martes, 31 de enero de 2023

El más alto vuelo



 

                                       Para Felipe Pérez, que me regaló esta maravilla

 

En todas las culturas conocidas una de las más reiteradas imágenes para aludir al surgimiento y evolución de las ideas es la del vuelo. En el origen de los relatos orales y escritos siempre encontraremos la historia de individuos y comunidades que tratan de dar un salto más allá de su espacio y de su tiempo.

Y aunque a menudo se quemen las alas, como le aconteció al Ícaro de la mitología griega, siempre habrá alguien dispuesto a intentarlo una vez más. Seguir la estela de ese vuelo es el propósito del descomunal libro del historiador, periodista y escritor inglés Peter Watson, titulado, así sin más: Ideas, Historia intelectual de la humanidad.

En un viaje a través de 1400 páginas, el autor nos conduce al centro mismo de la aventura del pensamiento, cuyos frutos son siempre impredecibles: la religión, los mitos, la poesía, la filosofía, la ciencia, las artes, las matemáticas, la geometría, la tecnología y el gobierno, para mencionar sólo algunos de ellos.

Para algunos exégetas de Platón, las ideas prefiguran el mundo material y corresponden a una suerte de prediseño del universo sensible, cuyas claves estarían en la mente de Dios. En esa medida, las ideas son concebidas como un viaje interior en pos de la ignota divinidad.

Por su lado, los herederos de Aristóteles consideran que la tarea de la mente consiste en explorar y conocer la estructura y las leyes del mundo exterior para ponerlo al servicio de los hombres. De entrada, nos encontramos pues ante una dicotomía que define la ruta seguida por individuos y sociedades hasta nuestros días: o la exploración de la vida interior, propia de la filosofía, la mística, la poesía y la religión, o la pregunta sobre el mundo sensible que es la base misma de la ciencia.

Peter Watson nos propone así un viaje de ida y vuelta en el que esos caminos se distancian muchas veces, en otras convergen y en no pocas ocasiones chocan de manera brutal, dando lugar a esas transformaciones definitivas que caracterizan la historia de la humanidad.

La elocuencia de las piedras




Lejos del mutismo que se les atribuye, las piedras cuentan historias. Eso lo saben muy bien los geólogos, los arqueólogos, los filólogos y los historiadores de la cultura. No es azaroso entonces que al comienzo del libro, Watson se remonte a 2.8 millones de años atrás cuando, según las investigaciones, los antepasados del hombre elaboraron las primeras herramientas de piedra y las convirtieron en extensión de sus manos. Nuestros antecesores iniciaron de esa manera la transformación del mundo exterior que es la esencia del pensamiento científico. Ese avance exigía la liberación de las manos, que sólo  pudo producirse cuando los primates se irguieron y empezaron a caminar sobre sus patas traseras.

Si bien la primera herramienta pudo ser un acto instintivo motivado por una reacción de defensa, pronto se empezaron a producir réplicas del modelo original. Es decir, sus forjadores hicieron asociaciones de imágenes y tuvieron la primera idea de lo que la herramienta debería ser; a partir de allí se dieron a la tarea de su perfeccionamiento. Para Peter Watson, ese fue el momento   germinal de la primera abstracción, vale decir, del nacimiento de las ideas.

De modo que la primera herramienta fue también un lenguaje. Sin embargo, al contrario de lo que  supone el lugar común, las transformaciones de las ideas no se dan en una línea recta y sin sobresaltos. Todo lo contrario, como lo advierte Watson en el texto de introducción a su obra, y a propósito de la contribución de Isaac Newton al desarrollo de la ciencia y el pensamiento:

“No obstante, la carrera del gran científico inglés nos recuerda que la situación es mucho más compleja. A lo largo de los siglos el desarrollo y el progreso (una idea que desarrollaremos con más detalle en el capítulo 26) han sido, por lo general, constantes, pero ello no significa que siempre haya ocurrido así: la historia ha sido testigo de cómo ciertos países y civilizaciones brillan durante un tiempo para luego, por una razón u otra, eclipsarse. La historia intelectual está muy lejos de ser una línea recta, y esto es parte de su atractivo”.

Ese atractivo es el que percibimos en las tablas de arcilla de la antigua Babilonia, en Stonehenge, en la Piedra de Rosetta, en las pirámides mayas, en las ruinas de Roma, en La gran muralla china o en las runas nórdicas: son las piedras con su rumor de voces  recordándoles a los habitantes de todo y tiempo y lugar que el ser humano es una criatura portentosa y no por eso menos contingente.

El alfabeto de esas piedras nos narra cómo en el crecimiento canceroso del Imperio Romano alentaba el germen de su propia destrucción, al tiempo que da cuenta del esplendor científico, filosófico, político y moral de la antigua China, antes de sumirse en centurias de confusión y decadencia. Por su lado, los monolitos de Stonehenge  dejan ver un esbozo del viejo contubernio entre astronomía y religión, que se extendió  por lo menos hasta los tiempos de Copérnico.

