martes, 19 de noviembre de 2024

Juan Guillermo Álvarez o el oficio de poeta

 



 

Desde dentro o desde atrás, una luz brilla a través de nosotros sobre las cosas y nos hace saber que nosotros no somos nada, que la luz lo es todo.

                                                   Ralph Waldo Emerson

                                                     Ensayos

 

Es médico internista de profesión. Vale decir, que sabe tanto del alma como del cuerpo. Igual que Antón Chéjov, Mijaíl Bulgákov, W. Somerset Maugham, John Keats y Arthur Conan Doyle, Juan Gullermo Álvarez  es ducho en viajes cuerpo adentro, a lo mejor en busca del lugar preciso donde se esconde lo que los antiguos , acaso más sabios, llamaban alma, es decir, el reino de la luz.

De   regreso de esos viajes trae un puñado de poemas que reparte con generosidad entre los que denomina sus “Cuatro o cinco lectores”. En realidad sobra la ironía:  salvo algunos casos excepcionales los lectores devotos- los únicos que valen la pena- de poesía nunca han sido legión. La poesía es un asunto difícil. Alienta en ella un misterio que demanda mucha paciencia, incluso tozudez. Su proximidad con la música, su leve sugerencia de realidades extrañas, sus hondos silencios exigen una concentración cada vez más escasa en un mundo donde reina el estruendo de los espectáculos.

Por eso el poeta y el lector devoto de poesía deben estar dispuestos a abismarse hasta las últimas consecuencias.

Descubrí su poesía al despuntar los años noventa en un libro titulado Las espirales de septiembre ( 1992) publicado por el entonces Instituto de Cultura de Pereira como premio por haber resultado ganador en la convocatoria anual. En sus páginas ya alentaban obsesiones que se harían más intensas con el paso de los años, como se lee en la obra titulada Todos los días tu piel (2011). El título mismo de la primera publicación  implicaba un desafío: ¿Por qué septiembre y no otro mes?  En todo caso allí habitaba la materia de lo que sería la esencia de su poesía de ahí en adelante: el anhelo, el latido, el desasosiego, la búsqueda de algo impreciso que a falta de un nombre mejor llamaremos amor, no tanto en el sentido moderno si no en el de los viejos trovadores que andaban y desandaban caminos en busca de lo inefable.

Cesare Pavese habló de “El oficio de poeta”, no de El arte del poeta y eso ya es bastante significativo. Para el escritor piamontés su trabajo participa de la condición del zapatero, del sastre, del panadero. Lo suyo es confeccionar cosas útiles para darlas en ofrenda a los hombres en humilde comunión. Por su lado, con su instrumental de médico y con ayuda del lenguaje el poeta Álvarez se adentra en los misterios del corazón para traernos de vuelta la impagable moneda de sus versos.

 Amante del rock y la balada- desde que lo conocí aviva las llamas de una pasión por la cantante española  Ana Belén- Juan Guillermo sabe de la importancia del tempo en la poesía, del no decirlo todo porque lo más importante resulta ser lo que no se dice. De ahí el talante sincopado de sus versos que se desnudan y nos desnudan, como se desprende de este fragmento:

                                           Todos esos rostros
Todos esos rostros a la deriva
-los rostros de los que alguna vez nos inflamaron de deseo-/
contaminan los sueños,
estorban nuestra mirada cotidiana
y así lo que vemos resulta un palimpsesto insoportable:
¿qué fue de todos ellos, por qué vuelven,/ flotando de su naufragio
a una hora neutra o adversa?
Signos inasibles de un destino que escapa a nuestra comprensión, saben tocarnos otra vez, como solían, el corazón;
pero pasó su tiempo, y es baladí quedarnos en su alucinación
mientras urge la vida:
fuera, un brote de hierba le hace espejo/ al inefable placer de un nuevo encuentro:
un rostro que nos hará volver a puerto/ o al palomar, amor, al nido cierto/ donde mi deseo halla su colmo/
y tu ternura vuelve para abrevarse.

 

 Mientras navega sangre adentro el poeta ausculta (¡Y qué cara resulta esta palabra al mundo del médico y el escritor!) las más recónditas señales del cuerpo y, claro del alma. Ellas son la materia de su escritura. Con ellas cincela, moldea, insinúa una posible cifra del mundo, porque La vida urge y porque Signos inasibles de un destino que escapa a nuestra comprensión, saben tocarnos otra vez, como solían, el corazón.


PDT. les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada:

https://www.youtube.com/watch?v=6BA9-cWsZjs

viernes, 1 de noviembre de 2024

La caverna digital

 



En la alegoría de La Caverna, Platón nos ubica en una cueva donde un grupo de prisioneros contempla el desplazamiento de unas sombras proyectadas sobre la pared del fondo por la escasa luz proveniente del exterior. Para esos hombres las sombras equivalen a toda la realidad, de modo que el primero en salir de allí deberá aprender a moverse en un medio incomprensible: el mundo real.

