Quienes luchamos por una sociedad
donde las nociones de respeto y decencia
tengan algún sentido despertamos a oscuras después de las elecciones
presidenciales del domingo 25 de mayo.
Como las razones son muchas, trataré de sintetizar. El estadista liberal Darío Echandía afirmó
alguna vez que un partido político es un
proyecto de sociedad en movimiento. Al desaparecer los partidos para
convertirse en lucrativas empresas familiares, gremiales o abiertamente mafiosas quedó una sociedad en
caos, es decir, a merced de los
instintos más primarios. Uno de esos instintos, clave para la
conservación de la vida, es el miedo. Por eso cualquier discurso , ya
sea de índole religiosa o ideológica, que apunte en esa dirección, tiene
asegurado un porcentaje alto del favor de aquellos sectores de la sociedad poco afectos al
pensamiento crítico y a las decisiones autónomas.
Durante los meses previos a las
elecciones de 2002, la parte de la sociedad
colombiana representada por el
hoy electo senador
Álvaro Uribe Vélez respondió con creces- es decir , con votos- a los temores
materializados para la época en la guerrilla de las Farc tras el fracaso de las
negociaciones de paz en el Caguán. Gracias a un hábil manejo de la propaganda y
de la caja de resonancia de los medios de comunicación, el actual ideólogo del Centro Democrático (en la
práctica un movimiento de extrema derecha) se entronizó como el salvador de su
país ante la arremetida de las fuerzas del mal.
Doce años después, aprovechando
las fisuras del gobierno del presidente
Santos, reaparece el mismo discurso, aunque encarnado en cuerpo ajeno:
la figura de Óscar Iván Zuluaga, ganador en la primera vuelta del 25 de mayo. Pero existen diferencias sustanciales. Al contrario
de hace 12 años, cuando el monstruo
parecía real, hoy la guerrilla no
representa ni el 10% de los factores de
violencia en el país, según lo reconocen las mismas autoridades. Con todo, el
uribismo logró hilvanar un sugestivo
discurso, al menos para sus adeptos. Aunque si uno se detiene un poco empiezan
a surgir las paradojas. Para empezar, el mismo hombre que se consagró durante su gobierno a descalificar cualquier tipo de disidencia
acusándola de terrorista y de ir en contra de la Historia, pues el comunismo
estaba muerto, resolvió desenterrar ese
cadáver , ahora bajo la etiqueta de “
Castro- Chavismo”, sin detenerse en el detalle de que ese modelo agoniza aquí nada
más, al otro lado de la frontera, y
difícilmente puede constituir opción para
nadie. Pero muchos cayeron en el
ardid y votaron contra la mera posibilidad de ese fantasma.
Aparejado con este último viene el temor a la abolición de la propiedad privada, uno
de los factores que llevaron al desplome del comunismo. Sin embargo, Uribe y todos sus aúlicos le hicieron creer a
la gente que ese es uno de los puntos
de negociación en La Habana. Nada más lejano a la realidad. Detrás de esos temores
se esconde en últimas la resistencia a la restitución de las tierras robadas a los campesinos por distintos grupos
armados. Muchas de ellas quedaron en
manos de los terratenientes
tradicionales. A ese intento de justicia elemental se le llama amenaza a la
propiedad privada.
Y aquí aparece lo grave de la actual
encrucijada. Dicen que no se pude luchar durante mucho tiempo contra un
rival poderoso, sin terminar
pareciéndose a él. Tal vez por
eso la otra parte de nuestra sociedad
parece paralizada por el miedo a Uribe
y lo que este representa. Si seguimos en esa tónica , nuestro siempre
aplazado proyecto de sociedad se diluirá en medio de la bravuconada, la
maledicencia y la bajeza . Pero como lo bueno de andar a oscuras es la
posibilidad de encontrar la claridad,
creo que todavía estamos a tiempo. De aquí a la segunda vuelta podemos poner a funcionar
la cabeza. Con Martha Lucía Ramírez está claro que es una de las cartas
del uribismo. Pero al Partido Verde y al
Polo Democrático les asiste una responsabilidad que va más allá de su condición
de opositores profesionales. Y no pueden eludirla dejando a sus electores en
libertad para que voten en blanco o se abstengan de hacerlo. De ellos depende
en buena medida si caminamos en busca de la claridad o seguimos en las
tinieblas. Por mi lado seré pragmático por primera vez en mi vida: votaré por Santos.