jueves, 31 de enero de 2019

Las neuronas según Aranguren











Mi vecino, el poeta Aranguren, empezó el año 2019 bastante inquieto.

No sé: puede ser alguna alineación  de los  astros o los efectos colaterales del ascenso de su amado Unión Magdalena a la primera división.

El mismo día en que apareció en mi casa con  una antología de versos  de  Fernando Pessoa, Aranguren se despachó contra esa moda administrativa que todo lo asocia al funcionamiento del sistema neuronal.

“¡Ñeeeeerdaaaaa, compadde, ahoda no van a dejad tanquilaj a laj pobrej neudonaj, que no  han hecho nada dijtinto  a trabajad en jilenjio pa que ejta vaina funjione!” exclamó, señalando una revista de administración en la que un tal Benito Mendieta explicaba por qué  las empresas deben funcionar tal cual lo hace el cerebro: como circuitos o redes de neuronas cuyo contacto genera permanentes actos creadores de realidades.

En el caso de las empresas, los individuos son las neuronas.

Tranquilo poeta, tranquilo, le dije, antes de sentarme a echarle un vistazo al artículo en cuestión.

El primer desafío consistió en sobrevivir a la obviedad del título: La inteligencia de las neuronas.

Como si alguien hablara del carácter acuático del agua.

Las neuronas son lo más parecido a un milagro: todo el tiempo trabajan para garantizar nuestra supervivencia.

Así de simple.

Debe ser esa sencilla complejidad lo que seduce  tanto a los gurús que van por el mundo patentando 
fórmulas para todo.



“Cualej  gurúj, cooññoo, ji jon on como culebledoj con computadod y  pdejentación en poued poin”

“Culebreros con computador y presentación en power point”, este Aranguren se las arregla para presentar las cosas con una capacidad de síntesis abrumadora.

Esto de las modas administrativas ha seguido un curso paralelo al de  la obsesión con los productos naturales: cada diez años aparece una planta  capaz de prevenirlo y curarlo todo: la Uña de gato, el  Noni, el Confrey,  la Flor de Jamaica.

Una buena campaña de promoción, unos cuantos testimonios dudosos y la gente se arroja en masa a consumir la fórmula mágica.

Varios años transcurridos y una docena de intoxicados  provocan un repentino cambio de parecer.

Lo mismo pasa en el campo de los negocios y la administración. Desde los tiempos de El vendedor más grande  del mundo hasta hoy, las teorías y fórmulas para  alcanzar el éxito no cesan de multiplicarse.

“ Me puedej dejid quién je acuedda del tal Miguel Ángel Codnejo? Haje  veinte añoj, la gente je babeaba y laj empresaj pagaban millonadaj pod su cháchada”.

Tienes toda la razón, poeta. En esa época supe de ejecutivos que experimentaban orgasmos múltiples con solo escuchar las conferencias del Cornejo en cuestión, le dije.

Una pizca de economía por aquí, un par de frases tomadas de Cristo, Platón y Buda por allá, una sentencia  del refranero popular y ¡Ábrete Sésamo!  Ya tenemos una nueva teoría destinada a revolucionar el mundo de los negocios.



Así que no sorprende que les haya tocado el turno a las neuronas. Cuando uno lee lo que científicos como Rodolfo Llinás le dicen al respecto entiende su poder de seducción: son tan bellas que constituyen en sí mismas una metáfora  del acto creador.

Es más: las neuronas están inventándonos a cada segundo.

Todo el tiempo están urdiendo un relato: el de nuestra propia vida.

Es lo que sugiere Llinás en su libro El cerebro y el mito del yo, una obra alentada a partes iguales por la ciencia y la poesía.

Intento  explicárselo a Aranguren de esta manera: bien sabemos que las modas obedecen a la necesidad que los humanos tenemos de experimentar la ilusión  de lo nuevo, ya se trate de vestidos, de canciones o de ideas.

En el caso de la más reciente moda administrativa anclada en  la imagen de las neuronas, se trata del viejo y conocido trabajo en equipo presentado con otra etiqueta.

