jueves, 28 de mayo de 2015

Sabor de pecado dulce




El escritor Lisímaco Salazar pasó por la vida envuelto en llamas. Las llamas del deseo apagadas a medias en el barrio de las putas de su naciente aldea. Las  del hacedor de caminos, aprendiendo el sentido de la existencia  en  esa suerte de metáfora de la aventura que es el oficio de la arriería. Las del alcohol que lo acompañó durante  interminables jornadas de bohemia. Las de la indignación política ante las  injusticias cometidas por el poder contra los despojados de todo, incluso de sí mismos. Las de la indolencia de un hombre llamado José Ríos, que sin consultarle le prendió fuego a los papeles  dejados bajo su custodia, que contenían parte de la obra escrita de Lísimaco.
Si vemos la vida como libreto, no ofrece muchas novedades: nacer, morir y en el intermedio una suma de malentendidos: el amor, la paternidad, los credos políticos y religiosos, la creación artística el ejercicio del poder, las ilusiones perdidas.


De esos malentendidos se ocupa Lisímaco Salazar en las quinientas páginas de su libro Con arrestos de guapo, título tomado  de uno de   sus poemas, en una atinada decisión de los editores. Desde su nacimiento en las  frías tierras de Laguneta hasta su muerte en una Pereira que crecía al ritmo de la llegada de los desplazados por la violencia y de quienes buscaban oportunidades de trabajo y estudio para los hijos, el autor nos  comparte su mirada de los acontecimientos que marcaron el ritmo del siglo XX en el país  y en el mundo.  Temprano lector de cuanto periódico y libro llegaba  a sus manos, fue testigo de los coletazos de la Guerra de los mil días, de la forma  como sus paisanos recibieron las noticias de la  primera guerra mundial, del arribo de los primeros adelantos  tecnológicos  como la radio, los automóviles, la imprenta y el cinematógrafo, de  la llegada de los bolcheviques al poder en la Rusia  de los soviets, de la sacudida planetaria conocida con el nombre de segunda guerra mundial y, sobre todo, de esa sangrienta etapa de la historia de Colombia que fue la violencia entre liberales y conservadores.


Empujado por la curiosidad que lo condujo desde muy joven a los terrenos de la política y la estética, Lisímaco Salazar fu él mismo un colonizador. En busca de tierras  baldías que le permitieran  garantizar el sustento de su familia, viajó a los límites entre Valle y Chocó, lugar de refugio de muchos campesinos liberales   que huían de la violencia, para  ser desterrados después por quienes  avanzaban  desde otra dirección Antes había liderado movimientos de resistencia campesina en el municipio de Montenegro, en lo que hoy es  el departamento del Quindío. Anduvo por Cali,  trabajando en cuanta imprenta o periódico le daba la oportunidad. Como si no bastara con eso fue peón de  haciendas, aserrador, comerciante, tipógrafo. En ese tránsito se hizo amigo de poetas, políticos, periodistas, chulos y malandrines. Leyó a Víctor Hugo y a  Lenin.  En su momento compartió tribuna con los líderes  socialistas María Cano e Ignacio Torres  Giraldo. En las pocas treguas que le dejaba tanto ajetreo asaltó más de una virginidad, según cuenta con delicioso tono procaz.
De todo eso están hechas las páginas de Con arrestos de guapo. El  descubrimiento del  “sabor de pecado dulce”, como llamara  el poeta Luis Carlos González a las delicias y tormentos del sexo. La visión fugaz del cadáver de un hombre  devorado por los perros como símbolo del horror de la violencia política. Las pugnas por el poder político, aliado desde siempre con los intereses económicos vinculados en este caso a la propiedad de la tierra. Y  sobre todo de poesía. Enormes dosis de poesía   nutrida con las visiones tempranas de la infancia, las convicciones religiosas y  la voluntad de luchar contra toda forma de arbitrariedad. Así fue llenando cuadernos redactados a mano  y cuartillas escritas en una máquina Underwood donada por un amigo  y cómplice.


 Esos cuadernos vagaron durante décadas  como almas en pena, hasta que la voluntad  de su familia y de personas como  José Fernando Marín y  el poeta Mauricio Ramírez permitió el rescate y divulgación de algunas de sus obras.  Pedacitos de Historia es una de ellas. A modo de complemento tenemos ahora entre las manos estos arrestos de guapo  que nos devuelven de golpe a lo mejor- y lo peor- de nosotros mismos.