Así que los humanos estuvieron sumergidos durante siglos en la contemplación de la enormidad del zodiaco, de los monumentos de piedra, de las imágenes talladas en las montañas antes de concentrarse en el estudio de lo pequeño, incluso de lo invisible. Dicho de otra manera: la mente se tomó su tiempo antes de pasar de la intuición de Dios a las certezas del pensamiento científico. En ese recorrido ha tenido que cruzar un extenso territorio de luces y sombras.

Para minimizar el riesgo de que nos extraviemos en el camino, Peter Watson ha puesto, mojones, señales de orientación para que la mente esté siempre alerta. De ahí la precisa nomenclatura que cruza la obra: El fuego, Los dioses, El arte, El lenguaje, La escritura, El alfabeto, Los números, La ciudad, La medición del tiempo, La fundición de los metales, El derecho, El alma, El paraíso, La medicina, La democracia, El dinero, La idea de Jesús, La invención de Europa, El Islam, La banca, El libro, La invención de América, El Renacimiento, La Universidad, El método científico, La Revolución Industrial, La invención del público, Los periódicos, El Yo, La noción de progreso, El romanticismo, El orientalismo, El nacionalismo, El marxismo,  La selección natural, El inconsciente.

Las diosas tejedoras





La lista no es aleatoria ni tiene el simple propósito de etiquetar, propio de las taxonomías. Lo que pretende el libro de Watson es transmitirnos su idea del universo como urdimbre, en la que la totalidad de las líneas y puntos están relacionados, por disímiles y distantes que parezcan. En su mirada, la poesía y la física cuántica comparten a partes iguales sus intuiciones de cimas y abismos. La ciudad de Dios de, san Agustín y la ciudad del príncipe, de Maquiavelo, comparten más fronteras en común de lo que a primera vista podría parecer. Más allá de interpretaciones simplistas, en el discurso materialista de Marx alientan ideas propias del cristianismo temprano, al tiempo que los descubrimientos del ADN nos remiten a esas inquietantes visiones de los místicos en las que todos los componentes del universo están hermanados a través de unos lazos tan sutiles como ineludibles.

Por eso la estructura de la obra nos resulta tan próxima a la de la tarea de esas diosas que en tantas culturas tejen la madeja del universo y con ella el destino de todas las criaturas vivientes, desde las galaxias hasta los microorganismos.

Como el título mismo lo exige, Ideas supone un desafío crítico en el que nada puede ser asumido como una certeza: es de la esencia del pensamiento dudar siempre de todo y de todos. De ahí que el autor mantenga una atenta distancia frente a dogmas y fundamentalismos de toda índole, pertenezcan estos al campo de la ciencia, la religión o la política. Así, ante la cruzada desatada contra el Islam después de los atentados del 11 de septiembre de 2001, Watson nos recuerda el papel de los árabes en el rescate, conservación y difusión del pensamiento de Aristóteles en Europa, sentando así las bases para el desarrollo de la ciencia que acabó por desequilibrar la balanza a favor de occidente. En contravía de la propaganda negra que hizo del marxismo una suerte de evangelio de todos los males, el autor reconoce en Marx uno de los pilares de la sociología, tal como la conocemos hoy. Para refutar a quienes, en efecto, vieron en La revolución francesa y en La ilustración un momento de luz y esperanza para la humanidad, Robert Watson hace énfasis en el carácter devastador de muchas de sus premisas, ancladas en el concepto de ciencia y razón como valores absolutos.


                                             Busto de Aristóteles

Siguiendo esa línea de razonamiento, el autor nos advierte que, si bien una novela como El corazón de las tinieblas, de Joseph Conrad, desnuda en sus puras entrañas los horrores del colonialismo, en este caso el de los belgas, también es verdad que, en su proceso de expansión, el Imperio Británico sembró un legado que hoy constituye patrimonio cultural de la humanidad: la lengua inglesa, que  no sólo es la de Shakespeare, sino la que les permite entenderse entre sí  a  hablantes  nativos de mandarín, croata, árabe, italiano, portugués, español o incluso de dialectos regionales en los lugares más remotos de la tierra.

Duda y conocimiento


                                                       Estructura del átomo

Y llegamos ahora a un factor clave en el mundo de las ideas y el conocimiento: la duda. Para enfrentar el carácter paralizante de todo dogma, la mente crítica dispone de una fuente inagotable de preguntas.  Fue así como, para hacer frente al dogma católico de la infalibilidad del papa, enfocado a consolidar el poder terrenal de la iglesia, filósofos, escritores y científicos empezaron a formular cuestionamientos que la imprenta se encargó de multiplicar: no es casual que ésta última sea  considerada  un canal determinante para la difusión de las ideas de Lutero y lo que la iglesia protestante significó para el rumbo del hemisferio occidental.

