miércoles, 28 de agosto de 2019

Todas las voces





 Para cumplir con una tarea  escolar con motivo del aniversario 156 de la segunda fundación de Pereira, dos estudiantes me pidieron a quemarropa  que definiera la ciudad en una frase.

Les respondí que una persona o una ciudad no se pueden definir sin recortarlas o, peor aún, sin reducirlas al peligroso estereotipo de las frases hechas, útiles para campañas publicitarias y por eso  mismo perniciosas a la hora de aproximarse al talante diverso y cambiante de todo organismo vivo.

Y las ciudades lo son en grado sumo.

Pensé en adefesios como ese de “La ciudad de la eterna primavera”,  “La ciudad  milagro” “La sucursal  del cielo” o “La capital musical de Colombia”, para nombrar sólo cuatro en una lista que se haría interminable nombrar aquí.

Bien sabemos que la primavera puede devenir tormenta tropical, el milagro puede ocultar una estafa, el cielo convertirse  en infierno y la capital musical de  este país puede ser cualquier rincón donde un grupo de personas se empecinen en ponerle ritmo y voz a sus dichas y desventuras.

De modo que, en lugar de una definición, les ofrecí una colección de  rostros y voces, porque una  ciudad es eso: un juego de voces y rostros que, empujados por el azar o la esperanza, se dan cita en el tiempo y el espacio para desvanecerse después en un incesante ir y venir del que sólo puede rescatarlos la memoria.

Y esto último demanda mucho más tiempo del que se necesita para fabricar una frase efectista.

Cuando les dije que Pereira había sido fundada por primera vez tres siglos antes del 30 de agosto de 1863, la fecha establecida para los festejos oficiales, abrieron unos ojos así de grandes.

Y ese es el mejor síntoma de que se ha encendido la chispa de la curiosidad. De ahí en adelante, los chicos no pararon de hacer  preguntas.



Les inquietaba saber por qué desapareció Cartago Viejo y  para dónde se fueron sus habitantes.

Dicen algunos cronistas que, como en las páginas de la novela de José Eustasio   Rivera, “se los tragó la selva”.

Luego les conté que el relato de la colonización antioqueña era, en todo caso, una verdad a medias, porque al territorio ubicado entre los ríos Otún y Consota llegaron caucanos, negros, indígenas y más tarde, algunas  familias  palestinas, judías y siriolibanesas expulsadas  de sus aldeas en el Medio Oriente por guerras  seculares y asaltos coloniales.

Aproveché la ocasión para hacerles un relato de  otra avanzada de inmigrantes: la de los futbolistas  paraguayos llegados a  Pereira desde el inicio del primer torneo colombiano, hasta finalizar los años ochenta del siglo XX.

Como sucede en todos los rincones de la tierra, el fútbol tocó una fibra  esencial de  esos muchachos.

Puestos en ese terreno, no me fijé en gastos para narrarles la epopeya de Roberto Vasco, un arquero diminuto que “Volaba de palo a palo”, para utilizar una frase cara a la poética de los narradores de fútbol. Les mencioné   - cómo no- que una tarde de 1971, el paraguayo Apolinar Paniagua dejó sin pan ni agua a Otoniel Quintana,  un portero que llevaba una docena de juegos con la valla invicta.



Y, claro, evoqué el grito de batalla de Isaías Bobadilla,  un defensor central duro y afilado como el pedernal, cuya consigna era “Pasa el balón, pero no pasa el rival”.

Pero como no sólo de fútbol vive el hombre les recomendé – por si algo- la lectura de  “Estaba la pájara pinta sentada en el verde limón”, la novela en la que Albalucía  Ángel desvela los muchos rostros y las muchas voces de  una Pereira que  a  partir de 1948 empezaría a recibir racimos enteros de familias desgajadas desde sus pueblos y veredas por los embates de la violencia entre liberales y conservadores.

Con esos rostros y esas voces, más los que siguieron llegando, se alimenta el rumor de sangres que le dan vida a la ciudad como  otros afluentes  de los ríos que la circundan.



Ese rumor brota en el pregón de los vendedores de chontaduros y en el grito de los que ofrecen baratijas en las esquinas. Alienta en ese  caudal de músicas de todos los géneros imaginables que  se escuchan por donde uno pasa.  Brilla en la piel de  negros, indígenas  y mestizos cuando les pega de lleno el sol del mediodía. Corre por  la espalda de los varios miles de  venezolanos que van y vienen por las calles en una  especie de reflujo de la marea que condujo a tantas familias pereiranas hacia Caracas  o Maracaibo  a partir de los años sesenta.



A esa altura del camino, uno de los muchachos recordó  que tenían que llevarle  la tarea  a su profesor: la frase aquella de marras.

-¿Y entonces, qué  le llevamos al profe? Preguntó   Camilo, toda una urdimbre de piercings en nariz y orejas.

