Los cínicos lo
han repetido tanto que siempre se está al borde de creerles: no son estos
tiempos para la poesía y menos para la poesía amorosa, nos dicen. Estoy
convencido de lo contrario: precisamente porque escasea , la palabra poética es
hoy más necesaria que nunca. La precisamos en medio del reinado de la vileza y
el fraude, sobre todo cuando el decálogo del sálvese quien pueda sustituyó al principio de solidaridad y el intercambio de secreciones como epigrama del rito del consumo acabó por
suplantar a lo que un día se llamó comunión de las almas.
“ El amor es tan
valioso a causa de su escasez en el mundo. Por eso cuando lo encontramos debemos procurar que
dure lo más posible” declaró una vez el
premio Nobel de economía Paul Samuelson. En esa dirección apunta el libro de
poemas titulado Todos los días tu piel,
del médico y escritor Juan Guillermo
Álvarez Rios. Tuvieron que pasar más de veinte años desde la publicación de Las espirales de septiembre para tener entre las manos un nuevo libro de su
autoría. Se trata de un centenar de poemas
sembrados con paciencia de viejo campesino, alimentados con la tenacidad de un muchacho
enamorado y cosechados del árbol mismo
de la belleza.
Siempre ha sido
la poesía un fruto difícil. Está hecha de silencios, de largas cavilaciones, de breves momentos de
lucidez y prolongados desencuentros con la palabra. Porque el del poeta es un
trabajo dirigido a encontrar la palabra
precisa para nombrar el mundo: el de afuera y el de adentro. Quien escribe
versos es un cazador solitario
en busca del vocablo capaz de conjurar la verborrea y las estridencias que ocultan
la esencia de los seres y las cosas. Y
Juan Guillermo Álvarez tuvo desde muy temprano el talante del cazador.
Lector de la gran poesía universal supo
afinar los sentidos para diferenciar la
joya del abalorio. “ Soy un ladrón de la belleza”, escribe , para agregar luego:
“No sé como es esto de agradecer por lo robado”. Pero en realidad si lo sabe:
su último libro es un sumario de agradecimientos a los dones recibidos,
empezando por el impagable hecho de
estar vivo. “Porque un sabor preciso
nos descubrió los labios” afirma en un
verso fácil de convertir en canción. Pero
no es fácil como resultado de una fórmula , sino porque su obra entera
está hecha de esa forma de música resultado del encuentro feliz entre las
búsquedas del hombre y las resonancias del mundo. Su oído ha sido afinado tanto
por los clásicos como por el mejor rock and roll de todos los tiempos. Por
momentos ese ritmo se expresa en
saltos mortales que dan vértigo: la guitarra de Jimmy Page se empeña en
desnudar un corazón herido. Unos pasos más adelante todo es sosiego: los
violines de una cantata de Bach anuncian la hora de la tregua.
No hay poesía amorosa sin musa: la de nuestro
poeta alienta en cada uno de sus versos. Puede cambiar de nombre, de edad o de
color de piel, pero en últimas es la misma y única mujer con muchos rostros. En ocasiones será la
estrella de los marineros. En otras hará
las veces de sangrante herida pero en una u otra circunstancia para el poeta es siempre la dadora de
belleza. Y no hay belleza sin dolor,
como nos lo recuerda Álvarez en estos
versos: “A diez pasos la belleza, otra/ Siempre y siempre la misma/ esta vez
liberada y liberadora/ Gracias a la magia de otro rostro/ Me quita esa disnea, me
regala/Otro bouquet y me empuja/A viajar
los pasos necesarios para sobrevivirla”.
Sobrevivir
a la belleza. Qué mejor destino para un
poeta. Contra el lugar común, ni el
poeta ni el místico buscan incendiarse o
disolverse en la visión de su divinidad.
Lo que esperan es convertirse en otro
para emprender el camino de vuelta y alumbrar con su hallazgo el destino de
otros hombres. Esa es la esencia del mito de Prometeo: un hombre se hace grande
robando el fuego a los dioses para
entregarlo a sus semejantes. Solo así adquiere el derecho a un lugar en los recintos de la poesía que,
bien lo sabemos , es la fundadora del mito. En el último poema citado el autor
da las gracias “ Por el imborrable aroma de los nísperos/Porque sé que usted
sabe que era cosa de vida/ Esto de
robármelos/ Esto de ir de su piel a su
hueso/ Dios le pague”
No sé si
exista manera de agradecer una palabra
pronunciada a tiempo. Como tampoco existe moneda para pagar el precio justo del pan temprano.
Pero después de leer su libro, Juan Guillermo, Dios le pague.