martes, 30 de noviembre de 2021

Dosquebradas 49 años: días de industria



Camino al trabajo

Al  finalizar los años ochenta del siglo XX era posible ver una romería de mujeres  subiendo a pie la cuesta de  La Popa  a  eso de las cinco y treinta de la mañana.  

Buena parte de ellas eran bonitas y jóvenes. En sus bolsos de mano llevaban portacomidas con el desayuno y el almuerzo: debían cumplir una jornada de trabajo que se extendía de seis de la mañana a dos de  la tarde.

Su labor la desempeñaban en las decenas de fábricas de confecciones que a lo largo del tiempo se asentaron en lo que se llamó Zona Industrial de La Popa, dándole de paso a Dosquebradas el  calificativo de “Municipio Industrial”.

Hasta que la apertura económica    inundó el mercado de productos baratos y  un porcentaje elevado de esas fábricas se vieron obligadas a cerrar, dejando en el desempleo a cientos de mujeres,  muchas de ellas  cabeza de familia.

Lucía Marín se  contaba entre las nuevas desempleadas.

Sus padres habían sido expulsados por la violencia al finalizar la década de los cincuenta. Tenían una pequeña finca en Belén de Umbría y una noche de lluvia escaparon con lo que tenían puesto.

Como pudieron, construyeron un rancho de esterilla en lo que hoy es la urbanización Guaduales. Tocaron puertas hasta que se despellejaron los nudillos. Un día alguien les dijo que en Paños Omnes, una empresa recién  fundada por franceses, necesitaban gente para trabajar en oficios varios.

Aleida, su madre, se enroló como aprendiz en  Paños Omnes en 1953, justo cuando el general Gustavo Rojas Pinilla se tomó el poder en Colombia, encabezando un alzamiento militar  que en principio despertó esperanzas entre la gente, para convertirse después en detonante de nuevos horrores.

Alejandrino, su padre, sólo sabía manejar el machete  y el hacha y se dedicó a podar jardines en las casas  de las familias pudientes de Pereira.

“En Dosquebradas lo que se dice  familias pudientes no había. La ciudad se fue poblando en desorden, a medida que llegaban familias de distintas regiones en busca de trabajo. Yo nací aquí en el año  cincuenta y cinco. No había calles. Uno salía hacia la escuela y  tenía que caminar en medio de un pantanero durante la temporada de lluvias. Si era verano la polvareda no dejaba respirar. Vivíamos rucios de polvo y enfermos de tos casi todo el tiempo”.

Lucía acaba de regresar de España, país al que viajó en 1997, luego de dos años de buscar trabajo en Pereira, Dosquebradas y Santa Rosa.


“Eso fue una situación muy dura, porque las fábricas cerraban y era mucha la gente que  andaba en las mismas, tocando puertas en busca de una oportunidad, pero nada. Con dos hijos pequeños y sin marido tomé la decisión, animada por dos  ex compañeras que ya se habían instalado en Gran Canaria, arreglando pisos  y trabajando como cocineras en restaurantes. Los niños quedaron bajo el cuidado de mi hermana Edelmira y solo después de cinco años pude llevármelos. Todo anduvo bien hasta que hace diez años  las cosas empezaron a volverse malucas en España. El trabajo se volvió escaso, los salarios bajaron y los nativos comenzaron a mirar feo a los extranjeros. Con mis hijos ya mayores de edad y con su nacionalidad española no tenía que preocuparme: los dos, Julieth y Alberto, tomaron la decisión de quedarse, pues ya tenían sus trabajos y estaban estudiando. Así que aquí estoy, con mi casa propia y mi pequeña empresa de confecciones en la que  fabrico camisetas para varios empresarios de Pereira y Cartago”

Muevan las industrias

En los comienzos fueron Comestibles La Rosa y Paños Omnes entre los extranjeros. Dosquebradas era corregimiento de Santa Rosa de Cabal y el municipio creó condiciones tributarias especiales para estimular la llegada de inversionistas.

Así fue como muchos emprendedores hicieron   préstamos, compraron tierras y levantaron  instalaciones que después  dotarían con las máquinas necesarias para  producir prendas de vestir. 

Las primeras empresas llevaban la estela del apellido familiar a modo de marca: Naranjo,  Velásquez, Botero, Cano.

Después, siguiendo la ruta del consumo, adoptaron marcas más a tono con los tiempos: Nicole, Florance y, años más tarde, Kosta Azul,  que  ya traía en su lema un tufillo de globalización: "Elegance de París".

A medida  que se multiplicaban las fábricas, el flujo de inmigrantes aumentaba. Con ellos  empezaron a aparecer barrios  bautizados con nombres como Otún, La Capilla, Puerto Nuevo, La Romelia, El Japón y San Fernando.

Eran barriadas obreras en las que el mestizaje se hacía sentir con su variedad de acentos, comidas, músicas y giros del lenguaje.

“Véndame una chuspa de parva y cinco de confites”, decían las señoras cuando hacían sus pedidos en las tiendas fundadas por los inmigrantes que no se enrolaron en las fábricas.

“Póngame otra vez ese disco El provinciano, de Olimpo Cárdenas”, clamaban los borrachos, arrasados por las nostalgias de sus pueblos de origen, cada vez que se acercaban a los expendios de cerveza y aguardiente donde, además, vendían petróleo y carbón.

De  lunes a sábado sus brazos movían las industrias que le dieron prestigio a Dosquebradas.

Los domingos en la tarde peregrinaban hacia el  estadio  Mora Mora, donde el Deportivo Pereira libró grandes batallas contra   equipos de leyenda como Millonarios  o Deportivo Cali.

