miércoles, 28 de octubre de 2020

El árbol de las brujas

                                            Modelo: Angie


Cuando releí por tercera vez  El árbol de las brujas, el libro de Ray Bradbury, hace unos   cinco años, me vino de golpe a la memoria una imagen de la infancia:

Estoy acurrucado en la cocina de la casa de mis abuelos Martiniano y Ana María en su pequeña  finca de una vereda llamada El Tigre.

A la lumbre de una vela de parafina, que se me antojaba infinita y mágica, los viejos se turnaban para contar historias de duendes, brujas, diablos y espantos que nos enviaban a la cama poseídos de un dichoso pavor.

Una de ellas tenía como escenario un enorme y pródigo árbol de aguacate ubicado a un costado de la casa, justo enfrente de una pared encalada en la que mi tío Ever había dibujado un tigre al acecho desde  el ramaje de un arbusto.

En  fin que, según los abuelos, el árbol de  aguacate era tomado por las brujas en noches de plenilunio.

- Se  ríen a carcajadas, decía Ana María, animada por el timbre de su propia voz.

- Además se cagan en las ramas del árbol, agregaba Martiniano, alzando su dedo índice de contador de historias silvestre.

Según el viejo, esa era la prueba irrefutable de la visita de las brujas: la ofrenda de mierda que aparecía al otro día entre las ramas.

Pastor Romero, un curtido agricultor que vivía con ellos en la finca, creía que eso explicaba la milagrosa fertilidad del árbol : en tiempos de cosecha nos alimentábamos mañana, tarde y noche con esos frutos abonados con estiércol de bruja.



Más de  una noche de luna llena monté  guardia en compañía de mis primos Miriam y José Roberto  a la espera del prodigio, pero los viejos, mañosos como buenos campesinos, nos sorprendían en el último momento  y nos obligaban a acostarnos bajo amenaza de azote con un rejo  de enlazar potros.

Así eran los métodos  educativos en esos tiempos.

Desde entonces hasta hoy me han asaltado dos preguntas: ¿ De qué o de quién se ríen las brujas? ¿ En quién se cagan?

Pues  en nosotros. O mejor dicho : en el orden del mundo.  Expresado de otra manera: en el poder, en todos los poderes, sobre todo el religioso, expresión de todos los demás y empeñado en aplastar lo que de instintivo y animal alienta en los humanos.

Es decir, en el cuerpo.

No por casualidad, en la imaginería cristiano católica la bruja es amiga y amante del diablo, esa fuerza telúrica personificada en la figura del macho cabrío con su falo siempre enhiesto y listo para el asalto.

Aquelarre, Francisco de Goya


De hecho, la palabra vasca aquelarre lo ilustra con precisión: en esos ritos, oficiados de forma clandestina en la alta noche y en la espesura del bosque, se renuevan las bodas milenarias entre las brujas y el diablo. 

A lo mejor por eso mismo los freudianos, obsesionados con la figura del falo, creen ver en el palo de la escoba que les sirve de transporte a las brujas un símbolo del órgano sexual masculino.

Según eso, las brujas vuelan de una dimensión a otra de la existencia utilizando como vehículo un macho de la especie humana.

El órgano sexual masculino, ese símbolo de poder que solo puede  ser domado por otro poder aún mayor: el del sexo de la mujer.

Desde el principio, las brujas son pues grandes rebeldes, criaturas indómitas que aparecen en la mitología clásica en las figuras de Circe , Ariadna y Medea.

Shakespeare apela a ellas en varios de sus dramas, entre ellos Macbeth.

Mucho más atrás, versiones  apócrifas del Antiguo Testamento  sugieren que un demonio femenino- un súcubo- habría sido la primera mujer de Adán, antes del relato del Paraíso Terrenal.

Modelo : Angie


Pero vuelvo a mi árbol de las brujas, definitivo y eterno como todas las visiones de la infancia.

Porque en realidad hay más preguntas. Por ejemplo: ¿por qué las brujas sólo salen de noche?

La respuesta más obvia es que el mundo duerme y así ellas pueden volar y reinar a su antojo. Pero sospecho que el asunto  tiene matices más sutiles: las sombras de la noche suponen siempre una liberación de  las cosas que nos esclavizan durante el día. De  la colección de máscaras que nos imponemos para velar nuestra condición más esencial.