Esa misma duda condujo a muchos pensadores a reconsiderar la idea de renacimiento como un fenómeno exclusivo de Italia, o incluso de Florencia. En realidad, hubo muchos renacimientos. China, India y el Islam tuvieron el suyo, para no hablar de quienes afirman que la tan mal publicitada Edad Media europea, concebida a menudo como una época de oscuridad, tuvo su propio periodo de renacimiento, fundamental para comprender las posteriores transformaciones del continente.

Así las cosas, con el poder en entredicho, el concepto de hereje fue entronizado para estigmatizar y exterminar a quienes se dieron a la tarea de cuestionar los poderes establecidos, fueran estos del cielo o de la tierra. Y es aquí cuando cobran fuerza las investigaciones de geólogos, arqueólogos e historiadores de la cultura. Interrogando a las cuevas y a los restos fósiles, pronto descubrieron que estos desmentían el relato bíblico de la creación del mundo en siete días, lo que con el paso del tiempo condujo a muchas dudas sobre la existencia de Dios. Físicos, astrónomos y químicos se sumaron al debate, al aludir a las cambiantes leyes de la materia en lugar de los inmutables designios divinos.

El debate de las ideas cobraba cada día más vigor y los herejes se hacían más atrevidos. Lo que en principio eran tímidas reformas se convirtió en auténticas revoluciones en el campo de la ciencia, la religión, la política y la cultura.

En el primero de los casos, revelaciones como la circulación de la sangre, la naturaleza de los gérmenes, las leyes de la gravedad, las órbitas planetarias y la estructura del átomo se conjugaron  para debilitar  la noción de una divinidad omnipotente capaz de gobernar sobre lo vivo y lo inerte.

Eso mismo hizo que la atención se desviara de lo divino a lo terrenal, dando origen al vertiginoso desarrollo de la ciencia que cambió para siempre la relación de los hombres con el mundo y devolviéndole, de paso, la razón a Aristóteles.

Entendido así, el pensamiento de Erasmo de Rotterdam obró a modo de bisagra entre las cavilaciones de los teólogos y las búsquedas de los científicos. Después de todo, en ambos casos se trata de aprovechar las facultades de la mente para interrogar el mundo en todas sus manifestaciones: las de adentro y las de afuera

Minado el rol de Dios en el control de la vida pública y privada, el poder de monarcas y papas- que en distintos momentos de la historia fueron los mismos- fue sometido a juicio y eso explica, entre otros factores, el movimiento telúrico que supuso La Revolución Francesa.

Para la mirada atenta de Robert Watson, la cultura no se quedó atrás. Y aunque su presencia es en sí misma la impronta del devenir humano, desde las herramientas de piedra hasta la interpretación de los sueños, para el escritor británico hay un periodo clave: el romanticismo en el arte.  En el romanticismo, entendido como una manifestación del espíritu, no como simple escuela, convergen las conocidas ideas platónicas sobre los arquetipos inmateriales del mundo objetual junto a las intuiciones sobre la existencia de un doble interior que los artistas pretendían explorar y liberar con el fin de “redimir” lo humano frente a los poderes de la instrumentalización tecnolátrica. No es casual que, para muchos estudiosos, L.V. Beethoven sea  la expresión más fiel del romanticismo y el encargado de abrir el camino para lo que vendría después.




Ese fue el preludio de lo muchos pensadores consideran algo tanto o más importante que la Teoría de la Relatividad o la estructura de ADN: el descubrimiento del Yo, para algunos una evidencia incontrastable y para otros una entelequia que les abrió las puertas a toda suerte de supercherías, entre ellas, “el espíritu alemán”, que animó los horrores perpetrados por los nazis.

Una vez más, el libro de Watson nos devuelve a esta encrucijada de luces y sombras que es la historia de la humanidad. En ese cruce de caminos, a modo de colofón, sugiere una parábola perturbadora: mientras, siguiendo la ruta de Aristóteles, los humanos no hemos cesado de explorar y dominar el mundo exterior, el “conócete a ti mismo” derivado de las enseñanzas de Sócrates y Platón se ha revelado hasta hoy como un completo fracaso. A pesar de los intentos de místicos, profetas, pintores, filósofos, músicos, teólogos y sicólogos, cada vez parecemos más alejados de nosotros mismos, si en realidad existe un “yo mismo” o al menos algo que pueda ser definido de esa manera.

En esa encrucijada nos deja este viaje a las ideas. Como todo gran libro, no ofrece moralejas ni fórmulas fáciles. Sólo una suma de preguntas que se multiplican sin cesar. Será el lector quien decida la ruta a seguir.


 PDT. les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada:

https://www.youtube.com/watch?v=nbGV-MVfgec

 

 

 

martes, 17 de enero de 2023

La invención de América Latina

 



 Como siempre, son las guerras y su reacción en cadena que repercute en todas partes las que nos empujan a tratar de comprender la esencia de un país, de un pueblo, de un continente.

 

¿Quiénes son esos tan distintos y tan parecidos a nosotros, que nos atacan o se matan entre si? Es la primera pregunta que nos hacemos ante el advenimiento de la fatalidad encarnada en una legión de guerreros dispuestos a borrarnos de la faz de la tierra.

