lunes, 21 de febrero de 2022

La seducción del vértigo

                                                Obra de Marcel Duchamp


En 1913 el escritor francés Marcel Proust publicó Por el camino de Swan, el primer tomo de la saga de En busca del tiempo perdido, una de las obras definitivas del siglo que empezaba. Fue  un intento desesperado, inútil y por lo tanto bello, de aprehender el tiempo a través de las palabras, en una suerte de estética del recuerdo.

La clave de su técnica es la sinestesia de las  imágenes. Los sentidos recogen frutos- los recuerdos- que después son convertidos en relatos por el autor hasta urdir una trama  que dé cuenta de su vida personal y su experiencia histórica.

Proust, hipocondriaco e hipersensible, tenía razones de peso para forjarse ese propósito: los avances en la mecánica, la industrialización y las comunicaciones habían acelerado la vida hasta alcanzar un ritmo que amenazaba con la desintegración de la experiencia humana como se concebía hasta entonces.

La manifestación física de ese fenómeno fue el incremento constante en la producción y el consumo de relojes. Después de todo, a partir del Renacimiento la expresión El tiempo es oro se había  convertido en credo y mandato.

El automóvil,  el aeroplano, las armas de corto y largo alcance, el ferrocarril y el telégrafo, así como el desarrollo de las bases de la genética  estimularon al genio de Albert Einstein para esbozar su  Teoría de la relatividad, una revolución no sólo de la física teórica, sino de nuestra percepción de las relaciones entre tiempo y espacio.

Así las cosas,  en medio de ese vértigo estábamos obligados a fijar el mundo si no queríamos sucumbir a la disolución y la locura. Si el cine, la pintura y la música supieron capturar el movimiento, la literatura tenía que procurarnos al menos la ilusión de la permanencia del tiempo en nosotros.

Tal como lo hacían los científicos, los artistas respondieron a su modo: Igor Stravinski con sus partituras dislocadas y llenas de síncopes que ya prefiguraban el rock como manifestación sonora y lírica de la sociedad industrial. En pintura, los cubistas presentaban al mundo su  panorama de almas y cuerpos fragmentados por las fuerzas centrífugas de la producción en serie. Los arquitectos oponían la  funcionalidad y el pragmatismo  burgués a las pretensiones ornamentales y simbólicas del barroco. A su vez, los futuristas de Marinetti glorificaron las máquinas antes de emprender la huída a su propio país del nunca jamás.


Encerrado en su cuarto insonorizado, Proust intentaba, pues, hacer algo similar a  lo de Marcel Duchamp en su controvertida obra fundacional: fijar el movimiento de una rueda de bicicleta  sobre la superficie inmóvil de una silla.

La bicicleta: otro símbolo de ruptura que permitía  atravesar campos y ciudades al ritmo impuesto por la energía de quienes  la utilizaban.

No muy lejos de ese escenario doblaban las campanas y se presagiaba el estallido de las armas que hicieron del exterminio en masa un asunto de ingeniería. La Primera Guerra Mundial se aprestaba  a destruir lo viejo y a abrir las puertas a lo desconocido: las maravillas de la ciencia y la técnica galopaban junto a los jinetes del Apocalipsis. Y los artistas lo vieron.

Desde entonces, son muchos los libros que se han ocupado de ese tránsito de los siglos XIX al XX. Novelas, ensayos, poemas y tratados de historia nos hablan de la cantidad de cambios culturales, sociales,  religiosos y económicos experimentados por la humanidad entre  1880 y 1914, año del inicio de la primera guerra. Las luchas de las mujeres por el derecho al voto que, de paso, les abrió las puertas del mundo. Los  descubrimientos de la ciencia al interior del cuerpo humano y en los confines del universo. El surgimiento del consumo y la sociedad de masas como claves para  la consolidación de la burguesía, el capitalismo y su expresión política: la democracia.


A lo anterior se suman  los avances de la medicina y la liberación del cuerpo como instrumento de placer, asunto que socavó las ataduras morales vigentes hasta entonces.  En la otra cara aparecían  criaturas de pesadilla: la rendición del hombre a la mercancía anunciada por el marxismo. La guerra como racionalización del poder del Estado. La alienación colectiva, los horrores coloniales , el racismo, los nacionalismos  y el odio a los judíos le devolvieron el sentido a la célebre imagen de Saturno devorando a sus hijos, tan  frecuentada por pintores y poetas.