PDT:  les comparto enlaces a la banda sonora de esta entrada y a un vídeo sobre el autor en mención.
https://www.youtube.com/watch?v=8uOaM3lL0Js
 https://www.youtube.com/watch?v=nWKgWbx1xm4
 

jueves, 21 de mayo de 2015

Una y mil caras






En los corrillos de los nuevos hinchas globalizados no se habla de otra cosa. Desde que el Fútbol Club Barcelona y Juventus  de Turín resultaron finalistas de  la Liga de Campeones de Europa el morbo no ha cesado de agitarse. Incluso se corren apuestas sobre en qué momento el delantero Luis Suárez morderá a  algún integrante del equipo italiano ¿ Al  finalizar el primer tiempo? ¿al comenzar la segunda  etapa? También se especula acerca de quién será la víctima. ¿Carlos Tevez? ¿El portero Buffon?  ¿el  mismísimo Giorgio  Chiellini, en una suerte de acto de justicia que se muerde la cola.?
Por supuesto,  estamos apenas ante una muestra de la natural crueldad humana. Al fin y al cabo  lo que nos hermana no es el amor al prójimo, sino el anhelo de verlo caer... para sentirnos buenos después fingiendo que lo ayudamos a levantarse.


Y no es que  la gente  profese  una suerte de inquina contra ese formidable delantero uruguayo. Es más: casi todos admitimos que Suárez es víctima de sus propias pulsiones  incontroladas. Un porcentaje  amplio de aficionados reconoce  que la sanción impuesta por Fifa  fue desmesurada y, de paso , lamenta que el castigo nos impida verlo en la próxima Copa América disputando el título de goleador con Messi, James Rodriguez,  Neymar,  Vidal y  Cavani, para mencionar los  favoritos.
Una lástima , pero desde el comienzo de los tiempos alguien tiene que hacer  el papel de villano, para redimirnos de paso a todos los demás.  En su frondoso libro La rama dorada, el antropólogo  y escritor Sir James Goerge  Frazer documenta con profusión de detalles  la forma como pueblos de todos los confines de la tierra sacrificaban a hombres y mujeres  sindicados  de haber violado alguna norma de la tribu. Más tarde , en el proceso de  “civilización”, acabarían reemplazándolos por  animales hasta que, para resumir, se creó la figura del “ Chivo expiatorio”, tan conocida por todos.


Bien sabemos que la vida es una puesta en escena. Cada día salimos a la calle provistos de  las máscaras necesarias para sobrevivir. El buen ciudadano,  el padre  responsable, la madre  abnegada, el hijo obediente, el juez cumplidor  de la ley, el amante fiel... en fin, la lista de roles es tan vasta como el número de los hombres. Y es allí donde empiezan los problemas : al menor descuido se cae la máscara y el mundo nos sorprende desnudos en la plaza. De  ahí la eterna queja: “Ya no eres la  que yo conocí”, reclama el amante despechado. “Antes de asumir el cargo usted no se comportaba así” protesta el viejo camarada ante los cambios experimentados por el amigo revestido de poder. Pero no hay tal cambio: se trata  en últimas, de la caída de una vieja máscara y su remplazo por otra.  Se  asume una nueva cara , que a su vez se perderá cuando la vida nos ponga en una nueva encrucijada.
En tiempos  premodernos el  mito cumplía la función de asignar y modificar roles. La historia  del ladrón bueno y el ladrón malo en el relato de la crucifixión es una prueba de ello. Uno y otro  son necesarios para trasmitir  el mensaje del perdón y , de paso, el discernimiento entre el bien  y el mal.


Pero estamos en la era del espectáculo, donde el mito devino impostura y el rito se convirtió en farsa. Por eso solo nos quedan los famosos como única  posibilidad  de redimir nuestras propias flaquezas.  En esa suerte de  espejo fragmentado nos vemos  reflejados en la celebridad escogida.  Cristiano Ronaldo, el soberbio ostentoso. Lionel Messi,  el  engreído ensimismado. París Hilton, la casquivana tonta. Luis  Suárez... bueno... En su momento las hordas digitales agotaron los calificativos para referirse al uruguayo. El más amable de ellos quizá fue caníbal, no recuerdo bien.


