras de una sociedad y unas élites sumidas en  la corrupción, el cinismo y la indolencia.

Por todas esas cosas, defendidas a rajatabla a lo largo de su vida y de su trabajo periodístico, Abelardo Gómez Molina recibió el premio Clemente Manuel Zabala al editor ejemplar.



Yo, que en mi condición de colaborador de La cola de rata he sido víctima gozosa y agradecida de los rigores de Abel El Terrible, quiero brindar desde mi ácido rincón a la salud de este hombre , convencido hasta los tuétanos  del valor de una  buena historia para ayudarnos a comprender el mundo y, de paso, comprendernos a nosotros mismos.


PDT. les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada

https://www.youtube.com/watch?v=cQbiOrXVLjU

martes, 16 de noviembre de 2021

Romain Rolland y la parábola del fuego

                                                          Cuanto menos tengo más soy…

                                                          Colas Breugnon

                                                          -Novela-

                                                          Romain Rolland




La mayoría de los historiadores coincide en que la fe  ciega en el progreso- derivada de la ciencia y la técnica- y en las instituciones políticas gestadas a partir de la Ilustración, empieza en el Renacimiento y termina con la Primera Guerra Mundial, la primera matanza  perpetrada con métodos industriales.

Atrás quedaban las guerras con tintes heroicos, con sus uniformes de colores y sus bandas de música marcial. Los cantos fueron remplazados por el tableteo de las ametralladoras y por el rugido de los aviones que escupían fuego desde el cielo, como dragones del nuevo Apocalipsis.

Por esa razón, el año de 1914 es visto como el principio del fin de los viejos imperios feudales y su ilusión de estar en la tierra cumpliendo un designio divino.

A partir de entonces, Dios les da la espalda y se dedica a  acrecentar los intereses de los nuevos reyes, los magnates capitalistas. En esa medida, para el siglo XX la Gran Guerra supuso la reedición de la vieja parábola del fuego que destruye mundos para que nazcan otros nuevos.

Un puñado de escritores nacidos en la segunda mitad del siglo XIX se dedicó con ahínco a descifrar, en clave de ficción y con un agudo sentido de la Historia, lo que estaba sucediendo.

Uno de ellos fue Romain Rolland, ensayista, novelista, dramaturgo y biógrafo francés, cuya vasta obra lo hizo merecedor del Premio Nobel de Literatura en 1915, cuando la guerra alcanzaba su momento más brutal.

                                              Romain Rolland


Nacido en Clamecy en 1866 y muerto en Véselay en 1944 Rolland, se nutrió de la gran tradición humanista, en el sentido clásico de esa  expresión. Fue profesor de Historia del Arte y sus tempranos viajes le permitieron  valorar la diversidad de lenguas y culturas de una Europa amenazada por los nacionalismos. Esa circunstancia lo llevó a asumir una postura antibelicista basada en el respeto a las diferencias que enriquecen y a la oposición  sin tregua a todo tipo de fanatismos.  Su obra entera está cruzada por  esa fe  en las potencias del espíritu,  que concebía como única manera de hacer frente a la decadencia y la destrucción.

Todos sus personajes se movían animados por esa búsqueda de absoluto que señalara Honorato de Balzac.  El anhelo de valores perdurables para oponer a un mundo en disolución es la constante de unos seres que sienten resquebrajarse el viejo sentido de lo humano y empiezan a transitar sobre arenas movedizas. Cuando miran al frente vislumbran un mundo signado por el vértigo y la fragmentación.


Vidas  ejemplares



En su particular búsqueda de absoluto, Romain Rolland decide echarle un vistazo  a la Historia del arte, la literatura, la música y la política. Después de bucear en aguas profundas, opta por escribir la biografía de los que considera hombres ejemplares: Miguel Ángel, L. Tolstoi, L.V Beethoven y, más adelante, el mahatma Gandhi. Para comprender sus vidas se consagra  primero a explorar el mundo en que les fue dado vivir. La Italia  gobernada por papas y príncipes, la Alemania de las pugnas por el poder en el corazón de Europa, la Rusia de los zares al borde de la caída  y la India de las luchas contra el Imperio Británico son sometidas a un minucioso examen que le permite al autor cruzar los  destinos  individuales de sus autores elegidos con las turbulencias propias de la política y la economía. Desde la perspectiva de R. Rolland  una biografía no consiste sólo en escribir sobre una vida.  Es, ante todo, una tarea de comprensión.