 

Aunque, a menudo, nos corresponde el papel de ser la fatalidad de otros que se hacen la misma pregunta.

 

En el intento de responder a esa pregunta, nos acostumbramos a hablar del “alma” europea, china, alemana, japonesa o norteamericana.

 

Rara vez hay acuerdos. Unos ubican el alma nacional en la organización política. Otros en el modelo económico, unos cuantos en la música y la religión y todos en la cultura.

 

El continente del que hacemos parte, nombrado así en honor a Américo Vespucio, no es ajeno a esa condición. La pregunta surge una y otra vez desde el Río Grande hasta la Tierra del Fuego. ¿Quiénes somos? ¿Qué nos une? ¿Qué nos diferencia? En suma: ¿ Existe algo que, con fundamento, pueda llamarse América Latina?.

 

Aventurarse a responder implica establecer líneas comunes entre un guatemalteco y un argentino; un brasileño y un chileno; un nativo de Martinica y un boliviano. Eso para no hablar de la pregunta por lo que significa ser mexicano o colombiano.



 

 

A lo largo de nuestra historia hemos intentado hallar la respuesta. Por supuesto, cuando creemos haber dado con ella, no puede más que conducirnos a otras preguntas. En esa búsqueda, se han escrito y publicado cientos de libros: excelentes, buenos, regulares, malos y absurdos. Por eso resulta tan grato encontrarse con la obra Mariposas amarillas y los señores dictadores, América Latina narra su historia, de la investigadora alemana Michi Strausfeld (1945), publicada en 2021 por el sello Debate.

 

Filóloga de profesión, Michi Strausfeld sabe que los orígenes de todas las literaturas son inciertos. Eso es lo que hace tan fascinante el oficio de seguir su estela hasta encontrarse con una madeja de mitos y leyendas que siempre remiten más atrás en el tiempo.

 

De entrada, la autora fija el umbral de su obra en los confines del mito. La mariposas amarillas que anuncian la presencia de Mauricio Babilonia en Cien Años de Soledad hace tiempo trascendieron los límites del libro: pertenecen a esa dimensión de misterio que identifica a la gran poesía, desde los aborígenes hasta nuestros días, cruzando las literaturas de los cinco continentes.  Si el lector quiere, puede toparse con esas mariposas en Las Mil y una noches, en el Marte de Ray Bradbury, en el Antiguo Testamento, en El Quijote o en Alicia en el país de las maravillas. Después de todo, su reino no es de este mundo y sus únicas leyes son las de la imaginación.

 

Piedra del sol



 

Con esa certeza, la investigadora se plantea un gran desafío: descifrar y ayudarnos a descifrar algunas claves de la existencia en este lado de la tierra, tan exuberante y disparatado que, según la ensayista venezolana Susana Rotker, obligó a los escribas de los primeros conquistadores a inventar  un género literario que al menos se acercara   a su desmesura: la crónica.  Por el momento, esas claves no las buscará en los tratados de historia, tan útiles en otras circunstancias. Michi Strausfeld se propone escuchar la voz de los escritores de estas tierras, desde los tiempos precolombinos hasta los más recientes autores, abrumados por violencias y corruptelas de toda laya que descomponen y desangran a sus países.

 

Así que se remonta a las cosmogonías consignadas en la Piedra del Sol, ese monolito que no cesa de alentar nuevas interpretaciones. Poetas, narradores, sacerdotes y cantores han creido encontrar allí el destino cifrado del continente, oscilando siempre entre el anhelo de hacerse uno con el sol y el llamado de la parte más sólida de la tierra: la piedra.

 

A partir de ese punto asistimos a un viaje que nos llevará por la Selva Lacandona- la de los mayas y la del Subcomandante Marcos, la Centroamérica de los hombres de maíz y de los pandilleros de la Mara Salvatrucha y Barrio 18, hasta alcanzar la tierra de Simón Bolívar y José de San Martín, la del Gaucho Martín Fierro, de Carlos Gardel y Diego Maradona, los últimos mitos que le dan algún sentido a la eterna desazón de los argentinos y, en buena medida, la del continente entero.

 

¿Y dónde dejamos al Caribe? Dirán los lectores, en sintonía con las preocupaciones de Michi Strausfeld. ¿Qué tan latinoamericanos son esos pueblos, resultado de la convergencia de indígenas como los taínos, negros esclavizados en África, piratas ingleses, franceces y neeerlandeses, exiliados de oriente medio, misioneros y aventureros españoles, aparte de otras tantas sangres mezcladas y vueltas a mezclar?