En la noche se caen las máscaras del buen ciudadano, del padre ejemplar, del pastor de almas, del empleado obsequioso. La vieja encrucijada del Dr. Jekill y Mr. Hyde.

La ordalía del vampiro luminoso.

La bruja se levanta contra ese mundo. Por eso se hace objeto de persecución y es condenada a la hoguera.

Pero, igual que  otro gran mito, siempre  resurge de sus cenizas: está protegida por las fuerzas primordiales de la vida.

Sólo que en una época tan empecinada en disfrazar su locura de racionalidad como la nuestra, ha sabido hacerse de otros ropajes y emigró del mundo rural al urbano. En lugar de árboles frecuenta  rascacielos, volando en avión de Nueva York a Hong- Kong y de París a Islamabad en un eterno viaje de ida y vuelta.

Se ríe de todos los poderes establecidos. Su carcajada adopta forma de canción, de baile, de orgía, de melodía de arrabal. Es su particular forma de afirmarse.

Ah… y lo mejor: sigue cagándose en todo y en todos.


PDT. les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada
https://www.youtube.com/watch?v=rcDBUNFd4Rk

jueves, 22 de octubre de 2020

Los acertijos de la ficción


Los textos de ficción nos atraen, entre otras razones, porque plantean una urdimbre de acertijos que se despliegan ante los ojos del lector sin que este pueda responderlos todos : ¿ Quienes son esos seres dotados de ideas y sentimientos, que vagan por lugares tan reales como imaginarios? ¿ De dónde vienen y hacia dónde se dirigen esas criaturas dotadas de sueños, de anhelos, de  deseos y que por eso mismo gozan, sufren y padecen   frustraciones del nacimiento a la muerte, hasta que que se disuelven en la nada, como todo?

La tentación más fácil es decir que vienen de la mente  del autor, lo que remite a una  nueva suma de paradojas bastante parecidas a las propuestas por Douglas R. Hofstadter en su libro Godel, Escher, Bach, Un eterno y grácil  bucle.

¿El  autor es un creador o es un medium? ¿Es un demiurgo o un simple instrumento de sus fuerzas inconscientes? ¿ Es la mente del individuo o la mente-mundo la que escribe?

Como , en caso de que tengan respuesta, todas esas preguntas sólo pueden conducir a nuevos interrogantes la opción más socorrida es echar mano de los prejuicios, esa suerte de habitación a oscuras en la que nos sentimos seguros… hasta que la vida nos obliga a echarnos a la calle , donde no tardamos en descubrir que esas ideas fijas son en realidad un obstáculo para comprender todas las dimensiones del vasto universo.

Traigo   todo esto a cuento a raíz de la lectura  de un texto firmado por Margarita Rojas y publicado  el 10 de octubre de 2020 en el portal web La cola de Rata, bajo el título   Literatura misógina: El vuelo de la reina,  alusión a la novela del escritor argentino Tomás Eloy Martínez.

Al final de esta entrada copio enlace al artículo en mención, para  omitir citas reiteradas.



De entrada, el  artículo plantea una declaración de principios: “ Al momento de terminar este libro sabía que necesitaba escribir algo al respecto. Estaba incómoda, angustiada y algo confundida”.

Buen punto de partida: lo mejor que le puede pasar a un libro es que escriban  acerca de él.

Hasta ahí todo resulta claro: incomodar, angustiar y confundir son algunos de los efectos colaterales de toda obra de arte digna de ese nombre. Para  tranquilizar   espíritus están los libros de auto superación.

Pero luego la autora  esgrime una secuencia de sustantivos adjetivos- repulsión, repugnancia- enfocados no a calificar sino a descalificar la obra de  otros autores contemporáneos como los norteamericanos Charles Bukowski, David Foster Wallace y el francés M. Houllebecq,  tachándolos de misóginos.

Se trata, repito, de una suma reacciones- ya que no reflexiones- suscitadas en la autora del  artículo por la lectura de El vuelo de la reina, una de las novelas tardías del escritor argentino Tomás Eloy Martínez, autor además de las obras de ficción La novela de Perón, Santa Evita, El cantor de tangos y el libro de periodismo Lugar común la muerte.