En la vida contemporánea vivimos un trance parecido: millones de seres humanos contemplan abismados las pantallas de sus aparatos digitales, convencidos de que esa es toda la realidad. Peor aún, la única realidad. Ese vínculo ha terminado por crear una dependencia que les hace cada vez más difícil moverse en el afuera. Para no pocos de ellos, asuntos tan elementales para la convivencia como el saludo y la despedida o un par de palabras para agradecer un favor o la prestación de un servicio se convirtieron en una enorme dificultad. La Caverna de Platón devino, pues sortilegio digital, encantamiento de cuento de hadas.

Encantamiento es la palabra precisa. Las pantallas ofrecen un mundo sin fisuras, donde hasta las cosas más terribles están rodeadas de un aura mágica. De ahí que el consumidor utilice los signos de Megusta y Reenviar sin detenerse a pensar en la validez de la información y de sus posibles efectos en los nuevos receptores.  Su manera de aproximación a los textos e imágenes está despojada de entrada de cualquier distancia crítica.

Y bien sabemos que el espíritu crítico precede siempre al desencantamiento, pues este último se insinúa cuando se empieza a dudar. ¿Será que sí? Es siempre el preludio de esa nueva actitud. Pero ahí surge el primer escollo. Para el encantado es fácil descalificar al escéptico tachándolo de Ludita, de enemigo de la tecnología. Cualquier debate provechoso resulta así anulado de entrada.




Soy tan poco enemigo de los avances digitales que sostengo este blog desde hace casi catorce años; además fui editor del portal web La cebra que habla; durante la pandemia participé a través de la virtualidad como analista de Noticias Ecos 1360 Radio. Además fui orientador de un noticiero y de un programa de opinión en el Canal 81 de la televisión local. En realidad, la chapa de Ludita me la gané por mi incurable fobia a los teléfonos, fueran estos fijos, de manivela o digitales, da igual.

He visto personas a punto de caer en huecos de alcantarillas o de ser atropelladas por un auto por caminar con la vista fija en la pantalla del teléfono móvil. Me he quedado sin respuesta a un saludo o a una pregunta porque al otro lado, literalmente, no hay sujeto. Así que decidí pedir ayuda a una experta en una nueva rama de la sicología clínica: las adicciones digitales. Se llama Eliana Méndez y atiende su cada vez más nutrida lista de pacientes en un edificio céntrico de Pereira.

El factor común de quienes solicitan mi acompañamiento es- según expresan de entrada- su incapacidad para desconectarse de sus aparatos digitales. Desde la madrugada hasta la hora de acostarse están ligados a sus aparatos y no necesariamente por razones de trabajo o estudio. Cuando me adentro más en cada caso, porque en sicología resulta fatal generalizar me encuentro con todos los síntomas de la adicción: sensación de miedo y desamparo ante la mera idea de ser despojado de la sustancia o el producto generador del problema.  De ahí se deriva un cuadro bien complejo relacionado con la sospecha de que puede suceder algo terrible relacionado con su propia vida y ellos no se van a enterar. ¿Cómo acercarse entonces a esas personas? Como sucede con todos los adictos, lo peor que uno puede hacer es juzgarlos o cuestionarlos. Esa actitud romperá de entrada cualquier intento sanador. Guardadas diferencias, es un poco como cuando un niño tiene una pataleta. En lugar de amenazarlo o castigarlo hay que buscar nuevos focos de interés que convoquen su atención. Cualquier buen observador, sabe que de ese modo, el niño se calma de a poco hasta perder el interés por lo que desató su reacción inicial. Por supuesto, el tiempo necesario para que un adicto a la tecnología empiece a experimentar un alivio es mucho mayor.




Menuda tarea la de profesionales como Eliana. Con razón cobran tan buenos honorarios. Al comienzo de esta entrada utilicé la palabra abismados para referirme a los consumidores de pantallas. De modo que la tarea del profesional consiste en sacarlos del abismo. Tendrá que  volver a enamorarlos de otras cosas, de otros seres, recordarles- pensemos en el hondo sentido de esta palabra -  que  el mundo de fuera está lleno de colores, sabores, olores y sonidos que pueden ayudarles a recuperar la parte perdida de sí mismos y que habrá de devolverles el sentido crítico necesario para rehabitar esas parcelas de la realidad en las que acontece la irrepetible historia  de nuestro paso por el mundo.


PDT. les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada

https://www.youtube.com/watch?v=NyK1TsGSJEo