Uno de esos fieles devotos del fútbol es Arcesio Quiceno.  Ya anda por los ochenta y cinco años y padeció lo suyo durante el partido en el que Inglaterra eliminó a Colombia en los octavos de final del Mundial de Rusia.

Cambio de tercio

“Nosotros fuimos corregimiento de Santa  Rosa  de Cabal hasta el año de 1972, cuando nos convertimos en municipio. En realidad ese fue más un asunto de los políticos que de los habitantes del pueblo. Nosotros andábamos más preocupados por resolver los problemas  urgentes: los servicios públicos, la salud, la educación de los hijos, las vías. Aparte de eso, las oportunidades para la recreación eran casi nulas: ni estadio, ni parques, nada. Durante años nos salvaron los paseos al lago de La Pradera, la visita de los circos y las corridas de toros en la  Plaza de la Castellana.  Muchos todavía recordamos   las faenas de Paco Córdova, nuestro gran torero  regional, o las presentaciones  de los enanitos  toreros que hacían el deleite de toda la familia. O al menos de los que teníamos con qué comprar la boleta.



“El problema es que Dosquebradas siguió creciendo sin organización a la vista. Convertirse en municipio no representó cambios importantes. Todavía hoy seguimos teniendo muchos problemas.  Para comprobarlo, basta con recorrer la ruta que parte de Los Pinos, cruza la antigua estación del ferrocarril y pasa al otro lado de la vía a Manizales, donde encontrará barrios como La Mariana, Camilo Torres y Los Alpes. Si continúa su recorrido acabará topándose con Frailes, El Japón y Santiago Londoño. Al igual que  hace medio siglo son lugares  habitados por personas que llegaron desplazadas por la violencia o en busca de un trabajo que no han encontrado. Por eso la mayoría vive en la informalidad, trabajando en la construcción o vendiendo aguacates en las calles”.

De la raza calé

Todavía en los años noventa  del siglo  XX era posible encontrar familias gitanas en el sector de La Pradera, en Dosquebradas. Siguiendo una herencia milenaria, las mujeres se dedicaban a adivinar la suerte y los hombres a  la forja de metales y a la crianza de caballos. A veces, cuando se reunían a  festejar días claves en la memoria del clan, era posible mecerse al ritmo de una lengua en la que fluían palabras como  Alcandi, Alune, Ambró, Altacoya y Alqueru. Las mujeres se llamban Jovanka- una variante romaní de Juana, que quiere decir  Yavé es misericordioso- Jofranka, Kavi, Dika y Luminitsa. Por su lado, los hombres  se llamaban Gyula, Melalo o Cappi.

Dicen  que los primeros gitanos fueron traídos a Cartago por Jorge Robledo en 1545. A Dosquebradas  arribaron en los años cincuenta del siglo XX.  Allí encontraron lotes baldíos  para instalar sus tiendas. Unos cuantos sucumbieron a las tentaciones del sedentarismo  y construyeron casas, pero al final no resistieron el tedio y volvieron a sus caminos de siglos. A la hora de partir dejaron  un rastro de leyendas que incluyen desde seducciones a damitas de sociedad hasta rapto de niños.


Arcesio  Quiceno prefiere conservar en la memoria la imagen de los matrimonios celebrados en el lago de La Pradera, cargados de un ritual donde la música de los violines convocando a la danza creaba  un aura  que todavía lo conmueve cuando los evoca en medio de algún insomnio. Eso y la devoción por el agua: como todos los pueblos nómadas, los gitanos buscan la orilla de un gran río  o de  un lago  para asentarse. Lo demás llegará a su debido tiempo.

A Santa Rosa o al charco

A través de los años, todos hemos escuchado esa frase que acabó por  resumir el espíritu  de la osadía a la hora de las grandes determinaciones.

Pero, como sucede con buena  parte de esas sentencias, su origen se pierde en  los meandros de la memoria colectiva.

Por ejemplo, en la cultura popular española se les atribuye a los aragoneses una tozudez que los ha llevado a desafiar al mismísimo  Dios.  De uno de esos retos deriva la expresión  “A Zaragoza o al charco”… aunque no existiera charco alguno en el camino a Zaragoza.

En el caso de Dosquebradas    sí abundan los charcos. De hecho, la población está asentada sobre un entramado de quebradas y riachuelos que en los inviernos prolongados convierten las tierras en una laguna.


Cuentan los relatos de viajes que durante muchos años los viajeros y mercaderes que pretendían llegar desde Cartago a  Santa Rosa de  Cabal para tomar la ruta hacia Manizales y Antioquia debían  elegir entre dos opciones: aventurarse en la Serranía del  Nudo, con riesgo de afrontar deslizamientos de tierra o adentrarse  con sus bestias por  pantanos donde corrían el peligro de atascarse.

Dicen que los aventureros se santiguaban, se encomendaban a todas las legiones celestiales y pronunciaban  el conjuro que acabó por volverse célebre: “¡A Santa rosa o al charco”!

Entre los primeros colonizadores  de este territorio se menciona a Fermín López, quien habría arribado en 1804, seducido por la promesa de tierras baldías y fértiles ubicadas al final de la cuesta que conducía hacia Cartago. Al menos se sabe de su muerte, acaecida en 1840 en un pequeño caserío ubicado en lo hoy es el sector de La Capilla, en Dosquebradas.

Más tarde se registra la llegada de Isaías Colorado Londoño, Bernardo López Pérez, Lilian Palacio de Alzate, Félix Montoya, Antonio Holguín, Eloy Zapata, Colombia López de Holguín, Lino Pastor López, Narcés Ortiz, Jorge Sanín Salazar y Nardo José Castaño.