                                               Miguel Ángel

Por eso, al final nos ofrece el cuadro de hombres desgarrados por las contradicciones personales, por la presión del medio y por el tamaño de sus esperanzas. Son éstas las que los mueven en medio de la competencia más feroz, a la que no son ajenas la envidia y las mezquindades más rastreras. Asomado al abismo de esas almas solitarias, Rolland advierte que, como en los viejos mitos de Hércules, de Jasón,  de Orfeo, Ulises , Juana de Arco o el rey Arthús son las penurias las que les dan a los héroes la fuerza necesaria para seguir su camino mientras edifican su obra.

La pobreza, el hambre, la deslealtad, la calumnia, la burla de los mediocres y la enfermedad al final nos parecen simples anécdotas cuando se despliega ante nuestra mirada la belleza de una escultura, la perfección de una sinfonía, el mundo recreado  en una novela o la justicia materializada en el sueño de Gandhi de una India libre sin necesidad de violencia.

Esas circunstancias los ponen a salvo de asumir la postura de  los jóvenes ricos, porque el de éstos “ Es el lujo supremo de  renegar de la sociedad cuando se posee todo, pues de esa suerte se libra uno de tener que agradecer nada”.

                                   L. Tolstoi

Al contrario, para los grandes artistas el lujo de la creación  es su don y se lo pagan con creces al mundo. Es su manera de fustigar la “ Magnífica lógica de los fuertes, que sólo se interesan por los que lo son”.

Para Rolland, la capacidad de resistencia  del artista honrado frente a esas formas del mal, lo dota de una clase excepcional de nobleza que se refleja en su obra. Por eso utiliza esta cita de Beethoven : “ Hacer todo el bien que sea posible, amar la libertad por encima de todo, y aun cuando fuera por un trono, no traicionar nunca a la verdad”.

De ese principio participan  la vida y obra de Beethoven, Miguel Ángel, Tolstoi y Gandhi. Cada uno a su manera, labra su destino sobre esa idea y eso es lo que los hermana ante los ojos del biógrafo. Para Rolland,  a diferencia de los guerreros, la fuerza de los artistas les viene del espíritu. Por eso, en una de las páginas de Gandhi nos advierte: “ Media centuria atrás, la Fuerza prevalecía sobre el Derecho. Hoy es mucho peor todavía: la Fuerza es el Derecho, lo ha devorado”.

Lejos de  la pretensión de objetividad que dicen profesar tantos historiadores y biógrafos , R. Rolland   no duda en declarar su devoción por la vida  y obra de los autores biografiados.  Y lo hace desde su experiencia personal, como bien lo expresa cuando escribe: “ Un artista es una especie de cómico a quien se puede silbar, mientras que un crítico es el que tiene derecho para decir “ Sílbenme ustedes a ese hombre”.


Mientras escribía, Romain Rolland forjaba su propia existencia de  hombre  ejemplar. Con los grandes poetas dedicados a cantar la gloria de los imperios y a propagar la peste de los nacionalismos, el escritor defendió a contracorriente su idea de un hombre universal, capaz de trascender las fronteras  y los prejuicios políticos para  hacer de la cultura, de las culturas, el único gran lazo de hermandad.


Por supuesto, el adjetivo de traidor no  tardó   en abatirse sobre su vida y obra. Un velo de silencio lo rodeó durante años. Lejos de doblegarse,  Rolland se  consagró a combatir la estupidez de la guerra mediante los únicos instrumentos a su alcance: la palabra y el ejemplo.  En los años  más duros de la contienda, se las arregló para conjugar su dedicación a la literatura con su trabajo como voluntario de la Cruz Roja en  Suiza. Su amigo  y biógrafo  Steffan Zweig lo describe, paciente y silencioso, dedicado a responder, una a una , las miles de cartas que hijos, madres, hermanos y esposas, dirigían a sus parientes que combatían en el frente.