 

Bueno, esa es la cuestión: hallar la conexión entre un nativo de las Bahamas y un  vaquero de los llanos orientales de Colombia. Eso es lo que nos plantea la autora alemana en su libro. Por lo pronto, ya lo advirtió de entrada en la presentación, no por casualidad subtitulada Novelas que escriben la historia. Así que no se trata sólo de autores que escriben una historia. Lo suyo es la reescritura de la historia en clave de ficción. Ese recurso, ya lo sabemos, les permite a los escritores volver de revés los archivos de los expertos para adentrarse en un mundo lleno de riesgos , sin más instrumentos que una sarta de metáforas.



 

Las mariposas amarillas entre ellas, claro. La otra es la figura del poder y su manifestación terrenal más mortífera y deleznable a la vez: el dictador. A caballo entre el profeta, el místico y el criminal a secas, los dictadores han dejado su impronta de miedo y dolor en todos los caminos de este continente. Basta fijarse en la cantidad de monumentos levantados en las plazas a la memoria de hombres cuya marca distintiva es la sinrazón. Desde la aldea más pequeña hasta metrópolis como Ciudad de México, Buenos Aires o Sao Paulo, la figura en bronce de patriarcas armados con sables y pistolones es omnipresente. El mexicano Santa Anna y el nicaragüense Somoza; el dominicano Trujillo o el argentino Perón; el paraguayo Stroessner o el venezolano Pérez Jiménez.

 

Es como si un continente a la deriva clamara por la presencia de un guía que lo ayude a superar sus turbulencias: las de la política y las de su propia alma. Para García Márquez, autor de novelas de dictadores y amigo de dictadores él mismo, este es nuestro único gran mito latinoamericano. Y le asiste toda la razón, a juzgar por el número de grandes escritores que se han ocupado de recrearlo en toda la dimensión de sus miserias. El guatemalteco Miguel Ángel Asturias en El señor Presidente; el peruano Vargas Llosa en La fiesta del Chivo; el argentino Tomás Eloy Martínez en La novela de Perón; el paraguayo  Augusto Roa Bastos en Yo el supremo y el propio García Márquez en El otoño del Patriarca para mencionar sólo a cinco.




 

Claro que entre nosotros el dictador es mucho más que una metáfora: ha sido y es la punta de lanza de los imperialismos que se han propuesto hacer de las riquezas del continente su más preciado botín. Los escritores chilenos que se han encargado de convertir la pesadilla de Pinochet en ficciones tienen bastante que decirnos al respecto.

 

 

Entre la fábula y el horror



 

Al igual que el Caribe, la historia de Brasil y sus literaturas merecen un capítulo aparte en el libro. Si la pregunta   por una improbable identidad latinoamericana ya resulta  problemática, la de Brasil lo es por partida doble. El dominio portugués, la oleada de sucesivas inmigraciones motivadas por el tráfico de esclavos, la minería y la inagotable fuente de recursos que supone la selva amazónica, desembocaron en una mixtura de etnias, lenguas y creencias religiosas que a veces hacen de Brasil un país más próximo a Nigeria o a una isla de las Antillas que a su vecina Perú, por ejemplo.

 

Una vez más, y según la mirada de Michi Strausfeld, sólo la los escritores pueden  aproximarnos a ese turbulento caleidoscopio. Machado de Assis, Jorge Amado, Guimaraes Rosa o el músico y novelista Chico Buarque consiguen en sus relatos dar cuenta de esa síntesis de fábula y horror en la que los dictadores impartían clases de tortura a sus iguales latinoamericanos mientras O rey Pelé obraba auténticos prodigios con la pelota en una cancha de fútbol.

 

Porque la gran literatura, al tiempo que alcanza las cotas más altas de poesía, se nos revela también en toda su dimensión política.

 

Para Strausfeld la literatura no es un asunto de solistas. Las novelas, cuentos, aforismos, canciones y poemas, conforman un gran coro universal en el que el todo no es la suma de las partes: es el resultado de la relación y el diálogo entre las partes. Por eso se dedicó, con la paciencia de esas tejedoras que urdían en el trenzado de las mantas la historia de sus pueblos, a recoger y estudiar en cada viaje los libros que amigos y estudiosos ponían en sus manos, desde las publicaciones más humildes hasta los grandes éxitos editoriales. El resultado es este viaje apasionante por nuestras literaturas, en un recorrido que va de la poesía precolombina y los Cronistas de Indias, pasando por el célebre boom de los años sesenta, hasta nuestra realidad de hoy, en la que el resurgir de la llamada Novela negra se explica por el trasfondo de unas sociedades en las que la corrupción de los políticos, el narcotráfico y los asesinatos sistemáticos de mujeres  constituyen un nuevo capítulo de nuestras pesadillas.

 

Poco importa si, al final, nos quedamos sin saber en qué consiste ser latinoamericano. Razón de sobra para   continuar la búsqueda.