En ellos se juntaron los caminos de quienes un día partieron de Antioquia y el Estado Soberano del Cauca en busca de fortuna o escapando de las guerras civiles que precedieron  o sucedieron las pugnas por la independencia



Hoy, las tierras que rodean a Dosquebradas son transitadas por jóvenes ambientalistas y por mochileros llegados de tierras remotas  a conocer de primera mano los mensajes marcados en las piedras cercanas al río Otún por los indígenas quimbayas que habitaron la zona.

 Esos pueblos habrían enterrado a la legendaria princesa Yanuba  en  el sector  bautizado  con el nombre de La Badea, que durante muchos años fue centro de oración para los feligreses católicos durante la temporada de  Semana Santa.

Siguiendo el camino de  La Badea, al cruzar el puente sobre el río Otún se alcanza la calle diecinueve de Pereira o Calle de la Fundación, que conectaba a los   viajeros con el rio Consota, en cuyas  cercanías se encontraba el Salado de Consotá, centro de grandes operaciones comerciales durante los tiempos de la conquista y la colonia.

De allí conectaba con el Camino del Quindío, lo que hizo de Dosquebradas  un importante eslabón en las rutas de poblamiento de estos territorios.

En su condición de eslabón, el municipio fue desde sus comienzos un cruce de caminos en el que los rieles del ferrocarril y el puente Mosquera, ubicado a la altura de los barrios Otún ( San  Judas) y El Balso constituyeron el punto de intercambio de bienes y personas entre las zonas más dinámicas del centro del país.


Por esas rutas llegaron las industrias que durante medio siglo fueron la impronta de la localidad.

Y  de esos lugares partieron los emigrantes que se jugaron la carta de la vieja Europa cuando las cosas se pusieron difíciles.

“¡A España o al charco!” dicen que exclamaron algunos cuando se disponían  a abordar el avión.


PDT. les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada

https://www.youtube.com/watch?v=aCyujVKzqHY

viernes, 19 de noviembre de 2021

Abel El Terrible




Cuentan que, allá por los años cuarenta del siglo XX, en la sala de redacción del diario El Universal de Cartagena cundía el pánico cuando su editor irrumpía en los pasillos con su aire de caballero andante, desfacedor de entuertos. Entre  los que trabajaban allí al finalizar la década se encontraba un muchacho de Aracataca, de apellido García.

Sólo que, en lugar de adarga, lanza y espada, el hombre iba por el mundo armado de un lápiz rojo con el que empezaba a tachar por aquí, a poner  una coma y una tilde por allá o a suprimir de tajo una frase absurda, ampulosa o carente de  sentido.

El hombre se llamaba Clemente Manuel Zabala. En su libro Un ramo de Nomeolvides, García Márquez en el Universal, el escritor colombiano Gustavo Arango le rinde de paso un tributo a Zabala en particular y  al editor en general, esa figura a veces anónima y siempre vital, responsable de identificar contenidos, orientar tareas de investigación y, sobre todo, encontrar el necesario equilibrio entre forma y fondo. Es decir, del cuidado del estilo. Porque, bien lo sabemos, es tan importante lo que se cuenta como la manera de hacerlo.


García Márquez, para entonces un jovencito atrevido y prometedor, no escapó al célebre lápiz rojo de Zabalita, como le decían sus colaboradores con respetuoso cariño. En distintos momentos de su vida el autor de Cien Años de Soledad reconoció en público el enorme papel de ese editor riguroso, a veces terrible y siempre paternal, que le ayudó a  sortear las arenas movedizas de los adjetivos, los verbos, los adverbios… y toda una procesión de puntos suspensivos.

“Siempre tuve una pésima ortografía. De modo que no sé lo que hubiera sido de mi vida de escritor, sin la presencia severa y tierna a la vez de Zabalita en mis tempranos días de El Universal”, le contó una vez García Márquez al poeta y periodista costeño Jorge García Usta.

Doy todo este rodeo para ambientar la importancia de un premio que lleva el nombre de Clemente Manuel Zabala. Ganarlo implica a la vez un gran honor y una enorme responsabilidad. Es como si a un futbolista le dieran el Premio Pelé o el Premio Maradona  por sus proezas en la cancha.


De ese tamaño es el reconocimiento que acaba de recibir Abelardo Gómez Molina, o Abel a secas en la edición 2021 del Premio Gabo de periodismo. De entrada, en el acta del jurado destacan su entrega  a la formación de las nuevas generaciones de periodistas a través de la cátedra y del ejemplo. Una formación soportada tanto en el desarrollo de las habilidades técnicas como en los irrenunciables componentes éticos de la profesión, tan envilecida en estos tiempos de  fraudes y corruptelas.

A lo mejor Abel nunca se dio por enterado. Pero cuando sus jóvenes estudiantes  de la universidad lo veían subir las escaleras rumbo al salón de clases,  exclamaban en coro: “¡Ya viene Abel El Terrible!”. Y les sobraban razones para decirlo: su sentido de la perfección no se negociaba. Pero, ante todo, primaba su insistencia en la responsabilidad del periodista con la sociedad, en unos medios cooptados  por los intereses económicos, la politiquería y  los poderes de todo tipo.

Esas convicciones lo llevaron a fundar el blog Traslacoladelarata, concebido en principio como herramienta de trabajo en el aula, siguiendo el consejo del periodista argentino Daniel Santoro.

Empujado por su propia dinámica, el blog pronto trascendió el campus universitario, hasta convertirse con el paso de unos pocos años en el portal web La cola de  rata, uno de los medios nativos digitales de mayor proyección en el país, justo en el momento en que más se necesita  de la independencia, el distanciamiento crítico y la valentía para señalar las lacras de una sociedad y unas élites sumidas en  la corrupción, el cinismo y la indolencia.