En nuestros días dos escritores nacidos al despuntar  los años setenta del siglo XX han vuelto con renovado vigor sobre esos tiempos, que no cesan de proporcionar revelaciones. Se trata de Philipp Blom ( Hamburgo, 1970 ) y Florian Illies ( Bonn, 1971).



No es casualidad que sean alemanes. Esa tierra fue uno de los sismógrafos de  las grandes convulsiones  vividas por la  humanidad entre 1880 y 1945: las revoluciones rusas de  1905 y 1917, la caída del Imperio Austrohúngaro, la Primera Guerra Mundial , el advenimiento de Hitler y la Segunda Guerra Mundial desatada tras su llegada al poder.

El libro de Blom, publicado por primera vez en inglés en 2008, lleva el título de Años de vértigo, Cultura y cambio en occidente, 1900-1914. Por su lado,  1913, un año hace cien años, la obra de Illies, apareció en 2013. Hasta en eso son contemporáneos los autores.


Ambas obras son convergentes en su disimilitud. Por eso mismo se complementan. Mientras  Blom, historiador de profesión, levanta un edificio de sólida arquitectura que nos permite una exploración  profunda de la época en su conjunto,  Illies, formado en Historia del Arte, urde un exquisito tejido de anécdotas que nos acercan a la vida de los artistas  y su expresión a través de rupturas  con antiguas escuelas, renovación de lenguajes, formación y disolución de vanguardias. Todo ello, salpicado con revelaciones sobre su vida personal- no pocas  veces deliciosos chismes- que le ayudan al lector a entender los múltiples sentidos de fenómenos como el dandismo, el esnobismo, el surrealismo, el futurismo  y toda una saga de ismos que nos hablan de nuevas maneras de vivir y  crear  ancladas siempre en la voluntad de demoler viejas servidumbres: de clase, de género, de identidad sexual. Vale decir: toda una revolución política que, como las grandes revoluciones, tenían  más que ver con la vida cotidiana que con las sangrientas y fracasadas utopías lideradas por toda clase de caudillos.


Para ilustrarlo, un breve fragmento leído en la página 62 del libro de Illie, a propósito del rol desempeñado por los doctores Freud y Schnitzler en el ambiente cultural de la época: … como dos imanes de igual polaridad, no podían acercarse. No obstante, ambos se lo tomaban con humor. Cuando en 1913 llevaron a la consulta del doctor Schnitzler al hijo  ensangrentado de un industrial al que un poni había mordido en el pene, el médico dijo: “ Trasladen de inmediato al paciente a urgencias… y al poni con el profesor Freud”.

El sicoanálisis, como el marxismo, el  futurismo y las vanguardias estaban  en el centro del debate, en un recorrido que pasaba por Londres, París, Viena, Berlín, San Petersburgo y la ya no tan lejana Nueva York. De ahí que la anécdota sobre los célebres médicos no resulte un asunto menor. Mientras Freud se ocupaba del inconsciente y las pulsiones, los artistas exploraban sus manifestaciones a través de la música, la arquitectura, la pintura, la literatura y, por supuesto, el cine y la fotografía, dos productos de la técnica que reclamaban un sitio propio al lado de las artes clásicas.


Un dato: al contrario de lo postulado por sus detractores,  no era Freud el obsesionado con la sexualidad. Era la época, que buscaba en el sexo un resquicio para escapar  a la desazón provocada por unos tiempos en los que la producción y el consumo empujaban a hombres  y mujeres hacia un callejón  sin salida, cuyos límites eran la alienación pura. En realidad era la desesperación y no el placer lo que explicaba el frenético ritmo de cópulas que se parecían cada vez más al mecanismo de una cadena de montaje. La pornografía no tardaría en llevar ese estado de los cuerpos a su máximo nivel de automatismo y degradación.

Uno puede aventurarse  a leer los dos libros como si fueran uno solo y el asunto funciona al modo de un rompecabezas histórico en el que todas las piezas encajan. Mientras Años de vértigo se ocupa de la guerra, 1913  nos muestra a un joven Chaplin descorriendo  en sus películas silentes los velos de lo que se avecinaba para la humanidad . La conocida imagen de Charlot atrapado  en el engranaje de un reloj es toda una parábola sobre los peligros  que alentaban detrás de las alegres  odas de los futuristas. Asimismo, la exasperada sexualidad de Alma Mahler  y su relación  con el pintor Oskar Kokoschka  ilustran las luchas de las mujeres por su liberación tan bien como los heroicos actos de las sufragistas londinenses.