 PDT. Les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada:

https://www.youtube.com/watch?v=AHbQkJ2g4Bo

 

 

 

sábado, 7 de enero de 2023

Marsella: en la muy rica Villa de Segovia

 



 El despertar de las conciencias

El exgobernador  Carlos Arturo López Ángel cuenta que en Marsella, su pueblo, tuvieron preocupaciones  ambientales mucho antes de que estas se convirtieran en política mundial, suscrita en mayor o menor grado por casi todos los países del planeta. Después de todo, los inviernos desbordados y los veranos calcinantes nos tocan a todos. Hoy, dedicado al cultivo de orquídeas y plantas ornamentales en una finca ubicada detrás del Alto del Nudo, este hombre afable y despreocupado evoca esos momentos tan vitales en la historia de la localidad.

“Hablamos de los años setenta, cuando los últimos coletazos del movimiento jipi, con su evangelio de amor al prójimo y respeto por la naturaleza y por todas las formas de vida todavía se sentían entre nosotros. Una generación entera de jóvenes  marselleses, a la que algunos etiquetaron con el  calificativo de mechudos o peludos,  creció en medio de una inquietud permanente por las cosas de la cultura y en particular por  la preservación del medio ambiente.

“Para la época  todavía no se hablaba del cambio climático  ni del calentamiento global. Mucho menos se tenían noticias acerca de la extinción de muchas especies  vivientes como resultado de la depredación humana.

“Sin embargo, cuando salíamos a caminatas campestres descubríamos que  la siembra  intensiva de café o la expansión de los pastos para la ganadería amenazaba las fuentes de agua del municipio. A ese paso- decíamos- no llegaremos al siglo XXI sin haber agotados los recursos hídricos.

“Casi cincuenta años después, siento que esa fue nuestra primera toma de conciencia política sobre la necesidad de proteger nuestra casa que es la tierra. Esa inquietud me   ha acompañado toda la vida durante el ejercicio de mis responsabilidades públicas como legislador, gobernante o como un ciudadano más”.

A vista de pájaro

Con esos antecedentes,  no resulta casual que en este municipio ubicado a una hora de Pereira  hayan florecido a lo largo de  los años todo tipo de organizaciones ambientalistas, entre ellas un grupo de apasionados por las aves que, eludiendo las veleidades de los vocablos técnicos, decidieron bautizarse como los pajarólogos. Día tras días han acumulado un saber que les permite identificar y diferenciar a vista de pájaro cuales  son las aves endémicas de la región y cuáles las migratorias. Por eso pueden acompañar a un visitante por la enmarañada madeja de caminos vecinales  que rodean  a Marsella y señalarle, sin haberlos visto todavía, el lugar donde moran el toche o el azulejo, donde liba el colibrí  y donde acecha el cirirí el vuelo raudo de los gallinazos.




“La sapiencia de estos pajarólogos  no ha sido aprovechada en toda su dimensión”, dice Albeiro, un  ingeniero industrial oriundo  de Marsella que todos los puentes festivos se  enfunda su sombrero y se calza sus botas de caucho para recorrer kilómetros y más kilómetros, solo por el puro placer de caminar.

“Muchos de  ellos empezaron desde niños con campañas espontáneas contra el uso de las caucheras, ese cruce entre arma y juguete que durante muchos años  fue el terror de los pájaros de todos los tamaños. Luego, ya más grandecitos, comenzaron a observar y a  estudiar por cuenta propia los hábitos y el hábitat de  los pájaros de la zona.  Aprendieron tanto y tan pronto que  uno les preguntaba y ellos sabían responderle de qué se alimentaba esta ave  y cuál era la hembra entre los que se veían posados en una rama. Por ese camino  del conocimiento no tardaron en enseñarles a los campesinos a reconocer en los pájaros a criaturas vivientes y dignas de respeto. Y eso ya es mucho decir en una población que siempre vio a las aves como un pretexto para coger la escopeta”.

A la sombra de El Nudo

Ubicada en el área de influencia de La Serranía del Nudo, amenazada en estos tiempos por la codicia de los nuevos ricos, la localidad de Marsella es todo un enclave agrícola  y ambiental que ya en los tiempos de la fundación le mereció el nombre de Villa Rica de Segovia. Según el relato de los viejos cronistas, Pedro Pineda, fue uno de esos fundadores de pueblos que un día  tomó “su mula, su hembra y su arreo “ y partió en busca de una tierra donde plantar su heredad. Por el año de 1860, cuando todavía no se había producido la segunda fundación de Pereira, llegó a la zona proveniente de Villamaría, un pueblo cercano a Manizales.

En  ese primer viaje de aventura lo acompañó  uno de sus hijos, con quien se instaló en un sitio  conocido como La Pereza. Una vez tomó posesión de un predio viajó a Villamaría, de donde regresó en compañía de su esposa María Gregoria y del resto de la prole: cinco hombres y dos mujeres.

Esa tierra feraz no tardó en recompensarle sus esfuerzos con plantaciones de  algodón, tabaco, fique y plátano.  El fique jugó un papel clave en la confección de costales, líchigos,  enjalmas y alpargatas, elementos fundamentales para el almacenamiento y transporte de los productos del campo.