Y digo que no son reflexiones, porque la autora insiste una y otra vez  en que la lectura de la novela le produjo  repulsión y repugnancia y eso la  llevó a escribir su artículo. Puras reacciones instintivas que, bien lo sabemos, son el germen de todas las ideas preconcebidas . 

Bueno, náuseas, asco y fastidio es lo que siente uno  leyendo muchas de las grandes obras de la literatura universal y eso no las invalida. Todo lo contrario: revela  su potencial como instrumento para comprender el mundo, disfrutar de su belleza y denunciar sus atrocidades.

Pienso, por ejemplo, en las visiones del infierno de Dante Alighieri, en la obra de  L. F. Céline  o en las novelas de Donatien de Sade, rebautizado por sus  fieles  devotos como  El Divino marqués.

¿Era Dante  “ dantesco” o  era  “ sádico” Sade?  ¿ Era “maquiavélico” Maquiavelo?



Es más: ¿era Mark Twain  un supremacista blanco porque  recrea con entrañable patetismo la vida de los negros y su equívoca relación con los anglosajones en las riberas del río Mississippi?

Por supuesto que no, como no es Nabokov un pederasta por mostrarnos los abismos del sexo casi senil de un profesor con una  alumna  niña, ni es Ernesto Sábato un sicópata por desvelarnos detalles de  seres tan alucinados como Alejandra Vidal Olmos o el pintor Juan Pablo Castel, el asesino de María Iribarne.

Ellos son simplemente escritores de su tiempo, o para decirlo con palabras del propio Tomás Eloy, “sismógrafos” de su tiempo. Narran el sismo pero nada tienen que ver con él.

Si  todas las formas de  discriminación y abuso aparecen en esas novelas es porque ya están   en el mundo.

Para no sucumbir a esos reduccionismos fáciles es necesario tener claras las claves y los procesos de construcción de un personaje de ficción. Si este tiene la suficiente  solidez  para moverse solo por el mundo, a menudo trasciende al propio autor y puede incluso expresar una cosmovisión contraria a la de su creador.

De ahí lo riesgoso que resulta hablar del personaje como un “reflejo” o un  alter ego del autor: los personajes de Shakespeare no son Shakespeare. La  ficción  es algo mucho más complejo y fascinante que eso. Es una trama de  enigmas que, para bien nuestro y de la literatura misma, nunca lograremos resolver.

Decir entonces que El vuelo de la reina es “ Literatura misógina” conlleva un grave riesgo para el lector : reducir las obras y los autores a sub géneros  formulados desde los prejuicios de cada quien.

Siguiendo esa tónica , no tendríamos   literatura grande o mediocre, sino libros de ficción racistas, clasistas, comunistas, fascistas, homofóbicos, feministas o sexistas.

                                       Virginia Woolf

No sé qué pensarían Safo de Lesbos,  Virginia Woolf  o Margueritte Yourcenar si se vieran de repente cobijadas bajo la etiqueta de  “ Escritoras feministas”, por ejemplo.  En  realidad, ellas eran sólo  mujeres geniales que escribían, poniendo todas las facultades de su talento al servicio de una obra.

Fue eso lo que las hizo grandes, no su inexistente militancia.

Así pues,  algunos personajes de El vuelo de la reina pueden  resultar misóginos para la mirada de algunos lectores.  Y hasta ahí eso es válido. La literatura tiene, cómo no, un ineludible componente político. Pero confundir a Tomás Eloy Martínez o a cualquier gran escritor con sus personajes   supone la desventaja de aproximarse a ellos con el lente de los propios prejuicios- lo que Margarita Rojas llama “ Las gafas violeta”-  reduciendo  a la mínima expresión la infinita  gama de matices con la que una buena obra de ficción se permite enriquecer el mundo.

Enlace al artículo en mención

https://www.lacoladerata.co/cultura/resena/literatura-misogina-el-vuelo-de-la-reina/


PDT. les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada

https://www.youtube.com/watch?v=nokk4q2xBsY


miércoles, 14 de octubre de 2020

Gurús, influenciadores y otras pandemias



Un fantasma recorre el mundo : El influenciador, una suerte de entelequia resultado del cruce incestuoso entre el sacerdote, el inquisidor, el profeta, el gurú,  el demagogo, el  bufón y el  periodista.