Sabedores de que nunca volverían a ver a sus familiares, los destinatarios de las cartas de Rolland encontrarían en sus palabras impensadas formas de consuelo.

En esa  encrucijada ¿ Podía haber algo más absoluto que esa correspondencia hermosa y doliente?


El sentido de la vida



Con esos elementos, el escritor estaba listo para acometer su propia búsqueda de lo absoluto: la escritura de una novela que diera cuenta de las dichas y desventuras   de todo hombre que se da a la tarea inútil, y por lo tanto hermosa, de darle  un sentido a su vida.

Ese hombre  se llama Juan Cristóbal. Cristóbal: el portador de  Cristo. Como en todas las grandes obras, el título de la saga- diez volúmenes y más de tres mil páginas- no es resultado del azar.  El mismo autor nos revela su origen: la leyenda cristiana de San Cristóbal. Según la tradición, el santo se aprestaba  a cruzar un río de aguas turbulentas cuando un niño le suplicó que lo ayudara a pasar a la otra orilla. Sin pensárselo dos veces,  tomó al pequeño en brazos y empezó la travesía.  No tardó en notar que, cuanto más avanzaba, más pesada se hacía su carga, al punto de hacerlo tambalear y caer en varias ocasiones. Después de luchar con la furia de la corriente, san Cristóbal alcanza la otra orilla. Ya a salvo, comprende el sentido del mensaje :  la carga que acababa de llevar a cuestas era el sentido de la propia vida.

No es azaroso entonces que el personaje de la novela sea un músico. Planteada al modo de las grandes obras de iniciación , Juan  Cristóbal se despliega ante el lector  a modo de pergamino en el que es posible recorrer todas las etapas en la vida de un ser humano: la gestación, el nacimiento, la niñez, la adolescencia, la edad adulta y la madurez resumida en la lucha por alcanzar una obra lo más cercana posible a la perfección.


Esa perfección de la obra es su alma y hace de  Juan Cristóbal un hombre  religioso, en el sentido más preciso de la expresión. Por eso siente que “Quienes viven en Dios no tienen necesidad de creer en él. Eso es asunto de teólogos”, unos hombres que “Fabrican frases y luego se divierten creyendo que esas frases son cosas”.

En ese recorrido, acompañamos al pequeño Juan Cristóbal en su temprano descubrimiento del mundo, cuando el espíritu de la música empieza a  hacerse presente en el rumor del viento, en el canto de los pájaros y en el discurrir del agua. Más adelante será el despertar  de la sexualidad, ese animal indómito que nos empuja a mundos de dicha y dolor. Pero ante todo, está  la obstinación por alcanzar los  misterios del arte, siempre un palmo más allá de las posibilidades de lo humano. En esa búsqueda se enfrentará a la incomprensión pero también encontrará  el respaldo de almas  generosas.

El largo y tortuoso camino le deparará a veces la recompensa de una sonata, de una sinfonía y, sobre todo, de unos oídos atentos capaces de  valorar lo que Juan Cristóbal le dice al mundo.

Todo el tiempo siente la sospecha de lo inefable, lo que está más allá de cualquier capacidad de comprensión y  que, en su caso, sólo puede expresarse a través de la música. A propósito nos dice el narrador : “ La mayor parte de los hombres muere a los veinte o treinta años. Pasada esta edad, no son más que su propio reflejo; el resto de su vida lo pasan en imitarse a si mismos, en reflejar de un modo más mecánico y más caricaturesco cada día lo que han dicho, hecho, pensado o amado en la época en que eran algo”.

Alcanzada la gracia, poco importa si lo absoluto no tarda en revelarse como otra ilusión, según lo advertido por los sabios budistas. Por un momento el artista se asoma a la  forma suprema de dicha terrenal y se acoge, resignado y satisfecho, al calor  de sus propias cenizas, tal como lo hiciera el  rey Ciro, según epitafio citado  por Plutarco de Queronea y recogido por Rolland en la voz de  Colas Breugnon, personaje de una de sus novelas:

“ Soy Ciro, el que conquistó Asia, el emperador de los persas, y te ruego amigo mío que no me tengas envidia por este poco de tierra que cubre mi pobre cuerpo…”.