¿Qué tenían en común los escritores  Robert Musil y Alfred Doblin con Hitler y Stalin? ¿ Qué pasadizos secretos unían a Pablo Picasso con el emperador Francisco José? ¿ Qué clase de lazos existían entre el Zar  de Rusia y la locura del poeta Georg Trakl o la danza de Nijinsky? ¿ Entre la poesía de Rilke y la actriz Marlene Dietrich? ¿ Qué puentes podían tenderse entre el autor de Bambi ( aparte de una novela pornográfica) y el futuro mariscal Tito?



En apariencia poco. Pero si el observador se  consagra a seguir los sutiles  hilos que señalan la trayectoria de toda vida, no tardará en descubrir que los pasos de esos hombres y mujeres se cruzaron en alguna dimensión del tiempo y el espacio, sin que llegaran lo que se dice a conocerse. De esa materia está hecho el espíritu de una época : un trenzado de causas y azares que acaban por  empujar el tren de la historia.  Cada uno a su manera , los autores de estos libros nos cuentan que Hitler y Stalin se cruzaron alguna vez  en su recorrido por las calles de Viena, sin sospechar siquiera lo cerca que habrían de estar  uno de otro en el mapa de la Historia, y  ni hablar del decisivo y terrible papel que jugaron  en el destino de millones de personas.

Lo mismo puede decirse de los cientos de personajes que surcan ambas obras.  Todos ellos dejaron la impronta de su grandeza, de sus arbitrariedades, de sus miserias, de sus anhelos  y pesadillas en la memoria de la humanidad. Alguna vez, entre 1900 y 1914 sus vidas   y obras  llenaron de luz o de penumbra la vida de sus contemporáneos y de las generaciones por venir.

De todo ello dan cuenta estos dos libros claves para entender el enorme paso que supuso para el mundo el tránsito del siglo XIX al XX.


PDT. Les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada

https://www.youtube.com/watch?v=5UJOaGIhG7A

miércoles, 16 de febrero de 2022

Hubo una vez un palenque



Memorias  de una vieja canción

En  el principio fueron trece banderas: las del número de municipios que conformaron el Departamento de Risaralda aquél 1º de febrero de 1967. En 1972 se les uniría Dosquebradas, hasta entonces corregimiento  de Santa Rosa de Cabal. A partir de  ese año son  catorce las banderas que se izan en fechas especiales en esta pequeña plazoleta contigua a la Unidad Residencial 1º de Febrero,  el primer conjunto habitacional cerrado construido en Pereira. En realidad es apenas una franja de terreno cubierta de adoquines  que algunos utilizan para patinar  o jugar al baloncesto  y al microfútbol, pero a alguien le dio por bautizarla así: Parque de Banderas.

Tiene historia este vecindario. Sobre la carrera octava, entre calles treinta y seis y  treinta y siete se levanta el Coliseo Mayor Rafael Cuartas Gaviria. Su nombre le rinde tributo a un liberal radical llegado de Santa Rosa de Osos, que con el tiempo se convirtió en un líder cívico de gran recordación en Pereira. De hecho, Rafael Cuartas Gaviria fue presidente de la Sociedad de Mejoras públicas hasta su muerte en 1978.


Los pereiranos han  visto de todo en este escenario: patinaje sobre el hielo, circos, lucha libre, mucho baloncesto y presentaciones de grandes cantantes populares,  como el argentino Sabú, quien provocó desmayos de las muchachas de entonces durante su paso por Pereira en 1975. Sandra Vargas, una de esas admiradoras que ya ronda los sesenta  y regenta un pequeño estanquillo en  el sector, recuerda que hizo fila durante dieciocho horas para ver a su ídolo. Razones de sobra  tenía Sabú para pedir  que al morir cubrieran su ataúd con la bandera de Colombia.

Como si fuera poco, en el Rafael Cuartas Gaviria  se disputaron los partidos de los Juegos Atléticos Nacionales de 1974, que para muchos constituyeron la carta de presentación de Pereira ante el país. Al menos  eso  dicen personas como Mario Jiménez Correa, gobernador  de  Risaralda en esa época. “La historia de Pereira se divide en antes  y después de los juegos nacionales” aseguró Jiménez en una entrevista concedida con motivo de la celebración de los cincuenta años de Risaralda.