“ La vida es un cuento narrado por un idiota, lleno de ruido y furor”, escribió William Shakespeare.  Varios siglos después William Faulkner retomó la  frase para el título de una de sus novelas.  A los dos los asistía   una certeza : la vida como impostura. Como puesta en escena en la que nos  escondemos para no asumir nuestras verdades profundas. Verdades como las de Luis Suárez o las de tantos hombres y mujeres que  asumen la  amarga  tarea de hacerse lapidar para que los portadores de una y  mil caras podamos salir cada día a la calle a representar el propio papel.

jueves, 14 de mayo de 2015

La ciudad del olvido





“ No podemos echarnos a llorar por una simple torre. Si debe demolerse, se demuele y punto”, me respondió tajante a través del teléfono  un ingeniero que me pidió  reservar su nombre, cuando lo llamé para consultarle sobre la intención de  destruir la   torre que hace parte de los diseños del  arquitecto Willy Drews para el  viejo aeropuerto Matecaña, hoy en fase de remodelación.
La frase resume una visión utilitarista del mundo empecinada en descalificar bajo el calificativo  de “ nostálgico” todo intento de conservación de la memoria de una comunidad.
Pero no se trata  solo de la obra física. El arquitecto mismo es  objeto de un desconocimiento  similar al padecido por la escritora Alba  Lucía  Ángel, a pesar  del visible impacto de sus  propuestas en otros lugares del país e incluso del exterior.
Nacido en Pereira en 1937,  Willy Drews cursó  estudios de arquitectura en la Universidad  de los Andes. Fundador  de  la sociedad Drews y Gómez en compañía su colega Raimundo  Gómez, ha sido profesor invitado en la Universidad Técnica de  Berlín, la Universidad Veritas de San José de Costa Rica y la Escuela de Arquitectura y Diseño Isthmus- Ciudad del Saber, en Panamá.


En un mundo de culto al cemento y el funcionalismo,  Drews convirtió desde muy temprano su trabajo en  un pretexto  para  reflexionar  sobre el papel de los seres humanos en ciudades como las nuestras, caracterizadas por el crecimiento  caótico y por la voracidad de  los tiburones  involucrados en el negocio de la construcción.
 Sus preguntas  pasan entonces por  conceptos como la dignidad y la belleza. El primero implica una preocupación  por la noción de lo público como territorio común, es decir, el escenario donde se  gestan  y consolidan los lazos comunitarios.  El segundo nos habla de la armonía, de propuestas  capaces de  estimular y satisfacer la dimensión de lo estético, cara a las  aspiraciones de todas las personas,  independiente de su situación social y económica.


Desde su condición de decano en dos ocasiones  de la Facultad de Arquitectura y Diseño de la Universidad de los Andes, el arquitecto hizo de sus convicciones una escuela. En ciudades preocupadas cada vez más  por la seguridad, sus conjuntos  multifamiliares apuntaron siempre  a brindarla, eludiendo de  paso la tentación de esos  espacios agresivos que después hicieron carrera entre nosotros. Conjuntos como Belmira, la Unidad Residencial Colseguros o San Sebastián de los Andes, ubicados todos  en Bogotá, expresan su intención siempre materializada de encontrar el equilibrio entre espacios interiores y exteriores, capaces por lo tanto de brindar a habitantes y transeúntes una experiencia amable de lo urbano.
En el caso de Pereira, su impronta está presente en el edificio Banco Popular, ubicado en la Plaza de Bolívar, sobre la carrera séptima, en el  Centro Comercial Alcides Arévalo, en el Terminal de transportes y, por  supuesto, en el Aeropuerto Matecaña, hoy objeto de intervenciones con miras  a su modernización para hacerlo competitivo y de paso  cumplir con normas de aeronavegación.


Perfilado sobre el paisaje, el Edificio Balcones de los Alpes, ubicado sobre la carrera catorce bis, detrás de la Avenida Circuvalar, es un ejemplo de convergencia entre  sobriedad   y comodidad, dos cosas difíciles de  lograr en tiempos   gobernados por la estética de los narcos.
A sus setenta y ocho años, el arquitecto Willy Drews es autor de un legado que  forma parte del patrimonio local y nacional. Sin embargo, como sucede a menudo entre nosotros, el olvido ronda su puerta. Ni siquiera la celebración del sesquicentenario de Pereira en el año 2013 fue motivo suficiente para identificar , divulgar y conservar su legado.  Quizás todavía estemos a tiempo de reconocer sus aportes para hacer  de nuestras ciudades  lugares habitables , en  la acepción más amplia de esa palabra. De paso podría servir para curarnos un poco nuestra irremediable inclinación hacia la indolencia y el olvido.