La expositora,
abanderada de la causa del llamado lenguaje incluyente, ese que pretende obligarnos a decir los niños y las niñas, los doctores y las doctoras, los
ingenieros y las ingenieras, como si nos fallara un circuito del cerebro,
respingó la nariz con un gesto de asco al llegar a la esencia de su tesis :
según un estudio cuya fuente no quiso o
no supo precisar, un alto porcentaje de ejecutivas bellas y exitosas han
logrado su ascenso gracias al uso del
sexo como instrumento de manipulación de sus socios o empleadores. Lo dijo con el tono de quien
acaba de reinventar el principio de
Arquímedes o de hallar una fisura en los argumentos de la Teoría de la relatividad.
Aquí tenemos una
curiosa forma de feminismo, le dije a mi
compañero de mesa en un intento por descifrar el sentido de las palabras de esa
mujer a quien su anfitrión presentó como Ilene Velasco, maestra en ciencias de
la familia, título este que solo consiguió
aumentar mi grado de confusión. Esta singular dama pretendía
defender a sus congéneres descalificando
sus logros y acusándolas de haberlos alcanzado a través de faenas en la cama. Se trataba de uno de esos programas de
televisión con pretensiones educativas que uno se ve obligado a ver en los
restaurantes donde los encienden a dos
metros de altura sobre su cabeza a unos volúmenes que impiden cualquier diálogo
racional con el interlocutor.
Desde que el
mundo se llenó de estudios sin fuente precisa y de expertos sin nombre, basta
invocarlos vagamente para expresar cualquier sandez. Durante el gobierno del ex presidente Uribe, un hacendado proclive a utilizar parábolas agrícolas para expresar ideas elementales sobre economía y
política, hizo carrera en Colombia la existencia de un oscuro Instituto de
Altos Estudios Uribistas creado por sus aduladores, cuya sola mención provocaba
la ilusión de algo muy profundo y de difícil acceso a los mortales.
Por lo visto, la
expositora transitaba en la misma
dirección ¿Acaso no ha leído un solo
libro de Historia o al menos un relato
bíblico? Le pregunté a mi acompañante, indeciso entre las espinas del
pescado y las indigestas ideas de la
experta en ciencias de la familia. De haberlo hecho, sabría al menos que
desde los primeros homínidos el
sexo ha sido un mecanismo de acceso al
poder y a su vez este último constituye
una patente de corso para llegar al
sexo. La razón es muy simple: el sexo en sí mismo es fuente de poder.
Hasta ahora la única capaz de garantizar
nuestra supervivencia. Lo sabe cualquier cronista de la farándula: los
ricos y famosos tiran mucho. Tanto como
los machos Alfa y las hembras bellas de una manada de ciervos.
Resulta de veras
extraño. Exploramos el espacio exterior,
desarrollamos tecnologías capaces de
conectar en simultánea todos los rincones
del planeta, inventamos edificios “inteligentes” y nos convertimos en mimosas
púdicas cuando se trata de incursionar en
las arenas movedizas del sexo. Llegados a ese punto somos poco menos que una
duda viviente, como esta señora a quien
le parece pecaminoso que las
ejecutivas bellas aprovechen sus
atributos para hacer negocios. Si mal no
recuerdo, lo mismo hacían las traviesas amiguitas del rey Salomón, empezando por la legendaria reina de Saba.
Quizá la clave
de todo esté en Suecia, le dije a mi amigo, vencido ya por las espinas del pescado.
Le recordé que la educación sexual de nuestra generación estuvo a cargo de la revista Sueca, una
publicación con fotografías a color que
nos llevó de la mano por los misterios del cuerpo propio y del ajeno. Más de un
lector la habrá comprado con gesto furtivo
en su temprana juventud y ahora no quiere acordarse. Queda exonerado de
culpa. Ya lo dije: en estos asuntos somos mimosas púdicas. Ustedes las conocen. Esas plantas cuyas hojas y flores invitan al tacto pero se retraen ante el menor roce. De Suecia era también Ingmar Bergman, un atormentado director de
cine especializado en crear personajes
aplastados por los dogmas de la familia y la iglesia. Durante años resolví mis
dilemas existenciales con ayuda de los diálogos entablados por sus personajes
adolescentes. Las urgencias del bajo vientre
las aliviaba a escondidas con la asesoría de los expertos de la revista
Sueca. Por ahí va la cosa, le repetí. Seguimos asomándonos al sexo como a una
vieja revista escondida entre las páginas de un periódico. Por eso
la entrañable revista Sueca pudo
mutar hacia Internet y procrear
una infinita familia de páginas web
destinadas a abonar la tierra donde crece la mimosa púdica.