La ruta del pecado

Cuentan  algunos parroquianos que los hombres caminaban con lentitud a lo largo de la carrera séptima y de repente giraban con pasos  de siete leguas para tomar la calle treinta cinco abajo, donde desaparecían como arrastrados por un sortilegio. Otros llegaban en taxi y se esfumaban en un abrir  y cerrar de ojos envueltos en una gabardina. Las  responsables de esa suerte de magia se llamaban Zulma, Aura, Sonia y Gloria, las más célebres anfitrionas de las Casas de Citas esparcidas entre las carreras tercera y quinta  entre calles treinta y cinco y treinta y siete. Eran jóvenes estudiantes, secretarias o  amas de casa que escapaban de sus rutinas y aprovechaban de paso para completar sus ingresos en el ejercicio de una forma de prostitución  que ahora llaman prepago.

“Eso viene desde los días  cuando por aquí funcionaba una plaza de mercado. Como  a este sector llegaban hombres con mucho billete, algunas propietarias de casas aprovechaban para alquilarles  cuartos y de paso conseguirles muchachas jóvenes y bonitas, algunas de ellas hasta de buena familia. Todavía quedan  dos o tres casas de  citas en la zona, pero ya no es como antes, porque ahora es más fácil  llevarse una vieja a la cama sin tanto misterio”, dice Eliécer, ojos grises, dientes y dedos manchados por la nicotina y el café, vecino del Parque de Banderas desde hace cuarenta años.

No  sé si exista una conexión entre uno y  otro fenómeno, pero ahora funciona por aquí un enorme templo del pastor Pablo Portela, uno de  esos supermercados  de la fe donde los desesperados del siglo XXI encuentran la receta exacta  para su desazón

Rebeldes con causa

A  siete cuadras  del Parque de Banderas nos  aguarda la Historia en persona. En el sector de Turín, justo en el punto donde la quebrada Egoyá empieza su descenso en busca de las aguas del río Otún, funcionó un palenque, uno de  esos enclaves de negros cimarrones escapados de las plantaciones  o de las minas donde trabajaban como esclavos.

Entre esos hombres estaba el negro Prudencio. El historiador Víctor Zuluaga Gómez cuenta que, luego de escapar de sus dueños en 1871, Prudencio remontó el río La Vieja en compañía de  veintisiete esclavos hasta llegar a las inmediaciones de Turín. Luego de levantar una ranchería en la que cultivaron algunos productos para su supervivencia, los esclavos fueron descubiertos por sus perseguidores,  siendo sometidos  a los brutales castigos que las autoridades de la época  tenían  establecidos para quienes se atrevían a levantarse contra la esclavitud.

Con el paso de los años, Turín fue lugar de tránsito hacia las haciendas cañeras de Llanogrande,  donde ahora se extiende la Ciudadela del Café. Allí se creó un nuevo mercado de víveres y abarrotes, así como de cabalgaduras y mano de obra para  las plantaciones  de caña. El vasallaje empezaba a cobrar otras formas.


Las antiguas  vías del tren trazan sus propias rutas de la marginalidad. Si en lugar de seguir la carrera séptima el caminante prefiere tomar la calle treinta  y siete  bordeando  el Coliseo Mayor, desembocará en un parque tomado durante años por toda suerte de expresiones marginales que van desde el Punk al  Heavy  Metal, pasando- cómo no- por unos cuantos viajes prodigados por la marihuana  y las pastillas.

Las autoridades y los censores, más preocupados por  imponer estigmas que por crear cartografías urbanas, bautizaron al parque ubicado entre los antiguos rieles del tren y la carrera novena con un nombre  tendencioso: “El Infierno”. A partir de ese momento, atendiendo al poder de las palabras, el miedo y la oscuridad descendieron  sobre el sector. Después de varios años,  los habitantes del barrio Buenos Aires han conseguido cambiar no solo el nombre sino los usos. Ahora es posible encontrarse con patinadores, pintores de grafitis,  músicos, deportistas y hasta  con enamorados pobres, de esos que todavía  pueden disfrutar de un beso con sabor a helado de vainilla sin contar  con más cobijo que las  añosas ramas de un árbol.  De alguna manera, estos son también rebeldes con causa.