Trabajo en equipo: desde el comienzo de los tiempos esa ha sido la clave del desarrollo económico y empresarial.

Cruzar océanos, edificar templos, fundar factorías: nada de eso es posible sin trabajo en equipo.

Y las neuronas sí que saben de  eso. Sin ese trabajo en equipo yo no podría estar aquí conversando con ustedes.



Pero Aranguren es obsesivo y no quiere atender razones:

“¡Ñeeerrrdaaa, que neudonaj pod aquí, neudonaj  pod allá!”

Calma, calma, poeta, le digo. Como todas las modas, ésta también pasará y ya les tocará el turno a otros.

A las termitas, por ejemplo.


PDT. Les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada


jueves, 24 de enero de 2019

La llanura interior





 “Hace veinte años llegué a  las llanuras con los ojos bien abiertos, atento a cualquier elemento del paisaje que pareciera insinuar algún significado complejo más allá de las apariencias”,  declara de entrada el narrador de Las llanuras, un clásico de la literatura australiana escrito por Gerald Murnane, autor, entre otros, de los libros A Lifetime on Clouds y Barley Patch.

Gerald Murnane es  un gran aficionado a las carreras de caballos y nunca ha  viajado en avión.

El dato puede parecer meramente anecdótico, pero, puestos a pensar, da algunas claves para aproximarnos a la esencia de este inquietante y breve relato que en sólo ciento cuarenta y siete  páginas  nos devuelve al corazón de las grandes metáforas de ese devenir en el tiempo y el espacio que llamamos nuestra vida.

Los jinetes, los caballos y los aviones suponen un intento de conjurar y  equilibrar la siempre inconstante relación entre el tiempo y el espacio.

Eso suponiendo que el tiempo y el espacio existan como entes reales y no como  simples convenciones de la mente.

No por casualidad el autor de Las llanuras nos advierte sobre la necesidad de un significado complejo más allá de las apariencias.

Si somos apariencia, si aparecemos ante los otros  y ante nosotros mismos, eso debería tener algún  significado.

 A esa búsqueda han consagrado su vida los poetas y pensadores de todos los tiempos.



Gerald  Murnane vuelve a intentarlo en este perturbador relato que regresa a la vieja idea de las montañas, los ríos , los mares y las llanuras como metáforas que intentan  desvelar  el más inefable de todos los misterios: el de la existencia que fluye, y por eso mismo no se deja aprehender.

¿Cómo  hablar de una historia y una identidad individual y colectiva si somos apenas chispas minúsculas que brillan y se desvanecen en la noche infinita  del tiempo?

El narrador de  Las llanuras  es un joven realizador de cine que se propone, cámara en mano, llegar a lo más hondo del misterio de los hombres y mujeres habitantes de esas tierras, acostumbrados a enfrentarse cada mañana y cada noche a lo inabarcable.
  
A lo mejor por eso estos  terratenientes  beben tanto y veneran el   trabajo de los artistas: esos individuos empeñados en la tarea desesperada de encontrar  significados en las apariencias.

He ahí el profundo sentido de la heráldica como soporte de una improbable identidad. En este caso la identidad de los habitantes de las llanuras, enfrentados siempre a los hombres de las costas y del interior.

Eso es lo que intuye el narrador, sentado en la  sala de espera de un hotel, donde aguarda el momento de su cita con los terratenientes:

“Algunos de aquellos que esperaban a los grandes terratenientes en el bar del hotel me contaron que sus esperanzas se concentraban en intentar convencer a un hacendado en concreto de que el arte heráldico de su familia derivaba de una serie demasiado limitada de disciplinas. Uno de los aspirantes pretendía mostrar los resultados de sus investigaciones entomológicas y argumentar que los destellos metálicos y los prolongados rituales de una avispa que vivía en un hábitat restringido podrían corresponderse con algo que todavía no había encontrado expresión en el arte de una familia a cuyo mecenazgo  aspiraba".