Apócrifo o no,  el epitafio resume con creces el hondo sentido de la  obra cumbre de Rolland: la infatigable búsqueda de un pedazo de tierra en el que  al fin el hombre pueda hacerse uno con el vasto universo. Ese pedazo de tierra es, en este caso, la obra de arte alcanzada a través de un camino de extravíos y revelaciones.


Llegado a ese punto, exhausto y lúcido,  el autor nos confiesa que necesita divertirse un poco. Para lograrlo, emprende  la  escritura de una novela breve y desopilante  titulada Colas Brougnon.  Colas es uno de esos personajes  gozosos y burlones, caros a toda una tradición de la literatura francesa. Su oficio es el de carpintero. Borrachín y amigo de sus amigos está casado con una mujer belicosa, cuya nobleza y fealdad  se distribuyen a partes iguales.  La   trama se desarrolla en el tránsito del siglo XVI al XVII, durante el reinado del rey Eduardo. Cuando el relato transita por la mitad, el infortunio se abate sobre  el protagonista con una saña digna de la vida del santo Job. Su mujer muere y los vecinos , aterrorizados por la llegada de la peste, incendian su casa y su hacienda. Lejos de asumirse como un derrotado, Colas no tarda en sentirse ligero de equipaje y se dedica a disfrutar los tesoros que la vida le ofrece a su paso. “¡ Qué lejos está lo que uno quiere de lo  que uno puede!” exclama y se arroja  en brazos de su destino.

El fuego destructor deviene símbolo del paso a una nueva vida. 

Es el mismo fuego que calcina los restos de esa Europa en la que  transcurre la vida y obra de Romaind Rolland, no por casualidad considerado uno de los escritores que mejor supo interpretar la vieja parábola de mundos al  borde de la desintegración, sostenidos en vilo por el aliento de sus grandes artistas y por la fe inclaudicable en las potencias del alma humana.


Nota aclaratoria: de los diez tomos de de Juan Cristóbal sólo he podido obtener y leer los dos primeros, gracias a la complicidad de mi hermano Juan Carlos Pérez. Espero encontrar otros a lo largo del camino.



PDT. Les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada.

https://www.youtube.com/watch?v=jVDofBFtvwA

martes, 9 de noviembre de 2021

Mentiras eternas





El poder académico es bastante proclive a utilizar el truco de ser oscuro para parecer profundo:   es el foso que separa su castillo del resto de los mortales. Tal como hicieran los monjes medievales, en lugar de permitir que el pensamiento alumbre la vida de la gente, lo etiqueta en  documentos arcanos , libros y revistas accesibles sólo a los iniciados.

De ese modo, cada cierto tiempo echa a volar un concepto que produce conmoción por su impenetrabilidad. El consumidor  de información cae en la trampa: para no parecer ignorante empieza a recitarlo sin tener idea de qué le están hablando.

Los usuarios de la jerga se multiplican : profesores, estudiantes y medios de comunicación se consagran con tozudez a afianzar el malentendido. Poco importa si se hacen un nudo mental y verbal cuando algún contertulio les pide una  explicación  clara , razonada- y razonable- sobre el asunto en cuestión.

Eso sucede ahora con  el término Posverdad… o post verdad… tal vez postverdad. ¿ Es una palabra, son dos, tres?.

Consulto el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española y  me dice lo siguiente:   “ Posverdad : Distorsión deliberada de una realidad, que manipula creencias y emociones  con el fin de influir en la opinión  pública y en actitudes sociales”




Lapidaria como suele ser, mi hija formula a su vez otra pregunta : “¿Cuál es la diferencia entonces entre una posverdad y una mentira a secas?”. Como  nunca pude ser posmoderno, le doy mi única respuesta posible : no tengo respuesta. A no ser que uno decida fabricar una explicación todavía más abstrusa, como acostumbran hacer los expertos, no hay diferencia alguna entre nuestra capacidad para mentir- lo que nos diferencia también de los animales- y este juego perverso de  urdir galimatías verbales donde todo estaba claro.

Convengamos pues,  en que estamos ante una vieja conocida: la mentira. La utilizan el político, el cura, el demagogo, el publicista, el seductor y el niño que quiere salvarse de un castigo. Está tan presente en nuestra vida, que todos los códigos éticos, laicos o religiosos tienen un  castigo  para ella. Y   la muy bandida sigue tan campante.