El  camino de vuelta.



En la ruta que conduce del Parque de Banderas al lago Uribe Uribe,  funcionó hasta los años ochenta  el Teatro Centenario, una de esas enormes salas de cine en las que proyectaban películas de chinos, dobles del oeste y, en horario nocturno, una que otra tanda de porno suave a la que acudían  procesiones de hombres escapados de su reino doméstico. Hoy funciona en ese local un supermercado  que  trata de sobrevivir entre la andanada de los nuevos modelos de tiendas. Algunos vecinos de la Unidad  Residencial 1º de febrero todavía se desplazan hasta allí por fidelidad, por la esperanza de buenos precios o  acaso alentando la ilusión de ver desplegarse en la pared donde  estaba la pantalla del teatro una de esas imágenes de dicha o pavor que alentaron sus ilusiones de juventud.


PDT. Les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada
https://www.youtube.com/watch?v=tE22cxiRXcI

viernes, 4 de febrero de 2022

Cápsulas para el insomnio II



XVIII

La obstinada fe de los ateos en la inexistencia de Dios.

XIX

No se puede conjurar lo inefable.

XX

¿Usted no sabe quién soy yo? , preguntan los poseídos por el pavor de su propia nada.

XXI

Hasta en sueños parlotean los desterrados del silencio.

XXII

Quien no comprende los misterios de la esfera, la  parábola y la espiral  jamás captará la belleza del fútbol.

XXIII

Si lográramos expresar la verdad con palabras enloqueceríamos.

XXIV

Los antiguos poetas decían su palabra en las plazas. Los de hoy tienen a Youtube.

XXV

Caminar en soledad por las montañas… y encontrar  de repente ese pedazo de uno mismo  perdido tiempo atrás.

XXVI

La mirada del loco en el sanatorio espanta porque es también la nuestra.

XXVII

Los avatares de los viejos dioses se manifestaban en  piedras y relámpagos. Ahora lo hacen en Twitter, donde cada quien es su  propia divinidad, desamparada y arbitraria.

XVIII

Las promesas  eternas suelen ser asunto de desmemoriados.

XXIX

Esas cuerdas insondables de la vida que sólo una buena canción puede pulsar.

XXX

La ya extinguida generosidad de los mayores, que preparaban los alimentos  en una olla inmensa por si pasaba un peregrino.

XXXI

Como niños grandes, durante las pestes, las guerras y los cataclismos los humanos prometemos portarnos bien. Una vez pasado el susto volvemos a las andadas.

XXXII

La vida: generación tras generación, millones de seres haciendo fila para reproducirse y morir.

XXXIII

Durante las cuarentenas  volvimos a descubrir para qué sirven las ventanas.

XXXIV

Soy un libro abierto para los otros, dijo el más indescifrable de los seres.

XXXV

Teólogos, místicos y matemáticos hablan de lo infinito. Del todo en el uno y del uno en el todo: es su manera de referirse a Dios.

XXXV

“ Se  salvó de la muerte”. ¿Han  escuchado expresión más absurda?

XXXVII

Sentarse  a la mesa de un café a ver pasar el mundo. Y,  de repente, descubrir en su incesante flujo un  destello de eternidad.

XXXVIII

Los peligros de enamorarse de una mujer que se llame Dolores.

XXXIX

Destilar el licor del mundo y saborearlo en pequeños sorbos: el Haikú.

XL

Las piedras, hechas plegaria, nos hablan por igual  a través de cuevas, montañas y catedrales.

XLI

Un gol en un estadio vacío : otra de las  postales  dolorosas que nos dejó la pandemia.

XLII

Toda mujer es umbral, puerta para la entrada de otros seres al mundo. De ahí su  fortaleza a la hora de  afrontar la adversidad.

XLIII

Diplomacia: otro eufemismo para nombrar la hipocresía.

XLIV

¡Cuántas esperanzas puestas en un futuro que  pronto se convertirá en pasado! 

XLV

Día de sol. Un guayacán florecido. En el suelo, formando  un tapiz en el contorno del árbol, cientos de flores amarillas: como si la sombra tuviera color.

XLVI

En su juventud, el escritor Albert Camus fue arquero de un equipo de fútbol en Argelia. En gran medida, eso explica el hondo pesimismo de su obra.


PDT. Les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada

https://www.youtube.com/watch?v=Mb3iPP-tHdA