De cualquier manera ha devenido líder, orientador, así a menudo   luzca más desorientado que todos, como se desprende de sus erráticas declaraciones en los medios de comunicación que se  alimentan de él   y lo alimentan en un inagotable círculo de regurgitación.  En ellas fija su posición  frente a todo  lo imaginable: la economía, la política, la ciencia, el ambientalismo, el sexo, las drogas. Es decir, todo lo comprendido entre el más allá y el más acá de lo humano.

Ese  es el primer eslabón de la cadena alimenticia. Del resto se encargan las redes sociales  con su reconocido poder de multiplicación.

Convertido en estrella del espectáculo informativo, el influenciador gurú acabó por suplantar al pensador, ese solitario que se consagraba con paciencia y tenacidad a la tarea de comprender los fenómenos, sus causas y consecuencias, para compartir  sus hallazgos con públicos dispuestos a asumir el riesgo de pensar por su propia cuenta.

Al finalizar la segunda década del siglo XXI, con la información convertida en un lucrativo negocio que cotiza en  el mercado de los valores y anti valores, los consumidores disponen de poco  o ningún tiempo para  hacer un alto en el camino y preguntarse por la naturaleza  y los protagonistas de los acontecimientos que los desbordan.


Atiborrado de cifras y datos, el pensamiento crítico y la capacidad para  formarse elementos de juicio frente al mundo acaban por sucumbir.

Los receptores de información quedan  entonces inermes.

Cuando eso sucede empiezan a reinar el caos y la confusión.  Y ese es el momento justo en el que surge el influenciador. Con su capacidad para el repentismo, aprovecha ese estado de cosas para formular lo que parecen respuestas definitivas a todas las situaciones del ámbito público y privado. Esa capacidad para las fórmulas mágicas lo hermana tanto con el  pastor religioso como con el autor de textos de autosuperación.

En ambos casos, la gente los ve, los  lee o escucha y  el mundo de las ideas entra en  hibernación, antes de pasar al siguiente estado: el de  la fe  en las revelaciones súbitas y sin  esfuerzo: el gurú y el influenciador lo resuelven con una frase que parece sabia en su banalidad.

Las audiencias quedan tranquilas por unos segundos.  Porque la característica de una revelación es su fugacidad. Y si acontece en las redes sociales el asunto alcanza cotas delirantes.  Por eso al caer la tarde, el número de confusos resulta ser más alto que al comienzo de la jornada.

En ese terreno acrítico empiezan a medrar  los caudillos de toda laya. Independiente de su  credo o filiación ideológica serán escuchados con sumisión. Después de todo,  su herramienta no  son los argumentos   sino el carisma. La capacidad para banalizarlo todo y reducirlo a frases hechas.


Por ejemplo, convertir una masacre en un homicidio colectivo.  Eso se consigue con un insistente  aparato de propaganda del que los influenciadores hacen parte: viven de eso, así  algunos se autopromocionen  como opositores al estado de cosas. En tiempos del capitalismo tardío  ser disidente  también vende.  El establecimiento  necesita  de su aparente espíritu contestatario para legitimar las formas de la democracia.

Con el  influenciador  se ha potenciado , además, una figura cara  a todos los mesianismos que en el mundo han sido : la del seguidor. Tanto, que la trascendencia de una vida puede definirse por el número de seguidores en las redes sociales.

Es la dictadura del Megusta.

Más allá de la información como nutriente básico, el  influenciador se alimenta  de seguidores. Es la fe  ciega de  estos últimos lo  que lo mantiene vivo.  Si aumentan, su poder sobre ellos crece. Si menguan, el pobre hombre puede empezar a sufrir de “ inseguridad sicológica”, otro eufemismo para nombrar el miedo.

Desde luego, los influenciadores  aparecieron bien temprano  en la historia. Al menos desde  que los mamíferos  nos  agrupamos en manada empezaron a jugar su rol de guianza.  Y siempre se cobraron lo suyo: las hembras más bellas y los pastos más frescos les eran concedidos.