-“ Pasa el balón  pero no pasa el rival” contestó- lapidario- Sebastián, agitando su pelambrera roja y se alejaron pateando piedras calle abajo.


PDT. les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada.

martes, 27 de agosto de 2019

Viacrucis





Atado a lo alto del madero

El  Dios hombre

Otea el reino de luces y sombras

Que lo definen


Aterido y lúcido

Se abisma

Y el tamaño del sinsentido

Lo obliga a preguntar:

“Padre mío ¿Por qué me has abandonado?”


Y  el silencio le responde

Que es hora de bajar de la cruz

Y hacerse uno con el polvo:

Única forma posible de la eternidad.



PDT. les comparto enlace a la  banda sonora de estos versos

jueves, 22 de agosto de 2019

Nuevas iglesias






El teatro estaba a rebosar: más de trecientos feligreses entonaban el estribillo cada vez que el oficiante de la  ceremonia les formulaba una pregunta.

-¿Quiénes somos?

-La mejor compañía de telefonía móvil.

-¿Qué hacemos?

-Construir un mundo mejor para la humanidad y para nuestras familias.

-¿Dónde estamos?

 -En todos los rincones del planeta  donde una persona necesite conectarse.

De inmediato pensé en  Robinson Crusoe  instalado en su isla con toda comodidad a la espera de una señal: de haber transcurrido en esta época, la literatura hubiera perdido una de las obras  más interesantes de  todos los tiempos: un ser humano tratando de reemprender, con la sola ayuda de  sus manos, el viaje entero de la civilización.

Pero volvamos, como quien dice, al teatro de los hechos.

De acuerdo a su  papel en la empresa, los  feligreses lucían camisetas de un determinado color. La obviedad abrumaba: dorado para los más aventajados,  plateado para quienes les seguían los talones, rojo para los apasionados del modelo, verde para los esperanzados y así hasta agotar el espectro del arco iris.



Independiente del lugar ocupado en la escala, a todos los rodeaba un aura que me hizo evocar una de esas impactantes imágenes del libro Cien lecciones de Historia Sagrada leído en la infancia.

“(…) Y Moisés apacentaba el rebaño de Jetro, su suegro, sacerdote de Madián; y condujo el rebaño hacia el lado occidental del desierto, y llegó a Horeb, el monte de Dios. Y se le apareció el ángel del Señor en una llama de fuego en medio de una zarza; y Moisés miró, y he aquí, la zarza ardía en fuego y la zarza no se consumía(…)”

Entonces lo  entiendo mejor: todos esos modelos de negocios funcionan, entre otras cosas, porque se fundan sobre las viejas  estructuras religiosas.

Solo que, al desaparecer el sentido trascendente de las viejas prácticas, los objetos del culto son tomados del entramado de una vida en la que el consumo y la búsqueda del estatus constituyen la única-  y la última- motivación.

En este caso, la  zarza ardiente del relato bíblico es sustituida por los puntos acumulados en la pugna por ser el mejor vendedor de planes telefónicos.

Basta con mirar la actitud extática de los asistentes ante el desfile de los bienaventurados para darse cuenta del talante religioso que subyace en estas prácticas.

Como en las competencias ciclísticas, todos quieren lucir la camiseta dorada y lo que eso significa en términos de acceso  a los bienes  que habrán de diferenciarlos de los demás.



Siguiendo un plan calculado con minucioso efectismo,  cada media hora el orador repite las mismas preguntas del comienzo, hasta que su auditorio alcanza el paroxismo: hombres y mujeres jóvenes bailan , se abrazan, gimen, sudan, se vuelven a  abrazar , mientras repiten   como un mantra  la marca de la empresa que en su universo de valores  suplanta a la vieja divinidad.

En este punto, el  truco se revela en toda su dimensión.

La empresa es la iglesia y sus propósitos los establece la misión corporativa.

La marca es Dios y quien la ostenta accede a su propia dosis de redención.

La doctrina es la venta, con todo y su diversidad de planes.

Las indulgencias  se miden en bonificaciones.

Las plegarias son los estribillos repetidos una y otra vez por los asistentes.



A estas alturas   pasamos de la zarza ardiente, un símbolo que nunca se extingue, a la teoría de los arquetipos formulada por Carl Gustav Jung: en realidad los seres humanos volvemos una y otra vez a los mismos códigos urdidos por los antepasados para tejer sus relaciones  con el entorno y consigo mismos.

El pensador  suizo llamó a eso  Teoría de los arquetipos.

Por eso a las iglesias, a los partidos políticos y a las corporaciones globales les resulta tan fácil orientar a los seres humanos en la dirección que marquen sus intereses.

Una buena campaña publicitaria que pulse las cuerdas adecuadas  y  todo está listo para emprender la travesía   que conduzca al altar de las nuevas iglesias.


PDT. les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada