viernes, 24 de febrero de 2012

De patriarcas y rebaños


Se lo escuché  a un señor de edad en una de esas conversaciones de café en las que se habla por partes  iguales de los desencuentros del corazón y de las incertidumbres políticas. “Nada  volvió a ser lo mismo desde que el presidente Uribe nos dejó huérfanos” exclamó en tono adolorido, poniendo la mano en el hombro de  su contertulio, que asentía con movimientos de cabeza, al parecer asaltado por idéntica certidumbre.
De modo  que era esto, pensé, recordando  el extenso  catálogo de caudillos con pretensiones  mesiánicas que  han  surcado la Historia  aprovechando el desconcierto y la sensación de derrota  de los pueblos para erigirse como sus guías y protectores. Mi memoria retrocedió hasta el Moisés del  Antiguo Testamento, recibiendo las tablas de la ley como una carta de navegación para  su grey abrumada por destierros sin cuento ¿No serían esas tablas algo así como la doctrina de la seguridad democrática de la época? ¿Estarían incluidas en ellas las desapariciones forzosas,  el desplazamiento y el espionaje  a los contradictores?
Mejor  volvamos a la mesa del café. Uno  de  los propósitos del pensamiento  liberal- en el sentido filosófico, no en   el partidista de la expresión- consiste  en alcanzar  a través de la educación y el conocimiento un estado de cosas en el que los individuos puedan  definir su destino a través de decisiones autónomas. Es decir, hablamos de personas dotadas de criterio y de elementos de juicio que les permitan afirmarse en el mundo. Liberados de las supersticiones, los seres humanos  tendremos ya no el derecho sino el deber de inventarnos a nosotros mismos. En esa búsqueda, el primer combate debe librarse contra la figura del padre protector y todos los equivalentes reales o simbólicos ideados para suplirlo a lo largo del camino. Llámese  Estado, corporación, iglesia, escuela o logia, ese padre constituye el principal obstáculo para las aspiraciones del hombre libre  y por lo tanto  responsable de sus actos ¿O  acaso puede decirse que es responsable de sus acciones  alguien  que desde el momento    de su aparición en el mundo ha sido constreñido y  por lo tanto va por la vida con cara de estreñido?
Así que decidí hacer un alto en el convulsionado- como todos- siglo XX.  Los innumerables pueblos eslavos y asiáticos acorralados siempre por la  codicia o el hambre de  los vecinos, así como la Alemania vencida en la Primera Guerra Mundial, no podían  menos que estar a la espera de una promesa de redención que le devolviera el sentido a una identidad colectiva siempre al borde de la disolución. Tanto, que de no haber   aparecido  hombres como Hitler o Stalin, ellos los habrían inventado. Con otros nombres talvez,  pero igual de dispuestos  a mostrarles el camino, aunque se tratara de la mismísima ruta a los infiernos.
Nada más natural entonces que al despuntar el Siglo XXI el rebaño colombiano estuviera esperando un patriarca  hecho a la medida de su desazón: Décadas de  Patria Boba  no pasan en  vano. De modo que no era tan difícil, a fin de cuentas. Un pobre nivel educativo- y  la educación no equivale aquí a un título profesional- Unos medios de comunicación serviles hasta lo impensable, siempre dispuestos a replicar el sermón del miedo y sus antídotos. Un propósito de  justicia social aplazado  una y otra vez. Unas guerras endémicas que cambian de nombre y de escenarios pero no de víctimas. Y  como banda sonora la vieja combinación del discurso político y religioso que tan buenos réditos da a la hora de despojar las mentes de su sentido crítico, completaban un panorama  en el que bastaba un patriarca a caballo para  conducir a  la masa  en la dirección deseada. “ Ven señor, señálanos el camino” dijeron  al unísono  varios millones renuentes a enfrentar el desafío de labrarse uno propio. Tranquilizados  por los efectos narcóticos de la fórmula, no dudaron en repetirla cuatro años después. Los resultados de esa decisión son bastante conocidos como para ponernos a hacer un inventario aquí. Sólo que la expresión del rostro y el tono de la voz de los contertulios   en el café dan para pensar que, a pesar de todo, la era del miedo no ha concluido para  un rebaño que parece más dispuesto que nunca a invocar  patriarcas viejos o nuevos.

viernes, 17 de febrero de 2012

Cada poro un mercado


En el drama central de El mercader de  Venecia, se nos cuenta   la historia de Antonio, el comerciante obligado   a pagar  con una libra de carne extraída de su propio cuerpo la deuda contraída con un prestamista judío. Guardadas proporciones y de una forma tan sutil que se nos presenta  disfrazada de hedonismo y bienestar, los seres humanos de estos tiempos nos  vemos empujados cada vez más  a sufragar  con fragmentos   del propio cuerpo el pagaré  que no hemos firmado con las corporaciones  que en un abrir y cerrar de ojos se apoderaron de ese  mercado constituido por los anhelos, las obsesiones, los miedos y las veleidades de las personas.Basta con echar una mirada a cualquier  catálogo comercial para  darse cuenta de que  no hay un solo órgano del cuerpo humano que no cuente al menos con media docena de productos dirigidos a   limpiarlo, redondearlo, afilarlo, depilarlo, encogerlo, agrandarlo, embellecerlo  o camuflarlo.
Te quiero de  la cabeza a los pies, es la consigna de los que se disputan ese mercado. Tintes para el cabello, remedios infalibles para la caspa o la calvicie. Artefactos para  rizar las cejas o para quitar los pelos de las orejas. Brillo para los labios, cremas para esconder las imperfecciones del cutis,  líquidos para el mal aliento. Sustancias para restablecer  la blancura de los dientes,  estructuras metálicas para enderezarlos aunque no estén torcidos. Líquidos para endurecer las uñas, cremas para ablandarlas. Limas para suavizar la aspereza de los codos, ungüentos para demoler los callos. Pero paremos aquí antes de que el último lector se nos aburra. ¿A cuento de qué tanta fórmula mágica  para corregir los descuidos de la naturaleza? ¿No  dizque éramos la criatura más perfecta de la creación?
Lo éramos, antes de que  los mercaderes de Venecia y de todas partes descubrieran que somos en realidad una canasta de supermercado ambulante, ansiosa de ser llenada con toda clase de cosas  casi siempre inútiles , para ser vaciada a la  mayor velocidad posible y llenada de nuevo siguiendo la   lógica del deseo siempre insatisfecho. En el principio las cosas funcionaron dentro de lo que algunos filósofos llamaron “El reino de la necesidad”… hasta que un día aparecieron los publicistas, enviados   por no se sabe quien, para sembrar las mentes de deseos y terrores mientras sus empleadores llenaban el mundo de conjuros para satisfacerlos y neutralizarlos. Fue  entonces cuando emprendieron el asalto final, asesorados por expertos en la conducta humana así como por  científicos que se dedicaron  a explorar cada  resquicio del cuerpo   y de la mente, en busca de algún temor sin remedio  o de una ilusión sin satisfacer. En  ese momento algún genio perverso recordó que de niños  nos dormían con canciones de cuna   y  de inmediato se dio a la tarea de inventar ese engendro conocido en inglés con el nombre de Jingle, una tonada  digna de una estirpe de idiotas que por eso mismo fue capaz de convertirnos en una tropa sumisa y despojada de todo sentido crítico, convencida de que lucir una camisa con un lagarto pegado al lado del corazón nos hace distintos e incluso mejores que los demás.
En  la parte final de El Mercader de Venecia, la lucidez parece recuperar su lugar en el mundo. Pero nosotros, tan lejos de Dios y de Shakespeare, caminamos sin voluntad  y  sin juicio  hacia ese lugar  donde, con seguridad, alguien ya le ha puesto precio  al último fragmento de nuestro pellejo.

jueves, 9 de febrero de 2012

Pesadilla sin fin IV


Podría empezar hablando del Gran Hermano y su  control de todos los actos humanos, pero el asunto ha sido tan manoseado  que hasta hicieron un reality de televisión con él.  Así  que obviemos ese punto. El cuento es que, después de muchos años de cavilaciones, al fin conseguí entender por qué los místicos y los anarquistas abominan por igual del sistema, de los sistemas, al punto de que su abolición  se convierte en el único objetivo de su existencia.
Razones no les faltan: El Sistema, Los  Sistemas, han convertido a los humanos en criaturas  inermes gobernadas por una entelequia no por abstracta menos demoledora. Con los anarquistas he simpatizado desde niño, cuando los adultos que me rodeaban pretendían obligarme a ir a  misa.  Ahora empiezo a sentir una  irrevocable fascinación por los místicos y sus métodos.
Paso a explicarles : Yo, que me sentía  orgulloso de ser un ciudadano cumplidor de su deber, que paga sus impuestos y atiende a los pactos establecidos para la convivencia, me  desperté el lunes 6 de febrero poseído por una sensación de fragilidad que deben desconocer los que habitan y se rebuscan la supervivencia en las calles ¿ Las razones? Pues que el sistema- o el  gran hermano, si ustedes lo prefieren así- me dejó por fuera de los servicios de seguridad social con solo apretar una tecla. Por lo visto, si precisaba la atención de un médico tendría que recurrir a la mendicidad pública o  a un criminal préstamo  gota a gota. Abrumado, me dirigí a una oficina que ostenta el  pomposo nombre de “ Servicio al cliente”. Llegué armado con un legajo de recibos de pago que datan del siglo pasado hasta la fecha. Así que me dispuse a exponer mis argumentos ante una muchacha impasible como una tapia, que ni siquiera se molestó en revisar  mis papeles antes de  remitirme a un fulano con cara  de no haber echado un buen polvo en el último medio siglo.
-Usted no aparece en el sistema, me espetó el tipo con cara de palo, en un tono que me hizo sentir culpable de algún crimen indeterminado.
-Pero aquí tengo mis recibos, intenté explicarle en el tono más humilde que se pueda encontrar entre los proverbios bíblicos.
-No  puedo hacer nada.  El sistema no lo registra y tendrá  que empezar   todo de nuevo, sentenció el ejemplar masculino, cuyo rostro pasó de la madera a la piedra en una especie de salto en el tiempo.
Vencido, me dirigí al cajero automático del banco- ahora comprendo el ominoso sentido de esa expresión- donde me consignan   los honorarios de profesor, dispuesto a retirar el dinero para  comprar los medicamentos  de mi mamá, a quien los golpes de la vida y la hipocondría mantienen al borde del nocaut.
Después de varias tentativas inútiles en las que me cobraban mil trescientos pesos  por cada ingreso fallido, el  vigilante, que empezaba a sospechar de mi insistencia, me  envió hacia una cajera de  pechos operados que no me dieron buena espina.
-Su cuenta está bloqueada, señor, musitó entre dientes,  mientras se ajustaba el escote.
En ese momento, entré en pánico. Pensé  en una suplantación de identidad. En una  redada de la DEA  o en una maniobra del DAS. Pretencioso que es uno. En realidad, la explicación  era más prosaica: los   todopoderosos bancos determinan que si uno es tan insignificante como para no mover su cuenta en noventa días, merece el bloqueo, como cualquier revolución cubana en apuros.
Todo me quedó claro: El Sistema, Los Sistemas, nos tienen agarrados del cogote. Uno ya no puede habérselas con seres de carne y hueso, por abominables que sean. No es el ministro de salud ni son los dueños de las  empresas que prestan el servicio. No es el banquero que cuenta sus ganancias por billones. Si fuera así, uno podría apostarse  durante años  a la entrada de sus casas para gritarles el nombre de la puta que los  parió. Pero  como los monstruos modernos ya no tienen rostro, los mortales  a duras penas si podemos volver a casa con el rabo entre las piernas, y a modo de consuelo sentarnos a escribir artículos como este.


