Se han escrito demasiadas páginas
sobre los orígenes, naturaleza y
propósitos de la llamada Opinión Pública como para redundar sobre ello aquí. Basta recordar que políticos, publicistas y
otros vendedores de ideas, bienes y servicios la invocan cada vez que necesitan justificar algo. “La opinión
pública lo exige”, “ Son los deseos de la opinión púbica”, “ La opinión
pública lo condena”, son algunas de las frases más socorridas. En su versión
nacionalista se habla de “La voluntad
de los colombianos” cuando un político
promete algo o un gobernante toma una decisión de gran impacto colectivo. De paso, olvidan que los nazis apelaron
todo el tiempo a una improbable voluntad del pueblo alemán a la hora de cometer las atrocidades
por todos conocidas. Como si no bastara
con eso, la vieja sentencia latina nos dice
que la voz del pueblo es la voz de Dios, dándole así un talante
inapelable a algo tan imprevisible
y peligroso como los impulsos de la masa.
Olvidamos a menudo que la opinión
pública es, en esencia, una creación de
los medios de comunicación. Y ese
debe ser un elemento a tener en cuenta a la hora de analizar los resultados de
esas encuestas periódicas que pretenden
calificar la gestión de los gobernantes. Va de muestra un caso: no soy
simpatizante de Gustavo Petro y menos de
su movimiento político. Pero no deja de asombrarme que el contenido completo de
los noticieros televisivos de
Caracol y RCN esté casi siempre enfocado a registrar aspectos
negativos de Bogotá en campos tan sensibles
para el ciudadano como la seguridad
y la movilidad. Pero nunca reseñan sus logros en materia de salud o educación. El objetivo es claro: sembrar en las audiencias la idea de que la gestión
toda es un desastre. Luego vendrán las encuestas de opinión o de
percepción y, por supuesto, los
encuestados, bien adiestrados por los medios, responderán lo que estos
últimos quieren. Los resultados se
convierten así en un arma política de
alcances mortíferos.
Guardadas proporciones, algo parecido acontece en Pereira con la
administración de Enrique Vásquez
Zuleta. Lejos estoy de sus ideas
y prácticas. Pero no creo que su gestión
sea tan desastrosa como la pintan. Campos como
la educación, las alternativas de
vivienda y la salud registran un balance
positivo, en el último de los casos a
pesar de la crisis general del sistema. Con todo, los medios impresos y radiales se
han dedicado, en una decisión concertada, a resaltar día tras día sus yerros en asuntos
que no son del todo del control de un
alcalde, como el empleo o la seguridad. Se genera así una atmósfera negativa que todos acaban por aceptar, al punto de que se
renuncia a los argumentos y a la necesaria discusión que permita evaluar las cosas en contexto.
Eso explica en buena medida los
previsibles resultados de encuestas de
percepción como los realizados por Pereira cómo vamos. Nadie discute que se trata de un ejercicio serio y
bien intencionado por parte de sus gestores. Pero antes que un conjunto de
realidades, lo que las respuestas a sus cuestionarios revelan es la visión
que de entrada los medios querían venderles a los ciudadanos: la de
una gestión plagada de desaciertos y sin logro alguno
para mostrar. Y como en últimas se trata de una estrategia
política, esos mismos medios no tardan en señalar a los que, de acuerdo a quienes los controlan “Sí saben
gobernar y darle un rumbo a la ciudad”, según
leo y escucho con insistencia todos los días.
Se crea así un círculo dañino y con frecuencia peligroso: en lugar
de participar en la educación de un ciudadano autónomo y crítico, los medios lo
adiestran en la obediencia para que a la hora de las decisiones responda a intereses preestablecidos,
dándole así legitimidad a una falacia que, en últimas, solo consigue ahondar
las grietas de una democracia tan frágil
como la nuestra.