Por todas esas cosas, defendidas a rajatabla a lo largo de su vida y de su trabajo periodístico, Abelardo Gómez Molina recibió el premio Clemente Manuel Zabala al editor ejemplar.



Yo, que en mi condición de colaborador de La cola de rata he sido víctima gozosa y agradecida de los rigores de Abel El Terrible, quiero brindar desde mi ácido rincón a la salud de este hombre , convencido hasta los tuétanos  del valor de una  buena historia para ayudarnos a comprender el mundo y, de paso, comprendernos a nosotros mismos.


PDT. les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada

https://www.youtube.com/watch?v=cQbiOrXVLjU

martes, 16 de noviembre de 2021

Romain Rolland y la parábola del fuego

                                                          Cuanto menos tengo más soy…

                                                          Colas Breugnon

                                                          -Novela-

                                                          Romain Rolland




La mayoría de los historiadores coincide en que la fe  ciega en el progreso- derivada de la ciencia y la técnica- y en las instituciones políticas gestadas a partir de la Ilustración, empieza en el Renacimiento y termina con la Primera Guerra Mundial, la primera matanza  perpetrada con métodos industriales.

Atrás quedaban las guerras con tintes heroicos, con sus uniformes de colores y sus bandas de música marcial. Los cantos fueron remplazados por el tableteo de las ametralladoras y por el rugido de los aviones que escupían fuego desde el cielo, como dragones del nuevo Apocalipsis.

Por esa razón, el año de 1914 es visto como el principio del fin de los viejos imperios feudales y su ilusión de estar en la tierra cumpliendo un designio divino.

A partir de entonces, Dios les da la espalda y se dedica a  acrecentar los intereses de los nuevos reyes, los magnates capitalistas. En esa medida, para el siglo XX la Gran Guerra supuso la reedición de la vieja parábola del fuego que destruye mundos para que nazcan otros nuevos.

Un puñado de escritores nacidos en la segunda mitad del siglo XIX se dedicó con ahínco a descifrar, en clave de ficción y con un agudo sentido de la Historia, lo que estaba sucediendo.

Uno de ellos fue Romain Rolland, ensayista, novelista, dramaturgo y biógrafo francés, cuya vasta obra lo hizo merecedor del Premio Nobel de Literatura en 1915, cuando la guerra alcanzaba su momento más brutal.

                                              Romain Rolland


Nacido en Clamecy en 1866 y muerto en Véselay en 1944 Rolland, se nutrió de la gran tradición humanista, en el sentido clásico de esa  expresión. Fue profesor de Historia del Arte y sus tempranos viajes le permitieron  valorar la diversidad de lenguas y culturas de una Europa amenazada por los nacionalismos. Esa circunstancia lo llevó a asumir una postura antibelicista basada en el respeto a las diferencias que enriquecen y a la oposición  sin tregua a todo tipo de fanatismos.  Su obra entera está cruzada por  esa fe  en las potencias del espíritu,  que concebía como única manera de hacer frente a la decadencia y la destrucción.

Todos sus personajes se movían animados por esa búsqueda de absoluto que señalara Honorato de Balzac.  El anhelo de valores perdurables para oponer a un mundo en disolución es la constante de unos seres que sienten resquebrajarse el viejo sentido de lo humano y empiezan a transitar sobre arenas movedizas. Cuando miran al frente vislumbran un mundo signado por el vértigo y la fragmentación.


Vidas  ejemplares



En su particular búsqueda de absoluto, Romain Rolland decide echarle un vistazo  a la Historia del arte, la literatura, la música y la política. Después de bucear en aguas profundas, opta por escribir la biografía de los que considera hombres ejemplares: Miguel Ángel, L. Tolstoi, L.V Beethoven y, más adelante, el mahatma Gandhi. Para comprender sus vidas se consagra  primero a explorar el mundo en que les fue dado vivir. La Italia  gobernada por papas y príncipes, la Alemania de las pugnas por el poder en el corazón de Europa, la Rusia de los zares al borde de la caída  y la India de las luchas contra el Imperio Británico son sometidas a un minucioso examen que le permite al autor cruzar los  destinos  individuales de sus autores elegidos con las turbulencias propias de la política y la economía. Desde la perspectiva de R. Rolland  una biografía no consiste sólo en escribir sobre una vida.  Es, ante todo, una tarea de comprensión.

                                               Miguel Ángel

Por eso, al final nos ofrece el cuadro de hombres desgarrados por las contradicciones personales, por la presión del medio y por el tamaño de sus esperanzas. Son éstas las que los mueven en medio de la competencia más feroz, a la que no son ajenas la envidia y las mezquindades más rastreras. Asomado al abismo de esas almas solitarias, Rolland advierte que, como en los viejos mitos de Hércules, de Jasón,  de Orfeo, Ulises , Juana de Arco o el rey Arthús son las penurias las que les dan a los héroes la fuerza necesaria para seguir su camino mientras edifican su obra.

La pobreza, el hambre, la deslealtad, la calumnia, la burla de los mediocres y la enfermedad al final nos parecen simples anécdotas cuando se despliega ante nuestra mirada la belleza de una escultura, la perfección de una sinfonía, el mundo recreado  en una novela o la justicia materializada en el sueño de Gandhi de una India libre sin necesidad de violencia.

Esas circunstancias los ponen a salvo de asumir la postura de  los jóvenes ricos, porque el de éstos “ Es el lujo supremo de  renegar de la sociedad cuando se posee todo, pues de esa suerte se libra uno de tener que agradecer nada”.

                                   L. Tolstoi

Al contrario, para los grandes artistas el lujo de la creación  es su don y se lo pagan con creces al mundo. Es su manera de fustigar la “ Magnífica lógica de los fuertes, que sólo se interesan por los que lo son”.

