jueves, 21 de noviembre de 2013

Cría fama



                                                     Obra de  Francisco Amat

Hace  medio siglo, el pintor norteamericano Andy Warhol- él mismo una celebridad mediática-  condensó en una frase la  clave que resumía las precarias posibilidades de redención para los habitantes de las sociedades masificadas. “A partir de ahora, todo el mundo tendrá derecho a sus  quince minutos de fama”, sentenció, más  en serio que en broma, el autor de la célebre  reproducción seriada de la lata de sopa Campbell´s.
Lo que talvez Warhol no sospechaba era  que su  tan citada frase representaba un sutil pero definitivo cambio en el sentido del “ser o no ser”  del príncipe Hamlet de  Dinamarca y una  todavía más radical transformación de aquel  “consérvate bueno” consignada en las recomendaciones del filósofo Séneca a su corresponsal en  las cartas  morales a Lucilio. Como ya no se trata de ser  y mucho menos de conservarse bueno, todo está permitido en la lucha por alcanzar  la fantasmagoría que habita en la sima más honda  donde  alientan las obsesiones humanas: desde hacer el ridículo frente a las cámaras de televisión hasta convertirse en un asesino serial. Poco  importan los métodos si la recompensa es la frágil ración de  eternidad resumida  en una foto en la portada de una revista o la presencia  en uno de esos realities  donde las miserias  humanas se convierten en espectáculos patrocinados  por aerolíneas  o por marcas de desodorantes. Hasta ahí las cosas funcionan más o menos a tono con lo que los expertos llaman las dinámicas del mercado:  si hay  quien paga por decir idioteces o por exhibir las taras frente a una cámara o un micrófono, pues habrá quien lo haga. Pero cuando el asunto invade los terrenos de la creación artística o de la producción intelectual las cosas adquieren un tinte peligroso, pues ya no es  la obra   si no el autor lo que cobra  importancia ante los consumidores, y es entonces cuando el pintor, el escritor o el pensador  se asumen como parte del espectáculo, sin que  importe mucho la suerte que pueda correr la propuesta estética; algo lamentable  cuando uno piensa que durante siglos el  propósito de los creadores era producir una obra perdurable. Si después de eso llegaban la  celebridad, el dinero  o  la gloria, bienvenidos eran pero lo importante eran la novela, el cuadro  o la partitura a la que habían consagrado su destino.
Conscientes del cambio de rumbo, los dueños de los mercados se han dedicado en los últimos años a  diseñar  toda  clase de escenarios donde, al modo  de las estrellas de la farándula, los  artistas se dedican durante una semana entera  a confrontar sus egos, sin que al final  sobre mucho espacio  para el conocimiento de las obras.  Festivales de música, cine o literatura, participan de la misma condición, como si de un momento a otro los autores hubiesen adquirido  conciencia de  que hasta la misma eternidad es demasiado poca para tanta  gente, y a la hora de la repartición alguien se pudiera quedar sin los anhelados quince minutos prometidos. Debe ser por eso que las musas fueron reemplazadas  por  un ejército de relacionistas  públicos y los  desprestigiados  “Demonios  interiores” pasaron  a uso de buen retiro, para ser sustituidos  por agencias de publicidad cuya única consigna es el viejo “ cría fama” , aunque sin garantizar que haya tiempo para echarse a dormir.

9 comentarios:

  1. Es cierto, los medios de comunicación, o la mayoría de ellos, contribuyen a desvirtuar tanto al artista como a la obra de arte, ya que la medida suele ser el mínimo denominador común de su público/audiencia, y la “personalidad” del artista, casi siempre convencional o exagerada hasta lo grotesco, pasa a ser el principal foco de la atención. Ocurre que la mayor parte del “público”, esa masa misteriosa, no sabe cómo apreciar una obra de arte, se limita a decir “me gusta/disgusta”. Está bien, por supuesto, pero todo esto nos lleva a que la mayor parte de los espacios, programas y suplementos “culturales” sólo se refieren a “personalidades” y cada vez hablan menos de su obra.

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  2. Esta columna era vieja don Gustavo, ¿O es un deja vu? me da la impresión de haberla leído antes, aunque puede que me equivoque.

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  3. Mi querido don Lalo : el culto a la personalidad, que en un principio fue cosa exclusiva de reyes y dictadores, acabó por copar esferas enteras de la sociedad, entre las que se cuentan los artistas y los intelectuales. En el terreno del periodismo hemos alcanzado límites aberrantes : son legión las estrellitas de los medios que se consideran más importantes que los protagonistas de las historias.

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  4. Tiene razón, apreciado Camilo... digo, en lo de la sensación de deja vu : llevo años volviendo a la vieja advertencia de Andy Wharol sobre el rumbo que tomarían los tiempos. Entre otras cosas, solo por esa sentencia pienso que Warhol fue mejor profeta que pintor. Creo haber escrito unos diez textos en los que regreso a esa frase que , a mi modo de ver, resume como niguna el espíritu de los tiempos.

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  5. Ah, el espíritu de los tiempos que tan deprisa nos obliga a vivir, saltándonos de disfrutar de la esencia de la vida. Somos esclavos de formulas y mantras muy bien promocionados por las grandes corporaciones del ocio y espectáculo: los libros que hay que leer, las películas a ver, las canciones a escuchar, los lugares a visitar, y otras supuestas actividades de vital importancia que hay realizar antes de morir que nos han convertido en modernos Hércules y sus trabajados forzados para alcanzar la plenitud. Lo otro es ese afán de destacar por encima de la multitud, buscando notoriedad por ridícula que sea, en la cual caen muchos artistas y escritores cuya fama les precede por sus actuaciones y estilo de vida antes que sus obras. La sociedad ha perdido el sentido del ridículo, lamentablemente. Es para llorar tanta estupidez desatada.

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  6. Apreciado José: ahora se trata de ser el primero en ver una película, comprar un libro- no sabemos si alcancen a leerlo- o adquirir la nueva producción músical. De ahí la proliferación de piezas piratas, o truchas como les dicen en algunos lugares : cualquier atajo vale con tal de llegar primero.

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  7. Gustavo, sobre el tema resulta interesante lo que algún escritor, no recuerdo cuál, dijo sobre la doble obra del artista: su trabajo y su vida. En algunos casos es interesante y fantástica esa vida, por ejemplo a mi me parece que los días de Andrés Caicedo son increíbles, más por su gestión cultural y el cine. Pero muchos se quedan ahí, y yo me incluyo, y no vemos más allá de lo que hacía el escritor y no lo que escribía. Ya sea Caicedo, Baudelaire o Cortázar, reflejamos es su vida y no la obra, a veces ni la leemos, no sabemos nada de ella y nos sentimos con derecho a hablar sobre tal tema. Pasará, supongo con Marx. Y así, pareciera que los escritores en ferias de libros o entrevistas le prestan más atención a ello y no a los protagonistas principales, la literatura y el libro. Si el escritor tiene alguna finalidad en la sociedad, si es que la tiene, si es que existe un deber como ciudadano para él aparte de los que todos tenemos, creo que sería la promoción, el aliento, el ánimo hacia la lectura, el lenguaje, el no olvido y la imaginación. De eso debería hablar, ser parte de su figura pública ante la televisión,

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  8. "El no olvido", que es y no es lo mismo que el recuerdo, apreciado Eskimal. En ese sentido, no hay labor más noble que la del memorioso, el que a través de la palabra escrita nos pone a salvo de la disolución. Lo grave reside en que el artista de nuestro tiempo ha invertido la premisa: su propósito es fijarse en la memoria de los otros, así sea por caminos distintos a los de la propia obra.

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