viernes, 3 de febrero de 2012

Qué manera de perder


Durante el  año 2011 el fútbol  mundial fue testigo de un acontecimiento  no imaginado  ni siquiera  por el más pesimista de los aficionados: El descenso del club Atlético River Plate a la segunda división del fútbol argentino. Estamos hablando del equipo que más torneos ha ganado en su país, más incluso que el legendario  Boca Juniors, esa especie de religión laica profesada por media nación. Sí, River. La institución en cuyas filas militaron genios del balón de la talla de Adolfo Pedernera, Alfredo Di Stéfano, Amadeo Carrizo, Hugo Gatti, Norberto Alonso, Oscar Más  y Enzo Francescolli. Incluso varios colombianos como Juan Pablo Ángel, Mario Alberto Yepes y  Falcao García hicieron su tránsito hacia el fútbol europeo en el equipo de la banda roja.
¿Cómo fue posible lo que muchos consideraban imposible?  Pues  gracias  a la desorganización administrativa y  a la corrupción rampante de una dirigencia que, como ha sucedido con tantas cosas entrañables, convirtió la práctica del fútbol en una máquina de hacer dinero en la que el fin siempre justifica los medios. El truco es sencillo :  un grupo de poder se atrinchera en la dirección de un club y empieza a transferir jugadores  tanto a las ligas más prestigiosas como a los lugares más remotos de la tierra.  Hasta España  o Azerbaiyán son despachados los jóvenes   futbolistas tasados en dólares y euros que nunca van a parar a las arcas de los clubes y si a los bolsillos de los especuladores, enriquecidos a la velocidad del rayo mediante lo que el escritor uruguayo Eduardo Galeano califica como tráfico de piernas.
Como lo importante es alimentar el mercado, cada  vez que surge una nueva promesa es transferida de inmediato al exterior, lo que impide los procesos internos  necesarios para conformar un equipo de calidad en condiciones de competir en las ligas locales ¿El resultado? Año tras año  se cae en un pozo  cuyo fondo es la segunda división, de la  que se  hace cada vez  más difícil salir a medida que se hunden más equipos de prestigio. Entre tanto, los  traficantes de piernas huyen con el botín, en busca de  otro lugar donde comprar un nuevo equipo que les permita mantener en marcha el negocio. En el medio, por supuesto, quedan  los hinchas : los únicos románticos en ese vergonzoso carrusel del que participan entrenadores, dirigentes, periodistas , políticos y otros especímenes.
Guardadas proporciones, ese mismo año sucedieron en Colombia casos parecidos con equipos que, con distintos niveles de prestigio y logros, forman parte de la historia temprana del fútbol nacional. Hablo del América de Cali y el Deportivo Pereira, que se fueron por el desfiladero  finalizando el 2011. El primero de ellos, luego de varias décadas de oscuridad , vivió su era de gloria  cuando  fue adquirido por  el clan mafioso de los Rodriguez  Orejuela, durante la década en que cada traqueto quería  fundar un club social, casarse con una reina de belleza, tener una amante modelo y comprar  un equipo de fútbol. El resultado de esa cosecha fueron 13  títulos. Con menor gloria y fortuna, el Deportivo Pereira, que gozó de una aureola heroica y guerrera en la época de los jugadores paraguayos, ha funcionado en las últimas décadas a modo de vitrina para promocionar jugadores, cuyas transferencias a clubes del ámbito local o internacional no dejan un céntimo en sus cuentas, por las razones explicadas más arriba : los dueños del negocio son otros.  Pero eso sí : cuando llegan los tiempos de penuria se  invoca la solidaridad ciudadana para salvar lo que, por arte de birlibirloque, se convierte en patrimonio colectivo en una  reedición del manido truco de  privatizar las ganancias y socializar las pérdidas. Lo grave es que muchos muerden el anzuelo : durante la administración del alcalde  Israel  Londoño se destinaron dineros públicos de la  Empresa de Energía y de Aguas y Aguas para sostener el funcionamiento del equipo mediante la modalidad de inversión publicitaria.
“ Descendió River, no  lo íbamos a hacer nosotros”. Me dijo  a modo  de consuelo un despechado hincha del Pereira después de echarse  media botella de ron al coleto. Lo curioso es que la lucidez del alcohol no le alcanzó para comprender que  si se hundieron no fue por una especie de fatalidad  sino  como resultado de  esa suma de yerros y oportunismos que se convirtieron en norma de vida para la dirigencia del fútbol, así en Pereira como Beijing.