Para Rolland, la capacidad de resistencia  del artista honrado frente a esas formas del mal, lo dota de una clase excepcional de nobleza que se refleja en su obra. Por eso utiliza esta cita de Beethoven : “ Hacer todo el bien que sea posible, amar la libertad por encima de todo, y aun cuando fuera por un trono, no traicionar nunca a la verdad”.

De ese principio participan  la vida y obra de Beethoven, Miguel Ángel, Tolstoi y Gandhi. Cada uno a su manera, labra su destino sobre esa idea y eso es lo que los hermana ante los ojos del biógrafo. Para Rolland,  a diferencia de los guerreros, la fuerza de los artistas les viene del espíritu. Por eso, en una de las páginas de Gandhi nos advierte: “ Media centuria atrás, la Fuerza prevalecía sobre el Derecho. Hoy es mucho peor todavía: la Fuerza es el Derecho, lo ha devorado”.

Lejos de  la pretensión de objetividad que dicen profesar tantos historiadores y biógrafos , R. Rolland   no duda en declarar su devoción por la vida  y obra de los autores biografiados.  Y lo hace desde su experiencia personal, como bien lo expresa cuando escribe: “ Un artista es una especie de cómico a quien se puede silbar, mientras que un crítico es el que tiene derecho para decir “ Sílbenme ustedes a ese hombre”.


Mientras escribía, Romain Rolland forjaba su propia existencia de  hombre  ejemplar. Con los grandes poetas dedicados a cantar la gloria de los imperios y a propagar la peste de los nacionalismos, el escritor defendió a contracorriente su idea de un hombre universal, capaz de trascender las fronteras  y los prejuicios políticos para  hacer de la cultura, de las culturas, el único gran lazo de hermandad.


Por supuesto, el adjetivo de traidor no  tardó   en abatirse sobre su vida y obra. Un velo de silencio lo rodeó durante años. Lejos de doblegarse,  Rolland se  consagró a combatir la estupidez de la guerra mediante los únicos instrumentos a su alcance: la palabra y el ejemplo.  En los años  más duros de la contienda, se las arregló para conjugar su dedicación a la literatura con su trabajo como voluntario de la Cruz Roja en  Suiza. Su amigo  y biógrafo  Steffan Zweig lo describe, paciente y silencioso, dedicado a responder, una a una , las miles de cartas que hijos, madres, hermanos y esposas, dirigían a sus parientes que combatían en el frente.

Sabedores de que nunca volverían a ver a sus familiares, los destinatarios de las cartas de Rolland encontrarían en sus palabras impensadas formas de consuelo.

En esa  encrucijada ¿ Podía haber algo más absoluto que esa correspondencia hermosa y doliente?


El sentido de la vida



Con esos elementos, el escritor estaba listo para acometer su propia búsqueda de lo absoluto: la escritura de una novela que diera cuenta de las dichas y desventuras   de todo hombre que se da a la tarea inútil, y por lo tanto hermosa, de darle  un sentido a su vida.

Ese hombre  se llama Juan Cristóbal. Cristóbal: el portador de  Cristo. Como en todas las grandes obras, el título de la saga- diez volúmenes y más de tres mil páginas- no es resultado del azar.  El mismo autor nos revela su origen: la leyenda cristiana de San Cristóbal. Según la tradición, el santo se aprestaba  a cruzar un río de aguas turbulentas cuando un niño le suplicó que lo ayudara a pasar a la otra orilla. Sin pensárselo dos veces,  tomó al pequeño en brazos y empezó la travesía.  No tardó en notar que, cuanto más avanzaba, más pesada se hacía su carga, al punto de hacerlo tambalear y caer en varias ocasiones. Después de luchar con la furia de la corriente, san Cristóbal alcanza la otra orilla. Ya a salvo, comprende el sentido del mensaje :  la carga que acababa de llevar a cuestas era el sentido de la propia vida.

No es azaroso entonces que el personaje de la novela sea un músico. Planteada al modo de las grandes obras de iniciación , Juan  Cristóbal se despliega ante el lector  a modo de pergamino en el que es posible recorrer todas las etapas en la vida de un ser humano: la gestación, el nacimiento, la niñez, la adolescencia, la edad adulta y la madurez resumida en la lucha por alcanzar una obra lo más cercana posible a la perfección.


Esa perfección de la obra es su alma y hace de  Juan Cristóbal un hombre  religioso, en el sentido más preciso de la expresión. Por eso siente que “Quienes viven en Dios no tienen necesidad de creer en él. Eso es asunto de teólogos”, unos hombres que “Fabrican frases y luego se divierten creyendo que esas frases son cosas”.

En ese recorrido, acompañamos al pequeño Juan Cristóbal en su temprano descubrimiento del mundo, cuando el espíritu de la música empieza a  hacerse presente en el rumor del viento, en el canto de los pájaros y en el discurrir del agua. Más adelante será el despertar  de la sexualidad, ese animal indómito que nos empuja a mundos de dicha y dolor. Pero ante todo, está  la obstinación por alcanzar los  misterios del arte, siempre un palmo más allá de las posibilidades de lo humano. En esa búsqueda se enfrentará a la incomprensión pero también encontrará  el respaldo de almas  generosas.

El largo y tortuoso camino le deparará a veces la recompensa de una sonata, de una sinfonía y, sobre todo, de unos oídos atentos capaces de  valorar lo que Juan Cristóbal le dice al mundo.