Llegados a este punto, les propongo formularles algunas preguntas políticamente incorrectas a distintos momentos de la Historia, reales o inventados:

¿ El pretendido engaño de la serpiente bíblica a Eva fue una posverdad o  sólo otra mentira más de su inagotable repertorio? Hasta ahora, los exégetas del Antiguo Testamento no han hecho mayores precisiones al respecto.  Desde entonces, curas, frailes, papas y seglares se han encargado de multiplicar el infundio

¿ Los inquisidores    católicos que acusaban de hechicería a sus contradictores, los sacaban de circulacióny, de paso,  se apoderaban de sus bienes, incurrieron en crímenes de lesa humanidad o en simples pos verdades?



¿Los artífices de la Revolución Francesa, que tantos horrores perpetraron  en nombre de La Libertad, La Igualdad  y La Fraternidad, eran mentirosos  consumados o precursores ilustres  de la posverdad? Quiero consolarme pensando que la guillotina de la que muchos de ellos fueron víctimas funcionó a modo de justicia poética.

El mismo Beethoven sucumbió al canto de sirenas  de Napoleón, en quien creyó ver la encarnación de una Europa unida por el espíritu y hasta le dedicó su Tercera sinfonía, para renegar  de ella una vez se descorrieron los velos de la mentira y dejaron al desnudo las ambiciones imperiales del guerrero corso, ducho en posverdades, como todos los de su estirpe.


Llegados al siglo XX, los medios de comunicación y los aparatos de propaganda se hicieron más sofisticados y , por lo tanto, mejor dotados para acrecentar la confusión.




Así las cosas, los Nazis, que refinaron tanto las cámaras de  gas como la distorsión de las viejas mitologías nacionales en provecho de una improbable pureza racial, llevaron  la idea  demencial de que “ Una mentira mil veces repetida acaba por convertirse en verdad” a extremos  capaces de justificar horrores hasta ese momento impensados.

¿ Estarían hablando de la posverdad con esa manera sibilina tan suya de nublar el pensamiento?

En el otro polo ideológico, los soviéticos- no por casualidad Stalin escribió, o le escribieron,  libros sobre lingüística- diseñaron sus máquinas de muerte a través de una telaraña en  la que los hijos acusaban a sus padres y estos a sus hijos de delitos inexistentes , orientados a justificar el destierro  o el exterminio.




¿ No  cavaron las fosas comunes de sus disidentes y sospechosos con una antología completa de posverdades?.  La de "traición a la patria,” tan cara a todos los dictadores, no fue la menor de ellas.

El capitalismo tardío y su expresión política más perfeccionada, la democracia norteamericana, no se quedaron atrás. De entrada, hablaron de “la defensa de la democracia y la libertad donde  quiera que se encuentren amenazadas” para darle nobles argumentos a su propósito de hacer del planeta entero  una tierra arrasada por los apetitos de sus grandes corporaciones. Un seguimiento detallado a los editoriales de sus periódicos y  a los contenidos de sus películas  de cine y televisión ilustran con creces esa manera de ver el mundo.

Quizás la “ Doctrina Monroe” sea la expresión más perfecta de ella . En  la idea del “ Destino Manifiesto”, alienta  la esencia misma del imperialismo asumida por su pueblo como un designio divino. Dicho de otra manera, como verdad incontrovertible.


Con esos antecedentes, era inevitable que las redes sociales y los medios de comunicación digitales llevaran la mentira  a  límites no sospechados. Pero nos equivocamos al pensar que fueron Trump, Puttin Bolsonaro, Zuckerberg, Bezos o Murdoch los forjadores del engendro.  Ellos sólo supieron aprovechar  las herramientas que el  siglo les puso en las manos.


Frente a ese panorama, lo que  no se puede justificar es la  posición de académicos , líderes y periodistas que le hacen un flaco favor al pensamiento crítico  cuando se dedican a repetir que estamos ante el advenimiento de una nueva era : la de la posverdad.

Relean del Antiguo Testamento en adelante y verán.

PDT. les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada

https://www.youtube.com/watch?v=XsGl-0pzEEc