No estamos pues, ante algo nuevo. En el transcurso de la historia  se han vestido con los ropajes mencionados al comienzo de este artículo, : el sacerdote, el profeta, el  político, el caudillo, el periodista.


Lo nuevo  es el crecimiento demencial de su poder.  Y eso si es efecto de las redes sociales, con su vertiginosa capacidad de multiplicación. Desde luego, no es culpa de internet: es la eterna condición humana siempre dispuesta a someter su voluntad, con tal de obtener la sensación de seguridad . Sólo eso puede explicar la variopinta fauna que conforma el  contingente de influenciadores :  políticos, deportistas, músicos, curas, gurús, músicos, vedettes y hasta  criminales como “ Popeye” el sicario, que en paz no descanse.

Y, de vez en cuando, un espíritu sensato y lúcido  irrumpe  en medio de esa manigua.

En todos los casos, los efectos son virales, para utilizar un concepto caro  al mundo de internet, reavivado por la irrupción de la Covid- 19 y su rápida propagación.

La hija adolescente de  mi vecino dice que el cantante Maluma es su influenciador. Supongo que, con otras palabras, lo  mismo pensaban los israelitas  de Moisés, mientras los  guiaba a través del Mar Rojo en su propósito de escapar de las garras del faraón.

Hoy atravesamos mares igual de turbulentos y nos asedian faraones más peligrosos.

Por lo tanto, el miedo  y la confusión alientan en las mentes y en los corazones.

A lo mejor eso explique la  pasmosa  capacidad de contagio de los influenciadores.

Para bien del pensamiento crítico y la autonomía de las personas, ojalá encontremos pronto una vacuna.

Ojalá.


PDT. Les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada.

https://www.youtube.com/watch?v=d_VHFyaSXQw

jueves, 8 de octubre de 2020

Janis o el dolor




    I remember you well in the Chelsea Hotel

     You were talking so brave and so sweet

     Giving me head on the unmade bed

     While the limousines wait in the street

     Those were the reasons and that was New York

     We were running for the money and the flesh

     And that was called love for the workers in song


                          Leonard Cohen

                          Chelsea Hotel


Hay seres que cruzan por la vida con alas en los pies. Son criaturas aéreas que parecen tocadas por la gracia.

Otros, en cambio, desde el nacimiento hasta la muerte arrastran pesadas cadenas. El suyo es un destino de penas y olvidos.

Pero existen otros- pocos, en verdad- capaces de volar acarreando su fardo durante un breve tiempo antes de hacerse remolino de fuego y desaparecer en  su propia nada .

Para ellos la vida es una herida de muerte. Camino calcinado.

Son como esos insectos que nacen al llegar la noche y mueren al despuntar el alba. En ese tránsito alumbran la trayectoria de  otras  criaturas minúsculas y  a menudo invisibles.

Así ha transcurrido la vida de muchos artistas. Sobre todo músicos y poetas. Rimbaud, García Lorca,  Sylvia Plath, John Keats, Percy Bishey Schelley, Mozart y Schubert pertenecen a esa estirpe.

Entrados en el mundo del rock, abundan los músicos que murieron muy temprano, acaso para  validar la sentencia aquella de que “los favoritos de los dioses mueren jóvenes”

Aunque sospecho que, en el caso de Janis Joplin, hasta los dioses se olvidaron de ella.

Se pasó su breve e intensa vida buscando el amor, mientras los hombres sólo querían  “ el dinero y la carne”.

Fue una estrella fugaz en el firmamento de esa generación que atravesó los  años sesenta en medio de muchas alucinaciones: la del horror atómico,  la del sexo sin fronteras, la de la guerra de Vietnam, la de las revoluciones traicionadas, la del ácido lisérgico.