Todo el tiempo siente la sospecha de lo inefable, lo que está más allá de cualquier capacidad de comprensión y  que, en su caso, sólo puede expresarse a través de la música. A propósito nos dice el narrador : “ La mayor parte de los hombres muere a los veinte o treinta años. Pasada esta edad, no son más que su propio reflejo; el resto de su vida lo pasan en imitarse a si mismos, en reflejar de un modo más mecánico y más caricaturesco cada día lo que han dicho, hecho, pensado o amado en la época en que eran algo”.

Alcanzada la gracia, poco importa si lo absoluto no tarda en revelarse como otra ilusión, según lo advertido por los sabios budistas. Por un momento el artista se asoma a la  forma suprema de dicha terrenal y se acoge, resignado y satisfecho, al calor  de sus propias cenizas, tal como lo hiciera el  rey Ciro, según epitafio citado  por Plutarco de Queronea y recogido por Rolland en la voz de  Colas Breugnon, personaje de una de sus novelas:

“ Soy Ciro, el que conquistó Asia, el emperador de los persas, y te ruego amigo mío que no me tengas envidia por este poco de tierra que cubre mi pobre cuerpo…”.

Apócrifo o no,  el epitafio resume con creces el hondo sentido de la  obra cumbre de Rolland: la infatigable búsqueda de un pedazo de tierra en el que  al fin el hombre pueda hacerse uno con el vasto universo. Ese pedazo de tierra es, en este caso, la obra de arte alcanzada a través de un camino de extravíos y revelaciones.


Llegado a ese punto, exhausto y lúcido,  el autor nos confiesa que necesita divertirse un poco. Para lograrlo, emprende  la  escritura de una novela breve y desopilante  titulada Colas Brougnon.  Colas es uno de esos personajes  gozosos y burlones, caros a toda una tradición de la literatura francesa. Su oficio es el de carpintero. Borrachín y amigo de sus amigos está casado con una mujer belicosa, cuya nobleza y fealdad  se distribuyen a partes iguales.  La   trama se desarrolla en el tránsito del siglo XVI al XVII, durante el reinado del rey Eduardo. Cuando el relato transita por la mitad, el infortunio se abate sobre  el protagonista con una saña digna de la vida del santo Job. Su mujer muere y los vecinos , aterrorizados por la llegada de la peste, incendian su casa y su hacienda. Lejos de asumirse como un derrotado, Colas no tarda en sentirse ligero de equipaje y se dedica a disfrutar los tesoros que la vida le ofrece a su paso. “¡ Qué lejos está lo que uno quiere de lo  que uno puede!” exclama y se arroja  en brazos de su destino.

El fuego destructor deviene símbolo del paso a una nueva vida. 

Es el mismo fuego que calcina los restos de esa Europa en la que  transcurre la vida y obra de Romaind Rolland, no por casualidad considerado uno de los escritores que mejor supo interpretar la vieja parábola de mundos al  borde de la desintegración, sostenidos en vilo por el aliento de sus grandes artistas y por la fe inclaudicable en las potencias del alma humana.


Nota aclaratoria: de los diez tomos de de Juan Cristóbal sólo he podido obtener y leer los dos primeros, gracias a la complicidad de mi hermano Juan Carlos Pérez. Espero encontrar otros a lo largo del camino.



PDT. Les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada.

https://www.youtube.com/watch?v=jVDofBFtvwA

martes, 9 de noviembre de 2021

Mentiras eternas





El poder académico es bastante proclive a utilizar el truco de ser oscuro para parecer profundo:   es el foso que separa su castillo del resto de los mortales. Tal como hicieran los monjes medievales, en lugar de permitir que el pensamiento alumbre la vida de la gente, lo etiqueta en  documentos arcanos , libros y revistas accesibles sólo a los iniciados.

De ese modo, cada cierto tiempo echa a volar un concepto que produce conmoción por su impenetrabilidad. El consumidor  de información cae en la trampa: para no parecer ignorante empieza a recitarlo sin tener idea de qué le están hablando.

Los usuarios de la jerga se multiplican : profesores, estudiantes y medios de comunicación se consagran con tozudez a afianzar el malentendido. Poco importa si se hacen un nudo mental y verbal cuando algún contertulio les pide una  explicación  clara , razonada- y razonable- sobre el asunto en cuestión.

Eso sucede ahora con  el término Posverdad… o post verdad… tal vez postverdad. ¿ Es una palabra, son dos, tres?.

Consulto el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española y  me dice lo siguiente:   “ Posverdad : Distorsión deliberada de una realidad, que manipula creencias y emociones  con el fin de influir en la opinión  pública y en actitudes sociales”




Lapidaria como suele ser, mi hija formula a su vez otra pregunta : “¿Cuál es la diferencia entonces entre una posverdad y una mentira a secas?”. Como  nunca pude ser posmoderno, le doy mi única respuesta posible : no tengo respuesta. A no ser que uno decida fabricar una explicación todavía más abstrusa, como acostumbran hacer los expertos, no hay diferencia alguna entre nuestra capacidad para mentir- lo que nos diferencia también de los animales- y este juego perverso de  urdir galimatías verbales donde todo estaba claro.

Convengamos pues,  en que estamos ante una vieja conocida: la mentira. La utilizan el político, el cura, el demagogo, el publicista, el seductor y el niño que quiere salvarse de un castigo. Está tan presente en nuestra vida, que todos los códigos éticos, laicos o religiosos tienen un  castigo  para ella. Y   la muy bandida sigue tan campante.

Llegados a este punto, les propongo formularles algunas preguntas políticamente incorrectas a distintos momentos de la Historia, reales o inventados:

¿ El pretendido engaño de la serpiente bíblica a Eva fue una posverdad o  sólo otra mentira más de su inagotable repertorio? Hasta ahora, los exégetas del Antiguo Testamento no han hecho mayores precisiones al respecto.  Desde entonces, curas, frailes, papas y seglares se han encargado de multiplicar el infundio

¿ Los inquisidores    católicos que acusaban de hechicería a sus contradictores, los sacaban de circulacióny, de paso,  se apoderaban de sus bienes, incurrieron en crímenes de lesa humanidad o en simples pos verdades?