La cópula de una pareja de insectos como expresión del anhelo de libertad de  estas familias encerradas en mansiones llenas de libros en los que intentaban descifrar los arcanos de  un mundo siempre haciéndose y deshaciéndose ante sus ojos.

¿Qué  sentido tenían el amor convencional y los complicados mecanismos  de la institución matrimonial frente al frenesí sexual de los conejos   apareándose una y otra vez en la llanura?

Por lo visto, los humanos habían equivocado una vez más el camino.

Y en el caso de los habitantes de las llanuras  buscaban reencontrar el rumbo  en las páginas de los manuscritos, en las figuras de animales, en los personajes de la mitología que florecían  en sus escudos o en los destellos de ámbar del whisky que escanciaban en sus formidables vasos.

Por eso se  admiran ante la presencia de ese realizador de cine que pretende revelar con sus cámaras aquello que son pero que no está en el paisaje, porque en realidad alienta del fondo de cada  uno: lo   que llaman el alma.

Una tarea imposible, desde luego.

Porque los ríos, las montañas, los mares y las llanuras están antes y después de los hombres, pero nunca  en los hombres.

Esa imposibilidad es la que empuja a los terratenientes a patrocinar el trabajo de los artistas: todos aspiran que acontezca el milagro. Algo que explique el sentido del amor, del deseo, de los recuerdos, esas múltiples formas del espejismo que es toda vida.

                                               Gerald Murnane


En  su recorrido, el autor nos da algunas pistas sobre su búsqueda inútil:

“Dormí desde la primera hora de la noche hasta justo antes de que saliera el sol. Me levanté, salí al balcón y contemplé el amanecer sobre las llanuras. Me sorprendió descubrir que apenas unos minutos antes del alba, incluso en medio de aquel paisaje, todavía me embargaba la esperanza de que ocurriera algo distinto a la habitual salida del sol. Y aquella mañana más que nunca se me hizo raro verme a  mí mismo como el personaje de una película, y las calles y los jardines que se extendían a mis pies, portentosos ya de por sí, como un  decorado cargado de   redoblada  importancia”.

La existencia como un decorado cuyos códigos  estamos obligados a descifrar. O al menos debemos intentarlo.

Y para eso  tenemos que comprender lo más difícil: que los verdaderos viajes  son mentales y por eso debemos buscar el paisaje dentro de nosotros mismos, no afuera.

PDT . les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada

jueves, 17 de enero de 2019

Pessoa y Aranguren: llorar frente al mar






Ustedes ya conocen los rasgos más distintivos del poeta Aranguren.

Su jovialidad sin límites. Su fino humor costeño. Su amor por el  Unión Magdalena. Su gusto por el aroma cerrero del ron Tres Esquinas. Su enrevesada dicción caribeña mezclada con regionalismos paisas.

Desde que  nuestros caminos se cruzaron, hace cosa de veinte años, hemos compartido  pasiones comunes: la  gran poesía de aquí y de todas partes. Los narradores norteamericanos de todos los tiempos. Los viajes en barco alrededor del mundo, siempre anhelados  y jamás realizados.

O a lo mejor sí: dado el talante ilusorio del mundo,   quizá  hemos  repetido en sueños esos viajes  una y otra vez y apenas los recordamos como un manojo de nubes grises y blancas que se deshilachan ante el embate de la más leve brisa.

Por eso nos gusta pararnos frente al mar a decirles adiós con la mano a unos seres desconocidos que podemos ser nosotros mismos: nuestra infinitud de vidas posibles.

Pues bien,  al caer la tarde del pasado lunes 14 de enero, Aranguren tocó a mi puerta blandiendo un ejemplar recién comprado de Pessoa Múltiple, Antología Bilingüe, publicado al alimón entre el Fondo de Cultura Económica y Camoes, Instituto da Coperacao E Da Lengua, Portugal.

Olvidé decirles que la obra de Fernando Pessoa y sus heterónimos es otra de nuestras devociones.



 Pienso que el título del libro es redundante: lo que define al poeta portugués es su multiplicidad.