Acompañado a veces de su mujer o de alguno de  sus hijos, don Pedro viajaba cada mes hasta Santa Rosa de Cabal con el propósito de vender sus productos en el mercado y de comprar lo indispensable para el sostenimiento de su familia.

Era un camino  largo y muy culebrero el que debían recorrer en ese viaje de ida y vuelta que en verano les calcinaba  las espaldas y en invierno amenazaba con   lanzarlos por  un despeñadero,  en medio de una corriente de lodo.

Las otras formas de cultivar.

No olvidemos que cultura viene de cultivo. De sembrar y cuidar para recoger algo. A  través de su historia los habitantes de Marsella han conocido las dos maneras de cultivar: la de plantar la tierra y la de nutrir el espíritu. El más  visible de todos esos frutos es la Casa de  la Cultura.

Por los espaciosos corredores de sus tres plantas pasearon, taciturnas  o gozosas, las estudiantes del colegio las Bethlemitas. En  su capilla  siempre iluminada por una veladora, las monjas profesoras depositaron sus angustias y sus ilusiones. Más de un espíritu agobiado descargó de golpe toda su desazón en un interlocutor misericordioso que se tomó la molestia de escucharlo.

Pero esos eran otros  tiempos, más sombríos.

                                                Fotografía: El Diario


Porque hoy, declarado patrimonio histórico y arquitectónico del país, el viejo caserón restaurado tantas veces es una suerte de carnaval en perpetua renovación que alberga, en primer lugar la historia viva del municipio. En sus corredores y salones el visitante puede tomarle el pulso a  cada uno de los momentos en que Marsella ha entrado en contacto con las novedades del mundo. La  imprenta, el cine, el fonógrafo y la radio,  así como los instrumentos utilizados por músicos y artesanos devienen un rastro a la vez mudo y elocuente. Si el visitante se deja llevar, no tardará en descubrir que esos objetos y retratos le cuentan cosas.

Si se detiene por aquí, la fotografía de una muchacha hoy muerta y enterrada le hablará del fulgor irrecuperable de la juventud.

Si hace un alto frente a un instrumento musical no tardará en descubrir que los viejos bambucos y pasillos todavía alientan en el aire, mezclados con las tonadas modernas que un grupo de jóvenes interpretan bajo la orientación de un maestro egresado de la Universidad Tecnológica de Pereira.

Y abajo, presidiéndolo todo, desde uno de esos patios empedrados que tenían sus veraneras y sus fuentes de agua, las piezas de un enorme tablero de ajedrez contemplan un rectángulo de cielo azul velado por un techo de tejas de barro.

Quién sabe. A lo mejor esos ejércitos de reyes y reinas, de torres y caballos, de alfiles y peones dirimen en la alta noche, cuando  nadie los ve, un viejo pleito  no resuelto desde los días aciagos de Villa Rica de Segovia.

Porque  este lugar tampoco escapó a la locura de nuestras guerras seculares. Las que, disfrazadas bajo otras consignas, perduran  hasta nuestros días.

Lo nuestro es la vida.

“Somos conscientes de que Marsella, igual que todo el país, ha sido protagonista de muchas de esas manifestaciones violentas. Pero, sin negar esa parte de  nuestra historia, hoy queremos jugárnosla toda a las cartas de la vida”.

El tono firme de su voz no admite apelación. Es Adriana Grisales, la bibliotecaria de Comfamiliar Risaralda en Marsella. Cuando cruza la plaza  principal con su melena dorada llameando al viento, los parroquianos que dormitan en las bancas  se sobresaltan con ese paso que la lleva hacia el lugar donde las comunidades requieran un soplo de vida. Puede ser una proyección de cine, un taller de plastilina o una jornada de promoción de lectura. A pie, en moto o en jeep Adriana consiguió llegar con su propuesta creativa a un sector tan brutalmente apaleado como el de Beltrán, el recodo del río Cauca adonde fueron  a parar cientos de  cadáveres durante los años duros de la guerra en el Norte del Valle.




Cuentan las crónicas que los campesinos utilizaban sus viejas redes de pescar para sacar cadáveres de las aguas

“Pero hoy es otra cosa”, insiste  Adriana. “Al principio era muy duro ver como los niños dibujaban  en sus cuadernos los cuerpos que veían sacar del río. Pero  de  a poco las cosas empezaron a cambiar. La  alegría empezó a regresar a sus vidas. Los  padres y los maestros, que en principio se mostraban descreídos,   cambiaron de actitud. En algún momento del camino sus propias vidas comenzaron a ser transformadas por la cultura y ellos mismos  empezaron a pedir que los programas culturales no solo se mantuvieran sino que se multiplicaran. Esa es una de las razones por las que podemos afirmar que Marsella vive hoy otra  parte de su  historia”.

Con una cuchilla

“Si no  me querés / te corto la cara/ con una cuchilla/ de esas de afeitar…”

¿Quién no ha cantado al menos una vez en su vida esa tonada de Las Hermanitas Calle?

