Al final de una entrevista para la televisión el interlocutor le preguntó a Al Pacino:
Llegada la hora de su muerte ¿Qué palabras
esperaría de Dios a modo de saludo?
La respuesta del genial actor italoamericano no se hizo esperar:
Esperaría que el buen Dios me
dijera: mañana tenemos ensayo a las tres.
De ese tamaño es su devoción por el teatro y, sobre todo, por la obra
entera de Shakespeare; una pasión que ya en la escuela secundaria lo llevó a
interpretar papeles en los que empezaba a vislumbrarse ese talante obsesivo
que, con el paso de los años, se convirtió en su seña de identidad.
Hijo de una familia de clase obrera, Alfredo James Pacino nació en el sur
del Bronx el 25 de abril de 1940 en el vórtice mismo de la Segunda Guerra
Mundial, de modo que conoció muy temprano la dureza de la vida. De esa
atmósfera aprendió un sentido de la lucha y la solidaridad que ya no lo
abandonó nunca y que vació en cada uno de sus personajes. Una muestra de ello
es la película Dog Day Afternoon (Tarde de Perros) una producción
de 1975 sobre el asalto a un banco, dirigida por Sidney Lumet, en la que Pacino
actúa junto a su amigo John Cazale. El guion está construido sobre una noticia
que los medios de la época transmitieron en directo, inaugurando en muchos
sentidos el negocio de la información como producto de consumo masivo.
Pudo haber sido otro asalto más… a no ser porque al final Leon Shermer, amante de Sonny (Al Pacino) llega y cuenta que Sonny es padre de dos hijos y que se ha separado de su esposa Angie. El robo tiene como finalidad pagar la cirugía de cambio de sexo de Leon. La historia era audaz, aun para esos días convulsionados por los estertores de los sesenta y Pacino la asumió con un respeto y una intensidad que de inmediato le valió la atención de directores proclives a construir personajes inadaptados y siempre a punto de lanzarse al abismo. Mejor dicho, hechos a la medida de un actor desgarrado entre la fama, la soledad y un escepticismo a toda prueba que lo puso a salvo del sistema de estrellato sobre el que se sustentan los valores de Hollywood. Ese desarraigo expresado en su concepción del mundo y de la actuación de cierto modo marcó el rumbo de otros actores de origen italiano como Robert de Niro y Joe Pesci.
Claro, antes de Dog Day Afternoon estuvo la primera parte de la saga
de El Padrino, dirigida por un Francis Ford Coppola en estado de gracia
y con la presencia de otro actor moviéndose siempre al filo de la cornisa:
Marlon Brando, que con su formación en la escuela del Actors Studio
alumbró en buena medida el camino de Al Pacino.
Ese camino remite a los días cuando, sin trabajo y muchas veces durmiendo
en las calles, Al Pacino se formó como actor, primero en el HB Studio y
luego en el Actors Studio, con sus reputadas técnicas de actuación conocidas
como El Método. Ese recorrido paciente y tortuoso le abrió las puertas
para actuaciones tempranas en Broadway que poco a poco atrajeron la atención de
algunos representantes de la industria del cine. Fue por esos días cuando
Francis Ford Coppola, director también de origen italiano, tuvo las primeras
noticias sobre el que después se convertiría en uno de sus actores fetiche. En 1971 Pacino actuó en el drama The Panic in Needle Park,
donde encarnó a un adicto a la heroína.
Y ahí se produjo el gran salto:
el estreno de El Padrino I en 1972 fue el comienzo de una carrera
marcada por momentos de angustia y depresión que lo condujeron a su adicción al
alcohol, hasta que el director Brian de Palma- también de ascendencia italiana,
cómo no- lo llamó para que interpretara el papel del mafioso Tony Montana en su
muy personal versión de la ya clásica Scarface (Howard Hawks, 1932).
El Scarface (1983)
de Brian de Palma reveló a un Al Pacino en la plenitud de su madurez. Sobrio,
intenso, hasta en los momentos más brutales de la película es capaz de mantener
una fría y calculada calma que recuerda al Marlon Brando de sus mejores
tiempos. Y eso lo vuelve más terrible: la suya no es una violencia animal, sino
una furia en la que subyace el indignado reclamo de quien se sabe señalado por
una sociedad de doble moral. ¡Mirénme, señálenme con el dedo, soy el malo y
ustedes son los buenos! Les grita en la cara a los ricos parroquianos de un
restaurante, paralizados ante semejante andanada.
Con Tony
Montana, Al Pacino a lo mejor allanaba el camino para lo que sería el gran
tributo a su maestro Shakespeare: En Busca de Ricardo III (1996), una
película que entremezcla el documental y la ficción para mostrarnos las facetas
de ese hombre jorobado y resentido que fue rey de Inglaterra durante dos años a
finales del siglo XV . Por momentos uno siente que el Tony Montana de Scarface
es la personificación de ese Ricardo III que en la película acaba apoderado- en
el sentido literal- del espíritu de Pacino. Era su mejor manera de rendir homenaje
a la vida y obra de quien consideraba el más grande entre los grandes. No sé
quién soy, si Al Pacino, Shakespeare o Ricardo III, confiesa el
protagonista al final de la película, abrumado por tantos siglos que pesan
sobre sus hombros.
En 1993 Al
Pacino recibió el Oscar por su actuación en la película Perfume de Mujer,
dirigida por Martin Brest. En ella interpreta al coronel Frank Slide, un hombre
ciego que ensaya nuevas maneras de descubrir y disfrutar la vida. En la
ceremonia de entrega del premio, Pacino no desperdició la oportunidad de lanzar
sus dardos contra la corrección política reinante. Después de tantas
películas y roles, tuve que interpretar el papel de ciego para hacerme merecedor del premio, sentenció y casi nadie captó o no quiso captar la ironía en medio de la salva
de aplausos. Es el mismo tono del personaje que en El abogado del Diablo
sentencia: Nosotros castigamos con la bondad. Así es este hombre que a
los ochenta y cinco años sigue siendo fiel a sí mismo: solitario, amargo, escéptico, cínico y
talentoso hasta la genialidad.
PDT. les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada:
https://www.youtube.com/watch?v=F2zTd_YwTvo