Tocado desde su infancia por la lucidez, Fernando Pessoa asumió bien temprano que, para no sucumbir ante la futilidad del ser, uno debe forjarse muchas identidades. Todas las que pueda, porque al final éstas últimas también se desvanecerán.

Y nos dejarán desnudos a la vera del camino.

De modo que nos  sentamos en esa luminosa tarde de enero y abrimos  las páginas del libro en cualquier parte. En este caso, la numerada con el   treinta y siete: un poema titulado  Soy un evadido, firmado por Pessoa, digamos, en persona:

“Soy un evadido.
Apenas nací en mí me encerraron,
Pero yo me fui.
La gente se cansa
Del mismo lugar,
¿de estar en mí mismo
no me he de cansar?
Mi alma me busca,
Yo me escabullí,
Ojalá que nunca señale: “está allí”
Ser uno es prisión,
Ser yo ya no  es ser.
Viviré escapando
Y así me hago valer”

Esos versos breves son una declaración  de principios. La  piedra  sobre la que Pessoa y sus otras personalidades- que alcanzan, según algunos estudiosos, las trescientas dieciséis - edificarán lo que, a falta de un nombre mejor, podríamos llamar una serie de biografías.

Aunque más bien podríamos hablar de una sucesión de máscaras que se superponen al modo de un palimpsesto y ocultan cada vez más la verdadera condición- que frase más equívoca-  del hombre nacido para el registro civil  en Lisboa el 13  de junio de 1888 y muerto el 30 de noviembre  de 1936.



Pero esos  son sólo  datos.

Lo esencial sólo podemos sospecharlo en la  suave cadencia de estos versos creados por Ricardo Reis, otra de sus máscaras:

Amo las rosas del jardín de Adonis

“Amo las rosas del jardín de Adonis.
Amo, Lidia, esas efímeras rosas,
       Que el mismo día en que nacen,
        Ese  mismo día mueren.
La luz en ellas es eterna, porque
Nacen tras nacer el sol, y se acaban
               Antes de que Apolo deje
               Su recorrido visible.
Hagamos  nuestra vida  así un día,
Incientes, Lidia, voluntariamente.
    Noche hay antes y después
    De lo poco que duramos.”

La fugacidad de la vida es un tópico de las literaturas de todos los tiempos.

Pero Pessoa y sus heterónimos  tienen una forma de decirlo que nos devuelve, intacta, la esencia del misterio de nuestro tránsito por el mundo.

Aquí estamos  frente a otro lugar  común: todos sabemos de esa transitoriedad, pero para no sucumbir a la certeza de que, rumiada cada día, podría conducirnos a la locura, optamos por ignorarla. 



Igual que Sísifo con su piedra nos empecinamos cada mañana en dotar de sentido a lo inabarcable.

Al menos es lo que se nos sugiere en este poema titulado  Mar portugués:

“¡Oh,mar salado, cuánta de tu sal
son lágrimas de  Portugal!
para cruzarte, ¡cuántas  madres lloraron,
cuántos hijos en vano rezaron!
cuántas novias quedaron por casar
para que fueses nuestro, oh mar!

¿Valió la pena? Todo vale la pena si el alma no es pequeña.
ir más allá del cabo Bojador
es ir más allá del dolor.
Dios al mar y el peligro dio,
pero en él fue que el cielo reflejó”.

La vida y la muerte trenzadas en esa imagen resumen buena parte de las metáforas marinas que conocemos.

El mar  como una conjugación de adioses y recibimientos.



“Ir más allá del dolor” parece ser la esencia del Fado, esa música portuguesa donde se condensan todas las tristezas de un pueblo hecho de conquistas y derrotas en mares lejanos.

Una suerte de blues de navegantes.

El mar de lágrimas que  complementa el valle de la plegaria católica.

El mar  de Pessoa que el poeta Aranguren vino a evocar en mi casa esta luminosa tarde de Enero.


PDT : les  comparto enlace a la banda sonora de esta entrada


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