Bueno, sucede que a mediados del año 2015 los habitantes de Marsella  despertaron y descubrieron que, por obra y gracia de un sortilegio, vivían dentro de una telenovela, cuyos actores se paseaban por las calles del pueblo.

Salían de misa y se encontraban  con Danielle Arciniegas.

Regresaban de la compra en la carnicería y se tropezaban con Juan Pablo Urrego.

Los muchachos   terminaban la jornada escolar y se quedaban sin aliento al darse de narices con Carolina Gaitán.

Tres factores incidieron para que los productores decidieran grabar su telenovela  sobre esas legendarias cantantes del género carrilera en algunas locaciones de Marsella:

Su cercanía a Pereira.

Su vocación cafetera.

Y sus muy bien conservadas fachadas.

Y entonces se produjo el fenómeno: como una cuchilla que todo lo arrasa, miles de turistas de todos los rincones del país se lanzaron sobre el pueblo, ávidos de color local.

Un domingo sí y otro también, sorteaban las conocidas y mareadoras curvas para constatar con sus propios ojos lo que veían en la pantalla.

 Como era de esperarse, lo desbordaron todo en un pueblo que no estaba preparado para eso: los restaurantes, los hoteles, las cafeterías, los parqueaderos, los urinarios,  los parques.

Y  una vez pasada la fiebre, se fueron para no volver.

Pero en el aire de Marsella quedó flotando una pregunta: ¿Qué pasó con aquella “vocación turística” de la que se hablara tanto en los años ochenta del siglo anterior?

Los días dorados de don Manuel Semilla.

Cada quien a su manera: líderes comunitarios, políticos, gobernantes, jóvenes, hombres y mujeres aventuró su propio catálogo:

La Casa de la Cultura

El cementerio

El Jardín Botánico

La  Serranía del Nudo

El avistamiento de aves

Las muchas quebradas y riachuelos

La reserva natural

La ruta del agua

La ruta de las artesanías

La ruta del chocolate

Don Tomás Iza, el maestro de toda la vida, no se cansó nunca de recordarles que el municipio tenía un potencial nunca aprovechado del todo y que eso de Villa Rica de Segovia no era una casualidad.

Sin ponerse de acuerdo todos evocaron los tiempos  en que la obra de  don Manuel Semilla obtuvo un reconocimiento internacional. Como bien lo anotara el exgobernador Carlos Arturo López, todavía  no se habían inventado las políticas ambientales y eso de crear un Jardín Botánico les parecía a muchos una cosa de locos.

“Hoy, muchos añoran esas locuras”, sentencia López mientras  le quita los piojos, o vaya uno a saber qué bichos, a una de sus orquídeas.

 “Vivimos dándole la espalda a un tesoro”, repetía don Tomás, al tiempo que alzaba un dedo índice admonitorio mientras disfrutaba el café mañanero.

Dicen  que en esos momentos miraba en realidad  hacia adentro  evocando los pasos de  sus ancestros llegados de oriente.




Grano Rojo

Guillermo Gamba es uno de esos hombres que han hecho de todo en la vida. De  maestro rural a catedrático universitario. De consultor de proyectos a fabricante y vendedor de obleas. Su esencia es la esos trashumantes  que toman todo lo que encuentran el camino y lo amasan a la medida de sus anhelos. Por eso un día decidió consagrarse a la escritura de cuentos y novelas en los que hace de la historia mito  y de la leyenda  historia. Por  las páginas de una novela como Tacaloa, viento y sueños gravita una  Marsella muy suya, ingrávida a veces, como la neblina que abraza los campos en las madrugadas. Pero en otras es dura y golpea con el mazo de sus violencias tempranas. Todas esas cosas  las condensa en un blog al que decidió bautizar como Grano Rojo, en homenaje a esta tierra que lo despertó  a las primeras alucinaciones del deseo y el pavor.

Como  en un espejo.

En una de las vitrinas de la Casa de la Cultura reposa una prenda que parece cansada, como el cuerpo del futbolista que una vez la lució en un estadio lejano. Es una camiseta del club Olympique de Marsella, la ciudad hermana de esta  Villa Rica de Segovia sin mar pero  igual habitada por hijos errantes que un día están aquí y mañana en el otro extremo del planeta.

A veces, algunos turistas provenientes de ese puerto sobre el Mediterráneo llegan a esta otra Marsella que les devuelve la paz con el rumor de sus riachuelos, con el súbito vuelo de un colibrí o con el sabor de un buen plato cocido en leña.

En algún momento de su estadía todos se sorprenden con la cantidad de veces que un nombre se repite en establecimientos públicos y privados de la localidad: el del sacerdote Jesús María Estrada.

Y, si quieren, pueden animarse con un par de aguardientes en un bar de la plaza mientras al fondo suena La cuchilla, de Las Hemanitas Calle.

A lo mejor en ese juego de espejos asistan a su modo a otro despertar de las conciencias.


PDT:  Les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada

https://www.youtube.com/watch?v=I86No1YcDfM