Nacida en Port Arthur, Texas, un 19 de enero de 1943, en plena Segunda Guerra Mundial,  a edad temprana conoció la música de Bessie  Smith, Ma Rainey y Lead Belly. Ellas la condujeron a las profundidades del cancionero de Big Mama Thornton. Por eso, al despuntar la adolescencia ya estaba dotada de los elementos básicos para  convertirse  en lo que los empresarios, necesitados de etiquetas,  resolvieron llamar  “ La reina  del blues blanco”. Bastante poca cosa para la complejidad y hondura de su vida y obra. Esa fue la personalidad que le tocó llevar a cuestas  al frente de bandas con nombres como Big brother and the holding company,  Kozmic blues band o Full tit boogie band.





Llora, nena, llora

El día que se estrenó frente a un público el mundo supo de qué materia estaba hecha esa mujer indómita. Sus canciones,   su voz, su manera de moverse eran dolor en estado puro. Las lágrimas que corrían por sus mejillas cuando cantaba no eran simple puesta en escena: eran  el lenguaje de su herida, abierta desde el día que nació, allá en Port Arthur y avivada día tras día por todas las formas del desprecio.

Por eso cantaba de esa manera. Para conjurar, para tratar de conjurar unas penas que eran las de su propia generación atormentada. En los documentales de sus conciertos uno puede ver gente en trance, arrastrada por la fuerza telúrica de esta suerte de bacante, de Erinia que encontró en  la fusión del blues y el rock and roll  el ritmo y las palabras precisas para expresar su desazón.

Para la época, como tantas otras cosas de la vida, la escena rock era controlada por machos alfa enganchados en una orgía perpetua de música, drogas y sexo en la que las jóvenes admiradoras hacían el papel de vírgenes vestales.

Ninguna como Janis supo plantarles cara, y eso le costó lo suyo: el desprecio por ser un patito feo, una intrusa en la horda de los ganadores. De cualquier manera, un crimen imperdonable para una sociedad sostenida en vilo sobre el culto  a la imagen del bello y triunfador.

En esa lucha se hizo liviana de alma y cuerpo: al final del camino llegó  a pesar sólo treinta y cinco kilos,  a fuerza de drogas, desolación y alcohol.



Tiempo de verano

A modo de respuesta Janis se  abandonó al vértigo. Sabía que disponía de pocos veranos  antes de perderse en las brumas de su invierno- y de su infierno-.

Así que sacó fuerzas del  fondo de su alma, es decir, de su historia personal, y se proyectó hacia lo alto arrastrando sus cadenas.

Cincuenta años después de su muerte el resultado de esa osadía todavía nos pertenece: un puñado de canciones como coronas de espinas que nos redimen y hacen menos amarga nuestra propia dosis de dolor.


                                      Leonard Cohen


Eso lo supo muy bien el gran poeta Leonard Cohen, uno de sus amantes de ocasión, cuando, asomado a la desnudez de su cuerpo y de su alma, le dedicó Chelsea Hotel, la canción que le hizo justicia a esa  eterna niña asustada, convertida a su pesar en sacerdotisa de los peregrinos del desencanto.


PDT. les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada

https://www.youtube.com/watch?v=VfGSd-tikH4

jueves, 1 de octubre de 2020

Del árbol



DEL ÁRBOL


Soy  morada del silencio

hebra  con la que Dios

teje la noche.


Por mis venas viajan

innúmeros insectos

esos diminutos avatares

del tiempo  que camina.


Cuando nadie me ve crezco

me multiplico

y me hago bosque

pentagrama de pájaros.


En mi abrazo se funden las criaturas:

el aliento de las bestias

el aleteo del colibrí

el sueño de los hombres.


Mis raíces  saben hablar

con el vientre de la tierra

y vuelven a lo alto

con un puñado de misterio

entre los dedos:


El alfabeto de los gnomos

la cifra de la alquimia.


Cada mil años- en plenilunio-

una gota de lluvia posada en una de mis hojas

refleja la totalidad del universo.


Dura un segundo

pero quienes contemplan el milagro

son fulminados por la lucidez.


A  veces

me doy en ofrenda a los hombres

y  me hago libro

casa

barca

puente

hoguera

crucifijo.



Al final


saciado y ya sin fuerzas

me tiendo a dormir


y me hago polvo

gusano

tierra

mineral:


Alimento para otros árboles

y otros  hombres.



Pereira,   octubre de 2020. Año de la Peste.


PDT. les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada

https://www.youtube.com/watch?v=z4UYX2qpUK0