¿Los artífices de la Revolución Francesa, que tantos horrores perpetraron  en nombre de La Libertad, La Igualdad  y La Fraternidad, eran mentirosos  consumados o precursores ilustres  de la posverdad? Quiero consolarme pensando que la guillotina de la que muchos de ellos fueron víctimas funcionó a modo de justicia poética.

El mismo Beethoven sucumbió al canto de sirenas  de Napoleón, en quien creyó ver la encarnación de una Europa unida por el espíritu y hasta le dedicó su Tercera sinfonía, para renegar  de ella una vez se descorrieron los velos de la mentira y dejaron al desnudo las ambiciones imperiales del guerrero corso, ducho en posverdades, como todos los de su estirpe.


Llegados al siglo XX, los medios de comunicación y los aparatos de propaganda se hicieron más sofisticados y , por lo tanto, mejor dotados para acrecentar la confusión.




Así las cosas, los Nazis, que refinaron tanto las cámaras de  gas como la distorsión de las viejas mitologías nacionales en provecho de una improbable pureza racial, llevaron  la idea  demencial de que “ Una mentira mil veces repetida acaba por convertirse en verdad” a extremos  capaces de justificar horrores hasta ese momento impensados.

¿ Estarían hablando de la posverdad con esa manera sibilina tan suya de nublar el pensamiento?

En el otro polo ideológico, los soviéticos- no por casualidad Stalin escribió, o le escribieron,  libros sobre lingüística- diseñaron sus máquinas de muerte a través de una telaraña en  la que los hijos acusaban a sus padres y estos a sus hijos de delitos inexistentes , orientados a justificar el destierro  o el exterminio.




¿ No  cavaron las fosas comunes de sus disidentes y sospechosos con una antología completa de posverdades?.  La de "traición a la patria,” tan cara a todos los dictadores, no fue la menor de ellas.

El capitalismo tardío y su expresión política más perfeccionada, la democracia norteamericana, no se quedaron atrás. De entrada, hablaron de “la defensa de la democracia y la libertad donde  quiera que se encuentren amenazadas” para darle nobles argumentos a su propósito de hacer del planeta entero  una tierra arrasada por los apetitos de sus grandes corporaciones. Un seguimiento detallado a los editoriales de sus periódicos y  a los contenidos de sus películas  de cine y televisión ilustran con creces esa manera de ver el mundo.

Quizás la “ Doctrina Monroe” sea la expresión más perfecta de ella . En  la idea del “ Destino Manifiesto”, alienta  la esencia misma del imperialismo asumida por su pueblo como un designio divino. Dicho de otra manera, como verdad incontrovertible.


Con esos antecedentes, era inevitable que las redes sociales y los medios de comunicación digitales llevaran la mentira  a  límites no sospechados. Pero nos equivocamos al pensar que fueron Trump, Puttin Bolsonaro, Zuckerberg, Bezos o Murdoch los forjadores del engendro.  Ellos sólo supieron aprovechar  las herramientas que el  siglo les puso en las manos.


Frente a ese panorama, lo que  no se puede justificar es la  posición de académicos , líderes y periodistas que le hacen un flaco favor al pensamiento crítico  cuando se dedican a repetir que estamos ante el advenimiento de una nueva era : la de la posverdad.

Relean del Antiguo Testamento en adelante y verán.

PDT. les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada

https://www.youtube.com/watch?v=XsGl-0pzEEc








martes, 2 de noviembre de 2021

El último tren



El tren lento va partiendo

El sonido de una sirena y la humareda olorosa a carbón mineral es todo lo que sobrevive en la memoria de quienes viajaban en tren a Armenia por la ruta de Nacederos-Alcalá- Quimbaya y Montenegro. Eso y la visión  de los  cuerpos de hombres y mujeres que, allá abajo, disfrutaban de  las aguas limpias del río, a la altura del Balneario Sucre.

En esos trenes llegaron, vía Buenaventura, los prodigios técnicos que cambiaron la vida de quienes habitaban la región: radios, discos en vinilo, victrolas, caperuzas, relojes, despulpadoras de café y medicamentos milagrosos  como las píldoras de vida que acabaron por suplantar las recetas caseras de las abuelas.

De eso hace ya medio siglo, porque la máquina del tren se apagó y las orillas de la carrilera fueron ocupadas por familias que llegaban huyendo de la pobreza o de alguna de las violencias que se enseñorean de los campos colombianos cuando  se descubre una fuente de riquezas capaz de  atraer a una nueva horda de bárbaros. Así surgieron barrios como Nacederos, Matecaña  y La Libertad, ubicados detrás del aeropuerto y del zoológico  que recién se mudó al parque Ukumarí con  su tropa de monos disolutos y elefantes nostálgicos. Más  abajo nacieron las distintas etapas de Galicia, estimuladas por los caciques  políticos, sabedores de que la llegada de los pobres trae siempre a cuestas una cosecha de votos.



En Pereira la estación  central del tren funcionaba  sobre la carrera trece con calles diecinueve y veinte,  a un costado del Parque Olaya Herrera. Los  vecinos más viejos del barrio Mejía Robledo todavía recuerdan la algarabía armada por los viajeros al subir y  bajar con sus maletas de cuero, sus costales de fique y sus bolsas de plástico repletas de ropa,  alimentos o chucherías compradas en el camino.

