lunes, 2 de diciembre de 2024

Antes del miedo

 




En el principio fue el miedo a las fuerzas de la naturaleza y a los dioses encarnados en ellas.

El miedo nos precede. Estaba antes de nosotros y estará después de que nos vayamos de este mundo. Entendido así, lejos de la simplista explicación convencional, el miedo   es una entidad, un algo con vida y reglas propias que nos rodea como una niebla.

Por uno u otro camino, los grandes escritores siempre han tenido la vaga intuición de esa entidad. Otros, una minoría, han experimentado su certeza. Esos autores saben que algo no encaja en el rompecabezas de lo que llamamos “La realidad”. Si casi todas las piezas le dan la cara a la luz, por lo menos una se abisma en las tinieblas y nos revela los muchos rostros de la nada que somos.  Justo en ese borde, la razón se nos muestra como la más insana de las formas de locura. Por eso existen los conjuros, las plegarias, las invocaciones, el pedido de auxilio a los dioses.

Cassiani, la novela de Octavio Escobar Giraldo ( Manizales, 1962) publicada en 2023 por Editorial Planeta, se ocupa de esas cosas. De hecho, la historia (o la crónica, como el autor prefiere definirla) es un homenaje nada velado al gran maestro de la llamada Literatura preternatural, el norteamericano H.P. Lovecraft. El nombre mismo de Obed Marsh II sugiere de entrada una saga. Este Marsh es el desarrollador de la vacuna   destinada a contrarrestar un virus letal ( una de las formas biológicas del miedo humano) posible mutación del Covid-19 o de alguno de los organismos invisibles que estaban en la tierra antes de nosotros y que hemos despertado al invadir su espacio En Cassiani la vacuna abre de par en par una de las muchas formas del infierno, por la que se cuelan  Las niñas sepia, criaturas que bien podrían  hacer parte del Necronomicón o de  Los  Mitos de Ctulhu, los relatos creados en principio por Lovecraft y luego enriquecidos con  acierto por un grupo  de escritores que  pueden ser leídos como avatares suyos.




El escenario de la novela es una Santafe de Bogotá arrasada por las secuelas de la pandemia, el encierro y  por las múltiples manifestaciones de la violencia como un fin en sí misma. En últimas, los pretextos ideológicos esgrimidos para justificar las acciones irracionales de conciliares y bibliotequeros (con esos adjetivos de definen los bandos en guerra) apenas son eso: pretextos para dar rienda suelta a la codicia, la corrupción y la sed de sangre que son algunas de las improntas de lo humano. Los incendios y humaredas que definen el horizonte, los gritos de dolor, las explosiones y el vuelo rasante de los aviones son de principio a fin la atmósfera de los personajes siempre en fuga que desfilan por las páginas de la obra como una procesión de desterrados. Sus nombres son Cassiani, Urdaneta, Mario, Selene, Yahaira, Enrique y otros tantos planetas errantes que de vez en cuanto se estrellan y dejan la estela del pavor sembrada en los corazones.

Más allá de las alusiones al escritor de Providence, Cassiani es una novela habitada por libros. De hecho, las peripecias se desencadenan en una librería. A eso debemos sumarle un dato clave: Enrique y su padre se comunican a través de citas de Proust.

En la página 57 de la novela el narrador nos entrega un dato clave:

La vacuna de Obed Marsh II generaba modificaciones en la dermis de niñas menores de diez años que las convertían en sepias humanas, capaces de transformar su aspecto de manera refleja o, lo que era más inquietante, a voluntad, y sus facultades mentales, muy por encima de las del molusco, acercaban el proceso a la perfección. Superado el desconcierto, sus jóvenes cerebros se engolosinaban con el juguete nuevo.

Con esas niñas sepia, más peligrosas que conciliares y bibliotequeros juntos, tendrán que habérselas los aterrorizados personajes de la obra en un recorrido que es, cómo no, una reedición del viaje iniciático   a los infiernos del que solo se regresa iluminado o atado para siempre al mástil de la locura.





El descenso al sótano, a la cueva, al laberinto, a las catacumbas, al subterráneo o al propio inconsciente es un tópico en la historia del mito y la literatura. La procesión puede ser interminable: Orfeo, Heracles, Dante, los cristianos en Roma, el Fernando Vidal de Sobre Héroes y Tumbas. En el caso de Cassiani- que al final terminará convertida en estatua de ébano a resultas del maleficio de las niñas sepia- el viaje supone una sucesión de ritos sacrificiales que esta vez se resumen en un tatuaje que la devora y ante cuya potencia nada puede hacer la ciencia porque su reino no es de este mundo. En el vórtice mismo del delirio el narrador nos ubica en el vetusto convento de clausura que las niñas sepias han escogido como sede:

Desesperado, yo veía cómo ese engendro que parecía alimentarse de la sal y el deseo de las niñas sepia se formaba y disolvía en un vértigo que crecía, que se iba convirtiendo en una aberración en medio del viejo patio del convento de clausura. Verlo me producía terror, pero también una especie de náusea y una sensación de extrañeza, casi de fascinación, que paralizaba mis esperanzas. Poseído por la paradoja, como si fuera un testigo, en algunos momentos admiraba esa concentración de poder, esa capacidad de caos tan distante de lo humano, tan lejana de todo lo que había conocido.

¿Recuerdan El caos reptante? El tono aquí no podía ser más Lovecraftiano. A veces, uno siente el aliento del árabe loco Abdul- Alhazred asechando a sus espaldas.

Como ya habrán advertido, en Cassiani no hay redención para nadie. Ni para los personajes, ni para el narrador ni para el lector. Hay un acento de agonía asmática en cada una de sus 191 páginas.  Y no puede haberla en una novela crónica que termina en medio de un diluvio que no cesa de intensificarse porque está hecho de la materia del horror, como se desprende de  este fragmento:

Con dificultad consigno estas últimas palabras. El frío es casi insoportable y las tuberías están congeladas. Siguen la lluvia y el granizo, y el cielo, que solo puedo describir como perturbado, como perverso, origina, cada vez con mayor frecuencia, tornados o huracanes, no sé cómo llamarlos. No lo son, por supuesto, son muestras de una voluntad que le ha declarado la guerra al género humano. Hoy y aquí, como pudo ocurrir en cualquier lugar del mundo.

Un viejo atavismo, o un llamado, empuja a Las niñas sepia a salir de Santafe de Bogotá en busca del mar, de las profundidades abisales donde habitan sus dioses o sus antepasados. Su fuerza propulsora es la venganza contra algo innominado. Algo que se revolvía en un rincón del universo mucho antes del miedo.


PDT. les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada:

https://www.youtube.com/watch?v=b_ObqZtxuj0