 Como sucede con todo puerto o estación dignos de ese nombre, en los alrededores florecieron hoteles, restaurantes, bares, cafetines y ventorrillos de toda suerte  de objetos para salir de apuros: jabones, cuchillas de afeitar, piedras para  candelas, pañuelos, parrillas para asar arepas, radios y linternas. Los condones y las toallas higiénicas  todavía eran cosa  extraña entre nosotros.

Cuando el tren se fue para siempre, la estación se sumió en el silencio y fue ocupada por una nueva clase de desterrados que dormían bajo sus aleros, hasta que la administración  municipal decidió convertirla en sede de la Biblioteca Pública “Ramón Correa Mejía”, que llegó con sus cortejo de visitantes ilustres: desde al Álgebra de Baldor y la Tabla Periódica de los elementos, hasta las sagas  infinitas de León Tolstoi y Tomas  Mann, pasando por voces tan vigorosas  de la literatura nacional como José Eustasio Rivera, Gabriel García Márquez o Héctor Rojas Erazo, sin olvidar a los más cercanos Benjamín Baena Hoyos o Alba Lucía Ángel.

El  Olaya Herrera vio entonces desfilar  a varias generaciones de estudiantes que encontraron en los anaqueles de la biblioteca la información y el conocimiento indispensables para emprender el camino que la ciudad  en crecimiento les ofrecía como una promesa.



De la regla y el compás

“Aquí reposan los restos del prócer por el cual esta ciudad lleva su nombre.  José  Francisco Pereira Martínez. Cartago, 1789. Tocaima, 1863”.

A los humanos  nos gustan las exhumaciones.  Es nuestra manera de entender o exorcizar el pasado. El obelisco, más bien modesto, elevado en homenaje a Francisco Pereira, está ubicado en el Parque Olaya Herrera,  a unos metros de la calle 19, sobre el pasaje que  lo separa del edificio donde funciona la gobernación. En  la parte alta,  la regla y el compás, los símbolos de la masonería, nos recuerdan que  a lo largo de la historia las distintas logias han estado vinculadas al devenir de la ciudad. En  la política, en los negocios, en la academia y en las artes, los  masones han dejado la impronta de su cosmovisión. Los masones y los liberales. De hecho, el nombre de este parque  rinde homenaje a la memoria de Enrique Olaya Herrera, presidente de Colombia entre 1930 y 1934, cuyo gobierno supuso el fin de la hegemonía  conservadora.



Según  los forjadores de su mitología,  ese talante liberal y masón  hizo de Pereira una ciudad abierta a las ideas  y por lo  tanto bien dispuesta a recibir a quienes llegaban de otras tierras a probar fortuna. De ahí  que al territorio arribaran no solo colonos de otras  regiones de Colombia sino inmigrantes desplazados por las guerras del Medio Oriente que  se establecieron en la ciudad y  ampliaron con su cultura y sus prácticas  mercantiles el  estrecho  horizonte de la naciente población. Apellidos como Chujfi, Náder, Syriani, Merheg, Sefair, Gandur  y Aguel se cruzaron con los raizales  Jaramillo,Vallejo, Ángel y Salazar, para dar  lugar a un mestizaje que desde entonces define la esencia de la ciudad.

Muy pronto, las fiestas de Pereira hicieron de ese feliz encuentro un motivo de celebración. Y el Parque  Olaya Herrera  resultó ser el escenario propicio para recibir  las comparsas en las que los inmigrantes sirios y libaneses hacían de sus tradiciones, sus músicas y sus  gastronomías toda una puesta en escena. Cuentan los cronistas que los pereiranos del área urbana y rural caminaban   hasta el Olaya, animados  por la idea  de ver hablar, cantar y bailar a hombres y  mujeres llegados de otros mundos, aunque tan de carne y hueso como ellos.

                                        Salado de Consotá


Los caminos de la sal.

Mucho antes de  la llegada del tren, el punto donde hoy está ubicado el parque Olaya fue escenario de otros encuentros. El de los comerciantes y viajeros que bajaban por la ruta del Alto del Nudo y atravesaban los puentes de guadua tendidos sobre las aguas del río Otún  o subían por la pendiente de lo que hoy es la Calle de la Fundación, después de recorrer los caminos del Quindío y cruzar el río Consota. La imagen de los arrieros y sus recuas de mulas cargadas de  productos del campo precedió  a las flotas de camiones, buses y automóviles que se asentaron después en los alrededores de la antigua  galería central, siempre en el vecindario del Olaya.

Esos  viajeros aprovechaban la antigua urdimbre de senderos que conducían al Salado de Consotá, el gran  epicentro de actividad económica ubicado cerca  a lo que hoy es Caracol- La Curva, que durante los tiempos de la colonia mereciera especial atención  por parte de la corona española.


La  actual calle diecinueve se desarrolló sobre el camino que unía los ríos Otún y Consota. No  es difícil imaginar el desfile de hombres y bestias recorriéndola con su carga de víveres y productos de pancoger. Su  destino eran las pequeñas parcelas y algunas grandes haciendas hoy urbanizadas pero que entonces se antojaban remotas. En los potreros que luego  se convirtieron  en el Parque Olaya improvisaron kioscos para tomar la merienda, refrescar las bestias y cerrar negocios.  De  vez en cuando un  arriero  desenfundaba la guitarra y animaba la velada con pasillos  que hablaban  de montes borrascosos, ríos turbulentos y hembras indómitas. En el fondo,  esos hombres no estaban muy lejos de los muchachos que hoy se reúnen en el parque Olaya Herrera a contarse  sus cuitas, a fumarse sus porros y a enamorar chicas al son de unos versos de  Enrique Bumbury.


PDT. les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada

https://www.youtube.com/watch?v=19IqBjBo3Ro